4.- Segunda Oportunidad (1/2)


Comenzaba a anochecer. Alfa tenía el sol en la espalda, el viento le golpeaba en el pecho por donde la chaqueta no alcanzaba a cubrirla, pero no le importaba mucho. Alrededor el paisaje estaba pelado, solo se veían las montañas nevadas por un lado. Aunque no lo veía, sabía que si seguía hacia el otro lado se encontraría con el mar. Había entrado al desierto cerca del mediodía y aún no le veía el final. Se preguntó si su destino se encontraría en medio de la nada. En verdad, se preguntaba muchas cosas de su destino; como si existía, o si era un lugar, un objeto o una misión que debía llevar a cabo. Fuera lo que fuera, debía tener alguna especie de relación con su pasado perdido.

—Algún día lo encontraré— se dijo— pero por ahora creo que será mejor descansar.

Con toda calma se salió del camino para dirigirse a un montículo a lo lejos. Ahí estacionó, comió un poco y se puso a dormir.

----------------------------------------------

Un enorme monstruo se encontraba sobre ella. Con su pesado cuerpo la tenía inmovilizada en el suelo, estaba a punto de atacarla. Alfa se protegió con sus brazos, pero sus golpes eran poderosos y le dolían un montón. Tenía que defenderse de alguna forma.

Buscó con la mirada alrededor. Para su sorpresa, había mucha gente. Personas conocidas, personas que debían quererla, pero solo estaban paradas, sin hacer nada para protegerla de la bestia, como si esperaran ver su muerte lenta y dolorosa con ansias.

Desesperada, Alfa miró en otra dirección mientras recibía los golpes. Una luz apareció a su derecha, de la cual surgió un hacha.

—Si estos desgraciados no me van a ayudar, lo haré yo sola— pensó, frustrada— ¡Yo sola me salvaré y después los haré pagar!

Sin pensarlo más, tomó el hacha, la alzó en el aire y la dirigió directa a la cabeza del monstruo. Este pareció asustarse un instante, pero muy tarde, no podría esquivar el filo del arma. Entonces, justo antes que la hoja tocara su cabeza, Alfa escuchó una voz proveniente del hacha: un niño. El niño gritaba, quizás de miedo, quizás de dolor.

El tiempo pareció detenerse en ese instante, mientras el niño gritaba y el filo estaba a milímetros de la piel del monstruo.

----------------------------------------------

Entonces despertó.

Aún era de noche, Alfa se puso de pie para mirar alrededor, no había nadie. Se había despertado completamente, aunque se sentía rara, alerta, un poco enfadada. Tenía ganas de romperle el cráneo a alguien sin ninguna razón. Sin embargo, ahí no había nadie que la hiciera enojar tanto. Aún tenía la sensación de impotencia en la lengua. Molesta, se llevó una mano al cuello. Con la yema de sus dedos rozó su código, de memoria, puesto que las líneas no tenían relieves.

Faltaba un buen rato para que el sol saliera, eran exactamente las 4:33 de la mañana, simplemente lo sabía.

Podría desayunar— pensó.

Ya no tenía caso volver a dormir, se sentía ansiosa. Solo podía ir a cazar algo para acallar a su estómago hasta mediodía. Sí, eso era una buena idea. Tomó sus hachas y su rifle, y se puso en marcha para buscar el rastro de un animal; una serpiente o una vizcacha, eso bastaría.

De pronto sintió una punzada en la cabeza, no precisamente de dolor, más bien de culpa. Sentía que debía hacer algo, pero no sabía qué. De nuevo otra punzada. Era como si alguien le señalara con el dedo en dónde se había equivocado, y no poder arreglarlo le irritaba. Luego una tercera punzada. Entonces se dio cuenta que no era una sensación nueva, sino algo que había estado experimentando durante todo su viaje; era el chillido, pero más intenso. Extrañada, Alfa miró en la dirección que le era indicada: se dio cuenta que ya no apuntaba hacia un lado en general, sino que sentía la fuente de ese chillido acercándose, y a gran velocidad.

Estupefacta, se subió a la loma contra la que había dormido y se quedó mirando hacia donde le apuntaba el chillido. Era de noche y estaba oscuro, pero aun así advirtió unas luces a lo lejos, luces de navegación.

