Capítulo 10
No sé qué era peor, si aguantar un viaje en coche con Marco o tener que escuchar su estúpida musiquita.
Cuando por fin aparcó el coche junto al desguace de los padres de Tad, casi salí corriendo. Los demás ya estaban por aquí; Oscar había aparcado la bicicleta junto a la valla y esperaba apoyado en ella, mientras que Eddie intentaba escalarla para asomarse. Bajó de un salto al oírnos llegar.
—¡Por fin! —exclamó—. ¿Dónde está Tad? ¡¡¡Quiero ver la furgoneta!!!
—¿Todavía no ha llegado? —pregunté con confusión.
—¡Aquí estoy! ¡Perdón!
Todos nos volvimos hacia la entrada del desguace, donde Tad se acercaba corriendo. Como iba dando saltitos, el flequillo le rebotaba contra la frente y le tapaba los ojos cada dos segundos. Estuvo a punto de matarse, por lo menos, tres veces.
Al llegar a nuestra altura, abrió la valla desde dentro para dejarnos pasar.
—Ya era hora —comentó Marco, poco impresionado.
Oscar, que estaba detrás de él, hizo como si le disparara con dos dedos y se apresuró a esconder la mano en cuanto Marco lo miró de reojo.
Tad nos condujo entre los caminitos de vehículos medio destrozados con una gran sonrisa, muy orgulloso de haber aportado algo útil al equipo. Llevábamos ya un buen rato andando cuando por fin se detuvo delante de un vehículo que habían apartado un poco del resto. Se trataba de una furgoneta pequeñita pero ancha y cubierta de suciedad. Tad se plantó junto a ella con una gran sonrisa y la señaló con una gran sonrisa.
—¡Os presento nuestro transporte oficial! —exclamó con alegría.
Silencio.
—No tiene ruedas —señaló Marco con una ceja enarcada—. Y está cubierta de suciedad.
—Bueno, ya os dije que habrá que retocarla un poquito...
—A mí me gusta —opinó Víctor. Era lo primero que decía desde que habíamos bajado del coche—. Y no tenemos presupuesto para nada más, así que tendrá que servir.
—Espera. —Oscar levantó las manos—. ¿Eso quiere decir que tenemos que limpiarla... nosotros?
—¿Ves a algún otro voluntario? —pregunté.
—¿Cuándo es el primer partido? —intervino Eddie.
Todos nos volvimos hacia Víctor, que se rascó la nuca con una mueca.
—Em... mañana.
—Es decir, que tenemos que arreglarlo en menos de veinticuatro horas. —Marco se cruzó de brazos.
—Veo que las matemáticas siguen funcionando —comentó Víctor.
—¡No pienso limp...!
—¿Podéis dejar que quejaros tanto? —protesté, airada, y me acerqué a Tad—. A ver, ¿dónde tienes las esponjas?
Media hora más tarde, estábamos todos manos a la obra. Eddie, Víctor y yo frotábamos el interior de la furgoneta, que estaba hecha un asco, mientras que los demás pululaban por fuera. Tad correteaba de un lado a otro, buscando neumáticos que sirvieran, mientras que Oscar sujetaba la manguera con cara de aburrimiento y le quitaba la capa de suciedad exterior a la caravana. Marco era el encargado de la ardua tarea de abrir y cerrar el grifo del agua.
Quiero su trabajo.
No sé cuánto tiempo pasó y cuánto froté, pero pronto empezaron a dolerme los brazos y la espalda. Y sudaba y resoplaba. Daba un poco de asquito.
—¡Oye! —chilló entonces Marco, asomado a la única ventanilla entreabierta—. ¡Que alguien intente encender el motor!
¿Y el 'por favor', señorito?
Víctor nos miró con expectación, pero al ver que nadie se movía suspiró y fue a sentarse en el lugar del conductor. Tenía la llave puesta, así que intentó arrancar el motor. La palabrota horrible de Marco y el chillido asustado de Tad indicaron que todavía no estaba yendo demasiado bien.
Aproveché el momento en que Víctor esperaba ahí sentado para ir frotando cada vez más cerca de él. De hecho, terminé plantada a su lado y empecé a limpiar el volante. Cuando me miró con desconfianza, yo sonreí con malicia.
