Sólo un Paseo

Título: LAS HERMANAS QUE LLORAN

Autora: Clumsykitty

Fandom: MCU (Thor)

Parejas: Thorki, entre otros.

Derechos: Siempre Marvel, siempre.

Advertencias: una historia algo bizarra como triste pero llena de ciertos elementos mitológicos no ciertamente escandinavos. Como siempre, dándome gusto con estas ideas.

Gracias por leerme.



V. Solo un paseo.

"Los desdenes de los enamorados reavivan el amor." Terencio



Erebis realmente se había lucido con aquella enorme criatura marina que había atrapado con su barco carguero en océano profundo, ofreciendo el mejor banquete de agua salada del festival, sin duda alguna. Lugh estaba más que divertido ayudándole a repartir los trocitos de carne cocida únicamente con cítricos y especias para no echar a perder su exquisito sabor dulce amargo, repartiendo sobre hojas de palma tostadas con jugos de frutas a cada uno de los comensales reunidos alrededor de aquel enorme local, yendo de un lado para otro. Habría mucho que ofrecer pero el día aún no terminaba, estaba seguro que al caer la noche, los visitantes retrasados alcanzarían un pedazo de carne blanca. El joven Djinya recibió de la buena mujer de rostro con arrugas pero no vieja, el siguiente trozo, bajando de la plataforma donde habían hecho los ritos de bendición para buscar a quien no tuviera el alimento.

Se abrió paso entre los curiosos, saltando su vista de manos en manos sin encontrar alguien a quien entregar su ración. Estaba por darse la media vuelta para tomar otra dirección entre la multitud cuando vio a un extranjero –uno de tantos- con los brazos libres. Le recordó a Gal de Vanaheim, tan atrevido como galante, por esa capa completamente negra y su armadura solemne. Tenía sus cabellos rubios largos que caían tras su espalda, fuertes brazos como una mirada de ojos azules muy pesada, pero compasiva al mismo tiempo. Lugh se dirigió a él, levantando sus dos manos que sostenían el trozo de hoja de palma con la carne decorada con trozos de verduras. Sonrió discreto al ponerse frente al guerrero, atrayendo su atención.

-¿Desea probar esta deliciosa carne? No se arrepentirá, tiene un sabor único.

Esos ojos azules sonrieron, como su dueño que hizo una reverencia discreta, aceptando de sus manos que rozó apenas la hoja.

-Gracias.

Se quedó ahí, esperando a que lo probara, no por desconfianza sino era una tradición de Thyan escuchar de quien probaba sus frutos de la pesca la opinión, si no era buena, los demás pescadores solían arrojar cáscaras de fruta en señal de reprimenda. De ser buena, colocaban coronas de flores alrededor de la presa cuya carne era ofrecida. Erebis ya iba en su tercera hilera de coronas. Lugh quería que alcanzara una cuarta. El extranjero debió entender su gesto, mirando la hoja unos segundos antes de llevársela a la boca, dando un discreto mordisco. El Djinya sacudió nervioso su cola, apretando sus manos caídas en sus costados los mantos que le vestían, muy atento a su reacción. Había algo que no podía evitar y era la búsqueda de aprecio y reconocimiento por muy nimio que era el asunto, como en esos momentos con Erebis. Aunque ella era quien estaba a prueba, Lugh se sentía parte del juicio gastronómico, no deseaba fallarle.

-Exquisito –dijo al fin el guerrero luego de terminarlo, mordiendo la hoja- ¿Será la propia cocinera quien ha dado tan buen sazón o serán las manos que lo entregaron a mí?

Lugh alzó sus orejas y cola al escucharle, riendo después con un balido. No cabía duda que los guerreros de cabellos rubios eran todos unos atrevidos.

-Tal vez ambas cosas –respondió ladeando su rostro- Me recuerdas a alguien, extranjero.

-Espero que sea un recuerdo gentil.

-Conocí a otro guerrero como tú, pero más delgado en tal caso, con cabellos más cortos.

-Sé de quién hablas, Gal de Vanaheim. Es mi amigo.

-No estaba tan errado en mis sospechas –Lugh sonrió- ¿Le estás buscando?

-Sí, aunque siempre lo hago, así que preferí darme un descanso y me topé con esta maravilla de Thyan. Y no hablo de la carne.

