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13 de marzo, 2019
Las chicas superpoderosas
Bombón// 10:23
¿Ya viste el regalo del duende? Más te vale que mañana traigas eso puesto.
Frunzo el ceño al leer el mensaje. ¿Qué regalo? ¡No entiendo nada! ¿Justo ahora se le ocurre hablarme sobre el muñeco? Estoy por responder cuando la enfermera me llama.
Respiro hondo, guardo el celular en el bolso y tomo coraje. Tengo ganas de vomitar por los nervios, con solo entrar a la pequeña sala blanca con una camilla, cajas y armarios con agujas siento que me desmayo. Quizás debería haber aceptado que Kevin me acompañara, pero me hice la valiente y ahora estoy al borde del pánico.
Una pelirroja, regordeta y con ojos negros me mira por encima de sus lentes y me dice que me siente en la camilla. Lo hago y se acerca a mí con una planilla en sus manos.
—¿Nombre y edad? —interroga con tono aburrido.
—Olivia Vega, treinta y uno —contesto con voz temblorosa.
—Pediste un análisis de sangre por embarazo, ¿no?
—Sí —confirmo. Siento la boca reseca y las manos temblorosas.
—¿Cuánto tenés de atraso?
—Nueve días.
Ella anota un par de cosas más, la veo agarrar una aguja, me pone una goma en el brazo y espera un instante antes de clavar el objeto en mi vena. Doy un respingo y cierro los ojos mientras siento esa sensación horrible y dolorosa.
—Ya está —comunica, poniendo un algodón donde algunas gotas de sangre quieren seguir saliendo. Lo pega con una cinta y suspira—. Esto se entrega en el día, vení dentro de dos horas y retiras el resultado.
—Bueno, gracias.
Salgo de la salita y tengo que sentarme en un banco porque me siento algo mareada. Respiro hondo, todo es psicológico por mi miedo a las agujas, estoy bien.
Mi celular vuelve a sonar y lo miro para leer el mensaje.
Idiota/ 10: 28
Amor, ¿estás bien? ¿Ya saliste? Tengo un ratito libre, si querés te voy a buscar. ¿Ya te atendieron? Respondé, te fuiste hace una hora y estoy preocupado.
Olivia/ 10:30
Estoy bien, recién salgo, pero podés pasarme a buscarme igual, por favor.
Idiota/ 10:31
En diez estoy ahí.
En realidad pasan veinte minutos hasta que llega, pero bueno, no voy a protestar porque sé que "diez minutos" es una manera de decir.
Me subo al asiento del copiloto y lo saludo con un beso en los labios. Me mira expectante, pero le digo que en dos horas debo volver a buscar los resultados.
En el camino de vuelta a la pastelería nos detenemos para comprar algo salado, ya que siento la presión baja. Es por esto que odio sacarme sangre, siempre termino descompuesta. También aprovechamos para ir a retirar los suvenires, así como algunas cosas de cotillón para la fiesta.
Mientras como las papas fritas, me cuenta que la pastelería está bastante tranquila.
—Igual, no sé si fue mi imaginación o vi a Benjamín asomándose por la vidriera —agrega. Hago una mueca de disgusto, no aparece hace un montón y la que falta es que vuelva ahora, cuando estoy a dos días de casarme.
—Espero que no sea él, sino que pesado, ya sabe que no queremos verlo nunca más —contesto distraída y abriendo una botella de agua.
—Quizás por eso no entró, solo quería chusmear. —De repente suelta una fuerte carcajada y lo miro con expresión interrogante—. ¿Te acordás cuando éramos enemigos y vos te asomabas por la vidriera de mi pastelería para ver a tus clientes?
No puedo evitar reír al recordarlo y siento que me sonrojo.
—Te quería vigilar, me dio odio que mis clientes se fueran con vos. En un momento quería entrar para gritar que eran todos traidores, pero por suerte Laura me detuvo o iba a ser un papelón.
—¡No me digas! —exclama—. Ahí sí que iba a declararte la guerra.
Llegamos a la pastelería y veo a mi hermano con Juliana. Genial, espero que María no se entere de que nos vimos o es capaz de hacer un escándalo terrible.
