11.- La Orden de los Maestros de Armas (1/2)
En otro lugar del continente, lejos de Navarra, se encontraba un gran río que circundaba un enorme y hermoso valle de verdes prados, infestado de brillantes flores de todos colores y gráciles animales que iban a pastar y a correr libres. Al medio de este gran valle se había construido una imponente ciudad, con muros blancos, calles espaciosas y bien cuidadas, edificios enormes que se comparaban con las montañas a lo lejos y varios puentes y túneles que facilitaban el acceso adentro y afuera de la ciudad. En un rincón se alzaba un sólido e ingente castillo, con docenas de entradas, patios y torres, cientos de pasillos y pilares, miles de estatuas y gárgolas, y un millar de escalones. Al centro de este enorme castillo, en el nivel más alto, se hallaba otro castillo más pequeño, similar en tamaño a una mansión y rodeado de un glorioso jardín, cuya belleza pocas personas podrían imaginar. Ese era el castillo del Sil, el comandante general de las fuerzas del imperio de Drimodel.
El Sil, Mikeas Utriar, era un hombre de mediana edad, de mirada penetrante como si fuera un halcón, de bigote y barba finos, nariz grande y postura impecable. Siempre iba acompañado de sus doce guardias de confianza, una fuerza de élite temida y conocida.
En ese momento, el Sil salió de su castillo, seguido de su guardia personal. Cruzó los jardines, se subió en un auto que lo esperaba y dejó que su chofer lo condujera hacia una de las torres fortificadas de su enorme ciudad fortaleza. De ahí ascendió hasta el tercer piso y se dirigió desde la recepción hacia la única sala de conferencias en todo el piso. Más que una sala de conferencias, era un lugar donde relajarse. Había varios sillones extremadamente cómodos, con posavasos, descansa pies y botones con todo tipo de funciones; una enorme tele, una fuentecita, un acuario con hermosos peces y una mesita llena de comida lujosamente preparada.
En esa sala se encontraban cinco personas cuando apareció. Uno de ellos era Pedro, quien había volado directamente a la capital de Drimodel por orden del Sil. Los otros cuatro eran personas de distintas alturas, complexiones y personalidades; todos de pelo blanco y armas peculiares. Estos cuatro miraron a Mikeas con curiosidad.
—Mis queridos maestros de armas. Gracias por acudir tan rápido— los saludó el Sil.
Los cinco maestros de armas saludaron con una leve reverencia.
—No es problema ¿Pero una conferencia entre todos?— se extrañó uno de los invitados, un hombre delgado, de cara expresiva y pelo largo atado en una cola— ¿Qué sucede, jefe?
—Falta uno— comentó un segundo hombre, de gran cuerpo y ancha espalda.
Los presentes guardaron silencio un momento. Algunos le restaron importancia, otros se mostraban extrañados.
—Debe estar recuperado de su accidente— le restó importancia Pedro— ya le haré un resumen.
—Se ve contento— comentó otro hombre, mientras miraba al Sil. Era grande y grueso, de sonrisa complaciente.
—Déjenlo hablar— demandó una mujer de gran complexión y enormes músculos— Mi Sil, por favor.
Sin poder contenerse más, Mikeas golpeó la mesa con sus manos, botando algunos de los platos, y exclamó las nuevas que le había llevado Pedro.
—¡Encontraron al niño! ¡El príncipe demonio, mi hijo, está vivo!
Todos con excepción de Pedro abrieron los ojos de par en par y pusieron más atención.
—¿El niño de la señora Poliast?— inquirió la mujer robusta.
—¡El mismo!
Los maestros de armas se quedaron mudos, sin saber qué decir. Atónitos, se miraron las caras.
—Felicidades, mi Sil— comentó Pedro, al final, con lo que el resto reaccionó y también lo felicitó por las buenas noticias.
—Gracias, gracias, pero no los llamo para que me den palmaditas— Mikeas volvió a golpear la mesa, emocionado e impaciente— Mis maestros de armas, no sé a quién más le puedo encomendar esta tarea. Quiero a mi hijo de vuelta ¡Necesito a mi hijo de vuelta! Y para eso necesito que ustedes lo encuentren y lo traigan. Desafortunadamente, no será tan fácil.
Hizo una pausa dramática. Le gustaban las pausas dramáticas. Levantó un dedo para indicarles que prestaran especial atención a lo siguiente.
—Al niño lo cuida una androide, una de las temidas nanas. Por lo que me contó Pedro, ella morirá antes de entregarlo al imperio. Esta será una misión difícil, no les mentiré ¡Cualquiera de ustedes podría morir!
—¡JA!— exclamó la mujer robusta— Nunca pensé tener la oportunidad de pelear con una de esas máquinas. Será un buen desafío.
—Será sencillo para mí— indicó el hombre de la cola de caballo— estoy hecho para este tipo de trabajo. La destruiré sin que se dé cuenta.
—Deberemos ser cuidadosos— comentó el sujeto grandote de espalda ancha— pero dudo que aguante el peso de mi espada.
El hombre sonriente frunció el ceño, ya no tan contento.
