Capitulo V
A la mañana siguiente, la princesa Maenyra se despertó; Karmina ya tenía todo listo para prepararla, cosa que le sorprendió.
—Princesa, buenos días. —La joven se escuchaba feliz.
—Buenos días, Karmina. —Mientras hablaba, la princesa se puso de pie y dejó que su doncella la ayudara a desnudarse para entrar a la tina y comenzar a darse un baño.
Una vez que salió, la ayudó a peinarse y a elegir un vestido. Una vez vestida, salió de su habitación; no había dado ni diez pasos cuando se encontró cara a cara con la reina. Inmediatamente hizo la reverencia adecuada.
—Majestad, ¿puedo hacer algo por usted?
—No, en realidad quería llevarte personalmente a los aposentos de la princesa Jaehaera.
—Gracias, es muy amable de su parte.
—También quería disculparme por lo que pasó ayer en el desayuno; mi esposo suele ser impulsivo en ocasiones—Lo cierto era que la reina no sabía la razón de por qué la joven desayunaría con ellos. Jacaerys le informó que quería que la tomara como dama de honor y dejó en claro que era una orden del rey, no una sugerencia.
—No se preocupe, debo disculparme también por mi irrespetuosa manera de dejarlos a usted y a su majestad, nuestro bienamado rey. —Lo último que Maenyra quería era disculparse, pero era lo que se esperaba de ella; ella era una princesa, ellos los reyes de los siete reinos, más aún, ella era la hermana del usurpador, "la princesa pródiga".
El silencio reinó entre ellas, Maenyra presa de los recuerdos de ese sueño donde era ella quien ocupaba el lugar de Baela. Los sentimientos de culpa crecían en su interior, sentimientos de culpa y de desasosiego por el deseo que comenzaba a nacer en su pecho por quien era su rey, sí, pero que desde que volvió parecía decidido a ser su verdugo también.
Baela por su parte, pensaba en su esposo, ella y Jacaerys no se amaban, no romanticamente de cualquier modo, ella lo apreciaba si, mas que a nadie en el mundo, era su mejor amigo y su confidente, pero aun asi verlo tan perdido por esa chiquilla la hacia pensar en miles de cosas, tal vez y oculto sus sentimientos de amor por el rey como un a amistad, estaban en guerra, una guerra que les costo mucho a todos, tal vez no se habia permitido sentir lo que realmente sentia por su esposo y la llegada de esta mujer era la muestra de ello, se encontraba a cada segundo sintiendo celos de ella, celos de como Jacaerys la miraba, celos de como habia deseado que ella bailara para el, celos de saber que ella estaba en sus pensamientos, porque lo sabia, Jacaerys pensaba en Maenyra.
Su esposo pensaba en otra, mientras a ella solo la llamaba a sus aposentos en sus días fértiles. Jacaerys era un excelente esposo y un padre amoroso, no podía negarlo, pero algo en él había cambiado; no era el mismo que había conocido en su niñez, pero podía ver a ese Jacaerys cuando los hermanos que ambos compartían estaban con ellos y ahora, para su disgusto, cada que Maenyra estaba en el salón, el rey frío y calculador con el que se casó parecía pelear con el joven caballeroso y atento que conoció toda su vida, todo por Maenyra.
—Llegamos, la hija del usurpador está aquí.
—Gracias. —Los ojos de Maenyra centellaron de enojo por la forma en la que la reina se dirigió a su sobrina, pero no dijo nada—. ¿Podría llevarla a volar?
—Prima —Baela tomó su mano—. Ninguna de ustedes es prisionera aquí.
La reina soltó el agarre de su mano y salió de aquel lugar. Por alguna razón, las palabras de Baela le parecieron a Maenyra una mentira. Jaehaera sí era una prisionera; la reina viuda también lo era. De un modo u otro, ella misma era prisionera.
