Las lágrimas de Carú

En la región de Bailadores, al sur del Estado Mérida, Venezuela, se encuentra un exuberante jardín oculto entre la bruma y la niebla, llamado "Páramo La Negra".

En dicho páramo existe una hermosa cascada, cuyas frías aguas caen como rocío sobre los que la contemplan.

Sin embargo, muchos de sus visitantes desconocen la historia de amor y dolor que se esconde detrás de ella.

Carú era una princesa indígena, perteneciente a la Tribu Los Bailadores, quien por medio de su padre, el cacique Toquisái, conoció a un príncipe guerrero de la Tribu Mocotíes.

Los jóvenes se enamoraron, y los padres consintieron el enlace. Esta unión aportaría grandes beneficios a ambas tribus, por lo que celebraron con alegría la buena nueva.

Los preparativos se llevaron a cabo. Los indígenas de la Tribu Los Bailadores festejaban junto a su cacique, pues la princesa era muy amada y traería felicidad a la Tribu.

Todo estuvo listo para la boda, el banquete con que se agasajaría a la pareja y a los invitados, así como el lugar donde se realizaría la ceremonia.

Sin embargo, llegado el día en que ambos jóvenes unirían sus vidas, los centilenas de las dos Tribus alertaron sobre la presencia hostil de unos "seres extraños".

Nacidos para proteger su tierra, no hubo hombre que no tomara sus armas y marchara en pos de la defensa de sus mujeres, familias y dominios.

Las mujeres se quedaron esperando el regreso de sus valientes guerreros, ignorantes de la naturaleza del enemigo al que estos enfrentarían.

Los indígenas estuvieron, frente a frente, a aquellos seres revestidos de metal, comandados por Juan Rodríguez Xuárez, el cual dio la orden de derrotar a los "salvajes".

Pólvora, espadas, flechas y macanas se encontraron.

El páramo no tardó en teñirse de sangre.

Como un manto de muerte, los cuerpos de los indígenas cubrieron la tierra que los había visto nacer.

La trágica noticia llegó rápido a las Tribus. Muy pocos fueron los que regresaron vivos o heridos.

El corazón de Carú latió desesperado, al no ver a su amado volver entre los suyos.

Desesperada, su alma la impulsó a buscarlo, pero por consejo de su padre, decidió esperar a que la amenaza extranjera desapareciera.

Fue así como, pasado un tiempo prudencial, corrió al campo de guerra con la esperanza de encontrarlo vivo o herido.

Pero pronto Carú descubrió que su amado era uno de los tantos cadáveres del páramo. Su alma recibió una herida mortal, pues el destino le había clavado un venenoso puñal en su corazón, al arrebatarle su la vida a su amor.

En su agonía, Carú miró a la cumbre de las montañas, al lugar en donde habitaba el Dios de la Vida, y sintió como el dolor se transformó en ilusión. Su fe le permitiría obtener el milagro que ningún hombre le podía dar.

Convencida de que si llegaba a la cumbre y le rogaba a Dios, este tendría misericordia de ella, tomó el cuerpo de su prometido y comenzó a subir la empinada montaña, sola.

A Carú no le importó ni el hambre, ni en el frío, cualquier sacrificio sería pequeño si el Dios de la Vida le regresaba a su amado.

Los ánimos de la joven no flaquearon, pero al tercer día, su cuerpo se desvaneció.

Consciente de que jamás llegaría a la cima, Carú abrazó el cuerpo de su fallecido novio y lloró, lloró hasta morir de amor y desesperación.

Días después los Dioses bajaron de su morada, descubriendo a la noble indígena aferrada, en muerte, a su joven prometido, ambos rodeados por las lágrimas de amor y desconsuelo de Carú.

Aquella escena fue tan conmovedora que el Dios de la Vida se compadeció del compungido corazón de la princesa, recogió sus lágrimas y las esparció por el cielo, en honor a su valentía, su fe y la firmeza de sus sentimientos.

Una cascada apareció en el lugar donde Carú falleció. Allí sus lágrimas aún bañan, de dolor y amor, los rostros de todos aquellos que van a visitarla y ser testigos de su aguerrido y fiel corazón.

***
Leyenda de la Princesa Carú.
Estado Mérida.
Venezuela.

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