Capítulo 00: La predicción de antaño.

✧•─────CAPÍTULO CERO─────•✧

LA PREDICCIÓN DE ANTAÑO

─────────────────────

EN EL COMIENZO TODO ERA CAOS. Las guerras constantes por la supervivencia y la supremacía reinaban en cada rincón del oeste de Ghiria. La sangre de los caídos teñía de rojo la tierra, los cadáveres se encontraban hasta en las aguas y la desesperación se alojaba en cada corazón. La oscuridad se extendía sin fin y aunque los dioses trataron de detener aquello para que el mundo no se dirigiese a la destrucción, los seres que lo habitaban eran egoístas y no atendían a razones. Ignoraron las advertencias que se les dieron y continuaron corrompiendo el corazón de Ghiria sin importarles las consecuencias.

Cada raza residente en el oeste quería gobernar sobre las demás y se negaban a detener las masacres hasta que lo hubieran conseguido.

Los Nalfhis, una raza con cabellos de metal, dientes y garras de diamantes y monstruosas habilidades de combate, parecían ser los mayores contendientes para la victoria. Le seguían de cerca los Zelerian, una raza de piel anaranjada y ojos completamente negros, que nacían con un alto poder mágico. Los Yeigh, una raza con piel que se volvía más oscura según crecían, orejas alargadas y extrañas marcas por todo su cuerpo, instruidos en combate y hechicería por igual, estaban capacitados también para ganar la batalla; sin embargo, ellos se abstenían de participar, pues eran pacíficos y lo único que querían era vivir tranquilamente. Eran de las pocas razas que no deseaban el gobernar por y sobre todos, la gran mayoría no ansiaba otra cosa más que esa, vivían y morían por y para conseguirlo.

Pero de entre todas aquellas razas había una que no tenía ni la más mínima posibilidad de obtener la victoria, ni siquiera estaban cerca: la humana. Sus miembros sabían pelear e incluso algunos habían sido bendecidos con el don de la magia, pero no eran nada comparados con los miembros de las otras razas. Eran considerados los más débiles y tristemente, lo eran, por eso sus números fueron los que más mermaron durante aquel periodo, llegando a estar al borde de la extinción completa.

Para intentar sobrevivir, se vieron obligados a convertirse en esclavos y juguetes de aquellos que eran superiores. Pero eso no garantizó que no fueran atacados y asesinados. Sin esperanzas e incapaces de oponer resistencia, vieron como sus hermanos morían uno tras otro en una guerra de la que ellos no querían ser parte.

«Los dioses nos han abandonado, es mejor rendirnos a nuestro destino», decían. Estaban cansados, rotos y llenos de dolor y desesperanza. No tenían fuerzas para alzarse en armas contra sus opresores y aunque las tuvieran, no ganarían. Se resguardaron en su pesar y dejaron de creer en la profecía que largos años atrás uno de sus videntes dijo, relegándola a un simple cuento para los niños que ni estos mismos creían. Se les hacía imposible pensar que un día aparecería un gran héroe desde las lejanas tierras del este con tal inmenso poder que conseguiría salvarlos de su yugo y los conduciría a la victoria.

Se equivocaron.

Después de siglos de sufrimiento, un hombre al que todos sus congéneres creían muerto tras que se marchase a las tierras inexploradas del este varios años atrás, regresó. Regresó con una voluntad de hierro, una determinación abrumadora y un coraje de héroe, acompañado de una magia inigualable concedida por siete joyas de siete diferentes colores y siete diferentes poderes que portaba.

Al principio su propio raza dudó de su capacidad, pero después de verlo alzarse sobre varias de las razas subyugadoras, se dieron cuenta de que él sin duda era el gran héroe que habían estado esperando. La esperanza regresó a sus corazones, cogieron sus armas con valor, mejoraron sus habilidades mágicas gracias al conocimiento que él traía y bajo su mando, se dirigieron a la batalla final por la supervivencia. No hubo resistencia, nadie pudo oponérseles, ni siquiera los Nalfhis o los Zelerian, su poder y determinación no tenían comparación, fueron arrolladores, tantos años de dolor y penuria los habían hecho más resistentes que cualquiera, y de esta forma, la raza más débil de Ghiria se llevó la victoria.

Los supervivientes de las otras razas asustados del poder del líder de los humanos huyeron a las tierras del este de las que él había regresado y nunca se les volvió a ver. Aunque se dice que algunas razas permanecieron en el oeste, ocultándose de los humanos y viviendo camuflados entre ellos, pero esta es otra historia.

Erigar, este era el nombre del gran héroe, se dirigió entonces al norte, a los pies de la majestuosa cordillera de montañas en la que había nacido y a la que denominó Montañas Dhián, en honor al Dios Dhián, el dios de la guerra, la estrategia, la valentía y la victoria. Allí, bajo la montaña con el pico más alto de la cordillera, fundó su reino, Kewal. Un reino donde los humanos pudieron recuperarse de todo lo sufrido y vivir en paz y libertad durante muchos años.

