Volver a Comenzar
Título: LAS HERMANAS QUE LLORAN
Autora: Clumsykitty
Fandom: MCU (Thor)
Parejas: Thorki, entre otros.
Derechos: Siempre Marvel, siempre.
Advertencias: una historia algo bizarra como triste pero llena de ciertos elementos mitológicos no ciertamente escandinavos. Como siempre, dándome gusto con estas ideas.
Gracias por leerme.
IV. Volver a comenzar.
"Porque hay olvidos que queman y hay memorias que engrandecen..." Alfredo Zitarrosa
Xandar El Viejo se sobó por enésima vez su costado, sudando profusamente con una mirada piadosa a la última decena de escalones que faltaban por subir para llegar a la cima y descansar a pierna suelta. A su edad ya no tenía la vitalidad para andar bajando y subiendo por esos nobles escalones que serpenteaban por el pueblo pesquero. Pero tenía que hacerse de víveres, atender asuntos con otros bibliotecarios o visitar a quienes necesitaban lecciones. Cosa que se traducía en viajes agotadores para su cansado cuerpo que ya tenía milenios de existencia, benditos sean los dioses. Tomó aire profundamente antes de terminar su camino cuesta arriba, prácticamente arrastrando su canastilla con pescados, especias y otros alimentos además de suplementos para su escritura. Dio una oración de gracias a los dioses cuando al fin alcanzó la entrada a su hogar, a punto de tirarse en el suelo cuando notó que había un rastro de sangre que entraba a su habitación adjunta a la entrada al Acervo del Tiempo.
Dejó la canastilla, olvidando cansancios al correr hacia su humilde como sencillo hogar, preguntándose qué cosa había sucedido o si acaso algún ladrón había intentado profanar el silencio y seguridad de su biblioteca. El corazón le latió aprisa cuando notó huellas en los rastros de sangre, huellas de Djinya. Apretando un puño contra su pecho, entró buscando con la mirada por el cuarto, encontrando una figura hecha ovillo en una esquina, debajo de los morralillos de semillas. Escuchó sus débiles sollozos, apagados por sus brazos que le cubrían la cabeza como su torso. Xandar fue acercándose lentamente, inclinándose sobre el cervatillo que temblaba evidentemente asustado de pies a cabeza. Tenía una pata herida, el costado contrario arañado, sus brazos mostraban cortadas. Parecía que había escapado de algo a juzgar por lo maltrecho de las ropas que le cubrían, sosteniéndose por nada de sus broches.
-Por los dioses, criatura, ¿qué te ha ocurrido?
-¡Xandar!
Éste levantó sus cejas cuando Lugh se le lanzó a los brazos, buscando refugio en ellos. Se quedó unos momentos quieto cual estatua antes de rodearle lentamente con sus brazos, consolándole en tanto su mente se ajustaba a la nueva cara del hijo de Lalita. Un cambio radical pero nada que le sorprendiera pues la hechicera ya le había advertido que sucedería. Parpadeó al volver en sí, dado palmaditas a la espalda del cervatillo, acariciando luego sus cabellos negros que acomodó al tomar su rostro entre sus manos para ver esas dos llorosas esmeraldas cargadas de terror. Herido, sin su madre. No fue un buen augurio para el bibliotecario más le sonrió cariñosamente para tranquilizarle.
-¿Qué ha sucedido, pequeño?
-Nos atacaron... nos atacaron... quisieron matarme...
-¿Quiénes?
Lugh negó, cerrando sus ojos que dejaron caer más lágrimas con sus orejas y cola cayendo.
-... no la encontré... le grité... no respondió... y atacaban... subí a la barca... no sabía a dónde ir...
-Está bien, tranquilo, tranquilo –Xandar apretó sus labios, alzando sus cejas- Debo revisar esas heridas, atenderlas. No temas, aquí no te encontrarán.
-Madre...
-Ssshh, ella estará bien. Lalita te buscará, y el primer lugar donde lo hará será aquí. Así que quiero que te tranquilices, te des un baño para que cure tus heridas. ¿Entendido?
El joven Djinya asintió, sus dedos temblorosos se aferraron a los ya manchados mantos del bibliotecario quien le ayudó a ponerse de pie, dejando que se apoyara en él por su pata herida, saliendo a la parte trasera de la habitación donde había una pequeña piscina que usaba como tina de aseo y donde instruyó a Lugh para que entrara. El agua clara se manchó de carmesí, haciendo que el anciano contuviera el aliento, pidiendo clemencia a los dioses. Tenía una sospecha de quienes pudieron haberlos atacado, pero hasta que no tuvo al cervatillo atendido con una comida muy ligera en su estómago y sus heridas ya vendadas que escuchó la historia.
