Capítulo 16
Konrad y Verónica pasaron varias horas buscando a Sídney alrededor de donde ella decía haberlo perdido. Sin dar con él, y exhaustos, decidieron volver al colegio.
En el camino lo que al principio era una pequeña llovizna se convirtió en una lluvia torrencial. Juntos corrieron para refugiarse y en el camino vieron a April quieta, de pie, en medio del prado encharcado.
Se acercaron a ella. Sus ojos estaban más abiertos de lo normal. Konrad intentó asustarla con movimientos en frente de su rostro, pero no dio resultado. La lluvia cada vez era más fuerte. El cielo estaba gris y el sonido de tantas gotas cayendo al tiempo era ensordecedor. Los rayos se avecinaban desde las montañas de la Cordillera de las Carolas, pero April parecía no inmutarse de ello.
—¡¿Qué hacemos?! —gritó Verónica.
—Hay que despertarla, seguro habrá una tormenta dentro de poco —gritó Konrad para que su voz se oyera entre la bulla.
Verónica tomó el hombro de su amiga y la sacudió fuertemente, ocasionando que cayera al suelo. April se movió confundida y vio a Konrad y a Verónica empapados.
—¿Qué pasa?
—Eso deberíamos preguntarte a ti. Te encontramos aquí parada como una boba —gritó Verónica buscando un lugar para su voz entre tanto ruido.
—Tenemos que irnos ya —recordó Konrad dándole una mano a April para que se pusiera en pie.
Cuando todos arrancaron a correr, April tomó un camino diferente al de sus amigos, iba hacia el colegio.
—¿Qué haces? —preguntó Verónica.
—Yendo al colegio.
—¿No ves la hora? —dijo Verónica —, son las 6 de la tarde, ya no queda nadie en el colegio, está cerrado.
April se detuvo en seco, consciente esta vez de todo, pero tratando de buscar una explicación. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí parada bajo la lluvia? Lo último que recordaba era que estaba buscando a sus amigos.
—¡Vamos April! —exclamó Konrad agarrándole el brazo y halándola, haciendo que caminara.
Los tres se introdujeron en el auto de April, ella frente al manubrio, a su lado Verónica y en la parte trasera Konrad.
Todos escurrían agua y temblaban. La temperatura del ambiente, inclusive dentro del auto, era helada. Nadie hablaba, pero no había silencio en absoluto. Los truenos retumbaban con poder, los rayos alumbraban todo el pueblo y las gotas azotaban las ventanas.
Konrad pronunció la primera frase en mucho.
—No entiendo nada, todo es muy confuso, tenemos que...
—Hablar —interrumpió April en voz baja —, tengo mucho que contarles.
—Acepto que algo raro está pasando en el pueblo —dijo Verónica —, pero eso no significa que les crea todas las bobadas que dicen sobre ogros y hombres sin rostro.
—Podemos ir a algún lugar en Brouillard —propuso April encendiendo el auto y dándole marcha.
La noche cayó sobre Uspiam y el clima solo empeoraba. Una densa niebla se posó lentamente en el camino del auto y unos minutos después April oprimió el freno con delicadeza y el auto se detuvo paulatinamente.
—¿Ahora qué? —gruñó Verónica.
—Mira la carretera —respondió April.
Todos, expectantes, miraron al frente. Un cuerpo estaba tirado a unos metros, pero no se distinguía con claridad su identidad.
—Tenemos que ayudarlo —propuso April.
—¡Y las flores del cerezo vuelven a caer! —exclamó Verónica alterada —. ¿Acaso se les olvida lo que pasó la última vez que nos bajamos del auto por algo que se atravesó en el camino?
—Estamos en medio del pueblo, no en medio del bosque, esta vez es diferente —recordó Konrad.
—Igual prefiero no arriesgarme, gracias —agregó Verónica.
Konrad encendió la linterna del celular y haciendo caso omiso abrió la puerta. Un ventarrón repleto de gotas invadió el interior.
