13.- La Deuda del Mandoble (3/3)


Poli miró a Alfa, confundido, mas esta tampoco sabía qué decir. Esperaba que ese maestro de armas los atacara o se llevara a Poli, pero solo se quedaba ahí, hablando tristemente al huérfano que había intentado matarlo.

Ivo se echó a llorar de nuevo, esta vez a pulmón vivo. Francisco se agachó junto a él y le tendió la mano sana. Ivo se fijó en este gesto y se lo quedó mirando, sin saber qué significaba.

—Le debía un montón a tu padre, pero nunca pude pagarle. Por favor, al menos déjame cuidar de ti. No estoy seguro, me imagino que es lo que hubiera querido.

Ivo, sin dejar de llorar a mares, apretó los puños con años de sentimientos reprimidos. Había esperado que esa fuera su venganza, que ese sujeto fuese un villano que solo había matado a su papá por maldad, no por necesidad, no que fuera su amigo, no que lo salvara de un cuchillo al aire, no que ignorara su intento de matarlo. Completamente derrotado, Ivo se dejó caer sobre el enorme hombro de Francisco. Este, sobrecogido, lo abrazó con cuidado para asegurarse de que no escapara.

Así se quedaron unos minutos, juntos. Seguidamente Francisco se puso de pie y se dirigió a la androide.

—Tu nombre es Alfa ¿No?— inquirió.

La aludida asintió. Francisco también.

—Eres mucho más fuerte de lo que pareces. Pedro me habló un poco de ti, dijo que eras encantadora.

Alfa se sonrojó, un poco descolocada. Francisco sonrió.

—Me fue ordenado perseguirlos a ustedes dos, pero me has vencido y estoy herido, así que no estoy en condiciones de pelear con nadie. Más importante, me encantaría agradecerles por reunirme con este jovencito ¿Sería mucha molestia acompañarme a mi casa?

Alfa frunció el ceño, desconfiada. Ni en cien años pensarían que lo decía en serio.

—¡Sí!— exclamó Poli, emocionado.

—Excelente, no puedo esperar— aseguró Francisco.

—¡Poli!— saltó Alfa, preocupada.

—Oh, descuide, señorita. Le juro bajo mi título de maestro que no intentaré nada contra ustedes. Después de todo— echó un vistazo a Ivo, quien ya se había calmado y lo miraba con curiosidad— estaré ocupado cuidando de este pequeñín.

—¿Eh? ¡No soy ningún pequeñín!— exclamó Ivo.

Francisco le acarició la cabeza, risueño. Ivo se dejó.

Alfa sentía que no debía aceptar, pero no había nada que le indicara que Francisco faltase a su palabra. Sabía que se arrepentiría, pero al final aceptó.

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El maestro los llevó a su casa: una mansión con varios sirvientes, dos piscinas, un gimnasio enorme, tres autos, un halcón personal y un tigre de mascota. Les dio habitaciones y les dejó usar el baño para que se sacaran el polvo y el sudor que se habían ganado con todo el jaleo. Finalmente los invitó a divertirse y a un banquete, incluso les regaló ropa nueva. Poli e Ivo se fueron a jugar en la piscina, mientras que Francisco se fue a entretener a Samael, su tigre. Alfa lo acompañó, aún curiosa.

—¿Por qué eres tan amable con nosotros?— inquirió, desconfiada.

Samael se lanzó sobre Francisco y le mordió la cabeza con suavidad, pero al maestro pareció no importarle en lo absoluto, solo le hizo cariño en el lomo con sus enormes manos.

—El chiquillo se llama Poli ¿No? Él me salvó la vida, es normal que me sintiera agradecido... aunque más que eso, fue por reunirme con Ivo. De no ser porque lo salvaron allá en el paseo, habría dejado que la gente se lo llevara como un ladrón y nunca lo habría encontrado.

Alfa lo miró de reojo, extrañada.

—Vaya, de verdad ese Marco significaba mucho para ti.

