2.- Bestia de la Furia (4/4)
Momentos antes, mientras se marchaba del pueblo, había oído un rugido lejano, seguido de cientos de estruendos; el ruido que hacían los edificios al colapsar. No necesitó ser una genio para darse cuenta que algo malo estaba pasando, así que se devolvió corriendo y siguió el camino de destrucción directo hasta el convento. En ese momento no sabía lo que hacía, no estaba segura de si antes había manejado un rifle y no tenía idea de cómo podría enfrentar a una abominación como esa, pero sentía que se lo debía a las monjas que la habían ayudado.
El monstruo dejó a Berta y se giró hacia ella.
—Ya tengo su atención— pensó Alfa.
Notó que de la gente alrededor, algunas se paralizaban del miedo, otros corrían aterradas. Alfa, por su parte, se sorprendió de lo calmada que estaba. Tenía miedo, por supuesto, sabía que las posibilidades de salir viva de ese problema eran escasas, pero por alguna razón, nada de esto nublaba su juicio o la hacía temblar. Se sentía segura de que, por lo menos, podría dar todo de sí.
Partió por estudiar al demonio; era un ser grande, rojo, de pelo largo y cuerpo abultado de músculos. Se veía atemorizante, pero seguía siendo un cuerpo humanoide, con los mismos puntos débiles de una persona.
—¿Qué tal los ojos?
Inmediatamente apoyó su rifle en su hombro, pero antes de que pudiera apuntar, advirtió que el monstruo entraba a su campo de acción. No había tiempo de apuntar, debía esquivar y buscar una apertura. Así, de un movimiento del brazo se colgó la correa del rifle a la espalda. Luego saltó a un lado y rodó para esquivar un gran manotazo. De inmediato esquivó un puño que trataba de aplastarla.
—Usa movimientos amplios, pero rápidos— iba observando ella— Tiene un alcance muy grande. No me sirve hacer distancia, esquivaré mejor si me acerco y lo sorprendo.
La mujer echó a correr hacia el monstruo, sin dejar de buscar puntos débiles. Este intentó barrer el terreno con un brazo. Alfa necesitó dar un gran salto hacia atrás para eludirlo y continuar corriendo. El monstruo levantó una de sus enormes patas para aplastarla.
—Un ataque torpe— reconoció Alfa— le tomará unos segundos recuperar el equilibrio. Tengo una oportunidad.
Ansiosa, se lanzó a toda velocidad hacia el pie del monstruo, solo para esquivarlo al último momento, girar por el suelo y pasar entre sus pies hacia su espalda. Desde ahí saltó para atajar la punta de su largo pelo, el cual subió rápidamente con nada más que sus manos. Antes de que el monstruo se diera cuenta de a dónde había ido, ella se encaramó a su cuello, se enredó el pelo del monstruo en un brazo para sujetarse, apuntó el rifle directo a la espina dorsal y disparó una, dos, tres veces. El monstruo se retorció con cada disparo. Luego del tercero, Alfa perdió el equilibrio y se vio obligada a bajar de un salto.
El furioso rugió con más fuerza que antes. Adolorido, cayó de rodillas al suelo y se apoyó con las manos. Por un momento, todos los que aún intentaban escapar se detuvieron a mirar al monstruo derrotado y a la mujer con el rifle detrás de él. Rogaron que hubiera vencido al monstruo. Sin embargo, este volvió a ponerse de pie, más iracundo que nunca, y se giró hacia Alfa.
Alerta, esta intentó apuntarle con su rifle de nuevo, pero entonces el demonio le mandó un golpe desesperado. Alfa apenas tuvo tiempo de reaccionar, esquivó el puño por pelos, pero uno de los nudillos del gigante pasó rozando el arma, quitándosela de las manos y doblándola por la mitad como si fuera un alambre. Ya no podría usar ese rifle.
—Tendré que arreglármelas sola.
Pero no pudo pensar de inmediato en algo, pues el monstruo continuó atacando, más rápido, más fuerte y más enfadado que antes. Estaba empecinado en acabar con ella.
Mientras tanto, Finir vio a Alfa, la chica que habían pillado desnuda y desorientada el día anterior en un camino olvidado, peleando mano a mano contra esa temible abominación capaz de destrozar edificios enteros en segundos, y se dio cuenta que había esperanzas.
—Alfa está en problemas— se dijo.
—¡Necesita un arma!— exclamó Berta, en el suelo.
Finir se giró hacia ella, sorprendida de que esta también siguiera la pelea. Pensó en lo valiente que era Berta en comparación a ella, pero ese no era momento de contemplaciones. Berta se giró hacia Finir, tensa.
—¡Finir, debes ir y conseguir un rifle para Alfa!— exclamó.
—¿Ah?... ¡¿Qué?!
—¡Escucha, Finir!— gritó Berta— ¡No sé cómo Alfa puede enfrentarse a esa cosa, pero no podrá aguantar sola por siempre, necesita una forma de matarlo! ¡Debes ir a la entrada del convento, tomar el rifle de uno de los soldados y arrojárselo para que pueda usarlo! ¡¿Entiendes?!