—¡No Konrad! —exclamó Verónica mientras miraba a su amigo bajarse del auto y cerrar la puerta.
La rubia, sin otra opción, imitó a su amigo. Ambos caminaron hacia el cuerpo lentamente, atentos ante cualquier imprevisto. La atmósfera del lugar era tétrica, debía haber casas cerca, pero la niebla impedía verlas. Al llegar junto al cuerpo se agacharon, alumbraron su rostro y descubrieron de quien se trataba.
April desde la cómoda silla de su auto vio como sus amigos no paraban de mover las manos e intentar levantar al desconocido. Seguro necesitaban su ayuda.
—¡Sídney! —exclamó cuando se había acercado suficiente y unos pasos después de haber bajado del auto.
—No te impresiones —dijo Verónica bajo la lluvia —, más bien ayúdanos a llevarlo al auto. Pesa como una ballena.
April se acercó y lo tomó de una pierna. Verónica tenía toda la razón, los músculos de Sídney eran mucho más pesados de lo que parecía a simple vista.
—No podemos alzarlo —sostuvo April ubicando la pierna de nuevo sobre el suelo —¿Ya intentaron despertarlo?
—Sí —respondió Konrad —, y obviamente no funcionó.
Verónica dejó caer el brazo que intentaba arrastrar, causando que Konrad sin querer soltara la cabeza de Sídney que fue a dar contra el suelo.
—¡Cuidado! —exclamó April corriendo a sostener el cráneo de Sídney —. Lo van a dejar retrasado.
—¿Más? —preguntó Verónica —. Es imposible.
—Si no lo podemos levantar, tendremos que arrastrarlo —dijo Konrad —. Ustedes dos tómenlo del brazo derecho y yo lo haré del otro.
El grupo se dispuso a llevar a cabo el plan. La camiseta de Los Lobos de Uspiam de Sídney se arrastraba contra el pavimento y sus amigos no paraban de quejarse sobre su peso. Después de mucho halar lograron ubicarlo junto al auto.
—¿Ahora cómo lo vamos a subir? —preguntó Verónica mientras quitaba el agua de sus ojos para poder ver.
—¿Subir a quién? —dijo una voz que nadie escuchaba hacía horas.
—¡Sídney! —exclamó April arrodillándose junto a su amigo —. ¿Estás bien? —preguntó tocándole el rostro. —¡Por las aguas de Uspiam menos mal!, pensé que esto era mucho peor.
—¿Qué pasó? —preguntó Sídney confundido mientras se sentaba.
—Te encontramos botado en la carretera...
—Los detalles los pueden hablar dentro del auto ¿No creen? —preguntó Verónica.
Todos se subieron al auto en las mismas posiciones, con Sídney atrás junto a Konrad.
—La cabeza me está matando, me duele demasiado —comentó Sídney y sus amigos callaron.
—¿Alguna idea de adonde podemos ir en Brouillard, Sid? —preguntó April cambiando de tema.
—Puede ser el café —respondió Konrad.
—No —refutó Sídney —, es mejor Belle Orchidée. Elio es mesero esta noche, podría darnos toallas para secarnos.
—Apoyo a Sídney —dijo Verónica —. Tengo que investigar algo en ese lugar.
En Brouillard, entre todos los locales había uno que resaltaba por su ostentosidad, Belle Orchidée, un brillante restaurante, con vistas sensacionales al océano y al rio Aurora que nacía de la unión entre los ríos Trocken, Mullat y Chaud. Pertenecía a la familia Zaccarello y era fruto del trabajo arduo de muchas generaciones.
La puerta de Belle Orchidée se abrió y April entró en el vestíbulo, su saco blanco de lana chorreaba gotas y dejaba un camino por donde pasaba, Sídney la siguió, también estaba completamente mojado, llevaba la camisa del equipo sucia y desgastada en varias partes y sus brazos fuertes se veían por encima de todo. Luego arribó Verónica con su cara de mal humor, su cabello, ondulado y rubio, ahora se veía liso y más oscuro debido al agua. Por último, estaba Konrad, aunque la lluvia no le había dañado para nada su peinado, sus ojos verdes y su piel pálida lo hacían parecer aún más afectado por el clima respecto a los demás.