Sin embargo, a medida que el pueblo crecía, las discrepancias surgían. Un pequeño grupo le pidió al rey permiso para marcharse y fundar su propio reino. Erigar los dejó ir sin mayor problema, pues notaba como el pueblo aumentaba y las tierras de Ghiria eran demasiado amplias como para que se quedasen todos confinados en el mismo lugar.

Zeisar fue el segundo reino que se fundó, no muy lejos de Kewal y pegado a las costas del Océano Aywen, donde se descubrieron cuevas submarinas con cantidad de minerales y metales preciosos, entre ellos el valioso Zlatýr¹, por lo que se convirtieron en el reino más rico.

Ginclaw se fundó poco después, compartiendo territorio con Kewal bajo las Montañas Dhián, siendo separados únicamente por los Campos Fértiles y extendiéndose hasta los límites del Bosque Yahev. Este territorio pese a estar situado al lado de Kewal era dueño de un clima completamente diferente debido a la magia que alguna vez había vivido allí y que lo había alterado, paseando de ser un lugar frío y duro a ser un lugar cálido y fértil.

Arneus fue fundado en cuarto lugar por los habitantes de la pequeña Isla de Elver, quienes navegaron hasta las costas de Ghiria y se establecieron varios kilómetros bajo Zeisar, en las faldas del mayor volcán activo conocido, Zuron.

Ilyón lo siguió, siendo el quinto reino fundado y situándose al otro lado del Bosque Yahev y pegados al linde de las Tierras Inexploradas, por los más bravos guerreros y mejores hechiceros, quienes creían que era necesario que alguien vigilase aquella frontera por si alguna vez sus enemigos y subyugadores regresaban en busca de venganza.

Widelfor fue el sexto y último reino que se fundó, alejado de todos los demás reinos y en un gran oasis en medio del Desierto Zelfyr, donde más tarde levantarían la mayor academia de magia y lucha de los reinos, para preparar a los jóvenes guerreros y hechiceros.

Los seis reinos crearon una alianza que pasó a conocerse como la Alianza de las Estrellas, bajo el mando del Gran Héroe, el Rey de Reyes, Erigar I de Kewal, y durante décadas vivieron en plena armonía, ayudándose los unos a los otros a crecer y luchando juntos cuando las amenazas surgían, como buenos hermanos juramentados que eran.

Pero no todo lo que reluce es oro.

Aunque no lo pareciese, décadas después de la muerte de rey Erigar I a la longeva edad de ciento cincuenta y cuatro años, los conflictos comenzaron a surgir y el primero fue acusa del deseo de obtener las siete joyas que habían hecho tan poderoso al Gran Héroe para sí. Sin embargo, la localización de las joyas era desconocida hasta para los miembros de su familia, Erigar se había llevado a la tumba el secreto de donde las había escondido por temor a que su inmenso poder hiciera caer en la locura a cualquiera que las poseyera, pues no eran nada fáciles de controlar.

La armonía comenzó a resquebrajarse entonces y los derramamientos de sangre volvieron a surgir. Algunos de los reinos comenzaron enfrentamientos con los otros buscando alzarse, sin darse cuenta de que estaban haciendo lo mismo que ellos habían odiado que les hicieran en el pasado.

Zeisar y Arneus fueron los que mayor conflicto causaron, aunque nadie sabía a ciencia a cierta porque la rivalidad había surgido entre ellos. Algunos decían que era porque compartían el negocio marítimo y no les gustaba que el otro obtuviese más ganancias, otros decían que simplemente querían una guerra y habían hecho todo lo posible para conseguirla, mientras que los juglares cantaban que el motivo provenía de un corazón roto y despechado.

Los otros cuatro reinos trataron de hacer de mediadores entre ellos para detenerlos, pero cuando la situación se volvió más árida y Zeisar y Arneus les pidieron que escogieran un bando, que escogieran a quien iban a apoyar, la Alianza de las Estrellas se rompió y el caos regresó a Ghiria. Ilyón fue el único que permaneció al margen, creyendo que era más importante vigilar la frontera con las tierras del este y que aquella guerra no causaría más que dolor sin sentido.

Quizás los dioses se enfadaron por su comportamiento, por haber cubierto la tierra de sangre una vez más y por estar corrompiendo el corazón de Ghiria otra vez, cuando ellos, los humanos, habían sido los que más habían sufrido durante la guerra por la supremacía de las razas, ya que los desastres naturales empezaron a sacudir los territorios a la misma vez que surgía la guerra de los reinos. Desastres naturales como el ciclón que pronto asolaría Kewal.