—Con tanto poder e influencia, muchos quieren acercarse a mí para sacar provecho. Marco era de los pocos que se acercó para darme felicidad sin esperar nada a cambio. Lo apreciaba un montón...— contestó melancólico— sabía que tenía un hijo, pero pensé que se habría ido con otro familiar. Nunca se me ocurrió que se quedaría solo y andaría vagando por las calles... de haberme enterado muy tarde de esto, creo me habría arrepentido toda mi vida.

Hizo una pausa, pensativo, luego la miró.

—Nadie les hará nada en esta casa, pero tampoco insistiré en que se queden aquí, si eso te pone más tranquila.

Alfa suspiró. Ya no sentía que necesitaba estar tan a la defensiva. Conversaron con Francisco sobre la ciudad y cómo la caída de la resistencia había traído consecuencias a toda Swinha. Francisco mencionó que las calles se veían más tranquilas y que muchas protestas habían parado.

Finalmente Alfa sacó una duda que había tenido por un tiempo.

—Oye ¿Por qué los maestros llaman a Poli "príncipe demonio"?— preguntó al fin— ¿Es algo por lo que debería preocuparme?

Francisco la miró, pensativo.

—Supongo que no es tan secreto, pero si alguien pregunta, yo no dije nada ¿Bien?

Alfa asintió. Francisco suspiró y se pausó un momento, haciendo memoria.

—Tampoco es que los maestros sepamos los detalles. El Sil debe ser la única persona que conoce todo acerca de Poli. Lo que me dijeron fue que el niño tiene un poder especial... me imagino que tú ya sabes de qué se trata.

Alfa asintió.

—Su control sobre los demás, sí, lo conozco bien.

—Además de eso, nos dijeron que no hay forma de que se transforme en una bestia de la furia cuando crezca.

Alfa abrió los ojos como platos.

—¿Está vacunado?— supuso, contrariada. Estaba segura que Poli no tenía ninguna cicatriz de vacuna cuando lo encontró.

—No, el Sil dijo que era algo distinto. Dijo que lleva la sangre de un demonio.

Alfa lo miró descolocada.

—¿Un demonio?...— intentó pensar en qué podía significar eso— ¿O sea del Sil?

—No dio más detalles— aclaró Francisco— pero por la forma en que lo decía, no me pareció que fuera él mismo. Lo decía como si... como si conociera a ese demonio. Lo dijo con desprecio, como si estuviera harto de él, o ellos, o... ¿Quién sabe? Podría estar refiriéndose incluso a los furiosos... pero esos no son "demonios", solo son personas enfermas. Lo de príncipe demonio surgió entre nosotros, mientras hablábamos después de esa reunión. Fue Pedro quien comenzó a llamarlo así.

—Pedro...— repitió Alfa entre dientes.

—Sin duda Pedro sabe más del tema. Técnicamente los seis maestros tenemos la misma autoridad, pero Pedro es el más antiguo y el mejor amigo del Sil. Él ya era un maestro cuando sucedió el incidente de Poli hace diez años.

Francisco dejó de hablar. Alfa lo miró, esperando más, pero comprendió que le había dicho todo lo que sabía.

—Ya veo— dijo al fin— gracias, Francisco.

—Siento no ser de mucha ayuda.

—No, al contrario. Saber que Poli no se convertirá en una de esas bestias me da un inmenso alivio.

Francisco sonrió.

—Me alegro.

Continuaron conversando sobre asuntos más triviales. Finalmente se dirigieron adentro para ver en qué estaban los niños.

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A la mañana siguiente, Alfa y Poli se despidieron y continuaron su viaje. Francisco e Ivo los siguieron con la mirada mientras se marchaban colina abajo, hasta que se perdieron de vista.

—¿Crees que los volveremos a ver?— le preguntó Ivo a Francisco.

—Su viaje está lleno de peligros, pero creo que sí ¿Por qué?

Ivo se sujetó un brazo, algo incómodo. Francisco notó que se sonrojaba.

—Me gustaría volver a ver a Poli— admitió.

