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13 de febrero, 2019

Kevin está hablando con sus amigos porque al parecer quieren seguir festejando el cumpleaños. Mientras tanto yo revuelvo el arroz de la cacerola para que no se pegue... Al menos, para que no se pegue más de lo que está. Nota mental: comprar una cacerola antiadherente.

El rechazo a mi acompañante está surtiendo efecto, ya que ahora intenta acercarse y besarme de la manera en la que deseo tanto que me bese, pero hasta no darle la sorpresa, no voy a hacerlo. Además, me la paso provocándolo y me mato de risa cada vez que lo dejo con las ganas. ¡Tomá pa' vos! Con Oli enojada no se juega.

Al final, decidí hacerle el striptease para el día de los enamorados, quiero que siga estando ansioso y creo que todavía no estoy lista para pasar vergüenza.

—Ya está la comida, amigo —le aviso entrando a la habitación en la que está recostado en la cama.

—Ahí voy, amiguita. —Me mira de arriba abajo, dándose cuenta de que tengo una camisa de él puesta, en la que se me nota que no tengo puesto corpiño y dejo entrever que tengo una de esas bombachas de encaje que tanto le gustan.

Le saco la lengua antes de volver a la cocina y enseguida siento su aliento en mi nuca cuando me doy vuelta para servir la comida. Sus manos tibias recorren mis muslos con delicadeza, subiendo hasta el elástico de mi ropa interior y jugando con ella. Trago saliva, pero me muevo rápidamente y deposito el plato listo sobre la mesa.

—Sentate a comer o se va a enfriar —murmuro—. Y el arroz frío no es rico.

—Quiero comer otra cosa más caliente, antes de que se enfríe —susurra en mi oído, haciéndome estremecer. Carajo, es tan sensual.

—Qué lástima, porque en este momento tengo un hambre impresionante y solo quiero comer lo que preparé —comunico alejándome, sirviéndome en el plato y me siento para comenzar a comer. Me mira con el ceño fruncido y suspira dándose por vencido.

—Oli, perdón —dice—. Estoy actuando como un idiota, acabo de recordar que soy tu amigo y entre nosotros no pasa nada.

Arqueo una ceja y aprieto mis labios. Está volviendo al juego anterior y decido seguirlo.

—Esta noche voy a salir con Julián y Pablo —anuncio, ya que es cierto. Me mira con seriedad y asiente con lentitud.

—Qué casualidad, a mí me invitaron Lautaro y Joaquín. Te lo iba a decir más tarde, pero ya que está...

—Genial, entonces. Espero que te diviertas.

—Yo igual.

Nos quedamos en silencio mientras comemos. Miro el plato fijamente para no levantar la vista porque siento su mirada penetrante, pidiéndome a gritos que lo mire. Y si lo miro voy a tirar todo lo que hay sobre la mesa y voy a abalanzarme sobre él.

—Qué calor que hace —dice, observando de reojo que se quita la camiseta. Sigo mirando el plato, no voy a caer, no voy a caer.

—La verdad que sí —contesto, alzando la mirada finalmente—. Podría desnudarme, pero no me animo a hacerlo enfrente de mis amigos.

—Sabés que no soy simplemente un amigo —murmura con rapidez. Suelto una carcajada—. Sino no sabría que tenés un lunar a la altura de tu...

—Bueno —lo interrumpo sonrojándome—, pero si fueses más que un amigo me besarías y no lo hacés. Hace dos semanas que no me das un buen beso. —Miro mis uñas simulando desinterés y suspira.

—Ya sabés por qué no lo hacía, pero ahora ya lo superé y muero por besarte.

—Entonces, de acuerdo a tu lógica, yo ni siquiera podría tocarte porque imaginaría a ella semidesnuda haciéndote masajes y a vos excitado. —Aprieta la mandíbula y frota sus ojos.

—Todavía no me das mi sorpresa —dice para cambiar de tema.

—Te la voy a dar cuando tenga ganas —comento con mal humor, dejando a un lado el plato casi lleno. No puedo terminar de comer.

—¿A dónde vas a salir esta noche con los chicos? —interroga con tono conciliador. Me encojo de hombros.

—Ni idea. Por ahora solo pensamos hacer una reunión en casa de Pablo —respondo en voz baja—. ¿Y vos con tus amigos?

—Pensamos lo mismo.

Resoplo y me levanto para limpiar la mesa. Espero que no pase nada esta noche.

Mi hermano me pasa a buscar con el auto alrededor de las ocho. Kevin es el encargado de abrirle, ya que todavía me estoy preparando.

Salgo de la habitación y ambos me miran sorprendidos. Llevo un jean ajustado de tiro alto, una camiseta azul que me llega hasta el ombligo y tacones blancos. Admito que me estiliza el cuerpo. Llevo el pelo recogido en una cola alta, un poco de maquillaje suave y los labios pintados de color borgoña.

—Estás hermosísima —opina Julián. Le agradezco con una sonrisa y observo a Kevin, que está absolutamente perplejo y embobado.

