Cadenas de odio

Título: LAS HERMANAS QUE LLORAN

Autora: Clumsykitty

Fandom: MCU (Thor)

Parejas: Thorki, entre otros.

Derechos: Siempre Marvel, siempre.

Advertencias: una historia algo bizarra como triste pero llena de ciertos elementos mitológicos no ciertamente escandinavos. Como siempre, dándome gusto con estas ideas.

Gracias por leerme.



VII. Cadenas de odio.

"El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro." Friedrich Nietzsche



Lugh miraba atento el ir y venir de las olas en aquel desembarcadero, punto de reunión con Dzor. Tenía una sorpresa que obsequiarle, un par a decir verdad y estaba nervioso como emocionado. El guerrero de Asgard simplemente había conquistado su corazón luego de que el festival terminó y él siguió visitándole con la misma regularidad. Largos paseos por la playa, visitas a sus amigos, las ayudas con los bibliotecarios y esos momentos a solas se fundieron en un sentimiento que el joven Djinya deseaba expresar, estando bien consciente de que Dzor bien no podía sentir lo mismo. No importaba, era que anhelaba decírselo o el alma se le iba a destrozar por guardar tan precioso secreto. Su madre aún no aparecía pero el corazón le advertía que cuando lo hiciera, ya no volvería a ver al rubio nunca más. Lalita no iba a permitir su relación con el guerrero, menos al ser de Asgard, una tierra que en más de una ocasión fue objeto de los insultos de la hechicera.

Pero Dzor no era como su madre le había descrito a los guerreros de Asgard, no tenía soberbia, vanidad ni tampoco era egoísta. Todo lo contrario, el rubio siempre tenía palabras amables aún para el más humilde de los seres, jamás dudaba en ayudar a alguien a quien viera en aprietos y su sonrisa era la luz más brillante que no menguaba ante la tristeza más oscura. Como le había contado anteriormente, era un rey. Uno exiliado al parecer pero rey al fin. Lugh se preguntaba en las noches que volvía a casa si Dzor no sería el heredero al famoso trono de aquel dios llamado Padre de Todo, más se le antojaba poco probable. Era una posición que no podría evadir tan fácilmente, todo un reino dependía de ello y veía al guerrero muy a gusto con él como para ser el hijo de tan mítico personaje.

Dzor no podía ser hijo de Odín, el hombre de la lanza que atacara a su madre.

Ya había averiguado su nombre en el Acervo del Tiempo, aquella lanza que portaba de nombre Gungnir contenía un poder capaz de destruir mundos. El joven Djiyna no entendía por qué el Padre de Todo tendría tan amargo rencor contra su madre y ésta guardara tanto rencor contra Asgard. Dichos sentimientos eran el muro infranqueable entre Dozr y él, por eso la urgencia de confesarse con el guerrero antes que los hilos del destino que tiraban las Nornas fuesen a ponerse en su contra y le arrebataran ese rostro por el cual su corazón latía aprisa cuando le sonreía. Las mañanas eran más brillantes cuando era el día en que le vería, el viento era más fresco al traerle el aroma ya conocido de sus rubios cabellos, que le recordaban al sol en lo alto. Simplemente no podía dejar de mirarle y admirarle. Simplemente no podía ya no amarle.

-¡Dzor! –llamó Lugh al percibir a lo lejos su esencia, sacudiendo su cola y alzando sus orejas mientras sus manos alisaban sus mantos al haber estado sentado sobre la arena.

Con una sonrisa amplia, le alcanzó, riendo entre pequeños balidos antes de tomar su mano y tirar de él sin darle tiempo a saludos o preguntas, llevándole a una parte alejada del desembarcadero donde esperaba un navío particular que el rubio pudo identificar como una barca mágica. El Djinya brincó dentro, llamándole a que hiciera lo mismo, balando en queja ante la lentitud del guerrero de Asgard quien sonrió encogiéndose de hombros, posando una mano sobre la orilla de la barca para tomar impulso y saltar dentro. El navío comenzó a moverse solo, con una imposición de su mano Lugh desplegó las velas con el símbolo de su raza, invitando a Dzor a que tomara asiento frente a él, esperando con ansiedad a su reacción cuando el mar dejó de ser mar y se convirtió en una marea de colores vibrantes como cambiantes, el viento tuvo un aroma a flores, esencias.

-Lugh...

Éste rió sacudiendo su cola. –Éste es el océano del universo. ¿Te gusta?