—¿Te parece bonito estar aquí sentado mientras yo hago todo el trabajo? —acusé.
—Mucho, la verdad.
Sin una sola manía, extendí el brazo y estuve a punto de frotarle la cara con el trapo lleno de polvo. Él ladeó la cabeza justo a tiempo, alarmado.
—¡Oye!
—Ups, me he equivocado.
Y volví a intentarlo. Lo esquivó por un milímetro.
—¡Ellie! —protestó, esta vez con el ceño fruncido.
—Ah, ¿te molesta?
—¡Claro que sí!
—Pues más me molesta a mí que te rías de mí como has hecho antes. Jódete.
No esperé una respuesta, sino que me moví para seguir frotando al final de la furgoneta. Eddie estaba en uno de los asientos limpiando sin ganas y apenas nos prestaba atención.
Al menos, hasta que Víctor frunció todavía más el ceño y recorrió la furgoneta para plantarse a mi lado. Para disimular, empezó a frotar una ventana que ya estaba limpia.
—¿Me estás echando cosas en cara? —masculló—. ¿Tú a mí?
—Pues sí —murmuré sin mirarlo. Estaba ocupada frotando una mancha con toda mi furia interior.
—Te recuerdo que eres tú la que pasa de mí y a los diez minutos se pone a mandar fot... cosas raras.
Se cortó justo cuando Eddie empezó a poner la oreja. Ahora fingía seguir limpiando, pero estaba segura de que no se perdía detalle.
—No parecían disgustarte mucho —dije entre dientes.
—Esa no es la cuestión.
—¿Admites que te han gustado, entonces?
—Esa sigue sin ser la cuestión.
—Me lo tomaré como un sí.
—Tómatelo como quieras.
Nos quedamos en silencio. Lo único que se oía era el ñic-ñic de los trapos contra el cristal y lo único que se notaba era la mirada cotilla de Eddie sobre nosotros.
Y entonces Víctor rompió el silencio:
—Es que, sinceramente, ya no sé qué esperarme de ti.
—Pues mejor. La magia del misterio.
No dijo nada, y esa vez sí que lo miré. Su expresión era un poco confusa. Parecía casi... perdido. Enarqué una ceja.
—¿Qué?
—Nada —murmuró. Fue su turno para no mirarme.
—No, ¿qué?
—Ya te he dicho que nada.
—Vale, última oportunidad porque no volveré a insistir... ¿qué?
Víctor dejó de frotar la ventana limpia y suspiró. Tenía la mirada clavada al frente, pero sentí que no estaba viendo nada. Simplemente, estaba cavilando. Tardó un buen rato en volver a hablar.
—¿Por qué me has mandado todo eso? —preguntó al final.
—¿Por qué no? Es divertido.
—Lo estoy preguntando en serio.
—Y yo estoy respondiendo en serio.
—No, Ellie. Siento que... siento que solo me lo has mandado porque es lo que harías con cualquier otro.
Torcí el gesto, contrariada. Y no por el motivo que podía parecer.
—¿Y qué tiene eso de malo? —pregunté.
A ver, sí, era lo que solía hacer cuando alguien me interesaba. ¿Era eso malo? No lo creía. Un buen nude podía alegrarle el día a cualquiera. ¿Cuál era el problema?
Víctor me contempló unos segundos, como si no entendiera mi reacción.
—¿Lo estás preguntando en serio? —preguntó, aunque sonaba más a acusación.
—Eh... sí.
—Pero ¿es que no entiendes nada? ¿A ti te gustaría que te dijera que hago lo mismo contigo que haría con cualquier otra chica?
Una oleada desagradable me recorrió el cuerpo, pero aun así me encogí de hombros.
—Me daría igual. Ni que fuéramos pareja o algo.
Víctor siguió mirándome fijamente con la boca entreabierta.
—Muy bien —dijo al final—. Pues nada.
—Oye, no te enfades, no es que...
—Déjalo, ¿vale?