Un jovencito delgado y de brillantes ojos turquesa entró en el vestíbulo proveniente del interior de Belle Orchidée, vestía un smoking de chaleco y una servilleta de tela colgaba de su brazo derecho.
—Es un gusto recibirlos esta noche en Belle Orchidée... ¡Por las aguas de Uspiam! ¡¿Qué les pasó?! —preguntó espantado al ver a los chicos tan maltratados.
—Hola, Elio —dijo Sídney y lo demás lo imitaron.
—El auto de April se averió a unas cuantas cuadras de acá —respondió Konrad.
—¿Acaso ese no es tu auto, April? —preguntó Elio acomodándose su refinado tupé pardo repleto de tenues ondas y observando por la ventana al vehículo blanco de la chica que brillaba bajo una elegante farola.
—Es que bajamos a repararlo —se apresuró a aclarar Konrad —, y por eso nos majamos —mintió.
—¿Y por qué...
—Ya deja de hacer preguntas, Elio —interrumpió Verónica —. Necesitamos una mesa.
—¡¿Una mesa?! No pueden entrar con esas fachas, tenemos código de vestimenta luego de las 5 de la tarde.
—¿Te parece que vinimos hasta acá para recibir esa respuesta?
—Perdón, Verónica, pero no hay nada que pueda hacer.
Sídney fijó sus ojos en los de Elio y con un movimiento le indicó que se alejaran de los demás.
—Debe haber algo que puedas hacer —susurró Sídney mientras sus amigos lo observaban curiosos desde la otra esquina del vestíbulo.
—Sabes que no puedo, Sid —dijo Elio —. Mis padres se molestarán si se enteran, además el alcalde está comiendo con unas personas de renombre y no lo vería con buenos ojos.
—Está lloviendo mucho y no podemos ir a otra parte. Por favor, Elio —suplicó y mostró su atractiva sonrisa.
—¡Está bien, Sídney! Veré que puedo hacer —dijo el chico saliendo del vestíbulo.
—¿Y? —preguntó Verónica escurriendo su cabello sobre una lujosa alfombra cuando Sídney regresó junto a ellos.
—Aceptó ayudarnos.
—¡Por las aguas de Uspiam, menos mal! —exclamó April aliviada —. No quisiera volver ahí afuera.
Elio regresó con cuatro blancas toallas en lugar de la servilleta y con ropa limpia, formal y lo más importante, seca.
—Séquense, no deben ensuciar el suelo del restaurante —advirtió dándole una toalla a cada uno.
—Gracias —dijo April dándole un abrazo.
—Vístanse con esto. Alistaré su mesa mientras tanto —agregó y se retiró.
—¿Cómo lo convenciste? —preguntó Konrad mientras pasaba la toalla por su cabello.
Sídney mantuvo silencio y se deshizo de su camisa, mientras April se limitó a sonreír.
—Esa pregunta está de más cuando se trata de Sídney —dijo Verónica secándose sus piernas —, o de April.
Vestidos con aquella extraña ropa que les agregaba 20 años de edad, ingresaron, por fin, a Belle Orchidée.
—No puedo caminar con esto —gruñó Verónica mientras se balanceaba de lado a lado y miraba sus pies intentando no tropezar a causa de los tacones que llevaba puestos.
—Si gustan, síganme por favor —dijo Elio, al alcanzarlos, con un extraño tono elitista
—¿Por qué hablas así? —murmuró Sídney.
—Mandato de mis padres —contestó el chico.
Se dirigieron a una mesa decorada con un suave mantel melón y varias copas, cubiertos, platos, vasos y servilletas sobre él. En el centro reposaba un arreglo floral con una orquídea por cada comensal, una vieja tradición del establecimiento.