Guerreros en armaduras doradas habían aparecido de pronto en medio de una luz muy blanca, con relámpagos acompañándoles. Un hombre viejo de barbas blancas con un parche en el ojo y una lanza dorada montado en un caballo de ocho patas, había sido quien lanzó el ataque. De su lanza brotó un resplandor igual que un fuego que cayó sobre la entrada al templo del dios Kal, seguido de otro que se perdió territorio adentro para terror de Lugh quien no pudo hacer nada pues los guerreros que acompañaban a ese aparente dios le divisaron, tratando de capturarle. El Djinya usó su magia para confundirlos, mientras alcanzaba a toda prisa la barca, llamando a gritos a su madre para ambos escapar. Otro rayo del dios hizo explotar aquellas tierras. Lugh no había tenido más remedio que huir antes de que ese cruel ser le descubriera entre las nubes de estrellas y pedazos de ruinas despedidas por el ataque.
-¿Por qué lo hizo? ¿Por qué nos atacó? ¿Es que no deseaba que madre despertara a las Hermanas Que Lloran? ¿O quería para él su maldición?
-Calma, dulce Lugh, no derrames más lágrimas de pena.
-¿Nos odia?
Xandar se quedó callado unos segundos, negando rápidamente. –Odio es una palabra muy fuerte en los labios de un cervatillo como tú. Aleja esos pensamientos de tu alma, pequeño Djinya. Solo te mortificarán más.
-Madre...
Las pequeñas manos del bibliotecario limpiaron sus nuevas lágrimas.
-Debes creer cuando te digo que ella vendrá por ti, pero se convertirá en una madre muy molesta si encuentra a su hijo único nadando en un mar de llanto. Ahora, el día muere junto con las penas que trajo la fortuna, te pido que duermas, yo velaré tu sueño para que no tengas inquietudes.
-¿Y si el hombre con la lanza aparece?
-No –Xandar sacudió su cabeza- Aquí no lo hará. Tienes mi palabra de honor, que es pequeña como el viejo que la carga pero tan dura como la armadura más invencible.
Eso ganó una sonrisa en Lugh, quien asintió. –Gracias, Xandar.
-Duerme, duerme pequeño.
Le costó su tiempo que el Djinya lo hiciera, pero al final cayó rendido sobre la hamaca que se mecía al viento gentil bordeando la cima, con el aroma del mar y la frescura de las palmas alrededor. El bibliotecario se quedó muy serio, pensando en Lalita. Un ataque de esa magnitud no iba a matarla, pero muy probablemente la había dejado malherida. No era que eso representara problema alguno para la madre que se había quedado ciega al buscar a su hijo en las profundidades de la más negra y cruel oscuridad, venciendo el cansancio de milenios de búsquedas infructuosas, uniendo los trozos de su corazón roto ante las continuas desesperanzas que sus búsquedas le dejaban. Mientras pudiera sentir el hilo de vida de Lugh, ella regresaría en una pieza. Así que sería su deber cuidar de su hijo hasta su retorno, el cual ya imaginaba tardaría.
-Posees los ojos más penetrantes del universo, Odín Padre de Todo, pero Heimdall no tiene aquí la vista clara. Jamás encontrarás a esta criatura mientras Xandar El Viejo le esté procurando. Ya lo hiciste una vez, las Nornas me maldigan si permito que suceda por segunda ocasión.
Para la mañana siguiente, las heridas del Djinya estaban completamente sanadas, sin rastro de cicatriz alguna. Xandar le dio unos mantos que vestir pues sus ropas ya no tenían más utilidad. Lugh las agradeció, aprendiendo como se enrollaban aquellas telas blancas a las que les hizo un corte para que su esponjada cola no estuviera prisionera. Fue de las primeras cosas que lentamente aprendió conforme pasaron los días y las noches de tranquilidad en aquella cima, hasta que el cervatillo se dio cuenta de las necesidades del bibliotecario y pidió tomar su lugar en los descensos rutinarios como muestra de agradecimiento. El anciano se negó fervientemente las primeras veces por temor a que algo malo le sucediera al hijo de Lalita pero éste ya tenía confianza suficiente para andar entre los lugareños y visitantes al puerto pesquero.
