15.- El Legado del Rifle (2/4)
Al día siguiente se despertaron temprano y comenzaron a preparar las cosas para marcharse, pero de pronto Alfa se paró en seco y le hizo una seña a Poli para que guardara silencio.
Ambos se permanecieron de pie un momento, atentos, hasta que Alfa lo volvió a oír. De un salto se paró, tomó su hacha y saltó sobre el auto.
—Quédate aquí, escóndete— le dijo mientras se marchaba.
Poli se asustó, pero hizo lo que le ordenaron. Alfa, por su parte, corrió hacia la fuente del ruido, cada vez más fuerte. Escaló por la ladera, esquivó árboles y saltó sobre arbustos y boquetes, hasta que alcanzó ver a poco menos de quince metros una jauría de chacales, zamarreando ferozmente lo que al principio pareció un saco, pero que luego Alfa notó era una persona. Sin detenerse ni un poco, Alfa dejó salir un grito profundo y amenazante a la vez que se acercaba agitando su hacha en el aire como una maníaca. Los chacales se expandieron para evitarla y de inmediato la rodearon. Alfa se paró junto a la persona herida, separó las piernas y asumió una pose de combate, lista para recibir a las bestias.
Los primeros atacaron por la espalda, pero ella los escuchó acercarse y les dio del revés con la empuñadura. Otro intentó aprovecharse de la apertura y saltar a su cuello, pero Alfa también lo escuchó venir; con su otra mano le dio un rápido golpe en el cuello. El perro cayó sobre su espalda y rápidamente se puso de pie para huir, adolorido.
Alfa dejó salir otro grito, dando a entender que podía seguir todo el día. Los animales comprendieron que no valía el riesgo cazar a esas dos presas y procedieron a retirarse. La androide los vio escabullirse entre los árboles y los siguió con la mirada hasta que se perdieron.
Entonces bajó la vista hacia la persona herida; era una joven de pelo largo y algo subida de peso, de piel oscura y tersa, y lindo vestido color rosa. Alfa la examinó bien: no tenía heridas graves, pero sí varios moretones y raspones. No estaba consciente, seguro se había desmayado del susto.
Sin perder más tiempo, se la echó al hombro y partió hacia el campamento. Ahí le dio los primeros auxilios. Aun así, no le pareció que fuera a despertar pronto.
Preguntándose qué hacer, revisó el mapa: cerca había un pequeño pueblo, a unos pocos kilómetros de la carretera. Con eso se decidió, la subió al auto y partieron. El bosque cubría un gran terreno, pero pronto salieron, encontraron el punto de desvío y se fueron por ahí. Así llegaron a Peor es Nada.
—¿En serio este pueblo se llama Peor es Nada?— inquirió Poli, contrariado.
—Hay gente poco seria en este mundo— explicó Alfa.
Pero para ser lo único mejor que "nada", al menos tenía un hospital. Alfa y Poli llevaron a la niña allá y contestaron todas las preguntas de los médicos. También se quedaron con ella, dado que nadie la reconocía.
La joven se despertó recién por la tarde. No se asustó ni se sobresaltó, abrió los ojos lentamente y poco a poco se acostumbró a su ambiente. Se fijó en Alfa y Poli, pero no les prestó atención hasta que miró todo el resto de la sala. Luego se volvió hacia ellos de nuevo.
—Hola— la saludó Alfa.
—Hola— contestó la niña.
—Me llamo Alfa, este es Poli.
El muchacho saludó con un movimiento de la cabeza. La niña, al fijarse bien en él, se lo quedó mirando con sorpresa un momento.
—Yo...— contestó— yo soy Amanda.
—Un gusto, Amanda ¿Cuántos años tienes?
—Trece.
—¿Trece años?— Alfa había pensado que solo era una niña agrandada, quizás por sus cachetes regordetes, pero en verdad estaba en la pubertad. No se notaba— Amanda, te diré por qué estás en un hospital, pero primero quiero asegurarme que no te alterarás, por tu bien ¿Entendido?
Amanda asintió.
—Te encontré en el bosque, cerca de aquí. Te estaban atacando unos perros— aseguró.
Amanda asintió. Aparentemente recordaba ese episodio.
—Te trajimos aquí y los doctores te trataron. Dijeron que estarías bien en un día, pero que necesitas reposar ¿Entiendes? No tuviste daños severos.
Amanda asintió de nuevo. En verdad no se le había ocurrido la idea de quedarse con secuelas por el ataque de los animales, pero de todas formas era un alivio escucharlo.
—Ah... gracias— se apresuró a decir.
Alfa y Poli sonrieron, complacidos.