-¿Gustarme? Esto es una obra de arte que ni siquiera los dioses pueden imaginar.

-Ciertamente, está más allá de los dioses.

Aprovechando la distracción del rubio, el joven Djinya tomó aire, cerrando sus ojos con sus manos haciendo unos movimientos mientras susurraba unos hechizos. Cuando Thor al fin dejó aquellos cielos formando flores de cientos de pétalos abriéndose y cerrándose como las olas de energía brillante meciendo la barca, se puso de pie abriendo sus ojos de par en par. Lugh se había transformado, en un Aseir. Y la forma que había adquirido, ya fuese por mero accidente o una broma del destino, era igual a la que tuviera Loki Laufeyson.

-Lo... Lugh... -no atinó a hablar, estupefacto.

El Djinya se miró, dejando aparecer un leve sonrojo en sus mejillas con dos pies meciéndose discretamente ante los nervios que le invadieron, sin atreverse a mirarle.

-¿Es de tu agrado esta forma mía?

-¿Por qué lo hiciste?

-Porque... deseaba ser como tú, igual a ti... que pudieras verme...

Respingó por el par de zancadas que dio el guerrero, sujetándole por los codos, haciendo que le mirara. Aquellos ojos azules estaban adoloridos.

-No, no, Lugh, por favor no digas que te sientes diferente a mí o que necesitas igualarme para que yo te vea cómo te veo ahora. Te lo suplico, no hagas eso.

-Yo te amo –confesó al fin el ojiverde.

Thor se quedó de una pieza, aflojando su agarre en Lugh quien bajó su cabeza, malinterpretando su gesto como un rechazo. De inmediato sus ojos se llenaron de lágrimas que trató de retener, forzando una sonrisa quebrada con sus manos jugando entre ellas.

-Sólo quería... bueno... -pasó saliva apenas si respirando- Quizá es que en verdad solo soy un cervatillo demasiado ingenuo.

-No –las manos del rubio sujetaron su rostro, limpiando con sus pulgares las lágrimas que escaparon- Eres un ser sorprendente, Lugh, y no sabes cuánto significas para mí. Tu confesión me tomó por sorpresa porque tan precioso sentimiento me hace sentir indigno, no hay un mérito de estas manos que me dé el derecho de tu cariño. Pero de todos modos te amo, que es lo que debo decir. Te amo aunque todo el universo esté en contra.

-¿Sin importar que sea un Djinya?

-No me importa.

-¿O qué tenga secretos?

El Dios del Trueno torció una sonrisa. –No te querría menos si así fuera.

Lugh sonrió aliviado, alzando sus manos para tomarle del cuello y estamparle un beso, inocente como apurado que les hizo reír a ambos. Sus frentes quedaron juntas, como sus manos entrelazadas en unos minutos de silencio hasta que de nuevo el Djinya habló con voz temblorosa pero llena de deseo.

-¿Me tomarías?

-Lugh... pero...

-Quisiera... al menos esta vez... por favor...

-No supliques –interrumpió Thor, besando sus labios de nuevo- Si hay alguien que deba ponerse de rodillas, ése soy yo.

-¿Entonces sí lo harás?

La sonrisa del guerrero hizo dar un vuelco al corazón de Lugh, quien se colgó de su cuello, besándole con más pasión al sentirse más seguro por sus palabras, anhelando algo que no sabía muy bien cómo obtener. Sus manos acariciaron de forma torpe aquella armadura, esos rubios cabellos como su barba, mordiéndose un labio ante su inexperiencia que no pasó desapercibida por el Asgardiano, quien recordó que para el ojiverde, era su primera vez a causa de sus memorias borradas. Tomó sus manos que besó por el dorso, mirando alrededor bajo la mirada confundida del Djinya. Thor al fin encontró lo que buscaba, sacando unas mantas como cojines guardados que puso en el suelo, formando una suave cama a donde hizo arrodillarse al pelinegro, con gestos suaves y lentos para no asustarle cuando empezó a desenredar sus mantos.

-Si decides no hacerlo, si existe algo que no te haga sentir bien y quieres detenerte, házmelo saber, ¿de acuerdo?

-No lo haré –dijo muy decidido Lugh aunque estaba obviamente nervioso.

