60
25 de marzo, 2019
—No quiero quedarme sola —protesto mientras Kevin se viste—. Es una casa desconocida y grande, estar sola me hace imaginar que hay fantasmas.
—Oli, no seas tonta. —Se ríe—. Amor, no podés ir a la pastelería, acordate que seguís haciendo reposo y trabajar te va a estresar. Además no podés estar subiendo y bajando todo el tiempo.
—Si no trabajo me voy a estresar. ¿Qué voy a hacer acá sola? Me da miedo, acá también hay escaleras, ¿qué pasa si vuelvo a...?
—Está bien —me interrumpe suspirando—. Venís conmigo, pero no te vas a mover, como mucho vas a atender a los clientes.
Festejo mentalmente. La verdad es que no me quería quedar sola y sin nada que hacer, ya que Kevin no me deja ni limpiar por miedo a que vuelva a tener pérdidas. Por el momento me siento bien, esta mañana apenas tuve náuseas y estoy reteniendo bastante bien el desayuno. A veces me pongo la mano sobre mi vientre instintivamente sin darme cuenta, a pesar de que apenas se me está empezando a notar una ligera hinchazón en la zona baja. También me doy cuenta de que hablo conmigo misma como si ellos pudieran escucharme, pero sé que todavía son muy pequeños para sentirme.
Mi acompañante no deja de mirarme, a tal punto que me hace sentir incómoda y tengo que apartar mis ojos de los suyos. Sonríe y se acerca para darme un beso.
—Te amo, gracias por lo de anoche. —Me guiña un ojo y lo único que provoca es que me sonroje. Él suelta una carcajada y me abraza—. Qué tierna sos.
—No me hagas recordar las cosas que hice, por Dios, me da vergüenza. —Me alejo para comenzar a vestirme y se cruza de brazos.
—¿Qué tiene, Oli? Es perfectamente normal lo que hiciste, complaciste a tu marido y estuvo muy bueno. En cuanto te pongas bien te devuelvo el favor.
—Sh, silencio que no puedo concentrarme buscando ropa —contesto metiendo la cabeza en el armario. Solo quiero que se calle porque sigue avergonzándome.
Se ríe negando con la cabeza y luego desaparece por la puerta, seguramente que para ir al baño. Aliviada de estar sola, me pongo una camisa y un suéter y un pantalón de jean... Cuando estoy abrochando los botones, sucede lo peor.
—¡Kevin! —grito desesperada, presa del pánico. Él vuelve corriendo con la respiración agitada y mirándome con preocupación.
—¿Qué pasa, Oli? ¿Qué tenés? —interroga rápidamente, recorriendo mi cuerpo con sus ojos para encontrar algo malo.
—¡Mirá! —señalo mi parte baja y él observa con el ceño fruncido—. ¡No puedo creerlo!
—No veo nada, amor. ¿Qué es? ¿Vamos al médico? ¿Te duele algo?
—Sí, ¡el autoestima me duele! ¡No me cierra el pantalón! —grito con expresión triste. Su semblante se relaja y suspira.
—Olivia, casi me das un infarto —manifiesta con irritación, pero con tono divertido.
—¡Tengo casi dos meses y ya estoy gorda! ¿Cómo es posible?
—No estás gorda, estás embarazada de mellizos, amor. Es normal que tengas un poquito más de panza, no te preocupes. Después vamos a comprar ropa, por ahora ponete otra cosa —replica tranquilo.
—Pero quiero usar jeans.
—Bueno, entonces buscá alguno que te quede grande, seguro que ese te quedaba algo ajustado.
Entre protestas termino poniéndome un pantalón de gimnasia con elástico. Es bastante cómodo, pero es poco elegante para ir a trabajar. En el auto, Kevin me sigue diciendo que solo voy a encargarme de la parte de arriba, pero que intente dejarle el trabajo a Laura y que él también va a subir de vez en cuándo para comprobar que está todo bien. En conclusión, me voy a aburrir demasiado el día de hoy.
Al llegar a la pastelería veo a Laura sentada en el piso, esperándonos. Se pone de pie al instante en que nos ve y me da un abrazo muy fuerte.
—¡Pensé que no ibas a venir! ¿Estás bien? ¿Cómo están los bebés? ¡Ay, Dios! Me asusté tanto cuando Kevin dijo que tuviste una pérdida, no veía la hora de volver a la pastelería y ver que está todo bien, a pesar de que estuvimos hablando por mensaje, pero aún así me tenías preocupada y... —dice con una verborragia impresionante.
—Bueno, Lau, ya entendí —la interrumpo cuando no para de hablar—. Gracias por preocuparte, pero está todo bien, estamos bien. —Esbozo una sonrisa y entramos al local cuando mi acompañante termina de abrir la puerta.
Ayudo a mi compañera a acomodar las mesas y sillas mientras Kevin baja para empezar a cocinar. En cuanto siento el olor del chocolate no puedo evitar bajar para robar un pedacito, me mira mal por un instante, pero después de un segundo se ríe y me besa apasionadamente. Termino de comer y vuelvo a subir las escaleras, pero una nalgada proveniente de él me hace soltar un grito y vuelvo al negocio completamente roja y riendo.
