7, Conflictos a bordo.

Iban detrás de Peach. Desde que dejaron el cuartel no había dicho ni una palabra, tan solo hizo una seña para que fueran con ella.

Arabella podía entender el mal humor de una joven bruja. Le habían dado una tarea a la fuerza, que era ser la guía de sos ancianos que se veían apenas mayor que ella.

—Solo iré por el rastreador, mi tarea no es ir por esa niña —les aclaró.

—No te preocupes, no creo que Ceci se haya ido tan lejos —dijo Arabella.

Aunque no estaba tan seguro si era así de cierto. Aún con un poco de magia hubiese sido fácil buscarla. Existían hechizos, básicos, pero eficientes para buscar a una niña perdida o el rastro de magia débil. El artefacto era una especie de fachada a lo que muchos creían. Solo que nadie quería perder la ilusión.

Peach no dijo nada, y apuró el paso. Arabella quiso detenerse a tomar un poco de aire a causa de un mareo, pero tampoco quería perder el tiempo pensando en lo que le sucedía. La realidad fuera de su cuerpo la sobrepasaba, y algo que la bruja a la cual seguían le daba una extraña sensación.

Desde que se cruzó con su mirada azul eléctrico, creyó que no era la primera vez que lo hacía. Que en algún momento, tuvo la sensación de hacerlo. Al igual que su magia. Estaba esa barrera invisible y sensible que las separaba, y no termina de identificarla.

—¿Te sientes bien? —preguntó Hisirdoux—. Estas pálida, amor.

Cuando lo vio, algo en ella tembló. Era su ceño fruncido y preocupado, el brillo en sus ojos ámbar, el suave color de piel. No había día en que no viera a su esposo con devoción, como si fuera el único ser humano al cual podía darle hasta lo más oculto en su ser, sin embargo ahora, podía ver un enigma.

Con dudas, con un temor a lo desconocido llegando de la persona a quien más amaba, se detuvo, y cuando él lo hizo, Arabella tocó su rostro. Parecía la primera vez que lo hacía, y buscaba algo que la desconcertaba.

—¿Pasa algo? —preguntó confundido—. Arabella, ¿Te sientes bien?

Cuando se dio cuenta, Peach los esperaba a un metro, de brazos cruzados. Estaba claro que esperar, ni medio minuto, era parte de sus virtudes. Arabella la observó, y luego a su esposo. Algo tenían ambos, que a ella le hacía doler la cabeza.

—¿Qué ocurre? —preguntó Peach—. No quiero estar todo el día con esto.

—Solo danos un minuto, necesita aire —dijo Hisirdoux, y le sonrió—. Por favor.

Arabella notó un leve rubor en las mejillas trigueñas de la joven bruja. Esta rodó los ojos, y le dio la espalda.

—¿Qué ocurre? Es como si hubieras visto un fantasma —insistió en saber Hisirdoux.

—Nada, solo que, creo que el té de Grace me cayó mal —dijo y sonrió—. Debo ir al medico, no puedo andar con el estomago sensible, no con lo que me gusta comer.

—Te dije que te haría mal —dijo en un tono burlón.

Arabella se inclinó para darle un beso rápido en los labios, y se sonrió.

—Siempre tienes razón —murmuró.

Hisirdoux le dio un beso en la frente, y Arabella respiró aliviada ante el contacto de sus labios. Por un momento pensó en decirle que ya sabía lo que el médico le diría, pero la insistencia de Peach para volver al camino la sacó de sus reflexiones.

Era una señal. Estaba segura de eso.

Llegaron a la base de una mensajera. Que fue un respiro del mal humor de Peach. La otra bruja los recibió con una amplia sonrisa, y agitando una mano en el aire. Parecía emanar un brillo propio, que les daba ganas de pasar tardes a su lado, bañados por su luz. 

Era hermosa. Traía el cabello rojo y largo, lleno de ondas. Destacaba aún más gracias a su blanquecina piel, repleta de pecas y lunares. Sus ojos, eran vibrantes, como los colores en plena primavera.

—Creo que le gustas —murmuró Arabella—. Sonríele.

