37

Me estiro en la cama solo para comprobar que Kevin no está. Oh, no, otra vez me deja sola el catorce de febrero. Me siento en la cama y me pongo rápidamente la camiseta que dejó colgada en la cabecera.

Esto me trae recuerdos horribles de cuando me dejó sola en el hotel. ¿Qué le pasa en esta fecha?

Me siento estúpida. Anoche no nos movimos de la cama más que para ir al baño, no pudimos despegar nuestros cuerpos ni por un instante. Estuvimos sacando todo lo que se nos acumuló en estas dos semanas y fue espectacular. Solo que ahora estoy abandonada de nuevo.

Me olvido de todos mis pensamientos en cuanto entra a la habitación con el desayuno y una sonrisa en la cara. Suspiro de alivio y no puedo evitar devolverle la sonrisa. Se sienta a mi lado, deposita la bandeja en el medio de la cama y me da un beso tierno en los labios.

—Feliz día, hermosa prometida mía —dice con expresión amorosa—. Último catorce de febrero siendo novios, los próximos ya vamos a estar casados.

Mi estómago cosquillea ante dicha observación y asiento con lentitud.

—Feliz día, mi amor. —Me estiro para darle un beso que él me devuelve con dulzura.

—Traje café con leche, medialunas, tostadas, unos muffins y un par de rosas y chocolates... —Frunce el ceño—. Me olvidé de ponerlas en la bandeja, que tonto. Bueno, no importa, después te las doy.

Me río y empiezo a comer, tengo un hambre impresionante.

—Aceituna... —dice con la boca llena de medialuna. Lo miro mientras espero que termine de tragar—. Falta un mes para el casamiento, podríamos empezar a hacer las invitaciones y buscar el lugar de la fiesta.

—Bien... Las invitaciones las puede hacer Pablo, ya que él trabajó de eso y, de hecho, fue el que me hizo todos los folletos y carteles del cupcake de Cupido el año pasado y le salieron hermosos —replico.

—Pero no es lo mismo un folleto que una invitación, amor —advierte. Hago un sonido afirmativo.

—Lo sé, galán, pero él sabe hacer eso igual. Y el lugar... Puede ser en la casa de tu papá, ¿o no? De mi parte no tengo muchos invitados, son todos de tu familia y tus amigos, así que... —Le doy un sorbo a mi bebida.

—Sí, va a ser una fiesta íntima, tampoco vamos a tirar la casa por la ventana.

—Exacto. —Lo señalo con el índice mientras sigo comiendo—. Ya podemos empezar a hacer la lista de invitados así vemos cuántas invitaciones mandamos a hacer y enseguida llamo a Pablo para que me diga si puede o no.

—Perfecto. —Sonríe y me da un beso—. Siempre me da miedo hacer este tipo de eventos, la verdad... Pero hagamos de cuenta que es como un cumpleaños.

Suelto una carcajada y me encojo de hombros.

—Yo odio las fiestas, mi amor, pero creo que esta voy a disfrutarla. Tengo que celebrar que seré la señora Romero. —Lo miro de reojo y veo que esboza una sonrisa aún más amplia que me dan ganas de comérmelo a besos.

—Y yo tengo que celebrar que me caso con la mujer de mis sueños. —Me besa con delicadeza y suspiro de ternura. Es tan dulce.

El momento se interrumpe porque a la vecina se le ocurre poner Maluma a todo lo que da. Cruzo una mirada irritada con mi novio y chasquea la lengua.

—Vamos a desayunar a la cocina —dice. Asiento con la cabeza.

Él agarra la bandeja y se va mientras yo termino de levantarme. Voy al baño, hago mis necesidades y, cuando me miro al espejo, largo un grito.

—¡Kevin! —lo llamo con fuerza. Él llega corriendo desesperado y le señalo varios chupones que me hizo anoche en el cuello. Abre la boca con sorpresa y la vuelve a cerrar.