Se adentró en la habitación; rápidamente pudo ver la cabellera platinada de una niña de no más de 10 años. Si recordaba bien, los hijos de Aegon y Helaena habían nacido en el año 123 D.C., lo que dejaba a la pequeña con 9 días del nombre.
El tiempo había pasado rápidamente; el rey Jacaerys había cumplido ya un año de reinado, se había casado y tenido a su primera hija, quien estaba prometida a Rickon Stark, por lo que no había un heredero al trono. Irónico.
—Jaehaera...
La niña se giró a verla asustada; sus pequeños ojos violetas la miraban como quien mira a alguien que nunca ha visto en su vida.
—Soy Maenyra, soy tu tía.
La había visto, la pequeña hija de Aegon, cuando ella tenía 8 años; claro que dos años después ella fue enviada a Dorne y tenía todo ese tiempo sin ver a la pequeña.
—¿Eres hermana de mis padres?
—Lo soy.
Los ojos de la niña parecieron brillar con algo de reconocimiento; se acercó más a ella y se puso de cuclillas para estar a su altura.
—Sabes, pensé que podríamos visitar a la reina viuda. ¿Te gustaría?
—¿La abuela?
—Sí... Vamos. —Su mano se extendió en una invitación silenciosa a la niña.
Jaehaera pareció dudar, pero al fin aceptó y tomó la mano que su tía le ofrecía y ambas salieron de la habitación y se encaminaron a la torre donde la reina viuda, ahora llamada la reina encadenada, permanecía.
Al entrar, lo primero que notó Maenyra fue el desorden en la habitación; no había ni un rastro de la pulcritud de su madre. La cama estaba deshecha, las ventanas cerradas, había copas, platos y cubiertos regados por doquier y, en el centro de la habitación, la cabellera rojiza de su madre se dejaba ver.
—Madre... soy yo, soy Maenyra.
—Maenyra... —La vista de Alicent se elevó, sus ojos brillaron de reconocimientos—. Maenya... —La viuda del rey Viserys se puso de pie y caminó hasta su única hija viva antes de dejar una bofetada en su rostro—. Perra traidora, asesina, dejaste a tus hermanos morir; te envié a Dorne para que unieras a los Martell a tu hermano, al verdadero y único rey, y ¿qué haces? Te escondes en ese infierno que es Dorne y nos quitas a un dragón.
Los ojos de Maenyra se llenaron de lágrimas por las palabras de su madre y el dolor del bofetón; no sabía qué decir. Ella fue enviada con 10 años a Dorne y tenía 15 cuando la guerra comenzó. Los Martell le habían dicho que los matasangre eran malditos y lo último que ella quería era ser despreciada por los dioses que su madre tanto adoraba.
—Traje a Jaehaera. —Se limpió las lágrimas y se tragó el dolor por las palabras de su madre.
La reina se giró a ver a la niña, como pudo la tomó en brazos y habló con ella en susurros, pero algo pasó; la reina viuda se aferró a la niña de una forma tal que asustó a la pequeña. Rápidamente, Maenyra ayudó a su sobrina y salió con ella de la alcoba de la reina.
—¿Qué pasó? ¿Te lastimó?
—Dijo que debía matar al rey, dijo que era pequeña y podía rebanarle el cuello mientras duerme sin que nadie lo notara.
Las lágrimas bajaron de los ojos de la hija del difunto Aegon II y su tía la levantó del suelo.
—Sé de algo que puede animarte. ¿Te gusta volar?
—Papá me llevó a volar una vez, fue divertido.
—Vamos entonces, te presentará a Silverwing.
Tía y sobrina salieron del palacio mientras eran observadas por el rey desde la ventana de su estudio. La reunión del concejo privado había terminado hacía pocos minutos; el tema principal de dicha reunión había sido un matrimonio para la recién llegada Maenyra.