Me sorprendo al ver a una pareja sentada en el rincón y arqueo las cejas al distinguir a la chica. Es una clienta que siempre venía, pero que de un día al otro desapareció. Siempre hablaba con ella porque me parecía buena persona, así que me acerco para saludarla.
—¡Oli! —me saluda con una sonrisa. Se pone de pie y me da un beso en la mejilla antes de volver a sentarse—. ¿Cómo estás?
—Muy bien, ¿y vos? Hace rato que no venías por acá.
—Mmm, es que me mudé —comenta—. Ahora estoy de paso, vine a buscar algunas cosas y mostrarle la capital a mi prometido.
Mis ojos se dirigen al muchacho, quien levanta la vista en cuanto escucha que es nombrado. Me mira e intento que no se note la impresión que me acaban de dar sus ojos azules tan preciosos. Dios mío, pero qué hombre más lindo, pienso. Por su aspecto me doy cuenta de que no pertenece a este lugar, con esa camisa cuadrillé, jeans y botas. Contengo abrir la boca sorprendida cuando veo los músculos de su brazo a través de la tela. Me aclaro la voz y la chica me lo presenta como Rodrigo.
—¿Qué van a pedir? —interrogo cuando logro recuperarme del impacto de tal belleza.
—La verdad es que veníamos a comer la diosa de chocolate que tanto me gusta, pero debo decir que nos llamó la atención las galletitas de los deseos —replica Agustina. Debo admitir que envidio mucho la voz de esta chica—. ¿Qué se supone que es?
—Bueno... Son unas simples galletitas, tenés que comerlas pidiendo un deseo, pero el ingrediente secreto hace que se cumplan. —Le guiño un ojo y esboza una sonrisa. Cruza una mirada con su acompañante.
—Está bien, queremos eso y dos cafés —contesta él. Asiento mientras escribo y les digo que ya les traigo el pedido.
Me dirijo a Laura con los ojos bien abiertos.
—Bombón en la mesa quince —murmuro en su oído.
—¡Oli, estás casada! —susurra entre risas.
—Estoy casada, no ciega, nena. Pero es que es un deleite para la vista, imposible no mirarlo. Y la verdad es que hace linda pareja con Agustina. Ahora llevale la bandeja y vas a ver qué lindo es.
Suelta una carcajada, niega con la cabeza y se va a entregar el pedido a los chicos. Cuando vuelve hacia mí está con una expresión de absoluta sorpresa y no puedo evitar reír.
—Tenías razón —admite—. Y tengo novio, pero es que es imposible no pecar mentalmente. Creo que es campesino, me pregunto si se ordeña a sí mismo como hace con las vacas...
—¡Laura! —le llamo la atención—. No digas esas cosas, qué mente pervertida.
Se ríe en el instante que Julián, Juliana y Pablo entran a la pastelería. Los saludo a los tres con un gran abrazo, cosa que sorprende a mi hermana.
—¿Cómo están mis sobrinos? —pregunta Julián frunciendo el ceño—. Sabemos que estabas en reposo y por eso no queríamos molestarte, ¿estás bien? ¿Te adaptaste a la nueva casa?
—Sí, está todo en perfecta armonía en mi vida. Siéntense, ¿quieren el menú desayuno?
—¿Qué hay? —interroga Pablo.
—Café con leche con tarta de dulce de leche y chocolate.
—¡Eso! —exclaman los tres a la vez. Nos reímos y aviso que ya se los traigo.
Cuando les estoy sirviendo, entran Joaquín y Estela. Frunzo el ceño, ¿a todos se les ocurrió venir a la pastelería hoy?
—Hola, chicos —los saludo mientras se sientan en la mesa con mis familiares—. ¿Quieren pedir algo?
—Lo mismo que ellos —replica Estela—, pero a mí solo dame leche con una cucharada de azúcar.
Le hago señas a Laura para que prepare eso y yo bajo a la cocina. Reviso en la heladera para agarrar algún durazno y lo como apoyada contra la mesada, mirando cómo Kevin hace la tarta.
—Vas a tener que hacer más —comento—. Están viniendo todos nuestros amigos y quieren eso.
—¿En serio? —cuestiona arqueando una ceja. Asiento con la cabeza—. Ahora los voy a saludar. Y te dije que te mantuvieras quieta, Oli. Quedate arriba o te llevo a casa, eh.
Ruedo los ojos, tiro el carozo del durazno a la basura y vuelvo a subir. Me sorprendo al ver que ahora están mis amigas con sus bebés y las voy a saludar. Unieron una mesa para sentarse junto a mis familiares, así que ahora están los siete reunidos como si fuese una fiesta. Quiero agarrar a mis pequeños sobrinos, pero no me dejan porque dicen que no puedo hacer fuerza. Uf, me siento discapacitada, pero admito que me gusta un poco que me cuiden y se preocupen por mí y mis bebés.