—Una nave voladora— la reconoció, aunque no tuviera memoria de ver ninguna— es pequeña, tiene capacidad para seis pasajeros.

A medida que la nave se acercaba, Alfa alcanzó a notar más detalles, como una columna de humo que le salía de un costado. Detrás de esta venía otra nave, más grande, que le disparaba. La nave pequeña zigzagueaba por el aire, casi sin control, mientras que la más grande avanzaba en línea recta y sin detener el fuego. Era una persecución.

Cuando ambas naves pasaron junto a ella, Alfa se dio cuenta que el chillido provenía de la nave rota. Finalmente, luego de una dura pelea, un misil de la nave grande impactó en una zona crítica de la nave pequeña, provocando una explosión y mandándola en picada hacia abajo. En los pocos instantes en que permaneció en el aire luego de la explosión, del vehículo salió una especie de huevo gris, una cápsula, que cruzó el cielo cientos de metros hasta caer a salvo al suelo.

La nave se estrelló contra la acera, sus alas saltaron destrozadas, los pedazos de metal sueltos salieron volando por todos lados, su enorme cuerpo rebotó una vez, separándose de varias partes, cayó de nuevo y se arrastró un buen tramo hasta que dejó de moverse. Lo único que permaneció en pie fueron las llamas, que se convertían en una columna de humo negro y se extendían al cielo.

Luego de haber terminado su trabajo, la nave grande aterrizó en la cercanía. Esta era de color amarillo, más grande que una mansión e iba muy bien armada.

Por su parte, Alfa miraba todo descolocada. Advirtió que el chillido ya no provenía de la nave estrellada, pero no se había detenido; al contrario, sonaba con más fuerza que antes, en un punto más allá que ambas naves. Alfa intentó identificarlo, y aunque no podía ver nada por la oscuridad casi total del desierto, supo que se trataba de la cápsula que había salido de la nave antes de caer. Tenía que ser eso, su destino aún la esperaba, solo tenía que asegurarlo.

Su misión ya estaba clara: proteger lo que fuera que estuviera dentro de la cápsula. Los integrantes de la nave grande claramente querían su contenido para ellos. Alfa tendría que infiltrarse en la nave de batalla, impedir que destruyeran la fuente del chillido, matarlos a todos de ser necesario. Emocionada por al fin tener un objetivo claro, se llevó una mano al cuello, respiró hondo y botó el aire en un suspiro. Ya estaba lista.

Rápida y silenciosamente partió hacia la nave de batalla por detrás, por donde esperaba que hubiera puntos ciegos. Se movió de roca en roca, escondida en todo momento. De esa manera se acercó sin soltar alarmas. Desde esa distancia, reparó en un símbolo grande pintado por un lado; una lechuza con un dedo índice sobre su pico, el símbolo del imperio de Drimodel.

Se preguntó qué hacían ahí, qué relación tendrían con el chillido, pero dejó estas dudas para más tarde. Nada de eso importaba: si tenía que hacerse enemiga del imperio, lo haría.

—Ahora solo tengo que infiltrarme.

Avanzó con cuidado hacia una de las escotillas, por donde salían apresurados varios soldados armados con rifles. Alfa se escondió y esperó, atenta. Luego de unos segundos, los soldados en el exterior se dirigieron en grupo hacia la nave estrellada. En ese momento Alfa vio su oportunidad: antes de que la escotilla se cerrase automáticamente, se lanzó hacia ella y entró rodando.

De inmediato miró a sus alrededores y se sorprendió de encontrarse con las piernas de una persona. Al mirar hacia arriba, notó que el soldado le devolvía la mirada, anonadado.

Por un momento nadie dijo nada. Luego el soldado se llevó una mano a la pistola en la sobaquera, pero Alfa fue más rápida; le golpeó una pierna con un hacha para hacerlo caer y le dio otro hachazo en el cuello, matándolo al instante.

Rápidamente volvió a mirar a sus alrededores; se encontraba en una zona de carga, protegida de la vista de los demás por un par de cajas de suministros. La puerta a su espalda comenzaba a cerrarse, ya no habría vuelta atrás.