Al instante Baela se había mostrado abierta; los nombres de Lannister, Tully, Tyrell e incluso Stark se habían mencionado. El rey las desechó todas, con una sola imagen en su cabeza: Maenyra dando a luz a sus hijos, a su heredera. Imaginaba a una niña de hermosos cabellos rizados y tan dorados como el sol, con la sonrisa de la famosa princesa prodiga corriendo hasta él, llamándolo "papá". Baela protestó.
"—El prometido de mi tía falleció hace menos de dos meses; la princesa sigue afectada, démosle tiempo de llorar su pérdida. —Él no quería darle tiempo de nada; él quería retrasar la boda de Maenyra."
Escucho la puerta del estudio ser abierta y sabia que se trataba de su esposa aun asi no se giro a verla, sus ojos fijos en la figura de Silverwing en el cielo.
—Esos eran matrimonios que fortalecerían a la corona.—Dijo Baela entrando a la habitacion.
—Creo que Maenyra tiene derecho de llorar al dorniense.
—No quieres que llore al príncipe Qyle, quieres evitar que ella contraiga matrimonio—La reina se escuchaba molesta y dolida—Cuando el tiempo de luto pase, vas a encontrar una nueva excusa.
—Baela —la voz del rey era firme—. No voy a discutir esto contigo.
—¿Por qué no? Soy tu esposa, tengo el derecho de...
—No tienes el derecho de nada, Baela, no olvides que no solo soy tu esposo, soy tu rey.
—Entonces respétame, no solo como tu esposa, sino también como la mujer que elegiste para ser tu reina.
—Yo no te elegí. —Las palabras salieron sin permiso de la boca del rey, un pensamiento que se escapó antes de que pudiera detenerlo. —Baela... —Jacaerys supo que ya era tarde cuando, al girarse para ver a su esposa, la encontró con el rostro desfigurado por el dolor y el enojo.
—¿Y a quién hubiera elegido, Majestad? ¿A mi hermana Rhaena? ¿A la fallecida Helaena? O claro, ¿cómo puedo ser tan estúpida de no verlo? Hubieras elegido a la maldita que acaba de regresar desde Dorne; era de ella de quien hablabas cuando éramos niños, siempre ella, Maenyra, Maenyra, Maenyra.
—Baela, cálmate.
—No me pidas que me calme. —La voz de la reina era una llena de enojo y dolor. —No me pidas que me calme, Jacaerys; yo he estado aquí, te he acompañado desde que mi padre se casó con tu madre y aun así nunca me has visto. Un roce de labios hace más de 8 años te hace sentir más que el hecho de que yo te he dado una hija. Desde que ella llegó aquí, dime, ¿cuántas veces has pensado en tu hija?
La imagen de la pequeña Laena vino al rey; su pequeña niña de ojos verdes, piel morena y cabello dorado era todo un deleite y solía calmarlo en sus peores noches.
—Cada día pienso en mi hija.
—No te creo.
—Lo hago. —Cada que el pensamiento de Maenyra lo llenaba, cada que pensaba en ella dándole un hijo, se obligaba a pensar en su hijita, su princesita. Desde hacía un mes, la princesa Laena era el pensamiento más frecuente del rey.
—No quiero a Maenyra en el palacio.
—No se irá.
—Me humillas al tenerla aquí, toda la corte nota tu debilidad por ella.
—Entonces recuérdales quién es la reina.
Se giro a verla, los ojos esmeralda contra los violetas de la reina, un violeta diferente a los de Maenyra, mas profundos, mas decididos.
—¿Y quién te recordará a ti que yo soy tu esposa?
—Confía en que mi deber es mayor que mis emociones. —El rey se sentó tras su escritorio y miró a su esposa fijamente—. Cuando supe de la muerte de mis hermanos y mi madre, quería quemar todo King's Landing y aun así Tempestad Carmesí permaneció en Essos mientras yo esperaba una respuesta de mi abuelo.
—Me gustaría confiar en el amor de mi esposo. —Una sola y solitaria lágrima bajó del rostro de la reina—. ¿Nunca vas a llegar a amarme?