Amenazantes nubes negras cubrían el inmenso cielo y ocultaban el gran sol y la preciosa estrella Steir. Los fuertes vientos golpeaban con hostilidad las casas de piedra y la lluvia había comenzado a caer minutos atrás, aunque aún era suave. Todavía quedaba algo de tiempo antes de que la verdadera tempestad surgiese. Sin embargo, cada habitante de la capital de Kewal se encontraba ya refugiado en sus casas, implorando porque todo pasase rápido.

Solo un valiente o insensato hombre se atrevía a estar fuera en esos momentos. Iba encapuchado para evitar que la lluvia lo mojase demasiado mientras bajaba los blancos escalones de la entrada del castillo. Si los guardias hubieran estado apostados en las puertas y no resguardándose dentro, probablemente le habrían impedido salir por su seguridad, pero incluso si lo hubieran hecho, él no se habría detenido pues necesitaba ir a ver a alguien.

Caminó por las calles de piedra con paso apresurado hasta que llegó a la plaza principal y observó lo lúgubre que lucía cuando normalmente estaba llena de vida, pero de esperarse teniendo en cuenta el espeluznante clima.

Se acercó lentamente, casi con solemnidad, hasta la estatua que había en el mismo centro y se detuvo a un par de pasos para poder examinarla detalladamente. La estatua se trataba de un hombre esculpido en Lerhim². Tenía una expresión seria, pero reconfortante y sobre su cabeza descansaba una preciosa y sencilla corona de la que destacaban siete joyas de diferentes colores: Azul, índigo, violeta, rojo, naranja, amarillo y verde. Eran lo único, junto con las otras siete joyas de los mismos colores que había en la empuñadura de la espada que sujetaba, que no estaba hecho de metal. Su escultor había decidido poner joyas de verdad, y no imitaciones ni más metal, pues creía que era necesario resaltar aquello que le había dado su poder al fundador del reino.

El encapuchado recorrió cada detalle de la estatua con parsimonia, a pesar de que ya se la conocía mejor que la palma de su mano, hasta que su mirada llegó a la inscripción que había bajo los pies.

ERIGAR I DE KEWAL.

EL GRAN HÉROE, EL REY DE REYES.

Buen amigo del pueblo, gran padre, mejor líder.

¡Qué las estrellas te guíen hasta el fin de los tiempos!

Una sonrisa fugaz asomó en sus labios mientras hacia una reverencia de medio cuerpo. No se incorporó después de hacerla, se mantuvo en esa posición y tragó saliva antes de decir:

-Si os levantaseis ahora y vierais lo que hemos hecho con vuestro legado, seguramente os sentiríais decepcionado. Lo hemos tirado todo por la borda y definitivamente, yo no soy digno, soy un pésimo rey, pues ni siquiera he sido capaz de detener la guerra entre nuestros aliados y hermanos.

El silencio reinó durante los siguientes minutos mientras el sexto rey de Kewal se veía atacado por la culpabilidad y el pesar. Desde que había ascendido al trono siendo muy joven al fallecer su padre, Riderag II, en combate, había hecho todo lo posible para detener la estúpida guerra entre Zeisar y Arneus, pero hasta el momento todo había sido en vano y aunque él no era el causante del conflicto, no podía dejar de sentirse culpable por no poder darle fin.

-Intentaré con todas mis fuerzas traer la paz de vuelta a Ghiria antes de que me llegue mi hora -añadió entonces, incorporándose para mirar al hombre de metal a los ojos-. Os lo prometo, por los dioses y las estrellas.

Le dio una última mirada antes de girar sobre sus talones para emprender de vuelta la marcha hacia su destino. Intentó ir de prisa, pero el viento se había vuelto más fuerte por lo que le costaba más dar cada paso y la lluvia que había apretado no ayudaba en absoluto.

En medio del camino, se encontró a un pequeño gato negro en la misma situación, aunque con la diferencia que cada vez que el felino avanzaba un paso, el viento lo hacía retroceder tres. Pese a que no era el mejor momento para preocuparse por alguien más que él mismo, pues la calma antes de la tempestad estaba por terminar, el corazón bondadoso del rey fue incapaz de dejar al animal allí. Se acercó para cogerlo y cubrirlo con la capa, pegándolo a la vez hacia su cuerpo para que pudiera entrar en calor, a pesar de los arañazos de resistencia que recibió por su parte, ya que se encontraba verdaderamente asustado.

Quince minutos más estuvo luchando contra el viento hasta que finalmente llegó hacia su destino: una pequeña casa que se encontraba cerca de la entrada del bosque de Kewal. Dio varios golpes en la madera con uno de los puños y mientras esperaba a que le abriesen, llevó la mirada hacia el cielo, notando como las nubes negras comenzaban a arremolinarse.

La puerta se abrió con cautela y la cabeza de una mujer asomó por la pequeña abertura para averiguar quién la buscaba en un momento así. Sus ojos ambarinos se encontraron con el amable, pero deformado rostro del rey cuando él se quitó la capucha para que pudiera reconocerle.

