4.- Segunda Oportunidad (2/2)
—583— pronunció de repente el hombre, sorprendiéndola.
Alfa se llevó una mano al cuello, extrañada.
—Asumo que para llegar aquí mataste a todos mis soldados— continuó el hombre— Alguien tan efectiva como tú no dejaría posibles amenazas. Dime, 583 ¿Valió la pena? ¿Tan importante es tu objetivo?
A Alfa le sorprendió que este hombre intentara meterse en su cabeza, era la primera vez que recordaba que alguien quisiera hacerlo, pero no iba a funcionar.
—¿Qué iba sobre esa nave que derribaron?— inquirió.
El hombre suspiró.
—Supongo que a ninguno le interesa responder al otro. A este paso, solo conseguiremos gastar saliva.
Alfa disparó por advertencia, impaciente. Algunos de los operativos se agacharon, amedrentados. Reaccionaban por fin, mas el soldado ni se inmutó.
—Solucionar tus problemas a la fuerza. Es comprensible— admitió el hombre— está bien. Te enfrentaré en combate, pero al menos permite que estas personas se retiren. Son jóvenes e inexpertos, y no te suponen una amenaza. El único aquí por quien debes preocuparte soy yo.
—¿Y por qué debería hacerlo? ¿Para que me ataquen por la espalda?
El hombre se encogió de hombros.
—Si quieres, puedes tratar de matarnos a todos al mismo tiempo. Mis subordinados están desarmados, pero para eso tendrías exponerte a mí.
Para darle peso a sus palabras, afirmó con fuerza la empuñadura de su sable, listo para sacarla en cualquier momento. Por un instante Alfa pensó que simplemente estaba actuando, pero no tenía sentido intentar quedarse solo para enfrentarla.
—Salgan. Rápido— aceptó al fin.
—¡Pónganse de pie!— exclamó el hombre.
Con eso, los operadores se levantaron de sus puestos.
—¡Evacuen!
Tal y como dijo, el personal se dirigió en fila hacia la puerta por donde Alfa había pasado y se marcharon por ahí. Alfa se mantuvo pendiente a un ataque por la espalda, pero nadie lo intentó. Al final solo quedaron ellos dos.
—Cuando te derrote, quiero que me cuentes qué quiere el ejército con esa nave— clamó Alfa.
—SI me derrotas, 583.
—¡Me llamo Afla!— exclamó esta.
El soldado pareció sorprenderse de esto, mas le restó importancia con una risita.
—Como tú digas, engendro— seguidamente sacó su sable y adoptó una postura que anunciaba una batalla difícil— Yo soy Jorge Sotomayor, maestro del sable, y no te dejaré matar más gente inocente.
Al decir esto, el filo en su sable se iluminó en brillante azul.
—¡¿Qué es eso?!— exclamó Alfa, sorprendida.
—Un sable láser— explicó el capitán— con esto puedo cortar hueso y metal como si fueran flan ¡Prepárate, 583!
En un instante, el soldado se lanzó hacia Alfa rápido como una bala, apenas dándole tiempo para esquivar y saltar a un lado. En un parpadeo giró su trayectoria y continuó arremetiendo a Alfa con una velocidad que nunca había visto antes. La mujer rodó por el suelo para hacer distancias, se puso de pie e intentó bloquear los próximos ataques del soldado con un hacha, pero tal y como este le había advertido, el sable cortó por el metal fácilmente, rompiendo el hacha en dos.
Alfa intentó hacer distancias para atacarlo desde lejos, pero el capitán no le dio tregua; por cada paso hacia atrás que ella daba, Jorge la seguía y la atacaba con un furibundo tajo que quemaba el aire. Alfa, incluso con sus impresionantes habilidades de lucha, apenas lograba esquivarlo. El sable vino de arriba, Alfa se hizo a un lado, pero en un parpadeo otro tajo la persiguió en horizontal. Alfa se agachó, pero entonces advirtió una estocada dirigida directo a sus ojos, que solo pudo esquivar saltando.
—¡¿Qué sucede, 583?!— bramó el capitán— ¡¿Sorprendida de que una persona común y corriente te esté ganando?!
Cada vez que el capitán hablaba, generaba más preguntas en Alfa. Claramente él sabía algo sobre ella, sobre todo lo que estaba ocurriendo.
Esquivando y esquivando, Alfa logró acumular cierta distancia, suficiente para sacar su pistola y dispararle. Sin embargo el capitán eludió el cañón con facilidad. Alfa intentó seguirlo y dispararle, pero el capitán era tan ágil que no podía pillarlo. Sin darle mucho tiempo para defenderse, acortó la distancia que tanto esfuerzo le había tomado y le lanzó un tajo que cortó el cañón de la pistola en dos.