—Oh, vamos, ¿ahora qué?, ¿vas a decirme que sigues enamorado de mí? —Solté una carcajada un poco rara—. Eso estaba bien cuando teníamos quince años, pero ya estamos mayorcitos para esas tonterías. Mejor ir directamente a la parte entretenida, ¿no?
—Entonces, ¿eso es a lo que aspiras? —preguntó, y me sorprendió lo alterada que sonaba su voz—. ¿Es todo lo que buscas de mí?
—¿El qué?
—¡Discutir todo el rato y luego tener esas conversaciones como si no hubiera pasado nada!
Parpadeé, confusa.
—Sí... ¿tú no?
Víctor parpadeó, aunque de forma muy diferente. Apartó la mirada, sacudió la cabeza y al final habló sin mirarme.
—No. No es lo que busco.
—¡Si es muy divertido!
—Quizá para ti, pero no para mí. Si es lo único que quieres, prefiero que no volvamos a tener una conversación como la de antes.
—Pero...
—Lo siento, Ellie. Seguro que tienes mil candidatos dispuestos a ello, pero yo no funciono así.
Y se apartó de mí. Ni siquiera me dejó volver a hablar. Lo observé, sorprendida, cuando volvió a sentarse en el lugar del conductor y siguió intentando encender el motor.
A ver, podía hacerme una idea de a qué venía su enfado. Una aproximada, al menos. Tampoco es que fuera la primera vez que teníamos una conversación de ese estilo, aunque normalmente estaba invertida; yo me arrastraba tras él y él, probablemente, me decía que no tenía planeado tener nada serio con nadie. Aunque eso había sido en el instituto. Supuse que las tornas se habían invertido, pero tampoco entendía muy bien el por qué. Un mes atrás, tampoco me hacía mucho caso, ¿a qué venía esa reacción tan de repente?
Me froté las gotas de sudor de la frente, agotada, en cuanto terminamos de limpiar. La furgoneta seguía estando un poco lamentable, pero por lo menos ya no estaba cubierta de polvo o sin ruedas. Además, habían conseguido arrancarla, que ya era todo un avance. Los seis la contemplamos desde fuera como si fuera el mayor trabajo de nuestra vida.
—Bueno —dijo Oscar como si ya estuviera cansado de mirar en silencio—. ¿Ahora qué?
—Pues... a esperar para el partido, ¿no? —sugirió Tad.
Eddie seguía intercambiando miradas entre Víctor y yo, tratando de encontrarle el sentido a nuestra conversación.
Tampoco es que sea muy difícil, pero el pobre no es muy espabilado.
—¿Esperar? —repitió Víctor, que había vuelto a su yo capitán a una velocidad alarmante—. ¡Hay que entrenar!
—¿Más? —Marco suspiró con agotamiento—. ¡No podemos aprender nada nuevo de aquí a mañana!
—No se trata de aprender nada nuevo, sino de mejorar lo que ya sabemos.
—Estoy de acuerdo —murmuré—. Hay que entrenar.
Lo normal sería que Víctor hiciera algún comentario al respecto, pero no. Ni siquiera echó un vistazo en mi dirección. Simplemente, se cruzó de brazos y se volvió hacia la caravana.
Fue exactamente el detalle que necesitó todo el equipo para intercambiar miradas entre nosotros, sorprendidos.
—Tormenta en el paraíso —oí susurrar a Oscar con una risita.
En cuanto me di la vuelta, él y Tad dejaron de reírse al instante, alarmados.
—Antes han tenido una conversación rara —contribuyó Eddie.
—No estamos aquí para hablar de eso —intervino Víctor, cuyas mejillas estaban empezando a ponerse rojas—. Estamos aquí para hablar de la furgone...
—¿Qué conversación? —preguntó Marco, interesado.
—A él no se lo digas —pidió Oscar—, por cabrón.
—¡Oye!
—¿Podemos volver a centrarnos? —sugerí con impaciencia.
Pero ya pasaban de nosotros. Eddie se escondió la boca con la palma de la mano, como si por algún motivo eso fuera a hacer que lo entendiéramos menos.
—Creo que el capitán quiere algo más y Ally le ha dicho que se vaya a la verga —susurró.
—¡Eso no es verdad! —chillé enseguida, avergonzada—. ¡Y ES ELLIE!