—Baela —El rey se puso de pie y tomó a la reina por los hombros, besó su frente y la miró a los ojos—. Yo te amo, eres la madre de mi hija, eres mi más leal consejera, eres mi mejor amiga.
—También soy tu esposa, soy la mujer que deberías desear tomar día y noche y aun así parece que compito con poco menos que un fantasma; compito con el fantasma de una niña de 7 años, porque seamos honestos, Jacaerys, no puedes amar a la princesa Maenyra. No la conoces. La deseas y confundes ese deseo con amor.
—Tal vez tengas razón, pero escucha esto, Baela. —El rey le dio la espalda a su esposa, su visión perdida en el ventanal de su estudio—. Mi corazón ya no es capaz de sentir amor, no la clase de amor que tú esperas de mí, no soy capaz de amar con ese amor de fantasía que los bardos y poetas describen. Porque francamente creo que no existe.
La reina miro la espalda de su esposo, un nudo formandoce en su garganta y un peso en su pecho, un peso que Baela sintio la romperia en dos.
—Creo que mientes, más que a mí o a alguien más, creo que te mientes a ti mismo, Jacaerys; creo que sí eres capaz de amar de la manera que los bardos cantan en sus canciones y los poetas escriben en sus versos, solo que nunca serás capaz de amarme a mí de esa forma.
Con esas últimas palabras, la reina salió de aquella habitación; sus pasos la llevaron hasta la alcoba de su pequeña hija, su Laena, su pequeño tesoro. Se acercó a la cuna donde la niña de 5 lunas de nacida la miraba atentamente; sus ojos verdes, tan parecidos a los de su padre, se clavaron en los de la reina, violeta y esmeralda. La reina tomó a la princesa en brazos y pasó el resto del día ahí con ella, con su hija. Pensó en su madre, pienso en lo difícil que debió haber sido para ella sentirse un reemplazo para alguien como Rhaenyra. Amaba a la difunta reina; ella la había criado con el mismo amor con el que crió a los hijos de su vientre, pero aun así una pequeña espina de amargura crecía en su corazón al saber que su padre siempre anheló a la difunta reina, incluso cuando su madre le entregó su vida.
¿Acaso a ella le pasaría lo mismo? Estaría condenada a un matrimonio donde no fuera más que la sombra de otra; vería a su esposo arder en celos cuando la mujer que en realidad deseaba daba a luz a los hijos de otro hombre. Moriría sin saber lo que era que un hombre sintiera amor y deseo por ella.
Las risas de sus hermanos menores la sacaron de sus pensamientos; los dos príncipes entraron rápidamente y se sentaron a sus pies. Ambos parloteaban sobre lo asombroso que fue ver a un dragón volar.
—¿Qué dragón, niños?
—Los sirvientes dijeron que era Silverwing Bae. ¿Su jinete es esa chica, no, la que llegó de Dorne?
—Sí, ella.
—¿Por qué ella monta un dragón?
—Es hija del rey Viserys.
—¿Era hermana de nuestra madre? —La voz de Aegon se llenó de asombro.
—Media hermana en realidad, cariño.
—Entonces era hermana de... de ese hombre también.
—Sí. —La voz de Baela fue más delicada; el hablar de los hijos de la reina Alicent, sobre todo con su hermanito Aegon, era difícil. El niño aún tenía pesadillas del día en que Sunfyre devoró a su madre.
Viserys pareció notar que su hermano mayor se perdía en sus pensamientos y rápidamente lo sacó de la espiral de malos recuerdos que cualquier mención de los verdes traía. Los dos niños jugaron con los juguetes que la pequeña Laena aún era demasiado joven para saber apreciar.
Pasó un largo rato hasta que los príncipes fueron buscados por sus maestros de armas; los dos niños fueron hasta el patio de entrenamiento donde el rey los veía desde lo alto.