-Su majestad, ¿qué hacéis aquí? -cuestionó con notable sorpresa-. ¿A caso no recordáis que pronto una tormenta estará asolando esta tierra?

-Lo recuerdo perfectamente, fui yo quien dio la voz de alarma -contestó el hombre con suma tranquilidad-. También recuerdo que te dije que al menos cuando estuviésemos solos, me llamases por mi nombre. -Le recordó ahora él y ella hizo un pequeño mohín-. Ya sabes que no me gusta que mis allegados me tratan como si fuera superior a ellos.

-Pero lo eres, eres el rey, Dahil -indicó dejando las formalidades de lado, como él le había recordado que quería que hiciera.

-Soy el rey, sí, pero también soy tu amigo y eso es más importante. -Le dedicó una media sonrisa y ella negó con la cabeza para sí, sin duda él era un miembro de la realiza muy particular.

-¿Qué haces aquí? -repitió la pregunta, ya que aún no le había contestado.

-Necesitaba verte, Kie -respondió y a pesar del cariño que detonaba el hecho de la que llamase por el diminutivo de su nombre, había algo de urgencia en su voz. Kiesel pensó que era extraño, no hacía ni dos días desde la última vez que se habían visto.

-¿Y no podía esperar a que la tormenta...?

-¡No! -La interrumpió y rápidamente se arrepintió de usar un tono tan brusco. Cerró los ojos unos segundos y apretó los labios antes de volver a hablar-. He tenido sueños. -El tono que empleó y el brillo que se reflejaba en sus ojos azules, la llenaron de preocupación.

-¿Qué clase de sueños? -preguntó con cierto miedo.

-¿No me dejarás entrar primero? ¿O acaso quieres que el viento me lleve volando? -bromeó mientras sonreía divertido.

Por un momento, Kiesel se había olvidado la tormenta, se excusó y se apartó para que él pudiera entrar. Cerró y atrancó la puerta una vez lo hizo mientras observaba como él sacaba a un gato de debajo de su capa y lo dejaba en el suelo. No se extrañó ante aquello ni preguntó nada. No era la primera vez que el rey traía a su casa o al castillo algún animal que se había encontrado abandonado, al parecer era incapaz de dejarlos a su suerte.

Pasó por su lado y lo guió por la casa, a pesar de que ya la conocía bien. Dahil observó desde detrás los pies descalzos de su amiga caminar por los fríos tablones, su larga melena negra caer en preciosas hondas por su espalda y la habitual colorida ropa que llevaba y que hacía un perfecto contraste con la suya que era de colores apagados y fríos.

Kiesel se apresuró a acercarse a la chimenea cuando llegaron al pequeño salón para avivar las llamas, ya que su invitado estaba empapado y necesitaba entrar en calor cuanto antes. Dahil se quitó la capa finalmente, dejándola sobre una silla para que se secase y luego comenzó a revolver su cabello rojizo que se había rizado ligeramente por la humedad. La contraria no había podido evitar distraerse al verle hacer aquel gesto o al observar lo atractivo que él siempre se veía enfundado en aquellas ropas de cuero marrón. Sus ojos chocaron entonces y él sonrió divertido al notar como lo miraba. Ella bufó apartando la mirada, pero eso lo hizo sonreír más.

-¿Quieres que te traiga una jarra de eliser³? -le preguntó cuándo hubo finalmente avivado el fuego y colocado unos cojines en el suelo frente a la chimenea.

-Preferiría algo caliente la verdad. -Ella asintió y se fue por la misma puerta por la que habían entrado para ir a preparar las bebidas.

Dahil caminó lentamente por la estancia, deteniendo su vista ante los extraños objetos que la decoraban, hasta que llegó a los cojines en el suelo y se dejó caer sobre ellos. Acercó las manos a la chimenea mientras las frotaba la una con la otra, pues se le habían quedado heladas, y esperó hasta que la morena regresase.

No se hizo demorar mucho. A los pocos minutos, Kiesel regresó cargando una bandeja redonda donde cargaba dos tazas y una jarra. Se acercó hasta donde él estaba e intentó sentarse encima de los cojines teniendo mucho cuidado de que no se le cayese lo que cargaba. Dahil se ofreció a ayudarla y le quitó la bandeja dejándola sobre el suelo mientras ella se acomodaba.

Después, Kiesel comenzó a servir el líquido humeante sobre las tazas y cuando le tendió la suya al contrario y éste la tomó, se quedó mirando la cicatriz que surcaba gran parte de su rostro. Sin vacilación alguna, condujo una de sus manos hasta ella, acariciando con cuidado la mejilla ajena por donde se hallaba la herida. Hacia un año ya desde que la había recibido en batalla y aunque ya había cicatrizado, bien sabía ella que a él todavía le dolía de vez en cuando.

-No ha cicatrizado demasiado bien -comentó en un susurro.

-Lo sé, ha arruinado mi atractivo -bromeó y soltó una risa a la cual ella se unió.