-Vaya que son ustedes muy bocas flojas.

-Me permito presentarme, mi nombre es Dzor.

-¿De Vanaheim?

-No, yo nací en Asgard.

-¿Asgard? –eso llamó la atención del Djinya, no había conocido a nadie de tan míticas tierras- ¿Entonces eres un Aesir?

-Lo soy.

-Sí, hay diferencias entre Vanes y Aesir. Lo noto ahora.

-Pero también poseemos similitudes.

-Como su lengua altanera.

Dzor rió para Lugh y éste sintió su corazón latir aprisa. No sabía por qué, esos ojos y esa sonrisa le atraían más de lo que el pupilo de Xandar El Viejo se permitiera expresar.

-Soy Lugh de Thyan. Aprendiz de bibliotecario.

-Dime, Lugh de Thyan, ¿tendrás un poco de tiempo que obsequiarme o estarás aquí hasta que esa criatura no tenga más carne que ofrecer?

-He dado mi palabra de ayudar, lamento decirlo –confesó con algo de pesar el cervatillo, bajando apenas su cola que luego sacudió indeciso- Pero si tienes paciencia, en la noche hay un espectáculo que pocos ojos alcanzan a ver.

-Suena tentador, hasta entonces, Lugh.

-Así será, Dzor.

Con una última reverencia, el guerrero de Asgard se retiró, perdiéndose entre la multitud. El joven Djinya se quedó quieto, pensando en él. Era diferente a los demás. Tenía algo. Quizá eran imaginaciones suyas, ya Xandar le había comentado de su volátil imaginación como de su tendencia enamoradiza con todo aquello que era misterioso para él, como sus indagaciones en el Acervo del Tiempo, descubriendo la ausencia de dos rollos en específico. Uno pertenecía a un tiempo muy pasado de Vanaheim, y otro de Jotunheim. Nada faltaba en aquella biblioteca mágica pero ya los había buscado en los pasillos más cercanos, en otros al azar y no habían aparecido. Su protector se extrañó pero no quiso darle más importancia, diciendo sobre la sabiduría del tiempo para revelar las cosas cuando fuese necesario. Pero eso le ganó una reprimenda por husmear en los títulos a riesgo de perderse en el tiempo, curiosidad malcriada, dijo entonces con una risa Xandar.

-¡Lugh! –le llamó Erebis y éste se dio media vuelta, dejando esas meditaciones para después.

No sin impaciencia, esperó a que la noche llegara con nuevos bailes entre aromáticas velas encendidas y farolas que colgaban de bastones curvos decorados con listones de colores. Sus ojos buscaron ansiosos los de Dzor entre los curiosos y pobladores, sin encontrarle. Tuvo a bien enfadarse consigo mismo por alterarse por un mero extraño a quien había conocido horas atrás, dispuesto a irse de ahí, regresando de una buena vez a casa cuando la capa negra con una armadura con emblemas apareció a la vista. Lugh sonrió sacudiendo animado su cola y orejas, caminando más aprisa de lo decorosamente debido para alcanzarle.

-Comenzaba a pensar que hubieras cambiado de opinión.

-Olvidé donde exactamente era –rió el rubio- Es mi primera estancia en Thyan.

-Entonces estás perdonado –Lugh amplió su sonrisa- ¿Listo para ver algo más que singular?

-Adelante.

El Djinya tomó uno de los bastones con una farola en forma de capullo, haciendo un gesto a Dzor para que le siguiera. Mientras se abrían paso entre las caravanas de felices danzantes, Thor apretó sus puños viendo aquella espalda con sus cabellos enroscados tan negros como la noche sobre ellos. Fandral no había mentido respecto a Loki, no le reconocía en lo absoluto. Ni siquiera era el vengativo, adolorido como agresivo Dios de las Mentiras, más bien era como su hermanito de tiempos más felices, aprendiendo magia de la mano de su madre, sentado bajo un árbol sagrado mientras recitaba un conjuro que no le resultaba. Por un lado estaba agradecido de su condición porque significaba que tampoco recordaba su tiempo encarcelado en Asgard como sus torturas, más con ello había perdido su cariño, motivo por el cual se encontraba ahí. Tanto para protegerlo como recuperar ese ojiverde que la providencia no había bendecido.