—De nuevo gracias, Elio —murmuró April antes de tomar asiento.
—Aquí está el menú —dijo el chico posando un largo y delgado tablón sobre cada uno. Con un encendedor dio luz a cuatro delicadas velas estratégicamente ubicadas —. Volveré cuando estén listos para ordenar.
Los cuatro esperaron a que Elio se alejara lo suficiente y cuando se cercioraron de que los bastantes comensales presentes estaban lejos, Verónica habló.
—¿En qué demonios nos metimos? —preguntó abriendo el menú.
—Tengo la misma pregunta —dijo Konrad.
—Ya no importa —agregó April frotando sus manos para entrar en calor —. Ahora tenemos que tratar de entender que es lo que está pasando.
Verónica, April, Konrad y Sídney contaron por turnos y con infinito detalle todo lo que sabían y los sucesos que les habían ocurrido, entretanto, Elio anotó su orden.
—¡¿Brujas?! —exclamó Verónica incrédula —. Me callaré y solo por esta vez no diré nada.
—¿Te hicieron algo, Sid? —preguntó April preocupada.
—No, nada ... bueno, una pequeña cortada en el brazo —todos fijaron su mirada la herida que se veía tan sutil como si hubiese sido causada por un papel.
April tomó de la mano a Sídney y acercando sus ojos pasó sus dedos por la herida. La lluvia no se había detenido en el exterior y la niebla impedía ver la desembocadura del rio Aurora en el océano.
—No se ve para nada mal —dijo.
—¿Qué cosas pueden estar causando todo esto tan de repente? —preguntó Konrad —, y aparentemente solo nosotros lo notamos, porque el resto de Uspiam sigue con sus vidas sin problema.
—Belmont mencionó algo sobre las gemas ... dijo que ya no eran importantes, que ahora nosotros éramos los importantes.
—¿Nosotros? —repitió Verónica —. No importa lo que esté pasando, esa rata de Belmont Storgard tiene algo que ver —agregó.
—Eso es obvio —dijo Konrad —. Tenemos que andar precavidos con él.
—No creo que sea malo —opinó April —. Salvó a Verónica y dijo que buscaría a Sídney...
—Y también sabe lo de las gemas —interrumpió Verónica.
—¡Devolvámoslas! —exclamó Konrad, mientras Sídney parecía hacer malabares en su mente para comprender la conversación —. Todo cambió un día después de haber encontrado eso y Belmont sabe de su existencia. No puede ser coincidencia.
—¿Devolver qué? —preguntó Elio que volvía con una gran bandeja dorada con cuatro postres, cuatro bebidas y una canasta elaborada a mano.
Nadie sabía que responder. Konrad y Verónica estuvieron a punto de hablar, pero se contuvieron al suponer que sus palabras no llevarían el peso de una buena mentira.
—Esto es cortesía de la casa —dijo Elio al poner sobre la mesa aquella curiosa canasta artesanal llena de frutas de todo tipo y procedencia —El tiramisú de café y el café cargado con granos traídos desde el eje cafetero, para Konrad —continuó mientras servía la comida —, espero puedas conciliar el sueño esta noche ... 5 deliciosos macarrones de lijo, marang, guapurú, pitaya y milú acompañados de un jugo sin azúcar de mora para April ... flan de limón endulzado con stevia y una lijonada para Sídney ... y por último ... un pastel del diablo con soda para Verónica —terminó de decir y se fue apresurado a una mesa donde requerían su presencia.
—¡Me suena la idea! —agregó Verónica —. Dejar las gemas y listo.
—¿Y si eso no es lo que causa todo esto? —preguntó April.
—Hay que intentarlo al menos —sostuvo Konrad.
—Suena bien para mí —agregó Sídney —. Si no pasaba nada raro mientras las gemas mientras estuvieron allá escondidas, devolverlas podría ser la solución.