Su respuesta solo enterneció más al Dios del Trueno, quien se tomó su tiempo para besarle, lento, con cariño, murmurando palabras de aliento en tanto las ropas caían, dejando que las manos de Lugh fuesen libres para hacer lo que quisieran, dándole espacio para cobrar mayor seguridad, viéndose seducido por dedos juguetones que exploraron su cuerpo. El carmesí en las mejillas del ojiverde fue más profundo cuando ya no hubo nada que les cubriera, su mirada fue una mezcla entre el deseo y un temor propio de la inocencia que estaba a punto de entregar al guerrero. Se besaron, abrazados al tiempo que se recostaban para seguir con aquellos juegos pacientes bajo un cielo lleno de colores en formas múltiples que tintineaban, similar a una música que acompañó a sus caricias más íntimas que arrancaron los primeros gemidos del Djinya, sin apartar su vista del rubio, pidiendo que continuara.

-Voy a necesitar... -Thor se detuvo, no queriendo arruinar el momento ni avergonzar a Lugh, pero éste le entendió, ocultando su rostro que ardía en su cuello, asintiendo con una mano haciendo un gesto.

Hubo una risa tímida de ambos por unos momentos antes de retomar sus asuntos con la misma calma y temple que estaba demostrando el rubio para con Lugh, cuyo nerviosismo no menguaba no por falta de habilidad de quien era dueño de su corazón sino por todas las ideas que cruzaban por su cabeza entre la decisión y el miedo a no complacer de manera correcta al Dios del Trueno. Sus dudas quedaron olvidadas cuando unos labios y aquella barba comenzaron a serpentear por todo su cuerpo de una manera que olvidó qué letra seguía de cuál, balbuceando incoherencias entre jadeos y gemidos, con sus manos sujetándose de sus fornidos hombros o de su cabellera rubia con tironeos involuntarios al arquearse por su toque, en una primera intención, después cuando sintió una exploración más atrevida, muy íntima en una segunda intención, cubriéndose su rostro con ambas manos porque aquella sensación fue increíble y a la vez vergonzosa.

Thor estuvo a punto de cambiar de idea varias veces, deseaba contarle la verdad primero a Lugh y que luego decidiera si aún le quería, pero éste no le dejó mucho espacio para las dudas, entre sus miradas llenas de un cariño tan sincero como sus quejas en forma de pequeños golpes o discretos gruñidos para llamar su atención. Pronto ya no podría arrepentirse, el deseo como la realización de tener entre sus brazos a un tierno ojiverde estaba ganándole la partida. Más cuando aquellos rosados labios pronunciaron su nombre falso con tal necesidad que robó un beso posesivo de ellos, bebiendo su aliento en tanto terminaba de prepararle, acariciando la piel suave de sus muslos que se separaron llamándole de manera seductora junto con las manos que tiraron de él cuando su último momento de titubeo apareció, perdiéndose en el beso que compartieron. Él acomodándose con cuidado sobre el Djinya, embistiéndole enseguida.

Lugh se arqueó abriendo sus ojos con un par de pequeñas lágrimas escapando a los costados de su rostro hacia sus cabellos más que descompuestos. El inicial dolor junto con el ardor que sintiera por la intrusión del Asgardiano fue menguada por los susurros de aliento que escuchó de éste, con sus manos acariciándole sin moverse en lo absoluto hasta que el propio ojiverde al fin asintió al rubio, con una mirada que pedía le llevara a ese paraíso de placer del que solamente había escuchado hablar o leído en los libros. El Dios del Trueno no se lo negó, sujetándole por la cintura para comenzar a moverse, lentamente como pudo, gruñendo para sus adentros por la exquisita estrechez del Djinya, cuyos dedos se clavaron en su espalda cuando tocó cierto punto en particular en una de sus entradas, haciéndole sonreír cual maníaco al escucharle gritar en éxtasis.

Así comenzó la danza de sus cuerpos, entrelazados, brillando apenas por el sudor de sus cuerpos a la luz de la energía colorida del océano mágico. Sus manos se encontraron, entrelazando sus dedos en un agarre firme, besos que ahogaron sonidos más obscenos. Las piernas de Lugh se cruzaron por encima de las caderas de Thor, cambiando la posición de su cadera, permitiéndole embestidas más profundas que le robaron la razón. Pronto ya no hubo más barca o cielos de formas multicolores cantando para ellos, solamente estaban ambos en una danza que sus cuerpos supieron llevar hasta alcanzar esa cima que les hizo gritar al mismo tiempo, un éxtasis tan arrebatador que ninguno de los dos reaccionó por varios minutos, recostados sobre la barca tratando de recuperar el aire perdido en su orgasmo.

-Lugh...