—¿Ally lo ha rechazado? —repitió Marco con sorpresa.
—Que a ti no te hablamos por puñetero —insistió Oscar.
—A ver —opinó Tad—, es todo muy precipitado.
—No tanto —intervino Eddie—. Se conocen desde hace muchos años.
—Ya, pero no es lo mismo.
—Yo creo que Ally debería decirle que sí —sugirió Eddie—. Así Víctor está animado para los partidos y ganamos más.
—¿Y si luego tienen problemas y nos perjudica? —sugirió Marco.
—¿Y si hacen cochinadas en el vestuario? —sugirió Tad.
—Yo apoyo eso último —sugirió Oscar.
Y entonces, justo cuando iba a gritarles que se fueran a la mierda, un chorrazo de agua hizo que todo el mundo empezara a chillar. Me aparté justo a tiempo, sorprendida, y me encontré a Víctor sujetando la manguera y lanzándoles agua a presión a todos, que huyeron despavoridos.
Después de aquello, la cosa estaba un poco tensa, así que nadie quiso entrenar más. De hecho, Marco se enfadó tanto que nos dejó tirados y tuvieron que ser los padres de Tad quienes nos llevaron a casa a Víctor y a mí.
Está claro que, cuando bajamos del coche, él ni me miró. Yo tampoco a él. Bueno sí..., pero disimuladamente, cuando no se dio cuenta.
Eso te piensas tú.
—Oye —llamé a su espalda, sin saber muy bien cómo seguir—, si quieres entrenar un rato...
No me dejó terminar. Ya había cerrado la puerta.
Entré en mi casa sin saber muy bien cómo sentirme al respecto, y más cuando Jay pasó por delante de mí. Al verme, aceleró el paso y se apresuró a subir por las escaleras para evitarme.
Los conquistas a todos, colega.
Vaaaale, no era mi día.
Por suerte, en el salón estaba gente mucho más simpática que ellos. Tío Mike y tía Sue se habían aposentado en uno de los sofás y estaban teniendo una ardua discusión sobre cómo funcionaba el Omega y por qué a ellos nadie les daba me gusta. No quise decirles que era, simplemente, porque no subían ninguna foto.
—Hola... —murmuré, y me desplomé en el sofá opuesto a ellos.
Ambos detuvieron su discusión para mirarme con curiosidad.
—¿A qué viene el tono de funeral? —preguntó mi tío, todo delicadeza.
—A nada.
—Si estás esperando a que insistamos —comentó mi tía—, has acudido a un muy mal sitio.
Suspiré con pesadez y me pasé las manos por la cara, dejando pasar unos segundos de suspense dramático.
—Siento que todo el mundo me odia —dije al final.
La verdad es que había gente más sensible en el mundo para preguntar que ellos, porque su primera reacción fue soltar un resoplido burlón.
—Vaya tontería —dijo tía Sue con una sonrisa.
—No es una tontería... creo que la gente me odia de veras. Y que me lo merezco.
—Oye, no digas eso —protestó tío Mike—. Eres encantadora, ¿a qué viene todo esto?
—No soy encantadora —recalqué—. Soy un desastre. Jay tiene razón.
Agaché la mirada mientras que ellos me observaban con confusión. No estaban acostumbrados a mis bajones y, honestamente, yo tampoco. Solía tener el día tan organizado que era difícil tener el tiempo suficiente como para desanimarme.
Y, aun así, justo ese día había tocado.
El problema era ese, precisamente: me esforzaba tanto en evitar mis propios sentimientos que, el día que no podía hacerlo, no sabía ni cómo gestionarme a mí misma.
Mis tíos se movieron rápidamente, y pronto tuve a uno sentado a cada lado de mí. Quisieron pasarme un brazo por encima de los hombros a la vez, y al chocarse intercambiaron una mirada hostil, pero pronto volvieron a centrarse.
—No eres ningún desastre —aseguró tía Sue—. Si te dijera las cosas que hacía yo con tu edad...
—¿Qué hacías?
—Eso da igual.
—No, no. —Mi tío enarcó una ceja—. Ahora dilo, venga.
