5.- El Deseo de un Robot (2/2)


—Le dieron a la zona de carga— pensó.

Vio unas llamas por el espejo retrovisor. El camión resistiría un rato más, pero no mucho. Luego miró el cielo detrás de ella, los misiles no se detenían ni la dejaban descansar. Vio uno aproximándose por su derecha y giró el camión a la izquierda. El misil se estrelló en el suelo, explotó y mandó varias rocas volando, las cuales aboyaron la puerta. Luego vio otro por la izquierda y giró a la derecha. El impacto mandó rocas al parabrisas, resquebrajándolo. Seguidamente notó uno que venía justo por el centro. Tensa, buscó en el camino hacia dónde podía esquivar, pero en esa sección había una fisura por cada lado, convergiendo rápidamente y dándole cada vez menos espacio para maniobrar. El camino apenas tenía un ancho suficiente para aguantar al camión, no podía girar.

Desesperada, pisó el freno a fondo. La enorme inercia los impulsó de nuevo casi a golpearse con el parabrisas, y como estaban en tierra suelta, el camión comenzó a girar. Los misiles llovieron desde el cielo e impactaron en todos lados alrededor, incluyendo el estrecho en donde ambas zanjas se acababan. Con la fuerza de las explosiones, el estrecho se vino abajo y toda la tierra alrededor le siguió aceleradamente. De pronto el camión se inclinó, cuando había alcanzado a dar tres cuartos de vuelta. Entonces Alfa vio el enorme hoyo en el suelo al que ya estaban cayendo y supo que esa sería su perdición. El camión cayó con ambos hacia la tenebrosa oscuridad.

Por un momento Alfa no vio nada, pero al percibir el cambio de luz, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad en lo que dura un chasquido. Con eso pudo contemplar, para su asombro, un espacio inmenso bajo sus pies. Era una cueva subterránea de al menos cien metros de alto, con pilares de roca naturales que sostenían el suelo de la superficie y un río a un costado.

El camión caía, ellos con él. Alfa supo que no sobrevivirían al impacto si se quedaban ahí, así que por un momento dejó de pensar y se dejó llevar por mero impulso; con Poli en brazos, saltó por la ventana y cayó libre por el aire.

Notó que el camión se estrellaba con uno de los pilares, derrumbándolo. Ella también se dirigía a uno de estos. Eran enormes torres de roca sólida, así que no habría caso intentar afirmarse, pero al mirar hacia abajo, notó que sus bases terminaban en suaves pendientes antes de conectarse con el suelo. Si las usaba bien, podría aminorar el impacto y quizás salvar a Poli. No había de otra, apenas quedaban unos instantes, así que giró su cuerpo para guiarlo a través del aire hacia uno de los pilares. Al acercarse lo suficiente, apuntó con sus pies al lugar donde comenzaba a curvarse hacia el suelo.

—¡Aquí vamos!

Sus pies tocaron la punta de la base. Ella inmediatamente se encogió alrededor del bebé para protegerlo. Como una bola, giró rebotando por la pendiente. Se estrelló cientos de veces contra la roca en todo el cuerpo, pero a pesar del dolor y del daño, consiguió minimizar el impacto que Poli recibía casi al mínimo. Rodó por toda la pendiente hasta el suelo y continuó por un buen tramo gracias a la energía que llevaba. No se detuvo sino hasta alcanzar varios metros del pilar de roca.

Sentía todo el cuerpo destrozado. Nadie podía sobrevivir a algo así. Sabía que le quedaba poco tiempo, así que se concentró en Poli. Al verlo, aterrada, notó una herida en su cabeza. Ya no lloraba, se había dormido.

—¡No! ¡Poli!— exclamó, desesperada.

Pero entonces otro ruido llamó su atención; el camión, que había retardado su caída unos instantes con el pilar, se había desenganchado. En ese momento se precipitaba justo sobre ellos. Una de las puertas se soltó y cayó de pie, ignorando la resistencia del aire. Alfa supo que tenía que evitarlo, tenía que salvar a Poli. Intentó pararse, pero no podía, sus articulaciones estaban destrozadas. Apenas podía mover sus brazos.

Entonces miró a Poli, al camión, a sus piernas, y supo qué debía hacer. Sin titubear, agarró a Poli con una mano y, con el corazón destrozado, lo arrojó lo más lejos que pudo. El cuerpo del recién nacido rodó violentamente por el suelo varios metros hasta detenerse en un lugar seguro.

—Lo siento, Poli— musitó.

El camión cayó sobre sus piernas, aplastándolas. La puerta suelta cortó rauda el aire y se incrustó en el suelo justo a la mitad de la mujer, cercenando su cintura. Alfa sintió su cuerpo separarse en dos y se puso a llorar; de miedo, de impotencia, de dolor. No quiso ver cómo había quedado. Al menos, finalmente tuvo un momento de silencio.

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Respiró entrecortadamente varias veces. No sabía cuántas veces más podría hacerlo, pero sabía que no por mucho. Pronto la sangre la abandonaría, solo era cuestión de segundos.

Ya sin ataduras a este mundo, levantó la mirada una vez más para fijarse en Poli. Se preguntó cuán lastimado estaría, si esa herida en la cabeza le causaría secuelas, y quizás lo más importante, si alguien iría a ese lugar desolado y escondido y lo salvaría.

Seguramente esos soldados del imperio vendrían a ver qué fue del camión y de los "traidores". Al menos tendría el consuelo de que quizás Poli viviría, aunque su vida sería difícil. Por algo su propia madre había huido con él.

No necesitaba pensar nada más, así que recostó la cabeza en el suelo y se quedó mirando la oscuridad a lo lejos. Esa cueva era muy fría, o quizás era la falta de sangre.