Los saludo con un abrazo y me siento un instante con ellos mientras Kevin ayuda a Laura con algunos clientes. Admito que estoy medio vaga, pero uso la excusa de mi pequeña descompostura para estar un ratito más tranquila.
—¿María sabe que estás acá? —decido preguntarle a mi hermana. Asiente con la cabeza—. ¿No te dijo nada?
—No, me dijo que estaba todo bien. —Suspira—. Me contó toda la historia entre ustedes, comentó que está arrepentida de haberte tratado mal y... me dijo que te diga si le das permiso para volver con Lautaro. —Arqueo las cejas. ¿Me quiere pedir permiso para estar con el abogado? ¡Qué cambio!
—Después hablo con ella. No pasa nada —respondo. Cruzo una mirada con Julián y esboza una pequeña sonrisa, orgulloso de mi cambio de actitud con respecto a la rubia.
—¿Y vos dónde estabas? —interroga él—. Estamos acá hace media hora y estabas desaparecida.
—Tuve que ir a hacerme unos análisis, pero está todo bien —contesto abriendo los ojos un poco para que no me haga hablar de más. Me entiende y hace un leve asentimiento—. ¿Y Pablo?
—Trabajando, obviamente. Hoy no sale hasta las seis, decile a tu amiga que no lo esclavice tanto.
Suelto una carcajada y le prometo que se lo voy a comentar a Romina.
Dejo que ellos coman mientras yo ayudo en la pastelería, al fin y al cabo es mía y no puedo dejar que hagan todo Laura y Kevin. Atiendo varias mesas, preparo algunos muffins más y aprovecho un instante para empezar a rellenar la torta de casamiento. A Kevin se le ocurrió la brillante idea de traerla para que no tengamos que esperar hasta la noche.
—Lau, ¿vas mañana a mi fiesta? —le pregunto. Ella sonríe.
—¡Obvio! No pienso perdérmela —contesta con expresión divertida.
—Vigilala para que no tome alcohol —murmura mi novio, apareciendo por detrás de mí. Me abraza y me da un beso en el cuello.
—¿Está confirmado lo del...? —interroga mi compañera emocionada.
—No —la interrumpo a la vez que Kevin asiente. Nos mira confundida—. Bueno, lo más probable es que sí, pero todavía no hay nada que lo confirme. Tengo que ir a buscar los resultados dentro de un rato.
Hace el bailecito raro de la otra vez y nos abraza.
—Ay, adóptenme —pide. Largo una risotada.
—¿Por qué siempre pedís eso? —pregunto.
—Porque me caen bien y pienso que como padres serían geniales —admite. No puedo evitar emocionarme con su comentario.
—Bueno, si tuvieras veinte años menos podríamos adoptarte —respondo conteniendo las lágrimas.
Me voy con la excusa de que tengo que seguir decorando y vuelvo a bajar a la cocina. Es increíble, Kevin ni siquiera me molesta, cosa que le agradezco porque se da cuenta de que necesito espacio, y no me doy cuenta del tiempo que pasé encerrada hasta que termino de decorar nuestra torta yo sola.
Subo corriendo los escalones y le pregunto a Kevin la hora. ¡Pasaron más de dos horas! Tengo que ir a retirar los análisis, ¿cómo pude olvidarme? Mi acompañante nota mi desesperación y me lleva en el auto, además de que él también está nervioso.
Llego a la salita, pido mis resultados, me lo entregan y vuelvo al auto. Respiro hondo y se lo doy a Kevin para que lo abra él.
—Pará, mejor vamos a casa para estar tranquilos. Laura puede hacerse cargo un rato de la pastelería —dice. Y empieza a manejar hasta el departamento.
Como si el destino estuviese en nuestra contra, hay tanto tráfico que tardamos media hora en hacer un recorrido de quince minutos. Al llegar a nuestra casa, cansados y ansiosos, abro la carta.
Tengo que releer el resultado miles de veces para entenderlo.
—¡Dice negativo! —exclamo finalmente—. ¿Pero entonces qué tengo? ¿Cáncer?
