9.- El Rastro del Príncipe Demonio (2/3)
El presidente resultó ser un tipo bastante agradable, aunque algo excéntrico y un poco infantil. Conversaba de lo más bien con Poli sobre juguetes y súper héroes como si fuera otro chico de diez años, pero de repente levantaba la mirada y le preguntaba a Alfa qué pensaba sobre el comercio en zonas rurales, el salario mínimo o la calidad del hospital en su pueblo. Mientras más veía que Alfa podía responder sin problemas a asuntos complicados, más elaboradas se volvían sus preguntas y comentarios, hasta que derechamente le preguntó cómo distribuiría ella el arca nacional, considerando la amenaza del imperio, los furiosos y la economía en declive.
Alfa abrió la boca para responder, cuando de pronto Poli vio algo a lo lejos.
—¡Ahí venden helados!— exclamó, jovial.
Los dos adultos siguieron su mirada hacia un señor con un carrito de helados. Alfa abrió su bolso para buscar su billetera, pero el presidente se le adelantó y compró tres de inmediato. Luego continuaron al hotel en silencio, devorando sus helados.
—Navira es una de las ciudades más bellas de Navarra— comentó el presidente— sería una pena que fuese destruida por los furiosos o el imperio ¿No creen?
Poli y Alfa asintieron, sin entender bien a qué se refería.
—¿Por qué lo dices?— quiso saber la androide.
El presidente suspiró.
—Nada, solo... espero dejar este país un poco mejor de como lo recibí. Es dif...
De súbito un estruendoso rugido por detrás los sorprendió a los tres. Pasmados, se giraron y se encontraron con un monstruo de cinco metros de alto, largo pelo aceitoso y grotescos músculos abultados. Se dirigía directamente hacia ellos, arrollando todo a su paso a una increíble velocidad. Los tomó por tal sorpresa que no tuvieron tiempo de huir. Alfa, sin pensar, cubrió a Poli con su cuerpo y esperó lo mejor.
En ese momento una figura grande surgió desde un costado, la levantó a ella, a Poli y al presidente Buffos y los envolvió a los tres con una enorme masa. El furioso los embistió, salieron volando calle arriba como una bala de cañón. Viajaron por el aire varios metros, cayeron y rodaron violentamente por el suelo, golpeándose con todo tipo de baches en el camino. Alfa sintió los golpes, pero no recibió rasguño alguno. Solo cuando se detuvieron y se separaron, la androide pudo darse cuenta que la masa que los había envuelto era en verdad una persona; un hombre grande y grueso, que en ese momento se hallaba tendido en el piso, lleno de moretones y rasguños, y una gran herida en la espalda producto de recibir el golpe directo.
Entonces Alfa se giró hacia el monstruo, el cual seguía corriendo hacia ellos, y se adelantó para pelear. Rápidamente sacó una pistola de su bolso y le disparó a la cara para llamar su atención. El furioso pareció dividido en un principio, pero tras recibir más disparos en la cara, se decidió por Alfa y arremetió en su dirección. La androide rápidamente saltó para evitar el golpe y escaló por su hombro hasta el dorso de su cuello para dispararle, pero aunque vació la carga de la pistola a quemarropa, apenas consiguió abrirle la piel.
Tuvo que saltar y bajarse antes que la bestia la aplastara con una de sus manos. Buscó un arma alrededor, pero no había nada que pudiera ayudarla y su pistola apenas había hecho efecto. El monstruo atacó de nuevo, Alfa esquivó. Podía llamar su atención y mantenerlo distraído del resto de la gente, pero no sobreviviría si no pensaba en algo rápido.
De pronto una vocecita la llamó desde atrás.
—¡Alfa!— escuchó a Poli.
La androide se giró, desconcertada. A él era al último que quería ver cerca del furioso. El monstruo, también alertado de la presencia del niño, se preparó a saltar sobre él. Alfa notó esto por el ruido que hizo, así que también se disparó hacia el chico, pero entonces notó que este le había arrojado algo. Ella lo tomó al vuelo antes de darse cuenta que era un revólver, uno muy potente.
Sin pensar, agarró a Poli a la carrera y lo arrojó contra el presidente, antes que el furioso pudiera alcanzarlo. Luego se giró, saltó hacia su cara, apuntó a la herida y descargó todo el barril del arma.
El potente revólver destrozó la piel y los músculos, y dejó la columna expuesta. Alfa arrojó el arma sobre su hombro para agacharse, sujetar la columna con ambas manos y tirar. Jaló con todas sus fuerzas, rozando los límites de sus tendones. Sintió algunos músculos desgarrándose, las articulaciones de los brazos separándose, sus dedos sangrando, pero al mismo tiempo sentía la médula del monstruo cediendo cada vez más. Finalmente, con un último tirón salió desgarrada del cuello.