Finir sentía la voz de Berta lejana, como si la estuviera escuchando por la radio.
—¡¿Entiendes?!— repitió Berta.
Con esto, Finir reaccionó.
—¡Sí!
Seguidamente se fijó en el monstruo, atacando a Alfa con todo lo que tenía, y en esta, esquivando los puñetazos y patadas del porte de autos con saltos y piruetas, siempre con la vista fija en su oponente. Eso era, para Alfa esa cosa no era un monstruo: no era algo mayor o algo lejos de su alcance, sino que un oponente: algo que podía derrotar.
Sin más dilaciones, Finir echó a correr hacia la entrada, rodeando la zona de la pelea. En cierto momento oyó un "¡Cuidado!". Al girarse, notó un pedazo de pared del doble de su tamaño, volando directo a ella. Rápidamente se tiró al suelo, esquivándolo por los pelos.
—¡Tengo que apurarme!— se dijo.
Se levantó, continuó su carrera, se volteó un par de veces más hacia el monstruo por si tenía que volver a esquivar proyectiles. En unos segundos llegó hasta la entrada, pero para su mala suerte, esta había sido bloqueada por escombros. No podía atravesarla.
Desesperada, Finir buscó con la mirada por rifles en ese lado, pero no había ninguno; los soldados nunca habían entrado al edificio. No había armas, Alfa era su única esperanza de acabar con ese monstruo y pronto sería destrozada por él. Finir se giró hacia ella, a punto de llorar. Sin embargo, al darse la vuelta, su mirada pasó por la entrada a los comedores, con lo cual recordó un mero instante del día anterior: una voz resonó en su cabeza.
"¿Por qué tienen un escudo en un convento?" había preguntado Alfa.
El comedor, el escudo, las hachas ¡Las hachas! Era una idea loca, pero podía funcionar. Sin perder más tiempo, Finir echó a correr a toda velocidad hacia el comedor. Una parte de la pared y del techo habían caído, pero estaba vacío y la zona que ella buscaba estaba intacta. Ambas hachas la esperaban. Rápidamente la monja se dirigió hacia ellas, rodeando algunas bancas. Se detuvo frente a ellas, las tomó apresuradamente, sorprendiéndose por lo pesadas que eran. Luego se giró hacia el hoyo en la pared: era lo suficientemente grande para pasar caminando.
—¡Por ahí!— pensó.
De un momento a otro salió del comedor, para plantarse donde ninguna monja se había atrevido; justo detrás del monstruo. Alfa, al otro lado, aún no la había visto, demasiado concentrada en esquivar golpes. Estaba algo lejos y el monstruo tenía un alcance muy extenso; Finir no veía posible correr hacia ella y pasarle las hachas, necesitaría arrojárselas. Dándose cuenta de lo que estaba a punto de hacer, la chica tomó aire y se llenó de determinación. Entonces gritó.
—¡AAAAALFAAAAAAAAAA!— vociferó hasta que sus pulmones se agotaron.
Sin esperarlos a que se giraran a ella, Finir arrojó una de las hachas entre los pies del monstruo, seguida de la otra. Con eso, tanto esta como el furioso repararon en su posición. El último, iracundo, estiró una mano para deshacerse rápido de ella.
Alfa, desde donde estaba, notó las hachas rebotando en el suelo de piedra, una lejos del monstruo, otra a sus pies, luego a este girándose hacia Finir. Se encontraban muy cerca, el monstruo la agarraría si no hacía algo rápido. Así, echó a correr hacia el hacha a los pies del demonio, la tomó al vuelo e inmediatamente la usó para arremeter contra su pierna. Sin embargo, el filo rebotó ante el músculo endurecido de la bestia.
—¡Debo encontrar sus puntos débiles!— se reprendió a sí misma.
Ya casi no quedaba tiempo. El monstruo se inclinó sobre Finir. Esta intentó correr, pero nada pudo hacer contra el enorme brazo del furioso. Solo le quedaban instantes antes de que la aplastara.
Alfa despejó todo de su mente y calculó la ruta más corta para salvarla. En un instante se agachó justo detrás del monstruo, pegó un gran salto y agarró su pelo para impulsarse hacia arriba aun más, hasta la altura de la herida que le había provocado con el rifle. Entonces sujetó el hacha firme, la alzó sobre su cabeza. El monstruo alzó a Finir en el aire.
Alfa empleó toda su fuerza y arremetió justo detrás de su cuello. El hacha penetró en su piel y su médula espinal, tanto que la hoja se hundió por completo en su carne. El demonio dejó escapar un último grito ensordecedor y finalmente se desplomó. Su cuerpo levantó una tremenda polvareda, destruyó otra zona de la pared. Después de eso, el convento se sumió en silencio.
Alfa aterrizó a los pies del cuerpo del furioso, su aliento agitado. Se lo quedó mirando un rato, un poco temerosa de que comenzara a moverse de nuevo, pero no lo hizo. Estaba muerto, de verdad muerto.