Me siento junto a ellos, ya que Kevin no me deja hacer nada, por lo menos disfruto un rato con la gente que quiero. Están hablando de algo que no entiendo porque cuchichean y murmuran. Me cruzo de brazos y pongo una mueca de disgusto, la verdad es que no me gustan los secretos y mucho menos cuando me están ocultando algo a mí, así que me levanto enojada y vuelvo a dirigirme a la pareja que atendí al principio.
Ella me cuenta que se mudó al campo por él y que se van a casar dentro de unos meses, así que yo les comunico que estoy embarazada de mellizos. Agustina pega un grito, que para colmo le sale afinado, y se levanta para abrazarme y felicitarme. Me pide que llame a Kevin para que también pueda felicitarlo, así que vuelvo a la cocina, le aviso que la chica lo quiere ver y subimos los dos juntos.
Cuando llegamos nuevamente a esa mesa y la pareja saluda a mi marido, entran mis suegros. Chasqueo la lengua, ¿acaso hay algún tipo de reunión de la que no me enteré? Miro a Kevin de reojo, pero él se muestra igual de confundido que yo.
Agustina y Rodrigo se van, prometiendo volver algún día, cosa que no les creo. Gabriel, el policía, entra seguido de Lautaro y María. Aprieto los labios, pero no digo nada porque ella me saluda hasta con un beso en la mejilla y una sonrisa. ¿Pero están todos locos hoy?
Unen una mesa más para los nuevos. Si siguen así los clientes van a tener que sentarse en el suelo, y me da risa porque la gente de afuera no entiende porqué están todos reunidos. La pastelería se termina de llenar a las diez de la mañana y es ahí cuando Joaquín y Romina se levantan y llaman la atención de todo el mundo.
¿Qué cosa harán? Estoy sintiendo vergüenza desde ahora. No puedo creer cuando ponen Cake by the ocean de fondo y la colorada empieza a hablar. Kevin me abraza por la cintura, mirando todo con interés.
—Hace un poquitito más de un año que hicimos que estos dos seres amorosos e increíbles se unan en una relación de amor-odio. Al principio costó, ninguno de los dos se daba cuenta ni querían admitir qué sentían por el otro, hasta que finalmente el amor surgió.
—Y gracias a ese amor, surgió esta unión pastelera que tanto nos gusta y esos dos pequeños que vienen en camino con el fin de llenar nuestras vidas de alegría —continúa Joaquín. Los clientes aplauden y nos gritan felicitaciones y bendiciones y yo me muero de la vergüenza.
—Durante este año tuvieron algunos impedimentos, pero lograron superarlos como dos campeones —grita Lautaro. Kevin se ríe por lo bajo y yo tapo mi cara. Esto es cada vez peor.
—Y yo quiero anunciar que voy a sacar mi línea de calzoncillos para bebés gracias a la inspiración, porque en mi familia van a llegar tres bebés este año —comenta Lorenzo señalando a Estela y la noto sonrojarse. Ahora es mi marido quien tapa su rostro.
Esto más que ser lindo me parece un papelón, así que estoy por parar todo cuando María se pone de pie. Me quedo petrificada y Kevin tensa su mano, quizás para mantenerme tranquila.
—Y yo quería pedir disculpas porque casi se separan por mí, entendí que todo fue un malentendido y desde que me enteré la realidad admito que estoy completamente avergonzada. Me siento muy mal, si tuviera algún modo de volver atrás y...
—Está bien —la interrumpo—. No es tu culpa, ese tipo nos engañó a las dos y bueno, de algún modo tenías que vengarte.
—¿Te puedo abrazar? —cuestiona con voz temblorosa. Titubeo y dudo un poco antes de decir que sí.
Ella se acerca a paso lento y me envuelve entre sus brazos mientras llora y me desea felicidad. Miro a mis amigas y siento que tengo la misma expresión estupefacta que ellas. De repente, se van sumando más brazos a este abrazo y termino asfixiada, metida en el medio de todos mis familiares.
—¿Vos sabías de esto? —le pregunto a Kevin en un murmullo cuando al fin me sueltan.
—La verdad que no. —Se ríe—. Pero está bueno, mirá.
Señala a todos los chicos, empezando por mis amigas riendo con mis cuñados, mis hermanos hablando con María, mis suegros haciéndole cosquillas a los bebés de las chicas y Lautaro, Gabriel y Pablo sentados saboreando sus dedos repletos de chocolate y gimiendo.
—Creamos una linda familia, ¿no? —agrega él. Esbozo una sonrisa y asiento con lentitud.
Doy media vuelta para volver a mirarlo y lo beso con dulzura.
—Y vamos a seguir agrandando esta familia dentro de unos meses —contesto. Sus ojos brillan y vuelve a besarme—. Te amo.
—También te amo, mi aceituna dulce.
Y como la canción quedó en modo de repetición, toma mi mano y comenzamos a bailar suavemente con la música que nos unió, con nuestros familiares festejando detrás de nosotros y dos bebés producto de nuestro gran amor en mi vientre.
Puedo decir que el duende de Cupido funcionó, al menos conmigo, y las galletitas de los deseos cumplieron todo lo que más quería en esta vida. ¿Puedo pedir más que esto? Imposible, soy la persona más feliz del universo gracias a mi idiota.
FIN.
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