Peach la vio, y frunció el ceño de inmediato. Con esa misma velocidad, Arabella supo que habló de más. Debía dejar de la lado la idea de ser su amiga, esa muchacha no era como Clara u Olivia.

 La mensajera amplió aun mas su sonrisa al ver a Peach a unos pasos de ella, dejando en evidencia lo que Arabella comentó. 

—Hola Peachy —saludo la mensajera—. Oh, gente nueva, entiendo tu cara. A ella no le gusta la gente. Por cierto, soy Alaida.

—Un gusto Alaida, somos ... —dijo Arabella.

—Se quienes son —exclamó Alaida—. No puedo creer, Peach, ellos son una leyenda.

—Se quienes son —murmuró Peach.

—Deben disculparla, tiene pasado, los de su generación no les cae bien, salvo por Grace —contó Alaida.

—¿Les sirvo té? Digo, para que le cuentes toda mi vida, Alaida —la regañó peach.

Alaida sonrió apenada, y sus pálidas mejillas se tiñeron de rojo. Peach se mordió el labio al notar como la pelirroja se hizo pequeña en su lugar. Se regañó así misma por haber sido tan brusca con una de las personas más amistosas del lugar. Y quizás Arabella tenía razón en algo, solo que ambas se gustaban.

—Quizás cuando todo esto termine, pueden, de verdad tomar algo de té y charlar —dijo Peach—. No de mi, pero de lo que quieran. Se que te fascina hablar de historia mágica.  

Arabella sonrió aliviada, al ver un nuevo tipo de rubor en ambas. Dentro suyo, nacía una necesidad de abrazarla, y felicitarla por no ser tan gruñona, pero se contuvo, y apoyó la mano en su hombro descubierto. Fue cuestión de unos segundos, que un choque eléctrico la hizo apartarse, cubriéndola una vez más con esa angustia de momentos atrás. Dándole más dolor de cabeza, y muchas más ganas de vomitar.

Se hizo hacia atrás, y se forzó a sonreír.

—A nosotros nos encantaría —dijo Arabella, con voz trémula—. Ahora vamos por ese artefacto, quiero que esto acabe pronto.

Alaida sonrió alegre, y dio un pequeño brinco en el lugar.

—¿A dónde quieren ir? —preguntó con entusiasmo.

—Queremos saber las coordenadas de Blake, le robó a Grace, y lo quiere devuelta —respondió Peach.

—Si, ella no se veía muy contenta —añadió Hisirdoux.

—Si, a Grace no le gusta esa clase de rebeldía —acotó Alaida—. Están en un barco, creo que iban por un cargamento.

Se posicionaron en una pequeña tarima redonda. Era la primera vez que viajaban en un tipo de mensajería no tan clandestina. A su alrededor habían cristales blanco para la seguridad. Alaida se preparaba, para abrir el portal. Antes de tomar su largo cetro lunar, se puso unos guantes, y respiró un par de veces.

—Lo siento, son los nervios —dijo y dio una sonrisa.

Dicho eso, conjuro un hechizo que hizo brillar un círculo rodeado de runas sobre la tarima. La luz color aguamarina de su magia los cubrió, y en segundos llegaron al barco del que hablaban.

La magia de Alaida parecía ser más potente que el de otras mensajeras, lo suficiente para que Arabella buscara un lugar seguro para vomitar. Fue cuestión de segundos para que su estomago comenzara a vaciarse.

Y mientras Hisirdoux le sostenía el largo cabello rubio para evitar más desastres, Peach, trataba de no vomitar igual. No por ver a la bruja doblarse sobre sus rodillas y expulsar todo, sino porque la magia de mensajería le afectaba de formas que no lograba explicar. Más la de Alaida. No elegía ese método para ir de un lado a otro, sin embargo, no le quedaba más alternativa que esa.

—¿Estas bien Peach? —le pregunto Hisirdoux.

Giró para verlo, y la preocupación natural que el mago tenía, hacia ella y la otra bruja, le hizo cosquillas en el pecho. No eran muchos los que tenían un auténtico sentimiento como ese, ni que le provocaba algo así en su interior. Quería sonreír, y asentir como alguna vez hizo siendo una niña que iba de familia en familia.