—¡Rosas!— exclamó Alfa, arrojando la pistola.
Nuevamente saltó hacia atrás, al mismo tiempo que sacaba su rifle e intentaba apuntar al capitán, pero un arma tan grande se le hizo aun más fácil de cortar. Pronto Alfa se vio con dos pedazos de rifle en las manos en vez de un arma que pudiera usar. También los arrojó al suelo.
—¡Tomates!
Sacó la última arma que le quedaba; su segunda hacha, mas ya no sabía qué hacer. El capitán era un monstruo con el sable y seguramente terminaría cortándole la cabeza. No había escapatoria, el imperio se llevaría la cápsula y Alfa moriría sin saber qué era lo que la llamaba. Mientras esquivaba, supuso que ya había dado lo mejor de sí, que no había nada más que pudiera hacer, que la misión había sido imposible desde el principio.
De pronto Jorge vio una apertura. Mandó su espada directamente al pecho de Alfa. La puna atravesó su piel, su cuerpo, y salió humeando por el otro lado. Alfa se vio la espada clavada en el pecho, estupefacta. Supo que había perdido.
Moriría sin saber cómo ni por qué había perdido la memoria, ni qué era lo que la llamaba. En un instante aceptó su destino. Se dispuso a cerrar los ojos, cuando de pronto, una punzada volvió a aparecer en su cabeza. El chillido no se había detenido; al contrario, resonaba con mayor fuerza que antes, instándola a continuar a pesar de todo.
Una ingente culpa se sumió sobre ella, por tan solo pensar en abandonar su misión. La idea de dejar ese chillido a su suerte la envolvió como una capa de clavos ardiendo y la hizo saltar de horror. No, por favor. Todo menos eso. Alfa no podía soportar esa sensación ni un segundo más.
Así, vio al capitán con una expresión iracunda en su cara y al sable iluminado atravesándole el pecho, sintió el calor quemándole y el dolor que le confirmaba que todo eso era real. Sin embargo, notó algo aun más impresionante; que todavía podía moverse.
Sin pensar más, Alfa estiró un brazo, agarró la muñeca que sujetaba el sable y lo hundió hasta el final en su pecho. Sus caras se acercaron, con lo que Jorge pudo ver la determinación implacable en los ojos de Alfa. El maestro del sable, intentó quitar su mano, incluso soltar su arma, pero ella no se lo permitió.
Entonces le mandó un cabezazo que le hizo retroceder unos pasos. Sin dejarlo recuperarse, tomó su hacha y saltó hacia el capitán. Este subió la mirada justo en el momento en que ella le partió la cara y el resto de su cuerpo a la mitad. El mango se hizo trizas, la sangre se regó por el suelo y el cuerpo cayó pesado.
A la pelea siguió un silencio abismal. Alfa miró en todas direcciones, pero estaba sola. Había ganado su pelea con aquel "amo del sable", fuera lo que fuera. Más importante, tenía que ir a revisar de qué se trataba lo que se encontraba en esa cápsula. Pero antes, se miró el pecho. El láser del sable se había apagado, pero el arma seguía colgando de ella. Por más que le doliera, esto no le impedía actuar de ninguna forma. Algo preocupada de morirse ahí mismo, se quitó el sable y se miró el hoyo que había hecho. Además del dolor no sentía nada raro, así que supuso que milagrosamente no había penetrado nada crítico. Más importante, aún podía moverse sin muchos problemas. Eso le bastaba.
Un tanto aliviada, se giró para contemplar la nave estrellada y la cápsula que no se veía, a cientos de metros en la oscuridad de la noche. Sin embargo, en ese momento notó algo extraño: el chillido no provenía del mismo lugar al que había caído la cápsula. Es más, se estaba alejando. No le tomó mucho tiempo adivinar de qué se trataba.
—¡Los operadores!— se dijo.
Emputecida, le dio un vistazo a la cabina de mando para identificar los controles mínimos que requeriría. Luego de unos segundos supo qué debía hacer exactamente, así que se deslizó hacia uno de los puestos para activar algunas secuencias, luego a otro para hacer verificaciones y correcciones, y finalmente al puesto del capitán, al frente de todo, para tomar el control y elevar la nave. Se estaba saltando muchos protocolos, como cerrar las escotillas, revisar la presión y combustible, y detalles por el estilo, pero no tenía tiempo para tonterías. En un par de minutos la nave se elevó lo suficiente, activó sus propulsores generales y partió a toda máquina por el mismo camino que Alfa había recorrido en moto para llegar ahí.
