14.- La Lealtad de una Asesina (2/2)


De todas maneras, se quedó sola esa tarde. Tenía muchas ganas de ir a tomar y divertirse en algún bar o una discoteca, pero antes necesitaba comer; se dirigió al centro de la ciudad y entró al primer restaurante decente que encontró. Ahí se sentó y ordenó un trago para empezar. Se preguntó qué estaría haciendo Alfa en ese momento. Aún no se tragaba que estuvieran en bandos contrarios.

—Quisiera una copa payaso— oyó la voz de una niña, un par de mesas hacia un lado.

—Está bien, pero pídela después del plato principal— contestó su madre.

—Hace tiempo que no tomo una copa payaso— recordó la niña— no sabía que aquí también las tenían ¿Dónde crees que las hayan inventado?

—Ni idea, corazón ¿Qué tal si lo investigamos después?

—¡Sí, podemos ir a la biblioteca!

La madre rio, satisfecha. Finir no pudo evitar escuchar algo de su conversación, y aunque lo hizo sobre el ruido general de todas las otras conversaciones del salón, notó que había algo familiar en sus timbres. Curiosa, se giró hacia el origen de las voces, pero en eso advirtió a un sujeto que le tapaba. Tuvo que inclinarse para verlas. Primero notó una cabellera roja, radiante como modelos de revistas, luego su cara pecosa y sus ojos de rubí.

—¡No puede ser!— exclamó para sí, antes de perder el control sobre su silla y caer estrepitosamente al suelo.

Con el estruendo que causó, todos en el restaurante se giraron a verla y los meseros cercanos a socorrerla. Por supuesto, Alfa y Poli también se la quedaron mirando. Entonces Finir se puso de pie, roja por la vergüenza y se giró hacia ellos. Los saludó con la mano y una sonrisa culpable.

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Antes de darse cuenta de lo que ocurría, se encontró en la misma mesa junto a ambos, sin saber qué decir ni cómo comportarse. Alfa y Poli la miraban con curiosidad.

—No planeas reunirte con nadie del imperio ¿O sí?— confirmó Alfa antes que nada.

—No, no. Solo quería almorzar... tengo la tarde libre.

—Ah.

Sus platos no tardaron en llegar, comenzaron a comer. Finir observó que Poli aún tenía problemas con el servicio, pues intentaba empujar la carne con el cuchillo en vez de serrucharla como debía. Luego notó que, dado que era un niño, el ángulo en que sostenía el cuchillo le dificultaba usarlo. Pensó en decirle cómo hacerlo, cuando, de pronto, el mismo Poli se detuvo, pensó un momento y comenzó a serruchar. Aparentemente Alfa ya le había enseñado.

Entonces los miró a ambos, sin saber qué pensar. Aún no podía creer del todo que Alfa fuese un robot. No lo parecía, para nada.

—Emh...— dijo para tomar la palabra, aunque no supo bien por dónde empezar.

Había demasiadas preguntas, muchas de las cuales no sabía si podían causar una reacción violenta. Aun así, Alfa y Poli habían alzado la vista hacia ella. Esperaban algo. Finir se puso nerviosa, así que dijo lo primero que se le vino a la mente.

—Entonces, Alfa... escuché que eres un... un robot...

Alfa tragó lo que tenía en la boca, se limpió con la servilleta y asintió. Finir no esperaba una respuesta tan franca; sintió una presión en el pecho.

—Lo descubrí después de conocerte— agregó— mientras huía con Poli del imperio.

—¿Eh? ¿Entonces, cuando nos conocimos, no sabías que eras un robot?

—No, para nada. Aunque sabía que era distinta.

Finir sonrió. Eso había quedado claro cuando ella sola mató a aquel furioso, diez años atrás.

Luego miró a Poli, el cual demostraba una excelente educación para su edad. Daba gusto mirarlo comer. Finir podría haberse quedado ahí, simplemente contemplándolo por el resto del día. No podía creer que ese niño tan tierno podía darle cualquier orden que se le ocurriera.