—Bueno —dijo April —. Yo tengo mi zafiro y el diamante de Sid escondidos en mi cómoda.
—Mi esmeralda sigue en mi bota —dijo Verónica —. ¿Y el tuyo, Konrad?
—Aún junto a los libros de la biblioteca.
Los chicos no notaron que, debido a la emoción del momento, cada frase que pronunciaban era más y más fuerte, y llegaron a llamar la atención de la gente que comía en el lugar.
—¡Mierda! —gruñó Verónica al ver tantas miradas dirigidas a su mesa.
—¿Cuándo las vamos a ir a dejar entonces? —murmuró Konrad.
—Mañana mismo —contestó April —, es el día perfecto, es sábado, nadie notará nuestra ausencia y tampoco faltaremos al colegio.
—Bueno —concordó Sídney.
—Por mí también está bien. ¿Y para ti, Verónica?
—Perfecto, vamos mañana.
Ansiosos comieron los postres, sin olvidar ni por un segundo los modales que imperaban en Uspiam, servilleta sobre el regazo, antebrazos a la vista sobre la mesa, tenedor y cuchara en la mano izquierda y cuchillo en la derecha, postura recta y aquella frasecilla que los padres pronunciaban siempre a los niños "el cubierto va a la boca, no la boca al cubierto".
Terminando el alimento, Konrad agudizó la vista y ojeó al alcalde y a dos personas que comían con él y le daban la espalda.
—¿Quiénes son? —preguntó señalando con la mirada a la mujer y al hombre que acompañaban al alcalde.
Todos voltearon a mirar sin precaución y con curiosidad.
—Nunca los había visto —dijo Verónica.
—Tampoco yo —agregó Sídney.
—Ni yo —concordó April —. Elio dijo que eran personas importantes.
—Hablando de Elio, debo ir a preguntarle sobre el repartidor —expuso la rubia poniéndose en pie —. Ya vuelvo.
Caminó por todo el restaurante pasando entre mesas, sillas y personas hasta que abordó a Elio.
—¿La gente ordena muchos domicilios? —preguntó obviando el preámbulo.
—¡Por supuesto! —exclamó el muchacho oculto entre un montón de loza sucia que llevaba hacia la cocina —, sobre todo en las noches de los primeros días de la semana.
—Ya ... ¿Han contratado a un nuevo mesero últimamente? —lanzó otra pregunta.
—No, la última fue Sofía hace un año, creo.
—¿Quién atiende las llamadas de los pedidos?
—Yo, Verónica, y no tengo tiempo para perder contigo, si vas a preguntarme algo concreto dímelo de una vez, no te pongas con rodeos.
—Está bien —gruñó —. ¿Recuerdas haber enviado un repartidor a mi casa hace unos días?
—Al barrio Suavitatis ... no, recibimos pocos pedidos de allá.
—No lo dudo con lo que cobran aquí por una simple soda —refunfuñó.
—¿Algo más? —preguntó Elio dejando todos los trastes sobre la barra.
—¿Sabes con quiénes está el alcalde?
—Ni idea, pero sé dos cosas, son forasteros y muy importantes. El alcalde agendó la reservación hace más de dos semanas y ordenó una decoración especial para la mesa. Mis padres le cobraron bastante dinero extra por ese detalle.
—Bueno, pues ... ya nos vamos. Más te vale que nos lleves la cuenta rápido, me aburre esperar.
—No te preocupes, dile a Sídney que todo es cortesía de la casa.
Verónica volvió donde sus amigos, pero no pudo evitar pensar quién era aquel hombre del sashimi, estaba claro que no trabajaba en Belle Orchidée. ¿Y si Konrad, Sídney y April tenían razón al decir que todo era más fantástico de lo que se rehusaba a creer?
La lluvia se detuvo y como eran las ocho de la noche de un viernes, Brouillard estaba más concurrido que nunca. Una gran cantidad de gente paseaba por el sendero forestal y con alegría entraban y salían de bares, tiendas, pubs y restaurantes.
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