Tal y como esperaba, la fuente del chillido comenzó a hacerse cada vez más cercana, hasta que lo vio: en la carretera, un camión iba a toda velocidad, el mismo que antes había estado en la zona de carga de la nave que Alfa pilotaba. En ese momento sobre el camión se encontraban varios de los operadores, armados con rifles, pistolas e incluso lanzacohetes. Al verla aproximarse, comenzaron a disparar a más no poder. Alfa quiso destruirlos a todos por engañarla de una forma tan burda, pero no podía, pues no sabía qué tan frágil el contenido de la cápsula podría ser. La podía sentir, la oía claramente, el chillido era más fuerte que nunca, la llama desde el interior del camión, en la zona de carga. Estaba ahí mismo.
Tuvo una idea. Aceleró la nave para adelantar al camión. Cuando se encontró a una distancia prudente, apagó todos los motores y dejó que la nave cayera de estómago. El impacto levantó un montón de tierra por todos lados y destrozó algunos de los computadores en la cabina de mando, pero más importante, el repentino obstáculo en el camino obligó a los operarios del ejército a detener el camión abruptamente.
—¡Mierda! ¡Mierda!— exclamaba el hombre tras el volante.
Luego de detenerse de súbito, intentó dar marcha atrás para huir, mas ya era muy tarde. Alfa salió rompiendo una de las ventanas de la nave y se dirigió hacia ellos a toda velocidad, mientras blandía el sable láser del capitán. Los operativos que no habían caído con la frenada del camión le dispararon con todo lo que tenían, pero Alfa eludió todos sus proyectiles con gracia, les disparó mientras se acercaba, saltó directo al techo del camión para descuartizar a todos quienes se le opusieran, luego continuó con los que aún intentaban recuperarse del impacto y con el conductor. Los mató a todos.
Al fin, se vio sola en medio del desierto, solo ella y lo que fuera que estuviera dentro de la cápsula. En un momento de calma se fijó en el horizonte, donde los primeros rayos del sol se asomaban, ansiosos de un nuevo día. Así se sentía Alfa, radiante y contenta. Fuera lo que fuera lo que la esperaba, sería algo bueno.
Un tanto nerviosa, entró a la zona de carga del camión, donde encontró la misma cápsula que la nave pequeña había expulsado para salvar. Era algo grande y pesada para mover, se notaba que los operadores apenas habían conseguido levantarla. Alfa la examinó un rato, hasta que advirtió una tapa del porte de su mano. Al quitarla, notó un gran botón verde en el centro, así que lo presionó.
Inmediatamente la cápsula soltó un fuerte silbido, producido por un chorro de aire. Luego dejó salir una nube de vapor de alguna sustancia inerte, que le bloqueó la vista. En medio de la cortina de vapor, Alfa oyó un llanto. Ese era el chillido que la había estado guiando. Ansiosa, avanzó rápidamente por el poco espacio que tenía hasta un lado de la cápsula y agitó el vapor que tenía en frente. Entonces lo vio.
Aquello que la había estado llamando todo ese tiempo era un bebé. Se notaba muy joven, no tendría más de un mes de nacido. Era un niño, con los brazos y piernas regordetes y las manos apretadas. Lloraba desconsoladamente.
Alfa se quedó paralizada un momento, sin entender nada. Había viajado tanto por ese bebe, pero no había forma en que ese niño pudiera haberla llamado por su cuenta.
Independiente de eso, el bebé lloraba. Anonadada, Alfa miró hacia atrás, como si los padres del bebé pudieran estar cerca. Luego se volvió a él, lo tomó en sus manos con cuidado. Lo levantó de las costillas y la espalda, lo sostuvo frente a sí. El niño no paraba de llorar.
—¿Mi destino es un niño?— se preguntó, sin poder creerlo.
Nuevamente su vista se volvió borrosa, pero esta vez no era por el vapor. Una lágrima resbaló por su mejilla, seguida de otra, y otra. Alfa estaba llorando, no sabía por qué. Intentó limpiarse los ojos con el antebrazo, pero las lágrimas no dejaban de aparecer.
—Un niño...— repitió.
La sola idea pronto comenzó a parecerle un sueño hecho realidad. Conmovida, acercó al niño a su pecho para abrazarlo y consolarlo, sin poder dejar de llorar.
—Gracias...— musitó, sin saber por qué— ¡Gracias! ¡Oh, gracias! ¡Te juro que te cuidaré y te amaré por siempre, mi niño! ¡Te amaré por todos los días hasta que el sol se extinga!
Sin poder contenerse más, ella también dio rienda suelta al llanto; se desplomó sobre sus rodillas con el niño en brazos para dejar salir todas las emociones que la sobrecogían.
Ese fue el momento más feliz en la vida de Alfa, y aunque viviría muchos más, nunca dudaría cuál ocupaba el centro de su corazón.
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