—Y este pequeñín es Poli ¿Verdad?

Poli asintió.

—¿Y tú eres Finir?— inquirió este.

—Así es. Soy una vieja amiga de tu mamá— se presentó Finir.

Poli miró a Alfa, algo extrañado; no solía conocer a sus "viejas amigas".

Finir luego miró a Alfa con una duda en su mente, pero se contuvo un momento, insegura de preguntar algo tan ofensivo. Sin embargo, Alfa tomó la palabra.

—¿Cómo está Berta?

Finir bajó la mirada, apenada.

—Berta falleció unos meses después de que te marcharas.

Alfa se paró en seco, sorprendida.

—Lo siento.

Finir le restó importancia con un gesto de la mano.

—Está bien, pasó hace mucho. Es más, yo fui afortunada. Verás, hubo otro ataque de furiosos, esta vez aparecieron cuatro en el mismo día. El pueblo no aguantó. En un par de horas no había dónde esconderse... murió un montón de gente y...— se llevó una mano al ojo que ya no tenía, meditabunda— hubiera muerto en mi habitación de no ser por Berta. Huimos, pero no podíamos hacer nada contra un monstruo así. Estaba segura de que iba a morir en ese momento, pero de pronto, del cielo cayó un héroe que mató al furioso y me salvó.

Finir suspiró, contenta con ese recuerdo.

—No me digas que ese sujeto era Pío— alegó Alfa.

—Sí, él mismo. Era el maestro más cercano en ese momento, fue una suerte que lo fuera. Después del ataque, yo misma fui y me enrolé en el ejército para volver a encontrarlo. Pensé que... bueno, solo era una pequeña posibilidad, pero me imaginé que también podría encontrarte a ti, ya que ya no había un pueblo al que pudieras regresar.

Alfa se recostó contra la silla, consternada.

—¿Y ahora eres una de sus agentes?— inquirió.

—Escalé puestos por varios años. Además, le insistí un montón. No sé si me dejó en el cargo por mis aptitudes o para dejar de molestarlo, pero de todas formas estoy satisfecha con el resultado.

—Vaya, sí que has estado ocupada— comentó Alfa.

—¿Y tú?— Finir se fijó en Poli otra vez— ¿Cómo llegaste a...

—Oh, eso— Alfa pellizcó la mejilla del niño— yo tampoco lo entiendo del todo. Solo sabía la dirección donde tenía que ir y lo encontré.

Entonces notó la mirada inquisitiva de Finir.

—¿Y no te... ¿No te sientes mal de... raptarlo?

Esto la sorprendió bastante.

—¿Raptarlo?

—Lo siento, no quería que sonara tan feo— dijo nerviosa.

Alfa meditó un momento.

—Finir, no lo rapté. Poli me fue encomendado por su madre.

Esta vez fue Finir la que se sorprendió un montón. Miró a Poli, esperando ver su reacción, pero este no pareció incomodarse en lo más mínimo. Su plato parecía más importante que la discusión de esas dos adultas.

—¿Su madre? ¿Te refieres a la difunta esposa del Sil?— confirmó Finir.

—Andrea Poliast, sí. Mira, no sé lo que las personas del imperio dicen al respecto y no me importa. Cuando encontré a Poli solo estábamos él y yo. La señora Poliast ya... ya no estaba, solo una grabación de sus últimos deseos. Ella no quería que el imperio pusiera sus manos sobre Poli, tanto que dio su vida para evitarlo. No estoy segura de qué quieren, pero lo que vi me basta para llevármelo lejos... ¿Entiendes, Finir?

La aludida comprendía lo suficiente para no mantener una postura contraria, así que decidió permanecer neutral mientras se encontrara en descanso. Rápidamente alzó las manos y le mostró las palmas, indicando que no pensaba usar la fuerza.

—Entiendo, entiendo... lo siento, hasta el momento solo tenía la versión que me dio mi maestro... pero sabía que no podía ser completamente cierta. Sabía que tú no habrías hecho algo tan malo.