-Un poco sí, pero sigues viéndote bien -aseguró mientras retiraba la mano del rostro ajeno para coger su taza y dar un pequeño sorbo-. ¿Y bien? ¿Qué has soñado?

-Probablemente no sea nada importante, pero...

-Si no fuera importante, no habrías venido hasta aquí cuando una tormenta se acerca -lo interrumpió-, te lo habrías callado o se lo habrías contado a cualquiera del castillo.

Dhail emitió un bufido parecido a una risa.

-Tan perceptiva como siempre, Kie. -Ella sonrió ligeramente y lo instó a continuar con un movimiento de mano-. He estado soñando con... una guerra.

Las dos cejas de la contraria se elevaron extrañada por la revelación.

-Bueno, ¿no es normal eso? Vivimos en tiempos de guerra -indicó y vio como él negaba con la cabeza varias veces.

-No es esta guerra con la que sueño -aclaró. Sus ojos bajaron hasta la taza que sostenía, observando su contenido. Kiesel lo miró expectante, esperando que continuase-. Al principio creí que estaba soñando con la guerra de antaño entre las razas, como tantas veces hice de niño, pues veía a humanos luchando contra otros seres de aspectos... extraños, pero luego me di cuenta de que no era así.

-¿Qué te hace estar tan seguro de ello?

-Si estuviese soñando con esa guerra, ¿no vería a mi antepasado, a Erigar I, ya que él fue quien ganó? -inquirió y ella asintió-. No lo vi, no estaba en el sueño. Pero no es solo eso lo que me hace confirmar que no es esa guerra. -Hizo una pausa mientras apretaba los labios, casi parecía que le daba temor continuar. Inspiró hondo y llevó la mirada hacia los ojos ambarinos de la contraria-. Veo Kewal de fondo, Kie, y en ese entonces aún no había sido fundado.

La mencionada entreabrió los labios de la sorpresa, había algo en lo que decía que le resultaba muy familiar, pero antes de que pudiera hacérselo saber, él continuó hablando.

-Y en todos y cada uno de los sueños que he tenido hasta el momento sobre esa guerra, veo a siete jóvenes peleando juntos con todas sus fuerzas y usando una magia increíble contra los seres que los atacan, aunque me parece que iban perdiendo. -Cerró los ojos recordando los rostros de cada uno de los jóvenes que aparecían en sus sueños y casi parecía que le estuviesen pidiendo ayuda-. Una de ellos tiene el cabello blanco como la nieve, un ojo violeta y otro...

-Negro -finalizó Kiesel por él.

Dhail abrió los ojos para mirarla completamente atónito, preguntándose como ella podía saberlo, y se sorprendió aún más al ver como la preocupación se reflejaba en su rostro. La morena siempre lucía una expresión serena y relajada, así que verla así hizo que él también se preocupase, más de lo que ya lo estaba.

-¿Tú... también has soñado con ellos? -inquirió con inseguridad y ella abrió y cerró los labios varias veces mientras buscaba que decir.

-Respóndeme primero a esto: ¿Entre esos jóvenes hay uno rubio de ojos rojos? -Dhail asintió y la incertidumbre creció-. ¿Y hay otro con el cabello castaño rojizo y ojos azules? -Él volvió a asentir y ya no hizo falta que siguiera preguntando por los otros cuatros jóvenes, pues quedaba claro para ambos que habían soñado con lo mismo-. Oh, por los dioses, esto es mucho más grave de lo que parece...

-¿Qué quieres decir? -Se apresuró a preguntar.

-Dhail, si ambos hemos visto lo mismo, ya no es un sueño, es una predicción del futuro.

-Espera, entonces, ¿me estás diciendo que puedo ver el futuro? -cuestionó consternado, incapaz de creer que en esa posibilidad.

-Lo preguntas como si esta fuera la primera vez que los ves -le respondió y sus palabras cayeron como un balde de agua fría para el rey.

Era cierto. Tiempo atrás había soñado con algunos eventos que habían terminado sucediendo, como la muerte de su padre, pero siempre se había dicho que eran simples casualidades. Al parecer se había equivocado enormemente.

-Probablemente heredaste de algún familiar esa habilidad o quizás tú seas el primero de tu línea de sangre en tenerla, no lo sé -continuó diciendo Kiesel-. Aunque está claro que es débil y no puedes controlarla a tu voluntad, como lo hago yo.

-Un segundo... -Su ceño se frunció, había algo que no le encajaba-. Cuando abandonaste Widelfor y viniste a Kewal conmigo, dijiste que nunca volverías a usar el poder de la visión, pero has soñado con lo mismo que yo, ¿cómo es posible? ¿Volviste a usarlo?

-No por voluntad propia -respondió de inmediato. Su rostro había palidecido y su mirada había perdido su brillo-. He intentado bloquear esos sueños desde la primera vez, pero no he podido por mucho que lo intentase, como si algo o alguien más poderoso me lo impidiesen.