-Seré solamente un cervatillo, pero también soy un Djinya, la magia vive en mí. De encontrar alguna dificultad, puedo valerme de mi herencia.
-Eso es precisamente lo que trato de evitar, pequeño. Alguien puede notarlo y querer apoderarse de tu tierno poder.
-Me cuidaré entonces de ojos espías.
-De acuerdo, Lugh –suspiró Xandar- Que los dioses te protejan y me den a mí serenidad cuando bajes.
Con una risa traviesa acompañada de un balido, Lugh tomó la canastilla y descendió hacia el bazar que bordeaba el puerto. Nada malo ocurrió, ni tampoco los días que le sucedieron. Las mañanas frescas con los gritos de los pescadores saliendo a mar abierto le daban los buenos días, los bailes, risas y cantos alegres de caravanas de comerciantes ofreciendo sus productos fueron sus buenas tardes, noches claras con estrellas brillantes y el aroma del mar meciendo su hamaca, se convirtieron en su manto de buenas noches. Los lugareños nada se alteraron ante el nuevo inquilino de Xandar El Viejo, cuando seres de todas formas y tamaños cruzaban por sus tierras, a veces permaneciendo una larga temporada, otros solamente unas horas. Además el carácter de Lugh le abrió puertas y corazones, con sus ocurrencias, bromas como palabras cargadas de sabiduría heredada de su madre.
Así se hizo muy amigo de Erebis la vendedora de los pescados más frescos, Kastlyn el comerciante de papel, tinta y todo lo que necesitaban como buenos bibliotecarios. Los hermanos Azbir quienes siempre discutían entre ellos pero en cuanto él aparecía peleaban ahora por ver quién le atendía mejor en sus compras de telas, alfombras y otros accesorios, dándole a hurtadillas trocitos de golosinas hechas a base de leche y miel. Humminain, hermosa, coqueta pero de un carácter temible si un ingenuo creía que podía robarle una sola de sus exquisitas frutas. A él siempre le obsequiaba un ambirón, fruta de las tierras de Vanaheim que se presumía solamente la Corte Real disfrutaba pero los encantos de la vendedora hacían que llegaran encargos escondidos en las naves de mercaderes extranjeros, pretendientes de su cariño.
-Comienzo a sospechar que has usado tu magia para encantar al pueblo de Thyan, pequeño Lugh.
-Por el nombre de mi madre que no es verdad.
-Te muestran un aprecio muy marcado. Incluso yo me siento celoso.
Lugh sacudió alegre su cola, terminando de arreglar los frascos con hierbas curativas.
-Yo solo he seguido tus consejos, y aquellos que mi madre me ha dado.
-Que extraño que yo he hecho lo mismo y a mí no me dan regalitos a escondidas.
-¡Xandar! –el Djinya levantó sus orejas junto con su cola al verse descubierto.
El bibliotecario se carcajeó hasta la tos que Lugh tuvo que sofocar con un poco de agua fresca, prácticamente haciendo un puchero por la revelación.
-¿Eres feliz aquí, Lugh?
-Mucho, no puedo hablar de queja alguna porque he tenido días muy dichosos. Pero me falta mi madre, Xandar, es la pieza ausente que haría mi felicidad completa.
-Lo sé, ten paciencia como infinito es el universo.
-En mi corazón sé que la volveré a ver.
-Anda, tenemos que limpiar el patio, ya viene el festival de Thyan, no quiero que digan que Xandar El Viejo y su pupilo Lugh hacen caso omiso a la fiesta.
-Me gustaría decorar, si consientes en hacerlo, por supuesto.
-Cuando era joven, lo cual sucedió antes de que Yggdrasill tuviera flores por primera vez, solía hacerlo también. Me alegrará el espíritu tener de vuelta tal visión.
-Bajaré entonces por algunas cosas, en tanto no hagas esfuerzos que castiguen tu vieja espalda, Xandar. Reiré con gusto si te encuentro encorvado, casi besando el suelo por necio.
-Oh, mira quién ha hablado de terquedades, cervatillo que bala sin cesar cuando no le salen las cosas como él lo desea.
-¡Mentiras!
-Ve, pues. Dejaremos las indiscreciones para otra ocasión más incómoda.