Alfa se relajó. Por un momento pensó que iba a necesitar su hacha.

Sin embargo, Finir se notó desanimada.

—Por un momento pensé que podría convencerte de rendirte y que podríamos estar del mismo lado de nuevo, pero ya ni siquiera me atrevo— echó un vistazo a Poli— ¿Y quién no querría cuidar a un muchachito tan lindo?

—¿Entonces por qué no vienes con nosotros?— inquirió Poli.

Finir se horrorizó al pensar que lo estaba diciendo como una orden, pero luego notó que era una pregunta; ningún hechizo tuvo efecto, solo el deseo de responder. Se preguntó si el muchachito había pensado en todo eso.

—Oh, no. No podría.

—Poli tiene razón. Serías de gran ayuda— indicó Alfa.

—¿De verdad?— exclamó Finir.

—Por supuesto, no cualquiera esquiva mis hachazos— recordó la androide.

Una sonrisa radiante surgió en la cara de Finir.

—Ay, no sabes lo feliz que me hace escuchar eso— admitió— pero no puedo.

Miró a Poli, esperando que no reformulara la pregunta como una orden, pero no lo hizo. Solo se la quedó mirando con sus ojos grandes y encantadores.

—¿Es por Pío?— adivinó Alfa.

—Sí— contestó Finir— es más que mi jefe, Alfa. Oponerme a ti es una pena, pero si me encontrara del lado contrario con él... no lo soportaría.

Alfa se puso pensativa.

—Pío del kukri ¿Eh? Se habla mucho sobre él, como de todos los maestros. He oído que es el más sanguinario— mas al ver la cara triste de Finir, se apresuró a corregirse— ¡Pero si tú lo sigues, me imagino que esos rumores deben ser infundados, seguro!... ¿Verdad?

Finir suspiró.

—No conozco mucho a los otros maestros, solo los he visto de pasada, pero no puedo desmentir esos rumores. Es verdad, mi maestro puede llegar a ser muy apegado al orden, a veces tanto que lo prioriza sobre la vida de mucha gente. En mi tiempo en el ejército no necesité matar a nadie hasta que me encontré bajo su mando... pero aun así, es un buen hombre, hace lo que cree justo y siempre salva a todas las personas que puede.

Alfa se recostó sobre la silla una vez más, rendida.

—Qué fastidio, en serio que no te puedo convencer de unírtenos— alegó.

Finir sonrió con culpabilidad.

—Lo siento.

—Está bien. Pero ten en cuenta que la próxima vez que nos veamos quizás tengamos que pelear a muerte— le indicó Alfa— Que te quede claro, la vida de Poli es mi prioridad, luego su seguridad, luego su felicidad. Si me parece que puedes amenazarlos de alguna forma, no dudaré en matarte.

Dijo todo esto con calma, como si leyera algo aburrido en voz alta, pero Finir no pudo evitar sentir el peso de sus palabras como un augurio.

—Entiendo— dijo, intimidada.

Alfa alzó una copa, tomándola por sorpresa.

—¿Qué?

—Salud, por nuestras misiones.

Finir no se sentía feliz como para alzar su copa. Tanto la posibilidad de morir a manos de Alfa como de ayudar a su maestro a matarla a ella, le aterraban. Quería negarlas, buscar otra forma, pero entonces comprendió la razón de que Alfa alzara su copa: la invitaba a una competencia sana y sin remordimientos. La advertencia que le hizo antes no era una amenaza, solo una aclaración, una cortesía para que no se sintiera traicionada cuando su futura pelea se llevase a cabo. Finir tragó saliva. A pesar de haber madurado por diez años, seguía admirando a Alfa.

Recompuesta, alzó su copa para chocarla con la que tenía enfrente. Ambas se miraron sin desprecio ni malos sentimientos, solo dos amigas con distintos objetivos.

Luego de terminar la cena, y antes de pagar la cuenta, Finir se fijó en Poli. Este notó que era observado y la miró de vuelta, inquisitivo.