Dhail enarcó una ceja. Conocía bien la habilidad de Kiesel y le sorprendía de sobremanera pensar que alguien podía ser lo suficiente poderoso para contrarrestarla.

-Quizás sean los dioses -dijo ella en un murmullo con cierta sorpresa en su tono de voz, ya que se le había ocurrido esa posibilidad de repente.

-¿Por qué los dioses lo harían?

-Porque a lo mejor nos están dando otra oportunidad y están tratando de advertirnos de lo que sucederá si no conseguimos ponerle remedio -sugirió y fue como si todo comenzase a cobrar sentido en su cabeza.

-Si es así, entonces debemos hacer caso de su advertencia -señaló Dhail con determinación. Como rey y habitante de Ghiria que era, no se quedaría de brazos cruzados si podía hacer lo más mínimo para evitar que ese horrible sueño se cumpliese-. ¿Qué podemos hacer? ¿A qué debemos ponerle remedio?

Kiesel mantenía su vista fija en el fuego tratando de ordenar todo lo que corría en ese momento en su cabeza y cuando fue a responder, el ensordecedor sonido de un rayo cayendo cerca, seguido de un fuerte viento que chocó contra la casa, casi sacudiéndola, los dejó a ambos mudos. La tormenta más grande que Kewal vería jamás había comenzado.

Permanecieron en silencio, escuchando como los rayos chocaban contra la tierra uno tras otros, como la lluvia caía de forma torrencial y como los vientos soplaban fuertes. Tan fuertes que la mezcla de ellos con la lluvia que se colaba por la salida de la chimenea, apagaron el fuego de golpe, dejando a oscuras a los dos amigos.

Kiesel fue la primera que se levantó, con mucho cuidado, al ser la que mejor conocía la casa, para buscar a tientas unas velas con las que pudiese iluminar un poco la estancia. Cuando hubo encendido un par de ellas, Dhail se levantó también y tapó la entrada de la chimenea con unas tablas de madera que la morena ya tenía preparadas, para evitar que el viento siguiese entrando y apagase también en las velas. Justo en el momento en el que terminó de hacerlo y se giró para ir hacia la contraria, el gato que había traído a la casa apareció corriendo a toda prisa y se lanzó sobre él en busca de refugiarse del miedo que le provocaba lo que se escuchaba en el exterior. Dhail intercambió una mirada y una leve risa con Kiesel al ver como el felino se había enganchado a sus ropas con las uñas y parecía negarse a soltarlo.

-Es a la guerra y a todos nuestros errores a lo que le tenemos que poner remedio -respondió al fin la morena mientras depositaba una de las velas en un lugar alto para que iluminase más-. He visto mucho más de que los has visto tú, Dhail. He visto muchas de las atrocidades y errores que cometeremos.

-¿Peores de los que ya hemos cometido? -cuestionó él mientras se acercaba a ella. Juraría que había escuchado como su voz temblaba y eso le preocupaba.

Kiesel volteó hacia él e incluso sin decir nada, solo con su mirada decorada por las inminentes lágrimas, Dhail supo que la respuesta era afirmativa. Rodeó con el brazo que no cargaba al gato los hombros de ella y la atrajo hacia sí, para después depositar un beso entre sus sedosos y oscuros cabellos. Escuchó un sollozo y la apretó más fuerte.

La morena había nacido con el don de la visión y desde temprana edad no había parado de ver la muerte de tantos allegados como de desconocidos. Su habilidad le había causado un gran dolor y una gran cantidad de pérdidas. La había destrozado. Y si no fuera porque sabía lo fuerte que ella era, Dhail se preguntaría como era capaz de seguir poniéndose en pie.

En ese momento, ella estaba siendo abrumada por el dolor de nuevo, al igual que por la culpabilidad y la impotencia, pues había visto lo que se acontecía, pero no podía evitarlo.

-¿Crees que serán nuestros errores los que causen esa guerra? -le preguntó él en un mero susurro y cuando ella asintió, tragó saliva-. Supongo que será como nuestro castigo entonces.

Quizás se merecían ser castigados después de todo el daño que habían causado y al parecer seguirían causando, tras obtener la victoria en la guerra de las razas. Quizás nunca debieron ganar, pues se habían vuelto iguales que los seres que los habían subyugado.

Pero Dhail era de los que veían lo bueno en las personas, era de los que tenía fe y no se rendían ante las adversidades. Era de los que pensaba que por cada diez personas malas había una buena, y mientras que hubiese al menos una buena persona en el mundo, merecía la pena seguir luchando e intentando hacer todo lo posible para volver a los tiempos de paz.

-No podemos dejar que eso suceda, debemos evitarlo.

-¿Y cómo lo harás? -cuestionó ella elevando la cabeza para mirarle. Una lágrima aún caía de sus ojos-. Ni siquiera has podido evitar la guerra actual después de tantos años.