Alfa salió volando con su propia fuerza, cayó sobre la calle, agotada y chorreada en sangre de furioso, mientras toda la gente alrededor la miraba con desconcierto.
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Después de que el alboroto hubiese terminado, llegaron paramédicos y la policía para hacer orden. Intentaron llevarse al presidente, pero este se aseguró de hablar con Alfa antes. Mientras los médicos la atendían, se le acercó y le dio la mano.
—No sé cómo lo hiciste, mi estimada, pero salvaste a esta ciudad, a las fiestas y a mí ¿Te quedarás hasta pasado mañana?
—¿Qué hay pasado mañana?— inquirió la androide.
—La celebración del día de Navarra.
Alfa recordó que el presidente daba un discurso durante la mañana del día nacional, todos los años.
—Oh, claro. Sí, aún estaremos aquí.
—Excelente— el presidente apoyó ambas manos en sus hombros, ignorando la sangre de monstruo que la empapaba— acompáñame a la ceremonia, tú y tu hijo serán invitados de honor.
Alfa apenas pudo balbucear una respuesta cuando el presidente se marchó. Pero no se perdió de vista, sino que se dirigió a otro puesto donde se habían establecido los paramédicos a hablar con un hombre grande y robusto. Alfa lo reconoció, era el mismo que los había protegido a ellos tres. Ambos conversaron amenamente, parecieron llegar a una especie de acuerdo. Alfa se preguntó si también lo habrían invitado a la ceremonia.
Poli regresó con Alfa apenas fue soltado por los médicos.. El muchacho la abrazó a pesar de la sangre y la mugre.
—¿Estás bien?— le preguntó Poli.
—Perfectamente, solo tengo los brazos entumecidos— y se acercó para susurrarle— en verdad creo que se me desgarraron, pero para mañana deberían estar bien.
Poli abrió mucho los ojos, desconcertado.
—¿Y no te dolió?
Pero Alfa le dio un beso en la frente.
—No podría estar mejor.
Poli pensó que eso no era una respuesta, pero supuso que estaba de más insistir, dado que él no podía ayudarla.
—Buena idea lo del revólver— apuntó ella— ¿Pero de dónde lo sacaste?
—¿Esa pistola rara? Me la dio el señor— Poli apuntó al mismo sujeto grandote que los había protegido del golpe del furioso.
Alfa abrió mucho los ojos, sorprendida.
—¿Él tenía esa cosa escondida?
—Sí, me dijo que se la diera a alguien para que te la pasara— indicó Poli— pero todos tenían tanto miedo que no podía hechizarlos, así que lo hice yo.
Alfa suspiró, sin saber si felicitarlo por su valor y pensar rápido o reprocharlo por atreverse a hacer algo tan peligroso.
—Fuiste muy valiente, Poli, pero por favor, no te vuelvas a acercar tanto a un monstruo como ese nunca más— Alfa lo tomó de las manos— sabes que si algo te pasara, yo me quedaría sin razón para vivir.
Poli asintió, acostumbrado a que Alfa le dijera cosas así. Luego esta se fijó en el hombre grande que los había ayudado y decidió que también debía hablar con él. No solo los había protegido usando su propio cuerpo, también la había asistido durante la pelea a pesar de estar herido. Alguien así no era cualquier persona.
Alfa se le acercó, curiosa. Se preguntó qué clase de sujeto sería alguien así, por alguna razón esperó a alguien arisco y con cara de pocos amigos. En su lugar, encontró a un hombre grande, robusto, de brazos fuertes y piel curtida. Llevaba el pelo blanco largo atado en una pequeña coleta, la barba espesa y revoltosa, la nariz chata y los ojos profundos, como si le empalara el alma. Su cara era muy expresiva, por lo que era fácil de leerlo. Su sonrisa amplia y frecuente, sus gestos vastos y exagerados.
—Hola— saludó el hombre, sorprendido de encontrarla tan cerca.
—Hola— contestó Alfa— gracias por salvarnos antes... de no ser por ti, mi niño habría sido herido gravemente.
—Oh, no es nada. Gracias a ti por acabar con ese furioso— contestó el hombre— nunca creí ver un espectáculo así. Eres increíble.
Alfa sonrió, extrañada que ese sujeto pudiera hablar con tanta familiaridad después de lo ocurrido. Le agradaba.
—No lo habría logrado sin tu ayuda. Disculpa, pero creo que tu arma se rompió.
—Oh, por favor. Qué es un juguetito en comparación a cientos de vidas. Deja de ser tan humilde; eres la heroína del día, deja que los demás te agradezcamos.