Lugh salió con mentón en alto, aparentemente ofendido más divertido con toda aquella charla. Con la cercanía del festival, el tamaño del bazar del puerto era ya del triple y amenazaba con crecer aún más con la llegada de más caravanas que aprovechaban la ocasión para vender sus productos a los extranjeros que conocían esa fiesta con una semana de duración, llena de mucha comida, música a todas horas y procesiones de bailes atascadas de danzantes ataviados con galas coloridas, destacando por sobre los mantos claros típicos de Thyan. El joven Djinya se entretuvo viendo los nuevos puestos, mirando por aquí y por allá cuando se detuvo con Humminain, recordando su deseo de intentar una nueva receta para Xandar, una tarta de frutos secos. La encontró charlando muy animadamente con un extraño usando una capa oscura que se cruzaba por sus hombros más dejaba ver que usaba una armadura ajena a sus experiencias. Tenía los cabellos rubios cortos, con una barba y bigote muy curiosos.
-¡Amor de mis amores! –llamó la hermosa Humminain, al notarle- ¿Qué necesita mi pececito de aguas dulces, eh? Nómbralo y lo conseguiré para ti.
-Uh, frutos secos que no sean tan dulces, si fueses muy amable.
-Por el festival, me han llegado unos que prometen ser la perdición de los dioses. Espera aquí, he de sacarlos todavía de sus cajas. Toma una fruta mientras tanto, cosita tierna.
-Gracias, Humminain.
Ella le dio un beso en su frente antes de irse canturreando con sus caderas moviéndose de un lado a otro. Lugh solamente rodó sus ojos, buscando una fruta que comer mientras ella regresaba, ajeno a la mirada perpleja del extraño que seguía ahí.
-¿L-Loki...?
Se volvió al hombre, alzando sus orejas hacia él. –Te has equivocado de nombre como de ser.
-¿No te acuerdas de mí?
Fandral abrió sus ojos de par en par. Claro que Loki lucía de una manera prácticamente irreconocible pero conocía de sobra la voz del Embustero aunque estuviera distorsionada por esos balidos musicales de su forma antropomorfa. Y esos ojos verdes eran indiscutiblemente inigualables. Había llegado a ese puerto escuchando historias como lo sugirió la sabia Asdrain, coqueteando con aquella vendedora de frutas para sacarle información sobre la Djinya Lalita y su hijo Asoka cuando le apareció justo ahí nada menos que el prófugo de Asgard en versión Djinya. No atinaba a pensar qué estaba ocurriendo, sobre todo porque la expresión del ojiverde fue de desconfianza pura al examinarle de pies a cabeza, alejándose un par de pasos con unas elegantes patas de ciervo.
-Eres un extranjero. No te conozco ni me interesa.
Siglos de convivencia con el Dios de las Mentiras le habían forjado en sus maneras, lo suficiente para saber cuándo estaba jugando y cuando no. Fandral se dio cuenta que Loki realmente no recordaba quién era. Tenía un aire diferente, más ligero o era esa aura de inocencia que le conociera de pequeño, el tímido príncipe menor pegado la mayor parte del tiempo a la reina Frigga.
-Lo... lo siento –se disculpó, aclarándose la garganta- Soy... Gal, sí eso, vengo de muy lejos a conocer este precioso festival. Te confundí con un viejo amigo.
-Pues no soy él.
-Me he disculpado por el agravio.
Lugh le barrió con su mirada, tomando una manzana que mordió apenas, masticando despreocupadamente con su cola agitándose apenas. Humminain regresaba con sus canturreos sonoros y un paquete en las manos, envuelto con hojas de palmeras que puso en las manos del Djinya.
-Toma, mi pececito. Humminain ha cumplido su palabra.
-¿Cuántas monedas...?
-No, no, no, no, mi tierno durazno, éste es un obsequio para ti en pago a tu ayuda con mis huertos.
El Djinya se encogió de hombros con una sonrisa. –Alguien más pudo haber hecho lo mismo.
-Pues no se han paseado por mi puerta ésos alguien más. ¿Otra cosa más que necesites, mi amor?
-Es todo, Humminain, lo agradezco de todo corazón.
-Vuelve con bien, mi pececito, no hables con extraños.
Eso hizo que Lugh mirara de reojo a Fandral, dándole la espalda. –Seguiré fielmente tu consejo. Te veré después, Humminain.
-Los dioses te bendigan, hermoso.
