49
8 de marzo, 2019
Marco el número de Romina una y otra vez, pero nada. La muy maldita me está cortando la llamada, lo sé muy bien. Me doy por vencida y llamo a Cinthia, sé que ella no va a poder contenerse y me va a responder.
Intento unas tres veces más con cada una hasta que me canso. ¡Son unas brujas! No puedo creer que me hayan devuelto a esa cosa horrorosa, en serio. Para colmo está diferente, no solo tiene esa cara aterradora, sino que le metieron una especie de galleta de plástico en la boca a la fuerza y se le deformó toda la cara. Pobrecito mi ex duende.
Kevin cambia de canal por décima vez mientras bufa y acomoda un poco mejor la almohada debajo de su cabeza.
—No hay nada para ver, aceituna —se queja él.
Yo ruedo los ojos y sigo marcando el número de las dos, no voy a parar hasta que alguna me atienda, soy capaz de llamarlas hasta en la madrugada y cortarles su sueño. Me pongo a caminar como loca por toda la habitación, soltando insultos cada vez que me cortan y queriendo romper al pobre muñeco que está sobre mi mesita de luz. Mi acompañante me mira con expresión divertida.
—Bueno, esto es más entretenido que ver una película —murmura riéndose. No puedo evitar sonreír y le saco la lengua. Me siento en el borde de la cama y suspiro frustrada. Ya me cansé, no me van a atender.
—Son malas —comento. Él se arrastra hasta sentarse a mi lado y me abraza por los hombros—. No me contestan, ni siquiera me quieren decir por qué me lo devolvieron. ¡Las llamé todo el día y no son capaces de responder! ¿No piensan que puede ser una urgencia?
—¿Y si les mandas un mensaje diciéndoles alguna mentira para que crean que pasó algo malo y no puedan evitar llamarte? ¡O vamos a la casa de alguna! —responde intentando subirme el ánimo. Niego con la cabeza y me acuesto en su regazo.
—No, mañana intentaré llamarlas de nuevo. Si vamos a la casa no nos abrirían, estoy segura. Además, ya es tarde y estoy cansada. Quizás deberíamos dormir.
—Pero yo no tengo sueño —expresa con tono infantil, como un nene que no quiere dormirse—. Ni siquiera hay algo bueno en la tele, estoy aburrido y tengo ganas de moverme.
—Hacé ejercicio —opino. Hace un sonido de protesta y suelto una carcajada—. No sé qué decirte, amor, yo sí tengo sueño.
—Entonces hacemos ejercicio juntos. —Siento que sonríe y niego con la cabeza—. Está bien, sé que tenés sueño, pero si te movés se te va... o quizás te cansa más y dormís mejor. ¿Qué decís?
—Es un rotundo no. No quiero hacer ejercicio, Kevin, quiero quemar calorías durmiendo. ¿Está bien?
Salgo de sus brazos y me acomodo en la cama, tapándome la mitad del cuerpo con la sábana. Me pongo boca abajo y cierro los ojos, a pesar de que siento la mirada de él sobre mí. Escucho que resopla, el peso que sentía de su lado desaparece al notar que se levantó y al instante el ruido de la ducha llena el silencio. Doy media vuelta y abro un ojo para asegurarme de que realmente está en el baño y me levanto de nuevo.
Me dirijo a la cocina en puntitas de pie y rebusco los duraznos en la heladera. Los encuentro metidos en el cajón de las frutas y saco uno para comerlo.
—¡Así te quería agarrar! —grita Kevin, haciéndome sobresaltar del susto. Con tan solo una toalla en su cintura se acerca a mí con expresión burlona—. No había ni una rata, sos vos la que se roba las frutas todos los días.
—Casi me hacés morir de un infarto —digo con la boca llena. Me llevo una mano al corazón para hacer de cuenta que estoy más asustada de lo que piensa y se ríe—. Además, yo no robo frutas. Simplemente las como. —Me encojo de hombros y noto diversión en su semblante.
—Claro, Oli, pero lo hacés a escondidas, ¿por qué?
—Porque... —Busco alguna excusa real en mi mente y solo encuentro tonterías—. ¡Porque soy sonámbula!
Se me queda viendo como si fuera un bicho raro y niega con incredulidad. Es una de las excusas más estúpidas que dije en mi vida, como cuando una vez falté a la universidad con la justificación de que me quedé sin talco para los pies y después todos se burlaban de mí.
¿Y por qué me cuesta tanto admitir que simplemente tengo ganas de comer duraznos todo el día? Quizás porque no quiero seguir ilusionándolo, no lo sé. Así que pongo mi expresión somnolienta y hago mi mejor actuación.
—¿Qué pasó? ¿Qué hago en la cocina? —interrogo haciéndome la confundida. Rueda los ojos y aprieta sus labios para contener una sonrisa—. ¿Por qué estás casi desnudo?
—No cambies el tema, Oli. Duermo con vos hace un año y sé muy bien que no sos sonámbula. Por el contrario, tenés un sueño más pesado que un camión —responde y se acerca a mí para acariciarme—. No tenés que tener vergüenza por comer, además es una fruta y es saludable, tampoco es que te comés una hamburguesa triple con mayonesa.
