1, Pristisimo.

|Halley's comet|

1458, París, Francia.

Tenía la vista perdida en aquella cesta mediana de mimbre. El ardor en los ojos se había detenido, luego de horas llenas de lágrimas. Aún una parte suya, más allá del cuerpo, muy dentro suyo le dolía, y se seguía fracturando. Nunca pensó que viviría una situación tan llena de pena y oscuridad.

Tan miserable.

—No debería suceder de esta manera— pensaba, y se escapaba por su boca. Algo recurrente de los últimos días. Y siempre terminaba en la misma conclusión.

—Aun puedes dar marcha atrás —murmuro White.

Se restregó contra la mano, cubierta por un delicado guante rosa, que sostenía la cesta, y luego la vio. Aquella bruja, ya no era la bruja que conoció alguna vez. Podía ver, sin ir más allá, lo rota que estaba. Lo rápido que se seguía rompiendo.

Y sin ver más allá de lo era, no era la mujer que alguna vez conoció en aquel bosque. White presenció muchos episodios crueles en su vida, sin embargo, nada parecía compararse con este.

—No, está bien, así debe ser —dijo Arabella, y se puso de pie—. Es lo mejor, lo sabes.

Sostuvo con fuerza la cesta entre sus manos, con cuidado de que la suave brisa no le juegue en contra, y asegurándose que no se mojara por la humedad del aire, comenzó a caminar.

Caminaron por las calles desoladas, era más de media noche, y lo único que encontraba que le diera algún susto, eran las ratas del lugar, o algún ebrio tumbado en una canaleta. Quizás esa parte de la ciudad no era de su agrado, quizás la hora no ayudaba mucho, o lo que estaba por hacer tampoco acompañaba.

La luz de luna iluminaba de una manera distinta. Tan sombría, tan triste, que le daban la peor imagen de París.

Dieron vuelta por una casona, metiéndose por un pasillo un poco angosto y muy húmedo. De paredes olorosas, y aspecto lúgubre. Doblaron en una esquina, y Arabella, con mucho cuidado dejo la cesta en el suelo.

—Cuando todo esté listo —habló con voz temblorosa—, vuelves a la habitación, y procura olvidarte de todo. Sabes cómo hacerlo.

—Si, si, sí, soy más vieja que tú, claro que de hacer esas cosas —dijo la gata con cansancio—. Ahora vete, yo continuo.

Sin querer ver lo que se escondía en la cesta, sin tratar de verificar nada, ni dar alguna palabra, dio la vuelta, y se marchó. Abrazándose, buscando darse algo de calor, y tratando que las lágrimas no interfieran en su visión, borrosa de por sí.

Cuando White notó que la bruja no estaba cerca, tomó su forma humana. El cabello blanco la cubrió, como una cascada de rizos, hasta la cadera, y su mirada verde brilló en su piel oscura. Alzó la cesta, y la revisó. Ella seguía creyendo que entregar aquel objeto tan preciado, al menos desde su visión, era una equivocación. Y no una más del montón.

Porque Arabella se podía equivocar en muchas decisiones, que a la larga dejaban de importar en que resultaban. Para White, esta era de esas que el resultado la iba acompañar por siempre, quiera o no recordarlo.

Sin embargo, no le podía negar nada a su familiar. Arwen, su nombre ninfa, siendo White debía seguir todas las órdenes, aunque estás le fueran descabelladas. Y tomar su forma humana para hacer una entrega era de esas.

—Debo ponerme en su lugar —murmuró—. El mundo puede ser un lugar cruel para quienes tienen un gran se busca en la espalda.

Dio un soplido, y giró para salir de allí, chocando con un hombre. Alto y pálido, de profundos ojos azules, y el cabello negro con algunas canas blancas que resaltaban con la tenue luz de la noche. La ninfa le sonrió coqueta, y el dio un paso atrás.

—Oh, Zafiro, tú siempre con miedo —dijo Arwen—. Pero yo no te voy hacer nada, claro, salvó que me lo pidas.

—Limites, es lo único que te pido —dijo Zafiro, y dio otro paso atrás—. Entrégalo, no tengo toda la noche.

Arwen rodó los ojos, y puso las manos en su cadera.

—No si no me cortejas antes —dijo, y dio una risilla—. No te daré nada, lo siento.

—¿De qué hablas? —preguntó indignado.

—Así como oyes, querido —dijo, y se acercó a él—. No hay nada, lo vamos a conservar.

Zafiro se tomó el puente de la nariz con fuerza, y dio un soplido cargado de frustración. Él sabía que no debía esperar mucho de alguien como Arabella, a quien se la conocía por ser tan cambiante. Aun así, había elegido hacerlo, porque creyó encontrar desesperación, y una razón bastante sensata en su decisión.