-Te amo, siempre lo haré –murmuró éste, profundamente feliz.

Se quedaron así un rato más, mecidos por el suave balanceo de la barca hasta que al fin tuvieron las fuerzas para separarse y volver a vestirse, entre juegos de Thor quien se divirtió con los bochornos del Djinya a quien llenó de besos para reconfortarle. Luego de un último vistazo de admiración al océano del universo, regresaron a Thyan ya de noche. El cervatillo volvió a su forma real al bajar de la barca, ayudado por el Asgardiano quien le abrazó de súbito, como si temiera que fuese a desaparecer. Lugh baló divertido, canturreándole como solía hacerlo cuando le notaba triste o acongojado por quien sabe qué pensamientos. Un último beso y tomaron caminos diferentes, uno hacia el Acervo del Tiempo y el otro hacia la posada donde se quedaría hasta el amanecer. Sin embargo, El Dios del Trueno recibió un mensaje urgente de Fandral, hablándole de los avances que los cazadores de Odín tenían sobre aquellas tierras.

Thor salió a toda prisa de Thyan, reuniéndose con su amigo en otro mundo cercano para escuchar de primera mano lo que estaba sucediendo, sintiendo el corazón querer salírsele del corazón al saber que aquellos a quienes había llamado amigos encabezaban la cacería del Padre de Todo. Rugió frustrado, tirando lo que había en la modesta mesita de la habitación donde se encontraba junto a Fandral. Obedecían las órdenes de su padre sin cuestionarlas, cuando el deber de un guerrero siempre era medir en una balanza el peso de dichas acciones antes de siquiera pensar en qué debería proceder. Levantó su mirada hacia su amigo, resuelto a salvar a Loki de las garras de Asgard.

-Lo llevaré a Midgard.

-Pero, Thor...

-Tenemos amigos y aliados que entenderán, confío en sus almas justas.

-... de acuerdo. ¿Qué necesitas de mí, gran amigo?

-Un transporte rápido que pase desapercibido, te veré en este mismo lugar.

-Buena suerte, Thor.

-La necesitaré.

Sin perder tiempo, volvió a Thyan en cuanto hubo quien le llevara sin importar la paga. Convencería a Lugh de irse con él, y si tenían que llevarse a Xandar estaba dispuesto a hacerlo. Escuchó rumores al bajar al puerto, saliendo aprisa con el alma pendiendo de un hilo cuando sus ojos se encontraron con un paisaje que le heló la sangre. Ese pueblo pesquero parecía ahora un campo de batalla con cuerpos terminando de desangrarse y columnas de humo elevándose para perderse en un cielo oscuro pero que en el horizonte mostraba una franja violácea rojiza de un amanecer que dejaría ver la masacre hecha por el ejército de Asgard. Llamando a Mjolnir, Thor voló hacia donde el viejo bibliotecario, casi cayendo de rodillas al ver deshechas sus dos únicas habitaciones con manchones de sangre. Gritó el nombre de Lugh sin darse cuenta, lágrimas de miedo saltaron a sus ojos, corriendo hacia las ruinas para encontrar a un Xandar aún vivo.

-Asgardiano... -llamó débilmente el anciano cuando le sostuvo en brazos, tenía abierto el cráneo como el pecho- ... ellos... Lugh... se lo llevaron... se lo llevaron...

Con un último quejido, murió sobre el pecho del Dios del Trueno quien rugió, apretando sus ojos ante la rabia que le invadió, imaginando ya lo que iba a suceder a continuación, arrepintiéndose miles de veces por no haberse llevado a Lugh en cuanto regresaron, por no haber escapado con él en aquella barca. Por muchas razonas que se tiñeron de rojo como la sangre de Xandar en sus manos al acomodarle sobre el suelo, cerrando sus arrugados ojos. Una lluvia de relámpagos cayó sobre el pueblo de Thyan al tiempo que el rubio se ponía de pie con su martillo en mano, quitándose la capa negra dejando ver la roja ondeando al furioso viento de una tormenta súbita. Miró al cielo nublado con determinación, no dejando espacio para desobediencias al llamar al guardián del Bifrost con una voz que prometía venganza.

-¡HEIMDALL!