—No te preocupes. Pero me gustaría saber ¿Qué hacías en el bosque sola? ¿Estás perdida?
Amanda se la quedó mirando, confundida al principio, luego bajó la mirada, triste. Negó con la cabeza.
—No, no estaba perdida... o... quizás sí.
Alfa le dio tiempo para que ordenara sus pensamientos. Después de un poco, Amanda pareció lista para contestar.
—Me... escapé de casa— admitió, al mismo tiempo que sus ojos se cuajaban de lágrimas— unos hombres malos fueron a buscar a mi mamá, comenzaron a romperlo todo... mi mamá me dijo que huyera...
No pudo seguir, porque el llanto tomó su garganta y su cara se estrujó como un acordeón. Alfa y Poli intentaron consolarla, pero poco pudieron hacer sin saber nada de ella.
Después de unos minutos, Amanda se calmó lo suficiente para continuar. Alfa preparó unos pañuelos por si acaso.
—Me escabullí en un camión y viajé sola... mucha gente me gritó y me echó a patadas...
Rápidamente fue sobrecogida de nuevo, por lo que Alfa le pasó más pañuelitos para que se secara las lágrimas.
—He estado unas semanas así. Camino todos los días hacia cualquier lugar. A veces hay gente buena que me da comida, otras veces encuentro cosas en la basura que aún se pueden comer... pero hace poco escuché a unos soldados que hablaban sobre...— tuvo que inhalar y exhalar una gran bocanada para calmarse y no echar a llorar de nuevo— sobre mi papá.
Alfa y Poli notaron que lo decía como una leyenda, como un tesoro perdido.
—Dijeron que el mejor tirador se estaba escondiendo en un bosque. Mi papá es el mejor tirador del mundo, así que sé que ahí debe estar. Sé que encontraré de nuevo a mi papá. Entonces él podrá ir a proteger a mamá y volveremos a ser una familia feliz de nuevo.
Las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas. Alfa ya no tenía que pasarle pañuelitos, ella los sacaba por su propia cuenta.
Lo que decía no tenía mucho sentido de por sí, pero hacía fácil imaginarse qué clase de vida había tenido hasta el momento. Poli miró a Alfa, sin saber ni siquiera qué pensar sobre todo eso.
—¿Y sabes por qué esos hombres malos buscaron a tu mamá?— inquirió Alfa.
La niña asintió. Luego de sonarse los mocos, respiró hondo para calmarse de una vez por todas.
—Dicen que mi papá les tenía que pagar algo que les debía, que si él no estaba por ningún lado, entonces mi mamá debía hacerlo.
—Entiendo— dijo Alfa— ¿Y estás segura de que tu papá está en ese bosque?
La niña la miró un tanto sorprendida, como si no hubiera pensado que podría haber otro bosque.
—No del todo, pero es lo que creo. Los soldados que escuché mencionaron un "bosque de por aquí cerca".
Alfa meditó un momento.
—Quédate aquí por ahora, deja que los enfermeros te atiendan y reposa hasta que te den de alta. No te preocupes por el dinero, yo me encargo de eso.
Ella y Poli se pusieron de pie.
—Vendremos mañana a ver cómo te sientes ¿Entendido? Así que reposa.
Finalmente se despidieron y se dirigieron a la puerta, cuando Amanda los detuvo.
—¡Esperen!— les pidió— ¿Y si mañana aún no me dan de alta?
—Entonces te quedarás hasta el otro día— contestó Alfa sin pensarlo dos veces— Amanda, tienes suerte de estar viva. Que no se te olvide.
—Ah... está bien— contestó, intimidada.
Alfa y Poli se retiraron del hospital y buscaron una posada cercana para quedarse. Afortunadamente había algo así, por lo que pudieron instalarse sin problemas. Luego fueron a recorrer el pueblo a ver qué había, pero era tan chico que después de unos minutos ya no hubo nada más que recorrer. Sin más, volvieron a su habitación y se entretuvieron en la compañía del otro hasta la noche.
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Al día siguiente se dirigieron al hospital para ir a ver a Amanda, pero al ingresar, notaron a los enfermeros y auxiliares corriendo por todos lados, como si hubiese estallado una epidemia. Alfa fue con la recepcionista a informar que iban a visitarla. Sin embargo antes de poder abrir la boca, la mujer se llevó una mano a los ojos con un gesto dramático.
—¿Qué?— alegó Alfa.
—Es su niña, anoche escapó y no tenemos idea de a dónde se fue— admitió, apenada.
Alfa se quedó un segundo helada, pero no quiso perder tiempo e inmediatamente se dirigió a la habitación de Amanda. Tal y como le habían dicho, ahí no había nadie.