—Bien, me pudieron haber dicho antes —dijo, y se acercó a Arwen.

Examinó su mirada, y cada gesto incapaz de verse a simple vista, y ella parecía segura de sus palabras.

—Tus ojos son hermosos, ¿Te lo han dicho alguna vez? —preguntó Arwen, y le sonrió—. Es por eso que no dije nada, a veces extraño la presencia de un hombre bien parecido.

Sin hacer ni decir nada, se fue de allí. Una nube oscura lo cubrió, y cuando esta se abrió, él ya no estaba. Si Arwen le estaba mintiendo o no, no se iba a poner a investigar, teniendo otras tareas que hacer.

Arwen giró, y vio la cesta cubierta con una manta. Una rosa, bastante gruesa, que siempre tenía una suave fragancia a limpio. Era la favorita de Arabella, y ahora la estaba regalando.

—Bien —dijo, y se agachó.

Levantó la frazada, y sonrió al ver lo que está escondía.

—Veamos a dónde te puedo ocultar —dijo.

En la actualidad.

Cuando supieron que Olivia dio a luz, todavía estaban de luna de miel. Y aunque Cecili Felicita era la primera nieta de Hisirdoux, no tuvo apuro en interrumpir sus días de amor con Arabella. Su lógica era, que seguiría siendo la beba más linda, pequeña, y sin parecerse a nadie, por un tiempo.

Aun así, se emocionó hasta las lágrimas, tras una corta video llamada. Olivia se veía tan frágil y fuerte a la vez, que le daba tanto orgullo como miedo. Una mezcla que lograba quitarle el aliento si se ponía pensar demasiado.

—Ella no está sola —murmuro Arabella—. La acompañan, y pronto estarás a su lado, abuelo.

Ambos veían la foto que les mandó Circe, y no dejaban de sonreír. Olivia junto a Marius, y entre ellos, una pequeña criatura que oscilaba entre lo pálido y trigueño. Una mezcla exacta de sus padres.

Arabella trataba de ocultar que sentía algo de miedo. Olivia había pasado, por tanto, en tan poco tiempo, que nunca nadie se imaginó que sería capaz de resistir un embarazo, o si iba a poder tener hijos.

El haber sido el jarrón de una diosa vengativa, le había dejado muchas marcas, de todo tipo. Su cuerpo se había vuelto frágil, y su magia casi invisible. Verla trabajar en la escuela, sonreír enamorada de su novio, o tan solo de pie fuera de la cama, era algo que a muchos alegraba.

Sin embargo, no quitaba que de noche tuviera pesadillas de un pasado lejano, o dolores de cuerpo que no se pasaban con magia de ningún tipo. Se trataba de horas de llanto, que le quitaban toda fuerza y tranquilidad.

Entonces Arabella buscaba ser quien les dijera a los padres de la joven bruja, que algún día, sus dolores iban a desaparecer, sus pesadillas desvanecerse en el tiempo, y la diosa que alguna vez ocupo el cuerpo de ambas sanaría. Que todo ese pasado trágico tan solo sería un recuerdo tan lejano que ya no causaría nada.

Dejaron la foto a un lado, y se quedaron tumbados en la cama, viendo el techo, sin decir una palabra más, tan solo oyendo sus suaves respiraciones.

—Me gusta esto —dijo Arabella.

Hisirdoux giró la cabeza para verla, y se perdió en la mueca que se dibujaba de perfil, en la nariz, en esa lágrima que no dejaba escapar.

—A mí también me gusta esto —dijo él y tomó su mano.

Habían pasado algunos años. Dónde nada más que una vida cotidiana corría sin prisa. Arabella volvió a trabajar en la biblioteca, Hisirdoux en la tienda de música, y nada perturbaba sus días.

Amanecían juntos, almorzaban por separados, se buscaban infinidades de veces en la tarde, y en la noche dormían seguros entre sus brazos.

Pasearon mucho tiempo corriendo detrás del otro en el pasado, que no lo extrañaban. A veces solo reían por eso, y se aseguraban que nunca más lo iban a volver hacer.

Menos ahora que tenían personas pequeñas con futuros brillantes que cuidar. Quizás Lucero y Jackson, ya no los necesitaban, pero siempre quedaba Cecili Felicita. Enérgica como sus padres, y curiosa como ninguna otra niña que tuvieron la dicha de cargar.

—¿Por qué es dulce? —pregunto Ceci.

Arabella la tenía en brazos, mientras preparaba una mezcla para un bizcochuelo. Adoraba cocinar, y amaba a esa niña. Claro, no la dejaba decirle abuela, pero la protegía como si fuera más que su nieta.

—Oh, espera, ¿Por qué es esponjoso?

—Es por los ingredientes —dijo Arabella.

Notó que Cecili no estaba conforme con la idea de que solo se trataba de ingredientes.