—Si, soy algo sensible con los viajes mágicos —explicó.

—Arabella igual, podrá hacer lo que quiera, pero nunca viajar tranquila por los portales de las mensajeras —dijo Hisirdoux.

—Estoy bien —dijo Arabella.

Se enderezó y le sonrió a su esposo por estar allí después de haber visto un acto asqueroso. Él seguía después de años de verla hacer todo ese espectáculo a causa de la magia de mensajería.

—Tu cabello está a salvo —dijo Hisirdoux.

—Siempre es gracias a ti —respondió Arabella—. Te daría un beso pero es un asco.

—Oh amor, cuando estés embarazada lo tendré que hacer —dijo, y buscó algo en la mochila de la rubia—. Pero hasta que suceda, una menta.

Arabella sonrió, negando con la cabeza. Tomó la menta, y tras comerla, le besó la mejilla. Aunque minutos atrás la escuchó vomitar y él consolarla, Peach ahora veía toda una escena contraria. Eran muy dulces, ya lo habían demostrado antes, pero en ese momento se superaban.

Arabella notó como Peach los veía, y también le sonrió. Contra la extraña sensación que le causaba su presencia, se acercó para ver que estuviera bien.

—Se que Doux te pregunto, pero no esta de más saber de más —dijo—. ¿Cómo te sientes? Entiendo esto de los viajes, son una maldición.

—De verdad, estoy bien —respondió Peach y se apartó un poco—. ¿Son así todo el tiempo?

—Solo cuando la magia nos altera ¿Quieres un dulce? Circe me ha enseñado a no salir de casa sin estos —contó.

Cuando Peach iba a decir algo, alguien más llamó su atención. Al darse cuenta, estaban rodeados de otros jóvenes mágicos. Entre ellos un castaño que no dejaba de sonreír burlón.

—Cambiaste de parecer, amor mío —exclamó—. Ya te extrañaba, me haces mucha falta, Peach linda.

Saltó frente a ellos desde lo alto de un piso por encima, y se acercó lento, pisando fuerte con sus gruesas botas de cuero. Al mismo tiempo, tanto Hisirdoux como Arabella y Peach, rodaron los ojos ante el andar del otro muchacho.

—Les presento al idiota de Blake —dijo Peach de malas ganas.

—Uh, lastimas mi corazón, rubia —dijo Blake fingiendo pena.

Llevó su vista verde a los otros dos acompañantes de la bruja. Los vio con atención, se acercó a ellos. Tenían algo, que no podía reconocer del todo, pero se le hacia familiar.

  Quizás el cabello rubio de Arabella, o la piel trigueña de Hisirdoux. O eran sus pecas a penas visibles, o esas largas y delgadas pestañas.

  La nariz, una con una delicada curva en el puente, y la otra recta y alargada.

  Eran sus ojos, no por se marrones o ámbar, sino en la mirada se escondía.

—Si no fuera que conozco a mi Peach de memoria, diría que son familia —dijo.

Ni él reconocía el límite entre que era cierto o una broma.

—No soy "tu Peach", idiota —exclamó—. Será mejor que vuelvan antes que ...

—¿Antes de qué? —preguntó burlón—. Oh, mi dulce Peach, ya no necesitamos a Grace.

Peach cerró la boca de repente. En todo el tiempo que estuvo con la hechicera, y en el grupo de cazadores mágicos, integrantes como Blake siempre daban que hablar. Pero ella nunca creyó que fuera capaz de hacer realidad la cantidad de dichos. Él siempre lo decía muy a la ligera, ahora sabia que era su forma de desviar la atención.

—Estas haciendo una estupidez —dijo Peach, con claro enojo en su voz.

—Por una vez en tu vida, deberías no seguir las reglas del juego —dijo Blake, y le sonrío coqueto.

☆☆☆

¿Qué tal? ¿Cómo vamos? ¿Qué les pareció el capitulo?

Como ando corta de tiempo, solo voy a esperar sus teorías.

Sin más que decir ✨✨besitos besitos, chau chau✨✨

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