—No... No tenía idea... —balbucea sonrojado y esboza una sonrisa torcida—. Bueno, Oli, no es para tanto. Es un chupón...

Me saco la camiseta para ponerme el corpiño y vuelvo a gritar. Tengo más marcas en mis pechos y en mi estómago.

—¿Qué mierda...? ¡Kevin! ¿¡Cómo pasó esto!? —chillo enojada—. No puedo creerlo, ni cuenta me di de que me hiciste esto. ¡Sino lo hubiera parado!

—Paraste otra cosa... —masculla con doble sentido.

Me visto con velocidad y gruño al darme cuenta de que las marca del cuello son visibles. Voy a tener que usar bufanda por un tiempo en pleno verano. Él suelta una risita y ruedo los ojos.

—No recuerdo haberte hecho eso, aceituna. Realmente, es una locura, pero estaba muy caliente y supongo que me pasé un poquito... —comenta con tono desinteresado. Bufo y él se da vuelta para volver a la cocina, pero me carcajeo y se detiene en seco—. ¿Qué?

—Tu espalda... —digo entre risas al notar que está todo arañado. Quizás yo también me pasé—. Estamos a mano, amor, no te preocupes.

Me acerco y le doy un beso, pero él está absolutamente atónito e intenta verse la espalda con el espejo.

—¿Qué tengo, Oli? —interroga preocupado. Esbozo una sonrisa traviesa.

—Quizás me posesionó el espíritu de Gatubela... —murmuro con tono inocente. Abre los ojos por la sorpresa.

—¿Me rasguñaste? —pregunta sin poder cerrar la boca. Asiento con la cabeza—. ¿Cómo llegamos a esto? ¡Nos lastimamos!

—Mirá el lado bueno, vos podés tapártelo, ¡yo no! —respondo resoplando y me dirijo a la cocina para seguir desayunando.

Mi café con leche ya debe estar frío. Hago una mueca al comprobar que es así y lo pongo a calentar en el microondas. Kevin me observa desde el umbral de la puerta con los brazos cruzados y le devuelvo la mirada apoyada contra la encimera.

Tiene una expresión divertida y pensativa a la vez, tiene la mandíbula apretada, pero la relaja en cuanto le sonrío y él me devuelve el gesto. Niega con la cabeza en un signo de incredulidad y suspira con resignación.

—Perdón. —Se acerca a mí y toma mis manos—. No sabía lo que te estaba haciendo, no imaginé que por querer saborear tu piel iban a quedar marcas.

Levanta mi barbilla y corre mi pelo para mirar con atención mi cuello y hace una mueca de disgusto.

—No se va a ir por un buen tiempo... —Chasquea la lengua—. Después ponete la crema que tenemos para los golpes y quemaduras, quizás funcione.

—¿Y si me muero? —interrogo asustada de repente y saco la taza del microondas. Entrecierra los ojos mientras nos sentamos—. Una vez leí el caso de una chica que murió porque su novio le hizo varios chupones profundos y esto generó que se le tapen las arterias, se formaron coágulos de sangre por culpa de la herida y pum, murió.

—Me estaba dando miedo hasta que dijiste "pum" —replica tomando su café—. No creo que te pase nada, no son muy profundos.

—Rezá para que no me pase nada o te vas a quedar viudo sin haberte casado —agrego con tono burlón. Me mira con reproche para que no diga esas cosas y ruedo los ojos.

Me levanto a buscar papel y lapicera, ya es hora de que nos pongamos a hacer las cosas del casamiento o no vamos a llegar con el tiempo.

—Cincuenta invitados —dice él contando por tercera vez—. Todos míos, los tuyos son diez nada más. —Me mira con lástima, pero me encojo de hombros.

—No me interesa, sé que son pocos, pero son los que siempre están. Voy a llamar a Pablo. —Marco su número con mi celular y atiende a los dos tonos—. Hola, cuñado, soy Oli.

—¡Hola, Oli! ¿Cómo estás? ¿Todo bien con Kevin? —interroga preocupado.