Una larga fila de bailarines detuvo la marcha del joven Djinya quien terminó su manzana durante la espera, con su cola siguiendo el ritmo de los tambores y flautines, prestando atención a los movimientos tan ágiles como hipnóticos que todos los delgados danzantes ejecutaban, regalando coronas de flores de colores al público más cercano. Lugh recibió una, haciéndole sonreír y que acomodó mejor sobre su cabeza, apoyándola también en los nacimientos de sus cuernos. Sintió que alguien le observaba, girando apenas su cabeza hacia su derecha. Aquel extraño de nombre Gal estaba a su lado, con una sonrisa apretada como si algo le ocurriera. El Djinya entrecerró sus ojos, azotando apenas una de sus patas contra el suelo en gesto de fastidio por el acoso de aquel guerrero de tierras lejanas. Quiso proferir una amenaza justa cuando un ramo de hermosas rosas blancas apareció frente a sus ojos, golpeando su nariz con su perfume fresco como embriagante igual que esos pétalos aterciopelados con gotas de agua al haber sido recién regadas.
-Una disculpa por mi comportamiento tan poco honorable.
Lugh le miró como al ramo de rosas por turnos, suspirando apenas al levantar una mano cuyos dedos serpentearon al aire antes de sujetar el ramo que pegó a su rostro, aspirando de nuevo aquel hermoso aroma. Las rosas eran sus flores favoritas, había algo en ellas que le hablaba de cariño, tranquilidad, amor. También le recordaban mucho a su madre. Brazos que le acunaban como si fuese lo más preciado del universo, lo más frágil. Cerró sus ojos, dejándose llevar por tales sueños provocados por las rosas, abriéndolos lentamente a un sonriente Gal. Éste asintió, haciendo luego una reverencia a medias por los transeúntes encantados por la caravana de baile pasando todavía frente a ellos.
-Disculpa aceptada, extranjero.
-¿Puedo saber tu nombre, ahora que ya no hay rencores entre nosotros?
-Estas rosas no tienen nombre y sin embargo todos las admiran.
-Pero ellas se marchitarán, no así tu persona.
-No soy una persona.
-¿Qué eres entonces, favorito de Humminain?
El joven Djinya baló en queja al escuchar aquello. –Soy el pupilo de Xandar El Viejo, bibliotecario en jefe del pueblo pescador de Thyan. Y mi protector.
-Yo soy un guerrero.
-De eso ya me había percatado, tu capa no esconde del todo tu armadura.
Fandral rió, mirándose al tiempo que se encogía de hombros.
-No oculto mi vocación. Hay cosas en este universo por las que vale la pena luchar.
-Tu boca es atrevida.
-Me disculpo de nuevo si eso te perturba. Es que con solo verte, sentí la imperiosa necesidad de hablarte y saber quién eres. Tengo miedo que el encanto de este festival me haya impuesto un hechizo, mostrándome tu figura como una visión bendita que luego desaparecerá como la música de este baile.
-Mi nombre es Lugh. Lugh de Thyan.
-Gal de Vanaheim. Honrado de conocerte.
-¿Vanaheim? ¿Eres entonces uno de esos Vanes pedantes?
-No que tenga memoria de ello –sonrió Fandral- Me enorgullezco de mis victorias, celebro mis logros, pero no abrazo la soberbia.
-Entonces no eres buen guerrero. Los verdaderos guerreros cabalgan en el lomo del orgullo.
-Orgullo poseo, Lugh de Thyan, pero está domado por mi prudencia.
El joven Djinya sonrió al fin, más relajado. –Bienvenido a Thyan.
-Gracias. ¿Puedes ser ahora mi guía para comer uno de los platillos selectos de este pueblo?
-Puedo.
-¿Lo serás?
Lugh señaló una vereda cuesta abajo, luego de que se despejara la avenida al terminar la danza.
-Sígueme, Gal de Vanaheim. Te advierto que solamente podré llevarte al mesón y recomendarte con el buen hombre que lo atiente. Mi tiempo es limitado o mi protector puede enfadarse, no te lo recomiendo.
-Acepto tus condiciones, una vez más gracias.
-Vamos, pues.
Fandral le miró de arriba abajo cuando le dio la espalda, conteniendo la respiración. Lo había comprobado, Loki no le recordaba. Quizá era por aquella forma Djinya o algo más. Tan pronto como pudiera, iría por el Dios del Trueno, retrasado en otro mundo cercano a Thyan en donde esperaba por un mensaje de la anciana Asdrain. Había un enigma en todo este asunto, y el corazón del guerrero le decía que no era nada bueno.
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