—Ahora me dieron ganas de eso —admito terminando de comer el durazno. Miro la hora, son las doce de la noche, tiempo suficiente para ir a comer a algún local de comidas rápidas. Arquea las cejas al darse cuenta de lo que estoy pensando y suspira.
—Bueno, esperame que me cambio y vamos.
—Podemos pasar por el servicio de auto, pedimos y volvemos —digo siguiéndolo hasta la pieza—. Así que podés ir solo con una camiseta y en calzoncillos, yo no pienso sacarme el camisón.
—¿Querés que vaya solo en calzoncillos? —pregunta con diversión. Sonrío.
—Mejor no, no vaya a ser que la chica que nos atiende te mire de más.
—¿Celosa? —Me guiña un ojo con expresión seductora y comienza a ponerse la ropa. Cuando está listo, agarra las llaves del auto y salimos—. Solo a vos se te ocurre una hamburguesa a la medianoche, aceituna.
Me río al recordar ese comentario en el momento que estamos haciendo la fila para ser atendidos. Hay por lo menos cinco autos adelante nuestro y él suspira con impaciencia.
—Pensé que solo a mí se me ocurría una hamburguesa a la medianoche —comento con tono burlón—. Hay cinco personas más a las que le dieron ganas.
—Seguramente cinco maridos con sus mujeres antojadas —contesta con el mismo tono—. Aunque admito que también quería una. ¡Dios! No voy a entrar en el traje si sigo así.
—¡Já! ¿Qué tengo que decir yo, entonces? Me la paso comiendo y engordé como dos kilos, me pesé en la farmacia. Me quiero morir, estoy segura de que se me va a ver la panza con el vestido, voy a quedar como gorda, qué horror. No voy a comer por una semana.
—Oli, no digas pavadas. Creo que es bastante obvio el porqué engordaste, el porqué tenés antojos y el porqué no te viene, ¿o no? Aunque dé negativo, ambos sabemos que es así.
—No hagamos suposiciones, estoy ansiosa con la boda y también puede ser eso.
—Está bien, no digo nada.
Nos quedamos en silencio, esperando a que sea nuestro turno. Prende la radio y justo está sonando Cake by the ocean, así que nos reímos y la empezamos a tararear. Es como que todo está a nuestro favor para recordar cómo nos enamoramos. El duende, la música, el ambiente... La verdad es que está todo bien y no puedo estar más feliz.
Al fin llega nuestro turno, Kevin hace el pedido y me pide la billetera que tiene guardada en la guantera del coche. Al abrirla suelto un grito y me observa con sorpresa.
—¡El puto duende está ahí metido! —exclamo, pasándole la billetera. La chica que nos atiende me mira como si hubiera dicho una locura, pero no dice nada.
Al terminar de pagar, avanzamos hasta la ventanilla en la que entregan el pedido, sigue habiendo fila, así que mi acompañante mira al duende que tengo en la mano y frunce el ceño.
—¿Cómo llegó esto acá? —pregunto. Se encoge de hombros.
—No tengo idea. Pero mirá, no es el mismo, a este le falta la galleta en la boca —observa—. Ay, no, no, no.
—¿Qué?
—El otro día le presté el auto a Joaquín, ¡fue él! Estoy seguro. —Chasquea la lengua y saca su celular del bolsillo para marcar el número de su hermano. El auto avanza, retiramos nuestra comida y vuelve a manejar hasta casa. En el camino sigue intentando llamar a mi cuñado, pero tampoco le atiende.
Es obvio que esto es una especie de broma, otra vez se unieron para burlarse de nosotros. Enojada, saco mi celular y decido mandar un mensaje al grupo en el que estoy con mis amigas.
Las chicas superpoderosas
Bellota// 00:34
¡O me dicen ya qué es lo que quieren con sus malditos duendes o nos vamos a enojar y no van a ser invitadas al casamiento!
No les llega, así que lo más probable es que hayan apagado el teléfono para dormir. Espero que mañana me respondan o realmente me voy a enojar, estoy cansada de que nos traten como idiotas, siempre haciendo cosas a nuestras espaldas.
Llegamos a nuestro departamento, nos sentamos en el sillón y comenzamos a comer nuestras hamburguesas. Kevin decide prender la televisión y festeja cuando encuentra una película de comedia en Fox. Aunque es Más barato por docena y ya la vi mil veces.
—¿Sabés? Esa faceta de locura tuya me gusta mucho —comenta. Arqueo las cejas sin entenderlo—. Esa cosa que tenés, sos tan espontánea. Se te ocurre ir a pedir una hamburguesa a las doce de la noche en pijama e igual vamos, decís excusas tontas, pero es lo primero que se te viene a la cabeza y es divertido. Me encanta que seas así y es lo que me mantiene cada vez más enamorado de vos.
—¿Qué te puedo decir? Soy irresistible —respondo con egocentrismo y le saco la lengua. Se ríe y se acerca para besarme.
—Sí, lo sos. Te amo, mi aceituna dulce.
Solo lo acaricio con dulzura y me siento bien conmigo misma. Así sea una loca, sé que él va a estar conmigo pase lo que pase.
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