—No seáis asquerosos. A lo que voy es... ¡a que estás a punto de cumplir los dieciocho! Claro que haces tonterías, ¿quién no las hace con tu edad? Todavía no sabes nada del mundo, ni de cómo funciona... ¡estás intentando descubrirlo!
—No sé yo si ese es el problema...
—Todos hemos sido un poco odiosos. —Ella dirigió una breve mirada a mi tío—. Algunos más que otros, pero da igual.
—¡Oye!
—Lo que quiero decir es... ¡que no te sientas mal por no ser perfecta! Nadie lo es. Ni a tu edad, ni a la mía, ni a ninguna.
—¡No es eso! —insistí, y me sorprendió notar que me temblaba la voz—. ¡Es que... no me entiendo a mí misma! Necesito tener las cosas bajo control, porque si no lo hago me desespero y entro en un bucle muy odioso. Necesito controlar mis comidas, mi ejercicio, mis movimientos, mis estudios, mis relaciones... ¡y odio que se salgan del esquema! Y luego me doy cuenta de que, en cuanto siento que una relación se sale de mi control, intento romperla antes de que la otra persona decida alejarse de mí. Por eso nadie me aguanta, porque yo no aguanto a nadie. Y luego un día te despiertas y te das cuenta de que estás sola. No tengo a nadie con quien hablar. Nadie.
—¿Y nosotros? —sugirió mi tío.
—¡No es lo mismo! Me refiero a una amiga. Está Jane, pero... no es lo mismo. Me gustaría tener una amiga —admití, y luego agaché la mirada—. Echo de menos a...
Me callé, pasmada, con mi casi confesión. ¿Iba a mencionar a la puñetera Livvie? ¿Desde cuándo la echaba de menos?
Ellos me contemplaban con perplejidad, como si no supieran siquiera por dónde empezar a enfocar todo aquello. Yo ya no los miraba. Estaba muy centrada en mis propios problemas.
—Creo que me iré a descansar un poco —dije al final.
—Oye, Ellie... —intentó decir mi tía, pero ya me había puesto de pie.
Subí las escaleras rápidamente y no me detuve hasta que me encerré en mi habitación.
○○○
Bueno... pues ahí estábamos. Primer partido.
¿Qué puede salir mal?
Yo no estaba, precisamente demasiado animada. Víctor tampoco. Desde que habíamos subido a la furgoneta, él se había sentado en el asiento del copiloto y yo en el de atrás del todo. No se volvió una sola vez, y supuse que se debía a los nervios por nuestra primera demostración en público. Contemplé su espalda unos instantes, sus hombros tensos, y luego me volví de nuevo hacia la ventanilla.
Por lo menos, parecía que los demás sí que estaban animados; Eddie y Oscar canturreaban una canción de la radio, Marco repasaba tácticas mentalmente y buscaba vídeos de nuestros rivales, Tad se entretenía con un juego de su móvil...
—¡Vamos a machacarlos! —dijo Marco con una carcajada—. Son malísimos.
—Lo dices como si nosotros fuéramos muy buenos —comentó Oscar, aunque no parecía muy preocupado por ello.
—No somos tan malos como ellos, que es lo importante.
—Si tú lo dices...
Miré a Jane, que conducía tranquilamente. Nuestras miradas se cruzaron en el espejito retrovisor, y yo me apresuré a volverme hacia un lado. No se me pasó por alto su expresión inquisitiva.
El partido se jugaba relativamente cerca de la ciudad, así que no hubo problema con llegar a tiempo. Jane aparcó la furgoneta junto a la entrada trasera del gimnasio, cuyo aparcamiento estaba prácticamente vacío, y todos bajamos uno tras otro. Bueno, todos menos Eddie y Marco, que se metieron empujones para intentar ser los primeros. Los demás, por lo menos, sí que fuimos un poco más civiles.
—Bueno —comentó Jane—, os veré en el partido. Estaré entre el público. Y... em... suerte. Machacadlos y todo eso.
—Qué gran discurso motivador —comentó Eddie.
—Ni que fuera vuestra capitana.
—¡Vamos! —exclamó Tad, para sorpresa de todos, con mucho entusiasmo—. ¡Jane tiene razón, hay que machacarlos!