—¡Niña estúpida!— exclamó la androide.
—¿A dónde se fue?— inquirió Poli.
—¿A dónde más? Poli...— Alfa pensó en decirle que se quedara ahí mientras esperaba, pero no podía arriesgarse a dejarlo al cuidado de los funcionarios.
Así, ambos se dirigieron al auto para subirse y echar a andar al bosque a toda prisa. Se adentraron hasta el centro, cerca de donde habían acampado el día anterior, estacionaron y se bajaron a buscar. No tenían cómo saber a dónde tenían que ir, por lo que comenzaron a marchar en cualquier dirección. Alfa tenía un sistema de navegación que les impediría perderse, pero de todas formas fue marcando algunos de los árboles por donde pasaban, por si acaso.
Caminaron alrededor de una hora. El sol estaba en un ángulo distinto de cuando habían partido, Poli comenzaba a cansarse y el terreno que pisaban no era el mismo de antes.
—Me está dando hambre— comentó el niño.
—Ya se acerca la hora de almuerzo, pero aún no estamos ahí, corazón. Aguanta un poco más— le pidió Alfa.
—Está bie...
Alfa se agachó y le tapó la boca. Luego le hizo un gesto con la mano para que prestara atención, Poli se la quedó mirando atento. Intentó escuchar lo que ella escuchaba, pero no hubo caso, su oído mecánico era mucho más agudo que el de una persona normal.
—Varios hombres— susurró.
Alfa llevó a Poli contra el tronco de un árbol y lo hizo pararse quieto ahí. Luego, casi sin esfuerzo, escaló por el tronco hasta la copa para mirar desde lo alto. Como se encontraba en un bosque, no vio nada más que árboles por un buen rato, hasta que de pronto, bien a lo lejos, notó una figura paseándose. Al principio se le hizo difícil distinguirla, pero se quedó quieta y no le quitó la vista de encima. Después de varios segundos, advirtió el mismo azul apagado del uniforme de los soldados del imperio.
—¡Argh, manzanas!— masculló.
Se bajó del árbol con cuidado de no hacer ruido.
—Poli, tenemos que irnos.
—¿Qué?
—Hay solados aquí. Creo que nos siguieron.
—Espera ¿Dices irnos del bosque? ¿Y qué pasa con Amanda?
Alfa se paró en seco, luego suspiró.
—Tendrá que arreglárselas sola. Nosotros estamos en mayor riesgo ahora que ella.
—Pero puede ser atacada de nuevo— alegó Poli.
Alfa lo sabía, su mente rápida ya había recorrido todas las cruentas posibles muertes de Amanda en ese bosque, sin embargo, su misión era prioridad.
—Lo siento, Poli, pero te llevaré a la fuerza de ser necesario.
Poli se quedó helado. Luego intentó rodearla para echar a correr bosque adentro, pero Alfa, sin necesidad de incorporarse, lo tomó de un brazo y se lo retorció en la espalda. Poli intentó zafarse, pero solo era un niño. Alfa se lamentó de tener que hacerle eso, pero no iba a dejar que el imperio lo capturara. Sin soltarlo, lo levantó y le tapó la boca. El muchacho pataleó, pero no había forma de zafarse por su cuenta.
La androide comenzó a caminar despacio, haciendo el menor ruido. El auto no estaba muy lejos, quizás podía llegar antes que los soldados se dieran cuenta. Sin embargo, antes de avanzar mucho, oyó un disparo. Inmediatamente se lanzó contra el tronco del árbol más cercano. Al mismo tiempo, una bola de energía cruzó el aire donde su pie se retiraba. El impacto con la tierra causó un impacto que destruyó todo en un radio de 15 centímetros.
Alfa se quedó mirando el lugar del impacto; no sabía qué había sido eso, pero sabía que lo habían disparado sus enemigos. Ya los habían detectado.
Entonces una segunda explosión reventó al otro lado del tronco a su espalda. Sintió el impacto a través de la madera, las astillas saltando en todas direcciones. El árbol no aguantaría dos de esas bolas de energía.
Alfa necesitaba saber qué era lo que los atacaba, por lo que asomó la cabeza: notó a los soldados del imperio corriendo hacia ella, pero ninguno le apuntaba. Luego, sobre sus cabezas, advirtió una esfera amarilla acercándose a una alarmante velocidad. Inmediatamente escondió la cabeza. La esfera brillante pasó en línea recta justo en el lugar donde su cabeza había estado hace un instante.
La esfera entonces golpeó un árbol al otro lado, no muy lejos, y explotó con tal energía que echó a volar casi un tercio del diámetro del tronco.
—¡¿Balas de energía?!— observó Alfa.
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