Inmediatamente después de decir aquellas palabras, se arrepintió, pues no buscaba recriminarle nada ni hacerlo sentir culpable, pero el pelirrojo no llegó a molestarse, sino que pareció sumergirse en sus pensamientos momentáneamente.

-Iré a Ilyón y les pediré que se unan a mí para detener la guerra -concluyó. Hasta entonces no había pensado en recurrir a aquel reino, pues ellos se habían negado a entrar en batalla, pero estaba seguro de que si les contaba lo que se venía en el futuro, se unirían a él-. Y después de que haya terminado, concienciaré a la gente de lo que sucederá si seguimos dañándonos en vez de permanecer unidos, como siempre había sido en el pasado.

-Incluso si consigues hacer eso en este tiempo, nada garantiza que los que vengan después vayan a seguir haciendo caso a tus enseñanzas y advertencias -señaló Kiesel. No quería desmotivarle, pero él debía ser consciente de ello, de que no era tan fácil-. Recuerda que cuando el Rey de Reyes falleció, la mayoría olvidaron lo que habían sufrido y causaron conflictos sin sentido.

-Es cierto, tendemos a olvidar fácilmente -reconoció soltando un suspiro. Se separó de ella y le dio la espalda mientras se llevaba una mano a cabeza para comenzar a masajear su frente-. Debe de haber algo que podamos hacer, algo que podamos dejarles y que perdure para que nunca dejen de ser conscientes de lo puede llegar a suceder o... para que si el mundo termina dirigiéndose a ese camino, sepan que hay esperanza, que la ayuda llegará.

-¿La ayuda?

-Esos siete jóvenes, ¿no? -inquirió regresando la mirada hacia ella-. Por lo que vi en mis sueños, parecían los héroes de esa guerra, tal y como lo fue Erigar I en la guerra de la supremacía de las razas.

-¡Eso es! -exclamó Kiesel, sobresaltándole, pues raro era que ella elevase la voz y más en un momento con tanta tensión-. Durante la guerra de la supremacía de las razas, lo único que hizo que los humanos mantuviesen una chispa de esperanza fue la profecía que se dictó sobre un hombre que los conduciría a la victoria y que resultó ser tu antepasado. Así que... -una sonrisa comenzó a aflorar en sus labios-, ¿por qué no dejamos una profecía advirtiendo de lo que sucederá para los que vengan después de nosotros?

Una sonrisa también apareció en los labios del pelirrojo casi al instante.

-¡Esa es una gran idea, Kie! Hagámoslo, tú te encargas de dictarla y yo de difundirla y asegurarme de que quede escrita en todos los pergaminos posibles.

-Necesitaré mi bola entonces -dicho aquello, se apresuró a salir de la habitación cargando una vela para guiarse por la casa.

Mientras tanto Dhail se dedicó a quitar todo lo que estaba sobre la mesa, encendió más velas que colocó cerca de esta y de alguna forma, consiguió que el gato lo soltase, aunque aun así permaneció muy cerca de él.

Al rato, Kiesel regresó cargando un objeto cubierto por una fina tela roja, lo dejó sobre la mesa con cuidado y lo destapó, mostrando una bella y perfecta bola de cristal, apoyada sobre un píe bañado en oro. Ambos tomaron asiento en sillas que se hallaban a cada lado de la mesa y antes de que ella comenzase, intercambiaron una profunda mirada. Dhail sentía cierta culpabilidad al tener que hacerla usar sus poderes cuando ella ya no deseaba hacerlo, pero Kiesel en ese momento sí quería , pues había predicho parte de lo que se acontecía e ignorarlo y no hacer nada, sería un grave error que le pesaría por toda la vida.

Colocó sus manos alrededor de la bola de cristal, pero sin llegar a tocarla, y a medida que esta fue iluminándose, los ambarinos ojos de ella se fueron volviendo completamente blancos. Y así, acompañada del sonido del viento, la lluvia y los rayos comenzó a dictar la profecía que cambiaría el curso del destino para bien o para mal:

-El día en que las estrellas empiecen a moverse y formen una alineación que señale el reino de Kewal, será el principio del fin. -A medida que lo decía diversas imágenes comenzaban a aparecer en la bola: un camino de estrellas y el reino de Kewal desde varias perspectivas-. El enemigo que ha permanecido pacientemente escondido en las sombras hará su movimiento, atraído por los errores cometidos. -Las imágenes rápidamente cambiaron a unas mucho más oscuras y difíciles de distinguir, pero Dhail vio la sangre y la muerte en cada una de ellas-. Y siete jóvenes serán elegidos para la misión más importante: salvar al mundo de la oscuridad que él traerá.