-¡No te atrases, Dzor!

-Voy siguiendo tus pasos, Lugh.

Asdrain ya se había despedido de los Nueve Reinos, su espíritu era ahora una estrella más del firmamento que vigilaba cariñosamente las tierras de Asgard. Su último obsequio había sido un desgarrador mensaje. Odín, Padre de Todo, había descubierto una pista de Lalita Djinya y marchó tras ella con una prisa que confundió a más de uno, encontrándola en tierras malditas como olvidadas por los dioses. La morada de un dios de nombre prohibido, templo de un arma peligrosa en manos de una hechicera como ella. Las Hermanas Que Lloran. Aparentemente la había asesinado pero sus Einherjars habían visto a otro Djinya que se les escapó durante el ataque. Su padre pedía que regresara de vuelta al palacio de Asgard con el fin de darle la misión de hallar ese Djinya y exterminarlo. Orden más sangrienta no había escuchado de Odín y el Dios del Trueno realmente se avergonzó de ser su hijo. Ese Djinya sobreviviente era nada menos que Loki.

No le cabía en la cabeza un odio tan encarnizado contra los Djinya, como si fuesen los únicos seres de tal poder que amenazaran la salud de Yggdrasill. Desafortunadamente, había perdido su única como sincera consejera, ahora solo le quedaba su mero instinto de guerrero y la voluntad de no rendirse por más difícil que fuesen las pruebas en el camino. Loki le tenía solamente a él entre la orden de Odín y su salvación que aún estaba lejos de sus manos. El pelinegro tenía cuentas pendientes por sus crímenes anteriores, probablemente ya expiados si eran examinados con una balanza justa, pero en su estado actual era un alma inocente. No tendrían piedad de llegar a encontrarle. Thor se perdió en esos angustiados pensamientos, dejando atrás la festividad para bordear la isla por la playa de arenas blancas hasta dar con los riscos sobre los que se estrellaban las olas, dejando una espuma sobre la piedra que resbalaba en forma de velos.

-¡Dzor! –llamó el joven Djinya con un balido travieso- Vamos.

Saltando de roca en roca, Lugh trepó al más bajo de los acantilados, tomando asiento sobre la superficie plana y seca donde crecía un pasto verde de tallos muy cortos pero frondosos. Thor le alcanzó poco después, sentándose a su lado cuando palmeó el único sitio disponible junto al ojiverde, quedando ambos pegados en sus costados por lo estrecho de la cima, con sus cabellos y mantos meciéndose ante el viento que soplaba sobre las olas. Lugh alcanzó la farola que apagó para que las penumbras entre ellos fuesen lo suficientemente oscuras para ver hacia el horizonte marino que señaló con una fina garra. Lentamente, puntos brillantes fueron apareciendo, en color verde claro, cual flores que nadaban en la superficie, formando siluetas diversas por el movimiento de la marea. Era un espectáculo en sí, más había algo más que el Djinya explicó al guerrero, inclinándose a su lado casi a punto de rozar sus rostros.

-Son ondinas, ondinas de las profundidades. Suben por las noches a la superficie para recibir el mensaje de las estrellas que llevan tierra adentro, donde se ocultan tesoros del océano.

-Maravilloso...

-Espera, todavía hay más. Ahora cantarán.

Lugh tenía la vista clavada en aquel espectáculo, sin percatarse de la manera en que el Asgardiano le observó por unos segundos antes de volver la mirada al frente cuando escuchó un tintineo muy suave, apenas si por encima del rumor de las olas cada vez más tranquilas. Luego vino otro, más sonoro y armónico. Fue como escuchar un concierto de campanillas entonando una larga pero hermosa melodía en plena noche. Thor abrió sus ojos cuando el pelinegro comenzó a canturrear al ritmo de aquellas campanadas de agua salada, era una melodía que cantaba sobre guerreros, peleas y la incesante búsqueda de la libertad por espíritus que jamás se daban por vencidos.



'Sé do bheatha, a bhean ba léanmhar

do bé ár gcreach tú bheith i ngéibhinn

do dhúiche bhreá i seilbh meirleach

's tú díolta leis na Gallaibh.