—Sí, sí. Estamos disfrutando de este día especial haciendo las cosas del casamiento... —respondo. Kevin me guiña un ojo y sigue escribiendo.

—¡Eso es genial! ¡Falta un mes! Yo estoy con tu hermano pasándola bien en la plaza. —Suelta una risita—. ¡Te manda saludos!

—Besos para él también... —Respiro hondo—. Te llamaba para preguntarte algo. —Se queda en silencio para que prosiga—. ¿Sabés hacer invitaciones de fiesta?

—¡Por supuesto, cuñada! ¿Cuántas querés? Después te mando una lista con todos los modelos y se deciden por uno. —Me río al ver que supo mis intenciones al instante.

—¿Entonces aceptas? —pregunto ilusionada.

—¡Obviamente!

—Después charlamos el precio...

—¡Ni se te ocurra! Es de buena onda.

—Pablo, es tu trabajo, no vayas a rechazar el pago. ¿Sí? —Bufa, pero termina aceptando—. Mandame mañana los modelos, hoy disfrutá el día con mi hermano.

—Está bien, Oli, nos vemos. Gracias por confiar en mí, ¡besotes!

Nos despedimos y cuelgo. Kevin me mira expectante.

—¡Aceptó! —anuncio. Él aplaude con felicidad y se acerca para abrazarme.

—Cada vez más cerca, mi amor —murmura después de besarme—. Cada vez más cerca de que seas mi mujer.

—Ya soy tu mujer —replico mirándolo a los ojos y él sonríe.

—Sí, pero me refiero a que vamos a estar legalmente juntos. —Me besa con lentitud, con su mano apoyada en mi nuca y la otra en mi cintura. Yo rodeo sus hombros con mis brazos y lo acerco más a mí—. Este es el mejor día de los enamorados que tuve, planeando mi casamiento, viviendo con mi aceituna dulce y besando tus ricos labios.

Me sonrojo y me separo de él para volver a sentarme.

—Bueno, el año pasado podría haber sido un buen catorce si no me hubieras dejado plantada en el hotel... —comento con indiferencia. Él me mira como si le hubiera dado un golpe bajo.

—Uff... Tenía las esperanzas de que no te acordaras de eso —responde nervioso—. Ya te pedí demasiadas disculpas y pensé que lo habíamos superado en la cabaña. ¿Seguís enojada conmigo?

—No, no estoy enojada con vos, eso ya pasó... Pero una mujer nunca olvida. —Le guiño un ojo y suspira.

—¿Todos los catorce me vas a recordar lo que te hice? —cuestiona arqueando una ceja. Hago una mueca pensativa.

—Hasta que me canse. —Le saco la lengua y él se ríe.

—Sos tan preciosa. —Aprieta mi cachete como haría alguna tía y suelto una risita.

La música de María aumenta y resoplo. Es una canción que habla de lo mucho que odia al amor, que se siente sola y no sé qué más. Ni que fuera nuestra culpa que ella esté así, ridícula.

—¿Salimos a almorzar afuera? —me pregunta Kevin. Lo miro con una sonrisa.

—Por supuesto que sí, es una excelente idea —respondo.

—De paso podemos ir viendo algunas cosas para comprar la decoración de la fiesta.

—Buenísima idea. Hoy estás con todas las pilas —observo con tono divertido. Él se encoge de hombros y agarra la última medialuna.

—Estoy contento por muchas cosas. Después de lo de anoche mi batería se cargó al cien... Así que estoy excelente.

Me acerco para darle un beso y lo abrazo.

—Si vos sos feliz, yo también —murmuro. Sonríe y me da un beso más.

—Aceituna, vos sos la causante de mi felicidad —dice con la boca llena, cortándole romanticismo al momento. Suelto una carcajada y niego con la cabeza.

—Voy a vestirme y salimos, ¿sí? —comunico.

Voy hacia la habitación y suspiro. Apoyo mi cabeza en la puerta y cierro mis ojos. Un mes para casarnos.

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