Mientras veía a sus hermanos entrenar, el rey le daba vueltas a las palabras de Baela: ¿qué habría elegido sin la guerra? ¿Habría volado hasta Dorne para confesarle su amor a Maenyra? ¿Le habría pedido a la hija del rey que dejara al heredero de Dorne? ¿Se habría casado con Maenyra? ¿Se habría casado con Baela como le dictaba el deber?
El rey se pierde en sus pensamientos. Se ve volando sobre Vermax rumbo a Dorne, su corazón lleno de determinación y anhelo. En su mente, revive el momento en que confiesa su amor a Maenyra, dejándose llevar por una pasión que siempre había reprimido.
"—Ven en conmigo —diría, tomando sus manos, mientras el sol dorado del sur ilumina sus rostros—. Abandona a Qyle Martell. "Juntos, podemos construir una vida nueva".
En ese sueño, Maenyra acepta. Regresan a Dragontone, donde sus días están llenos de risas y sus noches de promesas susurradas. La corte los acepta a regañadientes, pero el pueblo los aclama. Su hijo, Maegor, crece fuerte y amado, heredero de una unión nacida del amor, no del deber. Jacaerys la ve coronada junto a él, llevando con orgullo la corona del conciliador; él mismo la habría coronado, compartiendo un trono que parece más liviano con ella a su lado."
Los pensamientos de Maenyra son rápidamente reemplazados por Baela y Laena, su esposa y su hija, y como si las hubiera invocado con el pensamiento, ellas aparecen poco tiempo después. La pequeña en brazos de Baela balbucea y estira los brazos, deseando que su padre la tome, cosa que el rey no esperó para hacer. Los rasgos del rey se suavizaron y sonrió con una de esas sonrisas que le recordaba a las personas que su soberano tenía 19 años solamente. Baela sonrió al ver a su esposo y su hija juntos.
—Mi reina. —La voz de la princesa Maenyra llegó hasta los oídos de la reina.
—¿Qué es lo que pasa, Maenya?
—No es nada, solo quería que supiera que habíamos regresado. —Dio una reverencia y se retiró.
La reina observó a su esposo y, para su alegría, lo vio perdido viendo a su hija. Eso le alegró; al menos su niña no tendría que competir por la atención de su padre.
Baela disfrutó de ese momento, se permitió imaginarse que Jacaerys la amaba; sabía en su interior que el corazón del rey nunca sería suyo, aun así le gustaba pensar que lo era, que le pertenecía a ella y no al fantasma de Maenyra. Maenyra, quien siendo el amor de la infancia del rey, quien siendo ahora una desconocida, lograba que los ojos de Jacaerys brillaran con una emoción que no había visto antes.
Baela se permitió imaginarse a sí misma como la única dueña de su corazón. Visualizó un mundo donde Maenyra no existía, donde no había sombras del pasado que opacaran su presente. En ese mundo, Jacaerys no era un hombre quebrado por la pérdida, sino alguien capaz de amar plenamente. Capaz de amarla a ella. Pero la ilusión era frágil. La realidad volvió a imponerse cuando Jacaerys fue llamado por uno de sus guardias; el rey dejó a la princesa en brazos de la reina antes de desaparecer del lugar.
"Quizá algún día me verás como yo te veo a ti".
El pensamiento dolió e hizo eco en lo más profundo de la mente de la reina; ella no debería desear que su esposo la amara, debería ser un hecho, pero el amor era un lujo que las reinas rara vez se podían permitir.
Mientras la reina cuidaba de su hija y sus hermanos pequeños, el rey en sus aposentos atendía el urgente asunto; era una carta del príncipe Qoren, dirigida a la princesa Maenyra, donde se le pedía que le hablara de su estancia en el palacio.
"Maenyra:
Espero que estas palabras te encuentren con salud y fortaleza, aunque entiendo que el peso de la pérdida aún debe ser una carga difícil de sobrellevar. Mi corazón, como el tuyo, continúa dolido por la ausencia de mi hijo, cuyo recuerdo nos acompaña día tras día.