Óró, sé do bheatha bhaile

óró, sé do bheatha bhaile

óró, sé do bheatha bhaile

Anois ar theacht an tsamhraidh.

Tá Gráinne Mhaol ag teacht thar sáile

óglaigh armtha léi mar gharda,

Gaeil iad féin is ní Francaigh ná Spáinnigh

's cuirfidh siad ruaig ar Ghallaibh.

A bhuí le Rí na bhFeart go bhfeiceam

muna mbeam beo ina dhiaidh ach seachtain

Gráinne Mhaol agus míle gaiscíoch

ag fógairt fáin ar Ghallaibh.



-¿Ha sido de tu complacencia esta melodía, guerrero de Asgard?

Ambos se miraron cuando terminó el canto de las ondinas que volvieron a las profundidades del océano a contarle a la madre tierra sobre las estrellas en lo alto.

-Más de lo que pueda expresar con pobres palabras.

-Seguro que no existe tal evento en las ricas tierras donde naciste.

-No, no las hay.

-Mientes –baló Lugh con una sonrisa- Todos saben que Asgard tiene la magia más espectacular y poderosa, como sus tesoros. Los dioses mismos viven ahí.

-Las historias exageran la verdad, Lugh, no mentiré diciendo que no hay tesoros admirables pero me consta en estos momentos que en otras tierras hay joyas más preciosas que aquellas resguardadas en Asgard.

-¿Y soy una de esas joyas? –preguntó atrevido el Djinya, animado porque la oscuridad no dejó ver su rostro sonrojado.

Una mano gruesa acomodó un mechón negro detrás de su oreja de ciervo que acarició igual que su mejilla.

-Lo eres.

-Sólo dices las cosas que quiero escuchar –refunfuñó el joven Djinya.

Thor sonrió, negando un poco. –No eres fácil de complacer.

-La satisfacción no está en mi naturaleza.

-Ni en la mía darme por vencido.

-Estamos en problemas entonces, porque volveremos locos a los Nueve Reinos si nos enfrentamos con tales naturalezas tan dispares.

-¿Te parece?

-Me agradas, Dzor de Asgard. Eres compasivo a pesar de poseer la fuerza de mil relámpagos –la mano de Lugh tocó el pecho del rubio- Puedes y tienes la capacidad de doblegar mundos pero sin embargo, tienes la humildad suficiente para reverenciar al más débil de los seres vivos. No sé por qué no eres un rey.

-Quizá porque he renunciado a un trono.

-¿Lo dices en serio? –Lugh abrió sus ojos.

El Asgardiano asintió apenas. –Tuve la oportunidad de convertirme en rey, pero mi corazón prefirió ser un mejor hombre. Heme aquí.

Se quedaron en silencio, Lugh todavía con la mano sobre el pecho de Thor quien lentamente subió una propia, cubriendo aquella larga y de piel azulada que cubrió con la suya, apenas dando un ligero apretón.

-Has perdido algo, lo dicen tus ojos –susurró el Djinya.

-¿Me ayudarías a encontrarlo?

-Puedo hacerlo... quiero hacerlo... pero tengo miedo.

-¿De qué, Lugh?

-Porque eres poderoso y yo muy débil. Es como si tú fueses la estrella más brillante que ha nacido en los océanos del universo y yo solamente una luna pequeña que espera por un rayito de luz para ser vista.

-No, no. Tú no eres nada bajo las sombras, tienes que creerme.

-Tu corazón late muy aprisa.

-No eres una luna que vive tras la sombra que proyecta una estrella, eres la magia que da al sol mismo su fulgor.

Una risa quieta escapó de Lugh, quien se soltó del guerrero, jugando con la farola con mirada perdida.

-¿Qué sucede, Lugh? ¿Te parecen falsas mis palabras?

-Tú hablas y mi propio corazón late muy aprisa, me sonríes y olvido donde estoy e incluso como me llamo. Me dices cosas con tanta seguridad que de pronto deseo llorar sin saber por qué. Apenas has aparecido en mi vida pero la has convertido en un torbellino de sensaciones rebeldes a mis comandos. ¿Quién eres, Dzor de Asgard, que cantaré con tristeza a las estrellas si te vas?

-No me iré –Thor buscó su mano de nuevo, acunándola entre las suyas.