—Tenía que ser un niño— rezongó.
—Muy bien, muy bien. Me gusta que todos estén tan entusiasmados— los felicitó el Sil, ignorando el comentario del último— confío en que podrán conseguirlo, pero de todas formas, Pedro ¿Querrías contarles a tus compañeros cómo es esa androide?
El maestro del hacha se aclaró la garganta.
—Nos enfrentamos a 583—alfa. Su destreza con todo tipo de armas es admirable. Además, posee varias habilidades superiores a las capacidades humanas. Si piensan en ella como un autómata, solo morirán. Abórdenla como si abordaran a uno de nosotros y cuídense de su hacha, que es pesada como la mía y rápida como los kukris de Pío.
Los otros cuatro maestros de armas se miraron las caras, mostrando varias emociones. Uno parecía satisfecho, la mujer emocionada, otro simplemente asintió, el último apretó los labios, pensando en otra cosa.
—Bien, entonces. Confío en que lograrán traerme al chico ¡Por la gloria de Drimodel!
—Por la gloria de Drimodel— contestaron con distintos grados de emoción.
----------------------------------------------------
Menos de una hora más tarde, el Sil y tres de sus guardias se dirigieron al laboratorio imperial, el establecimiento más prestigioso de ciencias y tecnología del mundo. Contaba con cientos de las mejores mentes que hubieran existido. El Sil tenía en mucha estima a la ciencia y el conocimiento, y designaba una generosa parte del presupuesto imperial al descubrimiento y desarrollo de nuevas tecnologías. Con esto, el imperio avanzaba a zancadas en comparación a otras naciones.
Apenas llegar, el director del laboratorio fue a recibirlo. Junto a él y un grupo de los más grandes científicos del momento, se dirigieron hacia una sección secreta en el enorme edificio. Desde ahí pasaron por varios sistemas de seguridad hasta un ascensor, que los llevó a los pisos subterráneos. Seguidamente atravesaron más pasillos y giraron en más esquinas hasta que toparon con una sala especial. El Sil y sus guardias avanzaron hasta pararse al frente de una ventana, donde se podía ver la sala contigua.
Ahí, detrás del vidrio, se hallaba una enorme máquina llena de brazos mecánicos armando y reparando, cortando y ensamblando, todo según las precisas órdenes del brillante equipo de expertos que dirigía la operación. Al centro de la máquina, sujeta por soportes adecuados a su anatomía, se hallaba una persona, o eso esperaba Mikeas.
—Dijeron que faltaban unas semanas ¿No?— recordó el Sil.
—Así es, mi Sil, pero le recuerdo que también le mencionamos que puede haber complicaciones durante el proceso. Es muy delicado y cualquier pequeña falla podría llevar a catastróficos resultados.
El Sil asintió.
—Sí, tómense el tiempo que necesiten. No me conformaré con nada menos que la verdadera.
El científico asintió, agradecido de tener un emperador tan comprensivo.
Expectante, el Sil se acercó a la ventana para apoyar una mano, como si quisiera ir y tomar a la persona del otro lado en sus brazos, mas luego sonrió de oreja a oreja.
—Oye...— le susurró— Encontramos a Eduardito.
----------------------------------------------------
Después de una hora de vuelo, llegaron a Cuna. El pueblo se veía pacífico, silencioso, quizás demasiado. No había gente en las calles, no había nada, salvo un par de cabras. Alfa notó que algunas casas habían sido destruidas, quizás uno de los furiosos de Navira había pasado por ahí, arrasando lo que encontrara en su camino.
No podía perder el tiempo buscando sobrevivientes, pues sabía que al imperio no le tomaría mucho llegar a ese pueblo. Se dirigió a su casa, aterrizó en el patio y entró a sacar las cosas esenciales: ropa, comida y artículos de higiene. No se olvidó de la grabación de Andrea Poliast, por si Poli la necesitaba más adelante.
El muchacho se quedó mirando su casa desde afuera, triste. Sabía que probablemente no volvería a verla, quizás nunca. No recordaba ningún otro lugar que Navarra y la idea de irse de ahí lo atemorizaba un poco. Alfa dejó todo lo que pudo en la nave antes de acercarse a él. Despacio, depositó una mano sobre su cabeza.
—¿Estás listo, corazón?— le preguntó con un hilo de voz.
Poli asintió. Sabía que ella tampoco quería irse.
Seguidamente sobrevolaron el pueblo, pero no vieron a nadie asomándose por las ventanas. Cuna se había transformado en un pueblo fantasma.
—¿Qué crees que haya pasado?— preguntó Poli.
Alfa notó que este observaba lo mismo que ella. Se apresuró a elevar la nave para perder al pueblo de vista y evitarle posibles traumas.
—No hay cuerpos en las calles, deben haber ido a refugiarse al búnker cercano después de ver al furioso— dedujo.
Esperaba que ese hubiera sido el caso. Aun así, con la enfermedad que el imperio había desatado en Navira, solo era cuestión de tiempo para que hicieran lo mismo en otras ciudades importantes de Navarra. El país entero estaba condenado, debían huir hacia el sur.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top