—¿No me vas a ordenar nada?— preguntó Finir.

—¿Eh?

—La gente obedece todo lo que les digas ¿O no? Pero no me has ordenado que me pase a su bando o algo así.

—Ah, eso.

Finir se giró hacia Alfa.

—¿Tu mami te impuso reglas sobre tu habilidad?— supuso.

—No. Alfa no me ha dicho nada— reveló él— solo no se me ocurrió.

El corazón de Finir se aceleró de un momento a otro, pero Poli no le tomó importancia.

—¿Entonces quieres unírtenos?

—No, pero... solo quería saber por qué no intentas hipnotizarme.

—Bueno, ya lo dijiste; no quieres.

—¿Eh? No me tomes mal, me alegro, pero me siento subestimada.

Alfa rio disimuladamente.

—Poli es un chico bueno, no asumas lo peor de él... aunque Poli, si quisieras darle cualquier orden, siéntete libre de hacerlo.

—¡¿Qué?!— saltó Finir— ¡Oye!

Poli se quedó mirando a Finir, la cual se paralizó por momentos. Él volvió a hacer origami con su servilleta.

—No veo razón para hacerlo.

Finir respiró con alivio.

Después de terminar y pagar, se despidieron. Alfa y Finir se abrazaron afuera del restaurante y se marcharon por caminos distintos. Sabían que la próxima vez que se vieran quizás intentarían matarse la una a la otra, pero por ese día no habría ninguna pelea.

Finir no le contó a su maestro lo que sucedió esa tarde, ni él sospechó nada. La posición de la androide y el príncipe demonio permanecería un misterio por un tiempo.

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Unos cuantos días después, Finir y Pío se encontraban conduciendo por una ciudad. Se dirigían a reunirse con un informante, un espía infiltrado en la mafia local, que solo tenía una ventana de unas horas para entregarles la información de manera segura y en persona. Un poco más tarde tendría que partir a otro lado, y con eso, su información se perdería. La información en cuestión era sobre la ubicación de Alfa y Poli, luego de que uno de sus muchachos de la mafia oyera una conversación entre ambos sobre las próximas rutas que tomarían.

Se dirigían hacia la reunión con toda calma, pues tenían tiempo de sobra. Sin embargo, de pronto escucharon una explosión a lo lejos, seguida de varios estruendos. De pura reacción, Pío giró en el cruce y se dirigió al origen de la explosión. Los estruendos se hicieron cada vez más fuertes a medida que se acercaban.

—Esto me suena a furioso— comentó el maestro, tenso.

—¡No puede ser!— exclamó Finir.

—Cuando lleguemos, tú céntrate en proteger a la gente. Yo lo distraeré.

—¿Y qué hay de nuestra reunión?— alegó Finir.

—Finir, te di una orden— contestó él, acallando toda protesta.

La asesina cerró la boca y procedió a hacer lo que le mandaron en cuanto llegaron al lugar del incidente. Tal y como había dicho el maestro, se encontraron con un furioso. Había mucha gente alrededor, pero Pío se encargó de distraer al monstruo, con lo que no hubo más de dos muertos; las personas que habían perecido antes de su llegada. De esa forma, para cuando apareció el resto del ejército, el monstruo ya había sido derrotado y solo quedaba reparar los daños materiales.

El maestro se fue a sentar, cansado después de una pelea con una bestia de la furia. Finir se le acercó y se sentó a su lado.

—¿Está bien, maestro?— le preguntó.

—Sí, solo quiero relajarme un rato.

—¿Qué hay de la información?— inquirió ella.

Pío levantó la mirada un momento, con su cara de pocos amigos.

—Se perdió— dio por toda respuesta.

Finir se lo quedó mirando, satisfecha. Pío notó esto y le echó un vistazo incómodo.

—¿Qué sucede?— alegó.

—Me alegro de estar a su lado, maestro— le espetó.

Pío no supo qué responderle, pero no fue necesario decir nada; en ese momento Finir se recostó en su hombro. Así se quedaron un buen rato, descansando.

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