Francisco rio ligeramente.

—Ah, sí. Es un chico adorable, ese Poli.

Tras oír eso, Ivo abrió los ojos grandes como platos y se giró, desconcertado.

—¡¿Un chico?!

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Mikeas Utriar, el Sil, se encontraba trabajando como de costumbre en su castillo de castillos. Discutía ávidamente con sus generales y ministros sobre materias importantes, sus argumentos decidirían si miles de personas de países lejanos tendrían comida o no durante los próximos diez años ¿Era más importante eso o darle más recursos a las abatidas fuerzas en la frontera con Trenvon, donde habían muerto cientos de soldados del imperio? Pero había ocurrido un enorme incendio en la capital de Brebre, la prioridad debía ser ayudar a las víctimas.

Estos y decenas de otros problemas habían sido puestos sobre la mesa. El Sil tenía que solucionarlos, distribuir recursos y personal, y hacerlo rápido para que la gente no lo viera como un tirano que usaba el dinero de sus impuestos en lujos estrafalarios. Así eran todos sus días; su mente trabajaba rápido para encontrar caminos que se encargaran de esos problemas. Estaba en medio de designar las responsabilidades de dos de sus generales para administrar cada uno un país del imperio, cuando de repente las puertas se abrieron. Apareció un joven con una bata. Mikeas lo había visto un par de veces, en el laboratorio imperial.

—Mi Sil, siento mucho interrump...— quiso decir, pero él mismo fue interrumpido.

—¡Oye! ¡Esta es una reunión privada!— le reclamó el ministro de cultura— ¡Nadie puede entrar así!

El joven científico se encogió sobre sí mismo, intimidado. Estuvo a punto de salir entre reverencias, cuando el Sil lo detuvo con un gesto de la mano.

—Si pasó por seguridad, es porque tiene algo importante que decir— comentó— Habla, muchacho ¿Qué sucede?

—Es el proyecto Omega, mi Sil— contestó el científico— fue un éxito, mi Sil.

Los políticos guardaron silencio, preguntándose de qué se trataba dicho proyecto. El mismo ministro de cultura estuvo a punto de insistir al joven que se retirara, cuando el Sil se puso de pie de un salto, tomándolos a todos por sorpresa.

—Dejaremos el resto para mañana— ordenó— aquí termina la reunión.

Los políticos se quedaron mirando al gobernante con desconcierto.

—Pero mi Sil, no hemos llegado a un consenso en nada— alegó un general— y además tenemos que...

Pero Mikeas lo ignoró. Caminó en línea recta hacia la salida a paso veloz y le indicó al joven científico que lo siguiera. Ambos salieron de la sala de reuniones del castillo y dejaron botados a todos los anonadados políticos. Se apresuraron hacia el laboratorio, donde descendieron rápidamente hasta la sala con la ventana, pero cuando el Sil se acercó a la puerta para abrirla, su guía le indicó que ese no era el camino.

—La trasladamos a una habitación más... cómoda— indicó el científico.

—Ah, claro.

Mikeas lo siguió, más rápido que su guía. Atravesaron un par de pasillos, pero para alivio del Sil, no fue mucho. Pronto cruzaron una puerta distinta y se hallaron en una habitación que no había visto antes. Era cómoda, muy esponjosa. El suelo y las paredes estaban acolchados, adornados con tonos pastel. También había decenas de peluches de animalitos y adorables cuadros hechos para niños. A un lado, sobre una bonita cama de sábanas blancas, se hallaba una mujer. Era joven, de largo y sedoso pelo negro y ojos azul brillante. El Sil se la quedó mirando largo rato. Ella apreciaba sus pies, curiosa. Parecía extrañada de que estuvieran ahí. Luego de unos segundos, levantó la mirada hacia el Sil y le sonrió.

—¡Miki!

El Sil se la quedó mirando, anonadado. Era exactamente lo que había buscado y, sin embargo, se preguntó si había hecho lo correcto.

—Andrea.

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