2, La mas afortunada.

Unos días atrás.

En la casa de Circe, esperando a que sirviera la merienda antes que llegara Zoe, Arabella notó la voraz hambre del momento. Ya le había escrito a Hisirdoux que esa noche le tocaba a él hacer la cena, y lo que deseaba comer.

Quería mantenerse un poco lejos de la cocina. Cuando le tocaba a ella hacer algo, no dejaba de picotear al enlistar los ingredientes, o probar a cada minuto lo que estaba preparando.

—Ah, ¿Dónde está Zoe? —se quejó—. Muero de hambre.

La nombrada llegó a tiempo, y se sentó al lado suyo, y del otro lado Circe, antes dejando la merienda. Arabella sonrió emocionada ante la variedad de galletas y masas dulces.

—A todo momento mueres de hambre —dijo Circe.

—Si, desde que estoy casada mi apetito ha cambiado mucho —dijo, y tomó un par de galletas—. Creo que es lo normal.

La olfateo, como una extraña costumbre, y suspiro alegre ante la dulce fragancia.

—Bueno, hace seis años que estás casada, y hace un par de semanas que no dejas de gritar que mueres de hambre a cada rato —dijo, Zoe—. Yo creo que ...

—Tu no crees nada, ¿Por qué hablamos de mí? —cuestiono—. Mejor hablemos de lo evidente.

Las dos amigas llevaron sus miradas a la hechicera, quien parecía distante en la conversación. Hasta que, después de unos segundos de ignorarlas, llevo su vista bicolor a ellas. Ambas sonrieron como adolescentes que sabían algo, y esperaban que lo confirmara.

Aun así, Circe guardó silencio. No diría nada, pues las dos brujas que tenía allí, en los últimos tiempos, tendían a torcer todo lo que decía.

—Vamos Cir, no te hagas la tonta —dijo Arabella.

—Yo no leo mentes, no sé qué quieren que les diga —dijo, y les dio una sonrisa sin mostrar los dientes.

Zoe se sentó a su lado, y le quitó la taza de las manos.

—Si lo haces, lees mentes, y sabes de lo que queremos hablar —dijo con seriedad.

Circe se apartó, y se alejó, para poder seguir con su té. No, no abriría la boca, no quería hacerlas hablar de más sobre un tema que ya había dado por finalizado a meses de haberlo comenzado.

—Entonces lo diré yo —dijo Arabella, y aclaro su garganta—. Tienes miedo, por eso sigues siendo la mejor amiga de Cillian, y no su esposa, novia o lo que sea.

—No es cierto, no tengo miedo de —dijo indignada, haciendo una pequeña pausa—. No le temo a nada.

—Oh, oh, oh, claro que sí —dijo y entorno los ojos—. Crees que las relaciones no son para ti, que es mejor ser amiga de alguien que te pone loca.

—Y Cillian demostró ser más paciente que cualquier otro hombre —añadió Zoe.

—Pues no, tiene novia, y es hermosa —dijo Circe.

Ambas amigas se vieron, para luego verla a ella. Trataron de leer algo en su mirada, algo que demostrara indignación, o dolor por lo que acaban de revelar. Pero no encontraban más que indiferencia.

Dieron un soplido, y guardaron silencio. Hablar de amor con Circe se había vuelto difícil y una partida perdida. Desde que su esposo falleció, muchos años atrás, era algo de lo que la hechicera parecía prohibirle. Tenia mucho que darle a sus hijas, pero su corazón había quedado con Baltimore.

O al menos, eso sentía Circe, y sus amigas trataban de entenderla.

Alguien más llegó a la pequeña reunión. Y no eran muchos quien entraban a la casa sin llamar. Cillian apareció en la sala, casi como si lo hubiesen manifestado. Saludo a Arabella, luego a Zoe, y al último a Circe.

—Iré a lavarme las manos, y estaré con ustedes —dijo.

Las amigas llevaron de inmediato la mirada a Circe y ella no dejaba de sonreír embelesada por la presencia del mago.