Asomó la mirada por un costado de las cajas. Más allá había un camión. Recostado contra el capó se encontraba un soldado sumido en un cuaderno. Después de eso se veían unas escaleras que llevaban a un estrecho pasillo pegado a la pared, que terminaba con una puerta hacia otra sala. Sobre el pasillo había dos soldados más, conversando bajo. No habían oído los hachazos por el ruido ensordecedor del mecanismo de cierre de la puerta.

Antes de partir, tomó la sobaquera y la pistola del soldado que había matado y se la colgó del torso. Luego se escabulló rápidamente a un costado del camión y avanzó hacia la nariz, donde se encontraba el soldado con el cuaderno. En completo silencio le tomó la cabeza y le dobló el cuello en un instante, matándolo. Seguidamente escondió su cuerpo.

En eso se detuvo, escondida, para meditar sobre su próximo movimiento. Debía ser rápida y silenciosa si quería evitar que los demás supieran de su presencia. Miró las armas que tenía; dos hachas, una pistola y un rifle. Con eso bastaría.

Nuevamente se asomó por la nariz del camión, solo para toparse con los soldados buscando con la mirada en el piso inferior.

—¿A dónde se fueron estos tontos?— alegó uno de ellos, antes de fijarse en el pelo rojo de Alfa, asomado desde el camión.

Abrió los ojos como platos, dio un grito de advertencia y buscó su rifle en su espalda, pero antes de poder agarrarlo y llevarlo a su pecho, un hacha le partió la cara por la mitad. Aterrado, su compañero dio media vuelta y echó a correr a toda prisa hacia la puerta más cercana. Alfa saltó desde el primer piso al pasillo, cortándole el paso. El soldado se detuvo un momento. Pensó en enfrentarla, pero la mujer se le adelantó, y le disparó entre los ojos antes de dejarle hacer nada.

Se produjo un momento de silencio. Alfa se quedó agachada en el pasillo, esperando que nadie se hubiera dado cuenta, mas pronto sonó una alarma.

—Qué descuidada— se dijo.

Vendrían varios soldados a investigar el origen del disparo. No podía dejarlos que la rodearan, así que optó por ir a su encuentro. Cruzó la puerta hacia un pequeño pasillo y luego un comedor, donde un puñado de hombres la esperaba con pistolas y rifles. Alfa desarmó al más cercano y lo usó de escudo para detener los disparos de los demás. Les disparó a los que tenía por los costados, arrojó al soldado que tenía contra sus compañeros, saltó detrás de una mesa y les disparó a los que aún se recuperaban del golpe. En un momento ya no quedaban enemigos a la vista, pero Alfa no podía detenerse a descansar.

—Tengo que apurarme, enfrentarlos en grupos de pocas personas antes de que tengan tiempo de reunirse o preparar una emboscada.

Revisó la carga de la pistola; solo le quedaban tres balas. Revisó un cadáver que tenía al lado; tenía el mismo modelo de pistola y ocho balas. Le agregó las tres que le quedaban, la cargó y se marchó.

Así, Alfa pasó por toda la nave, entrando rápida como el rayo, disparando y golpeando soldados antes que estos pudieran reaccionar. Su cuerpo era efectivo y conocía un montón de formas de derribar, inmovilizar, noquear y matar a una persona. Ya no le sorprendía tanto.

Finalmente, luego de varios minutos de golpes, disparos y piruetas, Alfa llegó a la última puerta: la cabina de mando. Lista para lo que fuera, la abrió de un empujón, saltó, rodó por el suelo y apuntó con su pistola. Sin embargo, ante sí no encontró soldados armados ni gritos, sino que una cabina llena de gente operando computadores y consolas de navegación, como si no hubieran oído la alarma. Al centro de todo se encontraba un hombre, el único que parecía haber reparado en su presencia. Llevaba un uniforme militar impecable, blanco de adornos dorados, a diferencia de los demás. Estaría en sus treinta, pero su pelo era blanco y largo, atado en un moño. Su expresión serena, sus facciones agudas. En su cintura llevaba un sable especial.

Ambos se miraron el uno al otro sin decirse nada por varios segundos, mientras el resto de la gente operaba como si nada.

—583— pronunció de repente el hombre, sorprendiéndola.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top