Se quedó ahí un rato, pensando en tonterías. El chillido de Poli no se había detenido, aún le molestaba.

—Quizás venga otra nana en mi lugar— supuso Alfa.

Suspiró. Golpeteó el suelo con los dedos. Escuchó un momento el ruido del río. Era bonito. Se pasó una mano por el cuello.

Vaya, nunca pensó que morirse podría ser tan aburrido. Con algo de asco, se inclinó para ver cuánta sangre y vísceras se le habrían salido ya. Pero en vez de órganos y sangre, encontró piezas metálicas y cables.

Se paralizó un momento, intentando comprender.

—¿Qué?

Anonadada, se llevó una mano hacia el corte que la había partido en dos. Para su sorpresa, notó piezas duras; no huesos, sino metal. También sintió ductos largos y finos, pero no eran venas, sino cables.

Desconcertada, agarró la puerta que la había partido por la mitad, la arrancó del suelo y la arrojó a otro lado. Se fijó en su otra mitad: sus piernas, y vio sus interiores, un interior de metal.

—No...— musitó, a punto de entrar en un ataque de pánico— no puede ser...

Se llevó una mano a la cabeza. En eso recordó que su brazo había sido lastimado. Rápidamente lo giró para mirarse el codo destrozado por la caída, pero en vez de ver hueso y astillas, había dos piezas metálicas unidas y rodeadas de pequeños cablecitos y circuitos. Todo comenzó a cobrar sentido; su fuerza sobrenatural, sus cientos de misteriosas habilidades, su capacidad de mantener la concentración en las situaciones más difíciles, el chillido que la había guiado hacia Poli, incluso su falta de memoria.

—¡Soy un robot!— exclamó.

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Incluso ella necesitó de unos minutos para decantar esto. Revivió sus pocos días hasta ese momento, todo tenía más sentido. No había perdido la memoria en la ciudad abandonada; en ese momento había sido activada. Entonces, solo tenía unos pocos días de vida, igual que Poli.

Se detuvo un momento. Se giró; Poli seguía ahí, en el suelo, lastimado. Alfa ya tendría tiempo de sobra para sorprenderse consigo misma, en ese momento Poli la necesitaba. Pero apenas podía mover sus brazos; sacarlo de ahí se veía complicado, ni con toda la determinación del mundo.

De pronto sintió un cosquilleo por donde había sido cortada. Al mirar, se encontró con una especie de araña de metal, casi tan chica que apenas alcanzaba a verla. La arañita tocaba la superficie dañada, como si quisiera tejer su telaraña ahí.

—¿Qué...

Al acercar su cara, notó que otra arañita de metal apareció desde adentro de su cuerpo y se acercaba a la primera, y luego otra, y otra. Pronto hubo cientos de arañitas, todas manoseando sus vísceras metálicas a gran velocidad.

—¡¿Todas estas cosas estaban dentro de mí?!— alegó, asqueada.

Miró sus piernas, unos centímetros más allá. Desde ahí también surgían arañas metálicas. Incluso en sus brazos. Pronto se vio cubierta por completo. Se preguntó por qué albergaba a aquellos mini robots dentro de su cuerpo, cuando un olor a quemado llegó a su nariz. Al girarse hacia el origen, advirtió a una de las arañas sacando chispas desde sus patas.

—¡Oye! ¡¿Qué haces?!— alegó Alfa.

La araña continuó sin importarle lo que ella dijera, así que Alfa solo pudo ver. El mini robot, que sostenía un cable, se juntó con otro mini robot, que sostenía el otro extremo del cable. Entre ambas y otras más, unieron los cables y los soldaron juntos antes de dirigirse a otra zona dañada.

—¡No puede ser! ¿Ustedes me reparan?

Claro, era obvio. Como no era una criatura orgánica, no tenía células que muriesen y otras que las reemplazaran. Entonces esas arañas debían servir de mantenimiento.

Cruzando los dedos, acopló sus piernas donde debían ir y se recostó un rato para que los pequeños robot hicieran su trabajo. Solo necesitaba la capacidad de pararse para ir a cuidar de Poli. Por mientras, se lo quedó mirando.

—Solo espera, corazón. Ya estaré contigo

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El proceso fue largo y la espera una angustia tremenda, pero luego de un buen rato, Alfa logró ponerse de pie. Su cintura aún tenía varios hoyos, y el resto de su cuerpo necesitaría de unos días de reparación para volver a lo que fue una vez, pero ya podía cuidar de Poli. Rápidamente se dirigió a él y lo examinó. La herida en su cabeza se había detenido, pero aun así había perdido sangre, un lujo que su pequeño cuerpo no tenía.

Alfa lo tomó en brazos, lo levantó y lo acercó a su cuerpo. Entonces, para su sorpresa, Poli abrió los ojos. Solo un poquito, pero la miró, y luego se puso a llorar. Quizás por miedo, quizás por dolor, quizás por hambre, quizás solo porque estaba incómodo. Alfa también se puso a llorar, pero no por el dolor, sino de felicidad. Poli aún luchaba por vivir.

—¡Así se hace, corazón!— le dijo— ¡Sigue luchando! Te sacaré de aquí, te llevaré con un médico y viviremos felices por siempre ¡Ya lo verás!

En eso, oyó el murmullo de unos pedruscos deslizándose y cayendo cerca. Luego miró al cielo, al hoyo en la superficie: notó un puñado de siluetas caminando por los bordes del hoyo y apuntando con sus linternas: los soldados de Drimodel.

Alfa se marchó antes de ser descubierta. Supo que los soldados del imperio no se detendrían en nada para encontrar a Poli, pero ella no les dejaría tenerlo. Era la única luz en su vida, la escondería del mundo hasta el fin.

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