—Me olvidé de decirle que lo invité —dijo, con la alegría de una adolescente enamorada—. Ay, no me miren así. Y no se les ocurra decir nada.

En cuanto Cillian volvió, la charla se volvió amena. Arabella los veía, como alguien que contemplaba lo más tranquilo, lo mejor soñado en la vida. Estaba allí, siendo una persona mágica, que ya no causaba problemas, o que andaba a las corridas.

Estaba allí, en calma, disfrutando sin miedo a tener que salir corriendo, o que un espía anduviera entre ellas.

Habían pasado muchos años de cuando su vida se volvió un tanto mundana, pero no dejaba de ver en cada reunión con los ojos de quién estuvo perdida tanto tiempo, hasta por fin dar con lo correcto.

Se marchó una hora más tarde, aunque amaba pasar la tarde con sus amigas, tomando el té con Margaret en silencio, o comiendo los postres más dulces con Circe y Zoe, no podía dejar de pensar en lo mucho que estaba comiendo.

Y no era esa tarde únicamente. Durante sus horas en la biblioteca, reunida con Clara (a quien pronto iba a ver) cuando pasó la última vez por el solitario departamento de Galaga, no podía dejar de pensar en que tenía mucha hambre, hasta llegar a tener antojos extraños, y no solo se limitaba a la simple mezcla de lo dulce y lo salado.

Llegando a la casa de Clara y Jim, no podía dejar de pensar en eso que Zoe no terminó de decir. Estaba segura de que no podía ser así.

—¿O tal vez sí? —se cuestionó.

Hizo una cuenta rápida con los dedos, y antes los resultados, negó con la cabeza.

—No, imposible —dijo, dando una sonrisa.

Cuando menos se dio cuenta, estaba a unos pasos de la puerta de Clara, y dejando de lado cualquier pensamiento sobre cambios de lunas, días sin urgencias, llamó a su única alumna.

Si, trabaja en la biblioteca de Baba, y algunas tardes ayudaba a Clara, la bruja más joven y más capacitada, con algunas lecciones de magia. Más que nada, a tratar de entender los antiguos escritos de Morgana. Su madre les había facilitado libros llenos de hechizos, pócimas, y lecturas.

Quizás Arabella conocía un gran número de aquello que era resguardado bajo un hechizo de tiempo, pero Clara, pese a su habilidad, seguía siendo una novata.

Llamó a la puerta, y fue entendida por una pequeña criatura. Un niño de ojos azules como Jim, y una delgada cabellera castaña, algo rojiza, como Barbara, la abuela. Clara lo acostumbró al español, y la cultura mexicana, porque ante sus ojos, debía tener algo de ella, quien fue la que lo tuvo nueve meses en su vientre.

—Hola mi vida, ¿Cómo estás? —le pregunto con entusiasmo.

Era un niño adorable, igual a la madre en ese aspecto. Quizás Jim fue el ganador genético, pero Theo era el fiel reflejo de Clara.

El nene no dijo nada, y tomó su mano, para llevarla a la sala. Allí estaban Clara y Jim. Felices e inseparables, como Arabella siempre pensó que debía ser.

—Bien campeón, dejemos a mamá y a la tía, estudiar —dijo Jim, alzando al niño—. Vamos al bar, me han dicho que faltan un par de cosas en la cocina.

Clara los despidió con un beso a cada uno, y la casa se quedó en silencio.

—Me alegro que estén bien —dijo Arabella.

—Siempre dices lo mismo —dijo Clara.

—Bueno, el día que no lo diga, te asustas querida —dijo Arabella.

A punto de ir por el libro de pócimas, en la pequeña oficina de la planta baja, dio un paso de más y el mundo giró bajo sus pies. Otra vez.

—¿Te encuentras bien? —le pregunto Clara, al verla detenida.

—Si, creo que me levante muy rápido —dijo, y le sonrió.

—¿Quieres comer algo dulce? —pregunto—. Quizás se te bajó el azúcar, o vamos a ver a Bárbara, está en la casa. Ella y el señor Strickler van a hacer la cena.

Arabella negó de inmediato. Giró, tratando de ser cuidadosa, y la vio de reojo.