-Es fácil prometer.

-Yo no lo prometo, te lo juro. Por mi vida, mi salvación y mi alma que nada ni nadie me apartará de ti.

-¿Incluso si tienes que pelear contra tu propia Asgard?

-Incluso si tengo que pelear contra los Nueve Reinos.

-¿Por qué? –el Djinya frunció su ceño, volviendo su rostro hacia el del guerrero, reflejándose en sus ojos azules.

De pronto se puso de pie, saltándole por encima para bajar a toda prisa, corriendo por la playa sin detenerse ni mirar atrás a pesar del llamado de Thor quien se quedó en la cima, viéndole partir con el corazón estrujado. Lugh regresaría con Xandar cabizbajo, agradeciendo que su protector ya estuviera durmiendo para cuando entró por la puerta. Se tumbó sobre su hamaca, haciéndose ovillo con la mano que Dzor le acariciara llevándola contra su pecho. No entendía que había sucedido ni por qué ese guerrero provocaba en él unas lágrimas con sabor a confusión, anhelo, miedo y esperanza. Quiso jurarse no bajar más al festival y dejar que el Asgardiano le olvidara, pero de inmediato se arrepintió al imaginar su figura alejarse en un barco.

Extrañó con fuerza a su madre, le necesitaba para consolarle, decirle qué sucedía con su espíritu agitado pero Lalita seguía sin aparecer. Así le sorprendió la mañana, con Xandar despertándole entre risas, bromeando sobre Djinyas desvelados por bailar a altas horas de la noche. Lugh ya estaba de mejor humor al abrir los ojos, sin problemas para sonreírle al bibliotecario a quien ayudó al bajar al Acervo del Tiempo para dejar unos rollos que había tomado de unas repisas lejanas.

-Xandar –le llamó con una pata rasguñando distraídamente el suelo- ¿Por qué nadie menciona a mi madre en sus memorias?

-¿A qué te refieres con eso, pequeño?

-No hay registro de su nombre por ningún lado, como si no existiera. Pero si hay mención de otros Djinya en tiempos más recientes.

-Lalita anduvo entre nosotros, los hijos de Yggdrasill, sino hasta una era tardía. Quizá su nombre esté por ahí pero no es recurrente.

-¿El hombre de la lanza no los borró a propósito, o sí?

-Vaya con los pensamientos de mi cervatillo. Las bebidas del festival no son buenas para ti.

-¡Xandar!

Éste se carcajeó, recuperando su aliento mientras dejaba el último rollo en su estante.

-Como ya lo dije antes, son cosas del Acervo del Tiempo.

-¿Por qué ignorar el nombre de mi madre como el tiempo perdido de Vanaheim y Jotunheim?

-Hoy estás más necio de lo ordinario, Lugh. ¿Qué sucede?

El joven Djinya le miró y bajó la cabeza de inmediato como si hubiera hecho algo malo que para Xandar ya era imposible, acercándose a él para tomar sus manos.

-¿Lugh?

-¿No... no somos malvados, verdad?

-Los dioses benditos me castiguen si miento, claro que no, niño mío. Hay maldad en este universo, es cierto, pero tú, tú Lugh, no eres parte de esa maldad.

-¿Tampoco mi madre?

-Lalita solo es tu madre. Nada más –el anciano suspiró meciendo las manos del cervatillo con las suyas- Aparta de tu mente estos fantasmas tan traicioneros, ¿qué tal si mejor bajas al festival? Hoy es el día de las cometas, verás que te diviertes.

Lugh le miró unos momentos antes de asentir. -¿Vienes conmigo?

-Creo que me contentaré con verlos desde aquí, la edad ya me canta al oído una advertencia. Anda, pequeño, disfruta de estas fiestas. Y si aparece el guerrero Asgardiano, solamente procura no escapar con él, ¿de acuerdo?

-¡XANDAAAAAR! –las mejillas azules del Djinya vinieron a cambiar su color por uno carmesí oscuro.

-Soy viejo, no ciego.

-Yo... es que... pero... yo...

-Hush –el bibliotecario rió, empujándole fuera de la biblioteca- Fuera de aquí. Este es un espacio sagrado como para hablar de amoríos de cervatillos inocentes.

Un largo balido se dejó escuchar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top