—Oh, está bien —dijo Arabella—. Se trata del polvo de hadas.

Los ojos grises de la niña se iluminaron como si hubiesen apretado el botón correcto.

—Ya sabes mi secreto —siguió Arabella—. Uso levadura, azúcar y polvo de hadas. Esas diablillas sirven para hacer la comida más rica.

—¿Para qué más sirven?

Ahora Arabella guardó silencio por un momento. Servía para mucho más, pensó, para borrar memorias en forma de un té muy asqueroso, que lo único agradable era el efecto narcótico, y el vapor lleno de brillos, por ejemplo. Supo que eso no le podía decir a una niña de seis años.

Dejó a Cecili en el suelo, y le dio un suave toque en la nariz, mientras le sonreía con dulzura.

—Las hadas sirven para lo que tú quieras—respondió—. Ahora ve a lavarte las manos, que vamos a merendar.

La niña salió corriendo, y a los minutos llegó Hisirdoux. Dejó su abrigo y el bolso colgado en un pequeño perchero que allí tenían. Un toque vintage que le daba otro aire a la casa. O tan solo era algo que necesitaban, y lo encontraron barato en una tienda.

Era un departamento más grande, que quizás a veces le incomodaba a Arabella, quien estaba acostumbrada a los espacios pequeños. Pero llegaba a apreciar cuando se encerraba en su cuarto de lectura, pues con un par de sobra, ambos eligieron el suyo. Para estar separados bajo el mismo techo algunas tardes de ocio.

Fuera de eso, el departamento era una mezcla de gusto y colores. De perfumes y texturas. Era un lindo sitio para un matrimonio que todos creían joven. Aunque la vecina de al lado siempre decía que con el primer hijo les quedaría chico, a ninguno le parecía importar.

Pero aquel perchero simple, sacado de una tienda de segunda mano era el primer objeto del cuál los dos estaban de acuerdo al querer gastar el primer sueldo "humano" en su hogar. Su nuevo hogar.

—Llegas a tiempo —dijo Arabella. Frase que le encantaba decir, y le daba ese aire de ama de casa, que a veces fingía que le gustaba ser.

Hisirdoux se acercó, y la abrazó por la espalda, acercándola más a su cuerpo. Tras un corto beso en el cuello, hubo silencio. Era ese pequeño momento del día en dónde se veían después de no hacerlo por horas, y la única forma de reconfortarse era así.

En calma.

En la quietud de sus brazos.

En lo cálido de sus cuerpos.

En sus perfumes mezclándose.

En la silenciosa manera en la que se buscaban.

—Hay una niña —murmuro Arabella—, que estoy segura que te va a pedir una locura.

—Abuelo —exclamo Cecili.

Corrió hacía él, y cuando Hisirdoux estuvo frente a ella, la tomó en los brazos. Le dio un par de besos, y ella se quedó allí, esperando algo.

—Oh no, cariño, hoy no traje nada —dijo.

—¿Me pueden regalar polvo de hadas? —preguntó —. Así mamá les pone a las comidas.

—Bien rizos, veré que te puedo traer —dijo, y le dio un beso la mejilla—. Ahora comamos algo, quiero saber a qué sabe el polvo de hadas.

—A vainilla —dijo Arabella.

—Bueno, eso depende del hada que pruebe —murmuro, estando cerca de Arabella.

—Shhhh, Douxie —dijo risueña—. Ve a poner la mesa.

Pusieron la mesa, y en el centro un plato con porciones de bizcochuelo. Algunas solo de vainilla, y otros marmolados.

—¿No es mucho? —preguntó Hisirdoux.

Había bastante porciones, y aunque él y Cecili comían casi a la par, no dejaba de ser mucho.

—Sabes que no —dijo, y le dio un mordisco a una porción que traía en la mano—. Además, estoy muerta de hambre.

A los segundos, sin llamar, entró Galaga. Cecili se sorprendió al verlo, y corrió a su encuentro. Saltó a sus brazos, y el mago la recibió con todo gusto.

—Qué bueno verte pequeña —dijo Galaga y le dio un beso en la mejilla.

☆☆☆

Hola mis soles, ¿Cómo les va? Espero que preparados para lo que se viene.

Ustedes tiren teorías, yo las leo atentamente.

Pero sacando el principio de la historia, vean que lindos son cuando están es paz 😭💖

Ustedes saben, yo siempre comienzo así, bien lindo y cotidiano. Amo lo cotidiano, no me quiten lo cotidiano.

Como dije, cuando termine de escribir el capitulo 15 (falta para eso) subiré la historia con frecuencia. Ahora deben esperar para leer la próxima parte. Que para que sepan sigue así, bien trancussss.

En fin, sin más que decir ✨besitos besitos, chau chau✨

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