Entonces, de súbito, un griterío se armó detrás. Al girarse, Alfa notó que las monjas chillaban de alegría, la vitoreaban y aplaudían, sin poder creer que habían sobrevivido a tan espeluznante catástrofe.
Luego miró hacia el otro lado del enorme cuerpo tirado en el piso, en busca de Finir. Para su alivio, la pilló poniéndose de pie entre los escombros del comedor.
—¡Finir!— la llamó mientras se acercaba por un costado.
La monja se puso de pie, su ropa de tonos claros manchada y rajada en varias partes, su pelo despeinado, su párpado hinchado. Parecía confundida. Extrañada, miró a Alfa unos segundos, luego al monstruo detrás de sí y recién en ese momento se dio cuenta de lo que había acontecido.
—¡No puede ser!— exclamó, estupefacta— ¿O sea... ¿O sea que estamos a salvo?
Alfa sonrió.
—Eso parece, al menos hasta que aparezca otro.
—¡No bromees con eso!— alegó Finir, pero ni ella pudo reprimir una risita de alivio.
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A la inesperada pelea le siguió un trabajo más largo y deprimente; juntar los cuerpos, asistir a los heridos y reparar daños estructurales. El monstruo no solo había causado destrozos en el convento, muchos otros edificios, casas y calles se habían visto afectados, y pocas personas podrían pagar las reparaciones. Después de todo, en ese pueblo solo vivía gente humilde. Aun así, el ambiente general era optimista. Sin Alfa, el pueblo entero se habría visto reducido a escombros, todo el mundo lo sabía y se lo agradecía.
De pronto, para sorpresa de los presentes, aparecieron el capitán Gren y el resto de los soldados, sus rifles colgando de sus espaldas. Se acercaron a Alfa mientras esta y otras mujeres del convento y voluntarios asistían a los heridos. Al verlos acercarse, esta se preparó para un enfrentamiento hostil, pero los soldados se plantaron enfrente y le dedicaron un saludo militar.
—Señorita Alfa ¿Verdad?— inquirió Gren.
—Ah... sí.
—En nombre del pueblo entero y del imperio de Drimodel, le agradecemos por sus actos heroicos y su extremo valor durante la catástrofe acontecida. Además, si perdona mi confianza, quisiéramos pedirle que se uniera a nuestro humilde pelotón. El ejército necesita de personas aptas como usted.
Esto provocó inmediatos cuchicheos alrededor, mas Alfa no se distrajo. Extrañada, se puso de pie para no tener que mirarlo hacia arriba.
—¿Se permiten mujeres en el ejército?— inquirió.
—Sí. No se ven muchas, pero el género no juega ningún papel en la selección.
Alfa miró al cielo y suspiró con alivio. Había pensado que tendría que pelear de nuevo y luego salir corriendo como una criminal. Dejó que su cuerpo se destensara.
—Gracias por el gesto, pero estoy en una misión importante— entonces se fijó en Finir, al otro lado del patio, ayudando a alinear a los fallecidos— Además, la ayuda de Finir fue crucial. Sin ella, todos estaríamos muertos ahora mismo.
Con eso, los soldados se giraron hacia la joven monja, completamente ignorante de la atención que se le daba.
—Ya veo— el capitán se la quedó mirando un rato antes de volver con Alfa— no pensé que aceptaría una oferta tan repentina, pero tenía que pedírselo de todas formas. Sea cual sea su misión, su verdadero potencial está en la milicia, señorita Alfa, se lo aseguro. Permítanos ayudarla. Lo que sea que necesite, díganoslo.
Al oírlo, Alfa arqueó ambas cejas, sorprendida. Hasta ese momento no lo había tomado más que como un cobarde y cretino, no se imaginó ver ese lado tan amable de él.
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Esa misma noche, luego de atender los temas de mayor urgencia, las monjas, los soldados y algunos de los pueblerinos se reunieron frente al convento para despedirse de su heroína. Los soldados le entregaron una vieja motocicleta de Pluto. También le entregaron un rifle y municiones. Por su parte, las monjas le dieron una muda de ropa extra, un abrigo y las hachas del escudo del comedor.
—¿Están seguras de esto?— preguntó al recibirlas.
—Por supuesto, la Guía dice que está bien— apuntó Finir— Además, debes ser la única persona en todo el mundo que ha matado a un furioso con un hacha.
Esto sacó un par de risitas de los demás alrededor. Agradecida, Alfa se las amarró a la espalda.
—Bien, ya me voy— aseguró.
Berta le dio palmaditas en el hombro, el capitán Gren le estrechó la mano y Finir le dio un abrazo de despedida. Sin necesidad de quedarse más, Alfa se subió a la moto.
—Ahora solo cabe esperar que sepa usar esta cosa— se dijo.
Y para sorpresa de nadie, la encendió y aceleró sin problemas. Alfa partió hacia la noche, las personas del pueblo alzaron sus manos para despedirla hasta que las luces traseras de la moto se perdieron a lo lejos.
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