—¿Desde cuándo eres tan sanguinario? —quiso saber Oscar con curiosidad.
—¿Podemos dejar de hablar e ir a prepararnos? —sugirió Víctor.
Hubo unos cuantos suspiros dramáticos, pero todo el mundo le hizo caso y nos encaminamos hacia los vestuarios. Jane me detuvo del codo justo cuando pasé por delante de ella. Parecía preocupada.
—Oye... —murmuró—, entiendo que estás nerviosa, pero no pasa nada. Piensa que, si perdéis, seré la única del público que os conoce.
Esbocé media sonrisa un poco cansada.
—¿Eso es para consolarme?
—Sí. ¿Ha funcionado?
—Mucho.
—Bien, pues... ¡suerte!
Los vestuarios del otro equipo eran bastante ruidosos, mientras que el nuestro estaba en completo silencio. Como yo ya me había cambiado de ropa e iba con el uniforme, me senté en una de las banquetas y apoyé la mandíbula en las manos para esperar el momento de salir. Los demás se cambiaban de ropa sin decir absolutamente nada. Incluso el creído de Marco parecía nervioso.
Entonces, llamaron a la puerta. El árbitro asomó la cabeza en cuanto Víctor le dijo que pasara, y se quedó mirándonos con confusión.
—¿Seis? —contó con contrariedad—. Faltan dos personas, ¿dónde están?
Fruncí el ceño y me volví hacia Víctor, que se había quedado en blanco. No se esperaba nada de eso.
—Están cambiándose —dijo Oscar entonces, con toda la confianza del mundo—. Ahí, en los cubiletes.
Por suerte, el árbitro no puso ninguna pega. Suspiró y revisó su libreta.
—Cinco minutos —informó, y volvió a salir.
En cuanto cerró la puerta, todos entramos en pánico.
—¡¿Ocho?! —repitió Eddie con voz aguda—. ¡No hay nadie más que juegue!
—A ver, si no, no nos dejaban apuntarnos —dijo Oscar con tranquilidad—. Así que dije que éramos ocho.
Víctor lo miraba con la mandíbula medio desencajada.
—¡¿Y no pensaste que, en algún momento, la gente se daría cuenta?!
—¡Pensé que seríamos tan buenos que no contarían cuántos somos!
—¡¡¡Te mato, Oscar!!!
—¿Hemos venido hasta aquí para nada? —preguntó Tad con una mueca de tristeza.
Y entonces, como si se creyera nuestro salvador personal, Marco hizo un gesto para restarle importancia al drama.
—Tranquilos, niños, que yo me encargo —aseguró—. Ya me lo agradeceréis.
Nadie se quedó tranquilo cuando salió del vestuario. De hecho, aunque estábamos en silencio, noté que la tensión no dejaba de crecer. Víctor se había sentado en el banquillo con la cabeza agachada y hundida entre sus manos. Como no sabía qué hacer, me moví hasta quedarme sentada junto a él. Vi que echaba un vistazo rápido a mis piernas, pero no levantó la vista.
—¿Qué? —masculló sin muchas ganas de hablar.
—Te noto agobiado.
—No estoy de humor para esto, Ellie.
Pensé en protestar, pero luego me di cuenta de que no me apetecía discutir con él. En su lugar, le di un pequeño apretón en el hombro. Podría haberse calificado incluso como algo cariñoso.
Él se tensó con el contacto, pero luego bajó una de las manos para mirarme de soslayo. Casi parecía estar a punto de preguntar qué me pasaba, o cuál era mi intención oculta detrás de eso, pero al final no dijo nada. Y, aunque seguía tenso, tampoco me apartó.
—Lo siento por lo de ayer —murmuré, sintiéndome un poco rara.
Víctor se irguió, alarmadísimo, y se quedó mirándome como si esperara un pero... y una broma. Pero no llegó. No estaba de humor, la verdad.
Justo cuando pareció que iba a decir algo, la puerta se abrió de golpe y yo me aparté un poco de él, alarmada.
Todos nos volvimos hacia Marco, que mantenía abierto para que pasaran dos chicos que no había visto en mi puñetera vida. Ambos se estaban guardando un billete de cincuenta en el bolsillo.