—No, no, no —dijo—. Van a querer que me quede a cenar, y ya he tenido suficiente comidas por el día. Además, ya le dije a Douxie que quiero de cena.

En unos minutos, entre que ella se sentaba, Clara fue por un jugo de frutas y agua fresca.

—No se nota —dijo, y se sentó a su lado.

Arabella tomó el vaso de agua y lo bebió casi de un sorbo.

—¿De qué hablas? —pregunto, aunque no quería saber la respuesta.

—De que has comido un montón.

La rubia dio un soplido, y sonrió. No le gustaba hablar de su cuerpo, y esa tarde no iba a ser el día en que dijera algo sobre eso.

—La cuestión es por dentro —dijo, y se puso de pie—. Ahora empecemos, que si no se nos hace tarde.

Clara de encogió de hombros, y se puso de pie.

—Quizás es algo más, yo también supe estar así —dijo, y fue por el libro.

Mocosa, pensó Arabella, y sonrió.

De vuelta en el departamento, mientras Hisirdoux se encargaba de hacer la cena, Arabella bostezaba de más en lo que le iba contando sobre su día.

—Hoy Clara logro hacer una pócima que no llenara de mal olor la casa —dijo.

Se puso de pie, y fue hasta donde estaba el pelinegro. Lo abrazó por la espalda, recargándose sobre él. Olió el aroma a limpió que tenía, y la dulce fragancia que brotaba de su cabello apenas seco.

Pero no era eso, tenía el aroma a hogar. Lo que la llenaba por completo cuando volvía de un largo día, y lo encontraba a él en la cocina. O cuando se metían en la cama, y el calor de sus cuerpos, le daba la paz que pudo haber perdido en las horas lejos de la tranquilidad. O cuando improvisan algún juego tonto, para hablar sobre los que hicieron.

Quizás con Hisirdoux compró un departamento mediano para un matrimonio joven que no buscaba demasiado. Pero él, el maestro hechicero, el joven de mirada llena de vida, el muchacho alternativo, el mejor amigo con quién se casó, era su verdadero hogar.

No vivía con la idea romántica de que el amor lo puede todo, pero estaba segura que los días eran muchos más fáciles porque no carecían de eso. Y que el hogar podía ser él, o cualquier lugar donde él estuviera.

—¿Quieres comer en la cama? —preguntó Hisirdoux.

Arabella asintió. No sé le hacía mala idea. Con rapidez, Hisirdoux la alzó en brazos, y la llevó al cuarto. La dejó sobre la cama, como si fuera una princesa, o aún más que ese título (que ella alguna vez llevó con orgullo) y le dio un beso en la frente.

—No te duermas, la cena casi esta —murmuró, y se enderezó.

—Te amo —dijo Arabella en cuanto le dio la espalda—. Te amo mucho, Casperan.

Giró, y la observó con atención. Tenia un deje de cansancio, aun así, conservaba esa belleza de años, una juventud que solo era marcada por una cicatriz un poco mas rosada que su piel. Lo demás se mantenía. Quizás su cabello rubio estaba un poco mas oscuro y ondulado, por dejar de retocarlo, y su mirada mas suave por tener que dejar de hacerse la mala con todo el mundo. Ese brillo etéreo aun la rodeaba, y cada día se acercaba más a ser aquella criatura mágica que vivía en las profundidades de un bosque.

Se acercó, con cautela, como si ella fuera a huir de ahí, sabiendo que no era cierto, y la abrazó. Le compartió su calor, y se perdió en su dulce perfume.

—También te amo, y mucho, señora de Casperan —murmuró en su oído.

Arabella sonrió, y se sintió la mas afortunada de todas. 

☆☆☆

Ah, bueno, hola, acá comen delante de los muertos de hambre. Yo también quiero mimos 😭

¿Cómo les va? Espero que bien. Y espero que disfruten estos días de calma, porque si se viene bravo.

Antes de decirles adiós, le quiero decir ✨feliz día del amigo✨ desde Argentina.

En fin, sin más que decir ✨besitos besitos, chau chau✨

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