Desde nuestra despedida tras el funeral, he pensado a menudo en ti. Te escribo ahora con el deseo sincero de saber cómo estás siendo tratada en la Fortaleza Roja, ese lugar que tantas veces ha sido escenario de grandes alegrías y profundas penas. ¿Encontraste en la corte el consuelo y el apoyo que mereces en estos días oscuros? ¿O es que el joven frío que se sienta en el trono te tiene como mera prisionera? Saber que eres bien tratada y respetada allí aliviaría en parte mis preocupaciones.
Siempre te consideraré parte de mi familia, y las puertas de mi palacio estarán abiertas para ti en todo momento. Si en algún momento sientes la necesidad de regresar a Dorne, este sigue siendo un refugio seguro para ti.
Te ruego, princesa, que me permitas seguir acompañándote en la distancia, compartiendo tu dolor y tus anhelos. Será un honor para mí recibir noticias tuyas y saber de ti. bienestar.
Con sincero afecto y respeto,
Qoren Martell.
El rey hizo el papel a un lado; la furia lo dominó al pensar en Maenyra deseando volver a Dorne. ¿Cómo se atreve este hombre a escribirle a Maenyra, a invitarla a su hogar? Maenyra era una princesa. Las ideas de casarla y tomar la "prima nocta" volvieron con mayor fuerza.
—Lleven la carta a la princesa, que la responda y, antes de que sea enviada, tráiganla ante mí; no podemos arriesgarnos a que cuente algo que nos haga ver mal y eso termine una posible alianza con Dorne.
—Como ordene, majestad.
Volvió a sus aposentos y, para su sorpresa, Baela estaba ahí, y después lo recordó: era uno de los días fértiles de la reina. Su mirada viajó a la bandeja llena de afrodisíacos que, como cada noche en la que los monarcas se acostaban, era llevada.
—¿Y qué era tan urgente?
—El príncipe Qoren le escribió a la princesa Maenyra.
—Vaya...
Baela era una visón, vestía un blanco camiso de seda que dejaba ver su bien formado cuerpo; sus pezones resaltaban a través de la tela, coronando unos pechos inflamados y redondeados por amamantar, pero aun así el rey solo podía pensar en Maenyra.
—Ordene que me dieran la carta una vez que ella responda.
—Es sensato, esposo.
Vio a su esposa servir dos copas de vino y entregarle una; ella se sentó a sus pies, como todas las noches. Su plática fluyó fácilmente y Jacaerys se alegró de no haber arruinado eso, de no haber perdido a su amiga y más leal confidente por un deseo pasajero.
Justo cuando la reina se elevaba sobre sus rodillas para tener un contacto más cercano con su esposo, la puerta fue tocada.
—Es la carta de la princesa, mi rey.
—Dénmela y retírense. —Jacaerys tomó la carta— Y asegúrense de que no seamos molestados.
El sirviente salió rápidamente después de entregar el pergamino que tan delicadamente la princesa Maenyra había escrito.
"Mi querido príncipe Qoren,
Sus palabras han sido un bálsamo en estos días de penumbra; le agradezco profundamente el consuelo que me brinda desde la distancia. Saber que aún piensa en mí como parte de su familia me llena de gratitud, pues nunca he sentido tanto la necesidad de pertenecer como ahora.
La vida en la Fortaleza Roja es... compleja. El frío joven que mencionáis gobierna con más acero que calidez, y aunque no me considero prisionera, tampoco encuentro el hogar que alguna vez tuve aquí. No obstante, los lazos de la sangre y el deber me atan a este lugar. De momento, debo permanecer.
Aún así, su ofrecimiento de refugio en Dorne resuena en mi corazón. Saber que siempre habrá un rincón para mí en Lanza del Sol me llena de paz. Quizás un día, cuando las tormentas se calmen y las heridas sanen, encuentre el camino de regreso a ese paraíso de arena y sol.