—¡Ay, Olivia, no digas esas cosas! —me reta, sacándome el papel de mis manos. Lo lee por sí mismo y de repente suelta un insulto—. ¡Se confundieron!
—¿Cómo que se confundieron? —cuestiono esperanzada. Me acerco y leo el error que pasé por alto. El resultado es para una tal Marina Vega, es obvio que se confundieron por culpa del apellido—. Vamos ya mismo a protestar —agrego.
Él asiente y otra vez vamos corriendo a la salita, pero el tráfico sigue siendo pesado y cuando llegamos ya no hay casi nadie. Me acerco a la recepcionista, agitada de tanto correr y le doy el sobre.
—Quiero cambiar el análisis, al parecer hubo una confusión. Este no es mío, tiene el mismo apellido con diferente nombre —le digo a la señora rubia que me mira con las cejas arqueadas, abriendo sus ojos azules de par en par.
—Lamentablemente, el laboratorio ya cerró y ellos poseen los análisis. No puedo hacer nada —comenta con tono avergonzado. Me mira con lástima.
—Pero vine recién y estaba abierto —protesto. Aprieta los labios y suspira.
—Cierran a las cinco, son las cinco y media. Vení mañana a primera hora y te lo van a dar.
Le dejo el análisis incorrecto en el mostrador y me voy saludándola secamente. Vuelvo a subir al auto y Kevin me mira esperando que diga algo.
—Los del laboratorio ya se fueron y al parecer ellos no tienen los resultados —le cuento. Rueda los ojos y golpea al volante—. Me dijo que vuelva mañana temprano, pero no puedo venir mañana.
—¡Qué suerte tenemos! —exclama exasperado—. No te preocupes, mañana antes del mediodía venimos, no podemos esperar más. En todo caso, que nuestros amigos nos esperen un rato o le daremos la noticia juntos, pero mañana vamos a tener esos resultados sí o sí.
—Estoy de acuerdo.
Ya sin nada más qué hacer, volvemos a la pastelería para terminar nuestro día laboral. Laura nos espera con una sonrisa de oreja a oreja, pero se le borra al ver nuestras expresiones.
—¿Qué pasó? —inquiere preocupada.
Le cuento la historia mientras Kevin empieza a cerrar. Los clientes ya se fueron y solo queremos estar solos en casa, así que decidimos irnos temprano.
—Oli, sabés que conozco una salita que hace análisis, está abierta veinticuatro horas y te dan los resultados en quince minutos, media hora como máximo. Eso sí, es bastante caro porque es particular, pero quizás les sirva —comenta Laura distraída, sacándose el delantal y colgándolo.
Kevin, que estaba atento a nuestra charla, le pide la dirección para ir. Genial, segunda vez en el día que me van a meter una aguja.
Al terminar de cerrar, me despido de mi empleada y le digo que la veo mañana en la fiesta. Luego nos dirigimos a la dirección de la salita y en diez minutos llegamos. Casi me desmayo cuando nos dicen el precio, pero Kevin está tan desesperado que no le importa y paga igual.
Mi acompañante toma mi mano para darme fuerzas mientras me sacan sangre y después nos sentamos en la sala de espera para que nos entreguen el resultado. Tengo ganas de vomitar y no me ayuda mucho el hecho de que el tiempo vaya más para atrás que para adelante.
—¿Olivia? —me llama una enfermera. Me pongo de pie de inmediato para recibir el resultado.
Y de nuevo toda la situación, solo que esta vez lo abrimos en el auto por las dudas de que se hayan confundido de nuevo.
Mis manos tiemblan al romper el sobre y me aclaro la voz antes de leerlo.
—¿Y? —pregunta mi novio al ver que no digo nada y me quedé mirando la palabra impresa en el papel. Intento que mi expresión no delate nada cuando se lo paso para que lo lea él mismo.
Frunce el ceño un instante y de a poco una sonrisa se va formando en su rostro.
—Oli... —susurra con voz ahogada.
Levanta la vista del papel y sus ojos están brillantes e inundados de lágrimas. Hago un sonido afirmativo y nos abrazamos mientras reímos.
Al fin dio positivo.
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