Un balido llenó el salón del trono mientras los Einherjars tiraban de las cadenas, haciendo tropezar y caer de bruces a un joven cervatillo con lágrimas en sus ojos, pálido si era posible en su piel azulada con la mirada aterrada. No entendía nada de lo que había sucedido, porque esas armaduras doradas habían tenido que asesinar a Xandar ni por qué lo tenían encadenado como si fuese la más terrible de todas las amenazas. Sus mantos blancos estaban manchados de sangre, suya como del bibliotecario, rotos de unas partes ante los tironeos de los Einherjars que marchaban a paso firme, arrastrándole con ellos hasta un alto trono dorado en el cual estaba sentado Odín, Padre de Todo. Entre las columnas que les flanqueaban se hallaba buena parte de la Corte como los guerreros de más confianza del rey de Asgard, escuchando como golpeaba a Gungnir contra el suelo, poniéndose de pie para dejar escuchar su ronca voz.

-¡Loki Laufeyson! ¡Es hora de que pagues por tus crímenes!

El joven Djinya sollozó mirando a todos lados, negando. –Pero... milord... mi nombre es Lugh...

-¡Deja ya de mentir!

-Soy Lugh...

-¡Acepta los horrores que has traído a los Nueve Reinos!

-... por favor... por favor... no sé de qué habla...

-¡Pérfido y traidor! ¡No solo has huido de tu condena, sino además osas tener el poder de los Djinya, igualmente traidores como peligrosas criaturas!

-¡No es cierto! –lloró Lugh- ¡No somos malos!

-¡Revélate cobarde!

Lugh lloró, de rodillas con sus brazos envolviéndole como si tuviera mucho frío, buscando entre los rostros duros y de miradas despectivas alguien que le ayudara. Las puertas se abrieron de nuevo, y se volvió al percibir una esencia más que conocida, balando hacia él con un brazo estirándose hacia el Dios del Trueno que caminó en zancadas blandiendo su martillo hacia Odín, seguido por Fandral cuya espada estaba desenvainada. Varios de los Einherjars vigilando la entrada les rodearon.

-¡Libéralo ahora! –rugió Thor mirando a su padre- ¡Ahora!

-¿Qué intentas hacer, Thor?

El Djinya se volvió al Padre de Todo y luego al rubio al escucharle decir otro nombre diferente al que le conocía, temblando más con lágrimas abundantes.

-¿Dzor...?

-¡No volveré a pedirlo! ¡Eres tú quien está equivocado! ¡No te permitiré dañarlo!

-¡TÚ NO ERES NADIE PARA DECIRME QUÉ HACER Y QUÉ NO!

Mjolnir escapó de las manos del dios del Trueno ante el llamado de Odín al tiempo que armaduras doradas les cayeron encima. Gungnir castigó a Thor como a Fandral, haciéndoles caer de rodillas, siendo esposados y arrastrados hasta el pie del trono entre balidos lastimeros de Lugh cuyo terror lo tenía temblando ya de pies a cabeza, abriendo sus ojos ante el rey de Asgard pues ya sospechaba que éste iba a tomar su vida.

-¡NOOO! ¡NOOOOOOOO! –aún sometido, el rubio buscó liberarse.

-¡Esto es lo que has provocado, Loki Laufeyson! ¡No solo atentas contra la estabilidad y la armonía de los Nueve Reinos sino que además tratas de engañar a mi propio hijo con tus disfraces!

-¡Yo me llamo Lugh! –quiso éste defender entre sollozos.

Odín entrecerró sus ojos, apuntando con su lanza al joven Djinya quien gritó aterrado, cubriéndose con sus brazos encadenados. Thor también gritó cuando Gungnir atacó al ojiverde sin piedad, tirándole al suelo con un golpe sordo. Los Einherjars tuvieron problemas para contener al Dios del Trueno quien dio por muerto a Lugh, mirando con profundo odio a su padre entre lágrimas que brotaron de sus ojos. El Padre de Todo fue descendiendo lentamente con los dos cuervos encaramados en el trono agitando sus alas y chillando, como si alabaran lo que acababa de suceder. Cuando Odín alcanzó el pie de las escaleras, toda luz en la sala proveniente del exterior se nubló, tomando un color carmesí sangre igual a la niebla que fue entrando por todos lados, envolviendo a los presentes hasta llegar hasta el cervatillo inconsciente que acariciaron como manos maternales.

Las pesadas puertas de la sala del trono se derritieron como si fuese mantequilla, como los cuerpos de todos los incautos cercanos. El sonido de pesadas pezuñas se dejó escuchar con una risa torva que fue haciéndose cruel, envuelta en esa neblina roja.

-¿Tratando de arrebatarme por segunda vez a mi hijo, Odín... esposo mío?

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