Alfa sonrió y aceptó la propuesta con un gesto de cabeza. Entonces él le tendió una mano.
—Me llamo Pedro, Pedro Filici— se presentó.
Alfa le estrechó la mano.
—Alfa— contestó ella— solo Alfa.
Sintió su mano atrapada entre la enorme extremidad de Pedro. El dorso de sus dedos era peludo, desde sus nudillos hasta el brazo se le veían varias cicatrices. Alfa se preguntó a qué se dedicaría para andar así.
—Es todo un placer conocerte, mi señora Alfa, y será otro placer verte de nuevo en la ceremonia, pasado mañana... a menos que te interese charlar un rato.
Alfa arqueó una ceja, sorprendida al notar que ese sujeto estaba flirteando con ella, sin embargo era tan sutil y su sonrisa tan radiante que no podía sentirse molesta. Al contrario, sintió cosquillas por su espalda.
—Me encantaría, mi señor Pedro, pero no puedo dejar a mi niño solo.
Con eso, Pedro se puso de pie.
—¿Hablas de la niña que tomó mi pistola y se puso a correr hacia el monstruo? ¡Pamplinas!— exclamó risueño, con un gesto amplio de los brazos— ¡No querría nada más que conocer a una jovencita así!
En eso, Poli surgió desde detrás de Alfa y se lo quedó mirando, curioso. Alfa comprendió que a él también le interesaba Pedro.
—Entonces tenemos una cita— confirmó al fin— ¿Qué te parece si nos encontramos mañana en esta esquina? Nos queda cerca del hotel.
—Perfecto para mí— aseguró Pedro.
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Al día siguiente se encontraron en el mismo cruce de calles. Pedro saludó a Alfa y a Poli con exagerados gestos y la voz más alta de lo que necesitaba, aunque no parecía que lo hiciera a propósito. Aún iba vendado por la herida del día anterior, pero se movía como si nada.
Ninguno de los tres había estado nunca antes en Navira, sin embargo Pedro era un hombre que sabía moverse bien a pesar de su enorme cuerpo: pronto hallaron lugares conocidos y también no muy conocidos. Los llevó a través de callejones peligrosos y barrios no muy lindos a ver espectáculos callejeros como malabaristas de cuchillos en llamas, títeres, magos y un mimo. Luego visitaron un acuario, donde Poli se maravilló con las anguilas, rio con los peces de ojos saltones y se sorprendió con las medusas.
Después de eso comenzaron a planear dónde comer. Alfa notó que Pedro no conocía a nadie, pero de todas formas encontraba formas de moverse y obtener información rápidamente. Fue así que, mientras caminaban por una calle, escuchó de pasada a dos ancianos que hablaban sobre algo relacionado con comida. Sin ninguna especie de timidez, el ancho hombre se les acercó, estiró sus brazos sobre los hombros de los ancianos como si los conociera de toda la vida y les sonrió con cordialidad.
—Estimados ¿Escuché algo sobre un restaurante escondido?— les preguntó.
Los ancianos se sorprendieron de que tamaño sujeto los abordara así, pero no tuvieron problema en explicarle lo que buscaba. De esa forma, Pedro averiguó sobre un restaurante clandestino escondido detrás de un salón de apuestas. Inmediatamente se dirigieron allá, cruzaron el salón, entraron por la puerta secreta y se sentaron a la mesa del restaurante escondido.
Mientras comían, Poli vio por la ventana una nave voladora.
—¡Es una nave!— exclamó, emocionado— se ve más grande que las normales.
—Ese era una nave halcón— indicó Alfa, quien también la había visto— tú estás más acostumbrado a las naves tordo.
—¿Cuál es la diferencia?— quiso saber él.
—Los halcones son las más usadas por los militares— explicó Pedro— tienen una capacidad para ocho personas y una bodega de armas, por eso son más grandes. Además, pueden aterrizar solas.
—¡¿Qué?!— saltó Poli.
—Se llama sistema de aterrizaje automático— explicó Pedro— conoces el piloto automático ¿No? Bueno, la nave puede detectar los signos vitales del piloto. Si determina que está inconsciente o herido, el sistema toma el control y aterriza en la primera superficie que encuentra. Es muy útil.
—¿Y los halcones tienen cañones y rayos láser?— inquirió Poli.
—No tienen rayos láser, pero sí tienen metrallas y lanzamisiles.
Poli asentía, emocionado. Alfa miró complacida a Pedro contándole sobre naves y vehículos militares. Incluso relató un par de ocasiones en que había volado unas de ellas.
—¿Eres soldado?— inquirió la androide, luego de que terminaran.
—Sí, pero hoy en día mi trabajo no es más que un puesto de oficina. Muy aburrido— admitió.
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