—¡Ya tenemos jugadores! —anunció Marco con una gran sonrisa orgullosa.
—Pero... —Tad parecía un poco inseguro sobre ponerlo en duda—. ¿Saben jugar?
—¿Y qué más da? Van a sentarse en el banquillo.
El árbitro volvió a asomarse justo en ese momento.
—¡Ya es la hora! —anunció con convicción, y sentí que se me encogía el estómago.
Bueno... mejor no entro en detalles sobre el partido, porque fue un poco lamentable.
Básicamente, fueron 40 minutos de empujones, golpes o insultos. Nosotros no éramos tan malos, pero es que había tan poca comunicación que era imposible que jugáramos bien en equipo. Para empezar, los únicos que me pasaban la pelota eran Oscar y Víctor, porque los demás o no la tocaban —en el caso de Tad—, o estaban demasiado ocupados intentando encestar por sí solos —en el caso de Eddie y Marco—. Y, claro, así era imposible. El otro equipo llevaba al menos veinte puntos y nosotros seguíamos sin haber marcado nada. Para lo único que nos pitaban era para marcar las faltas que hacía Eddie, que se dedicaba básicamente a meter codazos cada vez que alguien le pasaba por delante.
¿Resultado final? Mejor ni lo comento.
Sí, mejor.
El viaje de vuelta fue muy silencioso. Todo el mundo iba con los brazos cruzados o con la cabeza agachada. El único al que parecía darle igual era Oscar, que se había quedado dormido con la mejilla aplastada contra el hombro de Tad. Este último se mantenía muy tenso y quieto para no despertarlo.
—Bueno... —dijo entonces Jane, forzando el tono alegre—. ¡No ha ido tan mal!
Silencio.
—¿Eres asquerosamente positiva o tonta a secas? —masculló Marco.
—¡Oye! —saltó Víctor enseguida, con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Déjalo —recomendó Jane, restándole importancia—. A ver, vale, ha sido un poco desastre... ¡pero es vuestro primer partido! No podéis esperar nada mucho mejor.
—Ni siquiera teníamos entrenador —murmuró Eddie—. Todo el mundo nos miraba sin entender nada.
—Tenía que acompañarnos, pero seguramente se ha olvidado —admitió Víctor.
—O se ha muerto atragantado por un bocadillo gigante —musitó Marco en voz baja.
Tad hizo un sonido agudo, como de risa, pero se cortó en cuanto el aludido le echó una mirada de advertencia. Alarmado, se apresuró a ponerse serio otra vez.
—¿Y qué hace ese dormido? —protestó Marco, estirándose para darle en la cabeza a Oscar—. Oye, no puedes dormir, ¡NO HAY PAZ PARA LOS PERDEDORES!
Sospeché que su intención era despertarlo, pero en cuanto le dio un toque en la cabeza, Oscar que movió y se puso a dormir contra la ventanilla. Marco se cruzó de brazos, irritado, pero no volvió a insistir.
—Ya estamos a mediados de verano y seguimos siendo horribles —murmuró Eddie entonces—. No ganaremos un partido de aquí a septiembre.
—¿Y tú qué sabes? —saltó Marco—. Quizá nos volvemos geniales.
—No mientras no parezcamos un equipo —dijo Víctor sin mirarlos.
Mientras ellos seguían discutiendo, yo permanecí en silencio al final de la furgoneta. No tenía muchas ganas de hablar. Me miré las uñas mordidas y subí las piernas al asiento para pegarme las rodillas al pecho. Miré por la ventana unos segundos.
Cuando me volví hacia delante, descubrí a Víctor mirándome por el retrovisor. Sin embargo, en cuanto nuestras miradas se cruzaron, justo cuando pensé que él la apartaría primero, la mantuvo. No parecía enfadado. De hecho, no estaba muy segura de lo que parecía, pero sentí un peso en el estómago muy parecido al que había sentido antes del partido y, un poco abrumada, me apresuré a volverme hacia la ventana. Seguía sintiendo su mirada sobre mí.
Bueno... la cosa no estaba muy cómoda. Y pensar que mi fiesta estaba a la vuelta de la esquina...
Se vienen cositas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top