Por ahora, solo puedo pedirle que no olvide a esta hija que el destino le entregó. Sus cartas serán mi compañía y un recordatorio constante de que el mundo aún guarda bondad en sus rincones.
Con gratitud eterna y respeto,
Maenyra Targaryen."
El rey dejó la carta a un lado y se acercó a su esposa. Baela vio algo oscuro en sus ojos, algo que solo había visto antes durante los juicios de las traidoras, casi un año atrás. Sea lo que sea que la princesa respondió molesto al rey.
Pensó que la echaría, pero no fue así; la tomó de la cintura con mano firme y la besó, un beso demandante. Sus manos se pasearon por su cuerpo y, por primera vez desde su matrimonio, Baela se sintió realmente deseada por su marido.
Mientras Baela sentía que tocaría las nubes, Jacaerys estaba nublado por la ira que las palabras de Maenyra plasmadas con tinta en ese pedazo. Cada toque sobre Baela era un toque sobre Maenyra en la mente del rey; los gemidos ahogados de la reina eran reemplazados por la voz de la princesa. Mientras el rey se metía uno de los senos de su esposa a la boca y dejaba una leve mordida sobre él, no veía la oscura piel de la reina, sino la pálida piel de la única hija viva de Alicent Hightower.
Cuando la reina al fin alcanzó su liberación, el rey lo hizo poco después. La reina gritó el nombre de su esposo y solo en ese momento Jacaerys volvió a la realidad; para detener el nombre de la princesa de sus labios, volvió a enterrarse en los pechos de la reina.
Se quedaron muy quietos por un tiempo mientras sus respiraciones volvían a la normalidad. Salió de Baela con cuidado, la miró a los ojos, dejó un beso en su frente y se dejó caer de espaldas en la cama.
Pasaron largos minutos en un silencio sepulcral, pudo sentir a su esposa moverse, tratando de abrazarlo, pero fingiendo estar dormido, le dio la espalda. La culpa lo carcomía de arriba abajo.
Una vez que supo que su esposa estaba dormida, se levantó, fue hasta los pasadizos de su habitación y comenzó a recorrer los ocultos pasillos del palacio. Llegó hasta la habitación que hacía tanto tiempo no visitaba. Maenyra aún olía a flores a rosas y tulipanes, un olor que guardaba profundamente.
Camino hasta la cama de esta, se permitió verla dormir y pasar una de sus manos por el sedoso cabello de la joven durmiente cuando de pronto los ojos de esta se abrieron, el violeta brillo con miedo. La vio ponerse de pie, cubierta solo por un delicado camisón de seda; su cuerpo, a diferencia del de Baela, que estaba marcado por un parto, era virginal en todos los sentidos: pechos pequeños, coronados por pezones erizados por el frío, una cintura estrecha y una cadera que delataba que sería muy fértil llegado el momento.
La joven lo miró fijamente; su rostro preguntaba qué era lo que hacía ahí. El rey retiró el cabello que caía sobre su rostro y la observó con detenimiento; ella entreabrió los labios y jadeó por su toque. Fue todo lo que necesitó para besarla.
La joven respondió al beso con la misma pasión que el rey, pero cuando las manos del rey comenzaron a acariciar su cuerpo de manera más pasional, ella se alejó; sus ojos se mostraban asustados. Nunca había sido besada ni tocada de aquella manera y al miedo se sumaba la culpa de saber que aquel hombre estaba casado.
—Debe volver con su esposa. —Su voz fue un susurro apenas.
El rey se dio la vuelta y salió por el mismo lugar donde entró; la joven se dejó caer al suelo llorando.
Cuando el rey volvió a sus aposentos, Baela seguía tan dormida como la dejó minutos antes; se volvió a acostar con un único pensamiento. Maenyra.
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