El primero de los elegidos que la bola de cristal mostró era un joven de cabello castaño rojizo y ojos como el mismo hielo. El segundo y el tercero fueron dos bellas jóvenes: una de cabello moreno y ojos como el mar y otra de cabello rubio y ojos como el cielo. El cuarto fue un joven de cabello rubio y ojos como la lava. El quinto fue un joven de cabello castaño y ojos como el ámbar. El sexto fue una joven de cabello blanco y ojos de un color cada uno: el derecho negro como la noche y el izquierdo violeta como las flores. Y el séptimo, pero no menos importante, era un joven de cabello oscuro y ojos marrones, a excepción de parte del izquierdo que era como una esmeralda.

Mientras que los veía, Dhail se dio cuenta de cierto detalle: eran siete como...

-Pero cuidado ha de tenerse, pues las joyas son volátiles y si no son controladas de la forma correcta, serán ellas las que causen la destrucción -finalizó Kiesel, confirmándole a él lo que ya había empezado a sospechar: eran siete elegidos para siete joyas. Pero también le hizo darse cuenta de otra cosa, que quizás ellos se convertirían en la verdadera amenaza.

Después de aquello, Dhail cumplió lo prometido. Viajó a Ilyón y convenció a su rey para que se uniese a él para detener la guerra entre los otros reinos. La victoria fue sencilla, pues aunque los otros fueran más, los guerreros de Kewal e Ilyón unidos junto con los hechiceros de este último reino, eran una peligrosa combinación para cualquiera que fuera su enemigo. La paz regresó a Ghiria después de siglos sin ella y la Alianza de las Estrellas se restableció.

Acto seguido, comenzó a difundir la profecía que Kiesel había dictado y advirtió arduamente a los pueblos de los seis reinos de lo que vendría sí se volvía a los conflictos. Hasta el último de sus días siguió transmitiendo esto, asegurándose de que quedase grabado en el mayor número de personas. Sus hijos y nietos siguieron los mismos pasos, y sus esfuerzos habrían merecido la pena si hubiera seguido siendo así después de ellos.

Sin embargo, como el mismo Dhail había dicho, los humanos tendemos a olvidar fácilmente y por ello acabamos cometiendo los mismos errores una y otra vez. Solo aprendemos temporalmente de ellos y luego volvemos a cometerlos sin importarnos las consecuencias que tendrán. Y es por esto que los habitantes de Ghiria estaban condenados a la destrucción.

En un principio y durante mucho tiempo, los conflictos fueron menores y sin importancia, la mayoría tenían fáciles soluciones. Quizás por eso y porque la profecía no parecía cumplirse, se permitieron ser despreocupados. Pero llegaría el día en que comenzarían a cometer los mayores errores de la historia uno tras otro y ninguno de ellos tendría solución.

Y justo cuando comenzasen estos errores, sin que se dieran cuenta, las estrellas empezarían lentamente su movimiento, los dioses los abandonarían a su suerte al ver que no aprendían y la profecía que relegaron al olvido, estaría próxima de cumplirse. Los siete elegidos pronto se reunirían y cada habitante de Ghiria sería inevitablemente puesto en su lugar.

Preparaos, humanos, pues al igual que en el comienzo, el final también será caos.


── ¹ Zlatýr: Metal precioso encontrado en las costas de Zeisar. Es de color dorado, al igual que el oro, pero este es mucho más valioso y más resistente que el grafeno. La familia real de Zeisar usa este metal para forjar sus coronas y armas.

Para ponerle nombre a este metal me inspiré en la palabra eslovaca Zlatý que significa dorado.

── ² Lerhim: Metal descubierto en las minas de las Montañas Dahín durante el reinado de Eirgar I de Kewal. Es de color plateado con matices de azul, no ennegrece ni se oxida y es más duro que el acero. Es usado principalmente para forjar armas y armaduras.

── ³ Eliser: Bebida alcohólica que se obtiene a base de la fermentación de miel, agua y diversas frutas como fresas y cerezas. Es muy popular en las tierras del norte.

Oficialmente esta historia da comienzo y estoy muy emocionada, ya que es mi bebé precioso, asdjasda.

Este capítulo es realmente un prólogo, pero no he querido denominarlo como tal, ya que no habrá un epílogo y sentí que quedaría extraño.

Escribí una primera versión de este capítulo hace años, pero no me gustó nada y además, faltaba toda la explicación de como era todo antes de los sucesos que se narrarán en la historia, como se fundaron los reinos y demás. Esta explicación es bastante importante y necesaria para que entendáis la trama, es por eso que lo reescribí por completo.

Como habréis notado, he puesto un pequeño glosario con algunos términos que han aparecido y que no he podido explicar en la narración, principalmente porque no quedaba bien. Haré esto en cada capítulo donde aparezcan términos inventados por mí y cuando publique el libro de facts (cuando haya publicado unos cuantos capítulos más), crearé un apartado donde reuniré todo los términos para que esté todo ordenado.

Espero que os haya gustado el capítulo. ♥

María C.E.

✧•─────✦•✦─────•✧

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top