Tartamudea un poco antes de darle la razón a mi hermano. Me dirijo a la puerta de casa para salir y mi novio me detiene en el camino. Julián se va con la excusa de ir arrancando el auto y nos deja solos.

—Si salís a bailar... —comienza a decir.

—No te preocupes —lo interrumpo—. Vos también cuidate. Nos vemos al volver.

Esboza una sonrisa torcida y asiente. Acaricia mi mejilla mirándome a los ojos y deposita un beso en mi frente.

—Te amo —susurra. Aprieto su mano antes de irme. Cierro la puerta, pero al instante la abro y asomo mi cabeza.

—Yo también te amo —le digo. Le tiro un beso y termino de salir.

En casa de mi cuñado, decidimos comer unos sándwiches y una picada mientras tomamos una cerveza bien fría. Julián mueve la cabeza al ritmo de un tema electrónico y Pablo no para de sacarnos fotos. De repente abre la boca.

—Foto de Joaco, Idiota y Brownies locos desde la cuenta de Instagram de tu cuñado. —Me muestra la foto.

Son los tres en casa de Joaquín, la foto está sacada con un palo de selfie y están riendo como si hubiesen hecho alguna travesura. Siempre juntos, nunca injuntos. Dice como pie de foto. No puedo evitar sonreír al mirar a Kevin, se ve tan hermoso con su camisa gris y su sonrisa tan sincera.

—Voy a subir una de nosotros —comunica Pablo. Al instante sube una en la que estamos los tres haciendo piquito con los labios.

—Somos hermosos —dice mi hermano. Me río y asiento con la cabeza—. ¿Le pusiste "Siempre hermosos, nunca inhermosos"?

Suelto una carcajada. Fue más obvio que le quiso copiar la foto a Joaquín.

—¡Obvio! —exclama mi cuñado—. Para que sepan que, sobre todo Oli, está al pendiente de sus movimientos.

—¡Ay, no quiero parecer acosadora! Está perfecto que salga, tampoco lo voy a tener encerrado en casa conmigo, ni siquiera nos besamos —contesto comiendo un pedazo de queso.

—¿No se besan? —cuestionan los dos a la vez.

Niego con la cabeza y de repente recuerdo que ellos no saben lo que pasó después del campamento, así que les cuento toda la historia.

—Él dice que es mi amigo, y que si lo beso va a pensar en Benjamín y que todavía no puede —finalizo.

—Es un idiota —opina Julián—. Sinceramente, le explicaste cómo fue la situación y todo, ¿y no te besa? ¿Sabés qué? ¡Vamos a bailar y besá al más lindo del boliche!

—¿Qué? ¡Ni loca! Ahí lo estaría engañando de verdad, no sin querer. No pienso besar a otro.

—Bueno, no te voy a obligar, pero me imagino que así como no se besan tampoco tienen relaciones. —Pablo se atraganta cuando le digo que hace dos semanas no lo hacemos—. Ya le está por explotar.

Estallan en carcajadas mientras yo siento mi cara arder.

—Hacé esto, tomás un par de copas en el bar al que vamos a ir, te emborrachas un poquito y de ahí derecho a casa y le das duro —dice Pablo sonriendo con satisfacción. Aprieto mis labios.

—Pierdo la dignidad implorando sexo.

—Es peor estar muerta de ganas que perder la dignidad, Oli. Además, él debe estar peor que vos. Con solo ver cómo te miró cuando saliste del baño... Podía sentir el fuego que salían de sus ojos y de su... —comienza a decir mi hermano, pero Pablo le pega en el brazo para que se calle.

Ruedo los ojos y suspiro.

—¿Y a qué bar vamos a ir? —interrogo. Se miran entre ellos y sonríen. Me da miedo.

Cuando llegamos al lugar, me quedo impresionada con la decoración. Mesas negras, blancas y rojas expandidas por todo el espacio y en dos pisos. El piso de madera, una barra a lo lejos, luces tenues y las paredes llenas de pinturas de arte pop. Es muy lindo.

Nos sentamos en una de las mesas que rodean el centro de la pista. Pablo se va a la barra a pedir nuestras bebidas y Julián me observa con atención.

—¿Qué? —interrogo arqueando las cejas y acariciando sus heridas que ya están verdes. Él sonríe.

—Nada, solo te miraba. Tengo una hermana preciosa. —Me abraza por los hombros y me atrae a él.

—Yo también tengo un hermano muy lindo. —Le doy un beso en la mejilla. Miro un escenario improvisado y sonrío—. ¿Acá tocan bandas en vivo?

—Sí, son muy buenas. —Mira su reloj—. El primer show empieza en diez minutos, llegamos a tiempo.

—¿Vienen seguido acá con Pablo? —interrogo viendo al chico que sigue en la barra. Mi acompañante asiente.

—La mayoría de las veces. Lo que pasa es que es un lugar tranquilo al que vienen personas mayores que salen de trabajar y quieren relajarse un poco. Nosotros ya no estamos para bailes de adolescentes —dice. Le doy la razón.

Mi cuñado se acerca a la mesa con tres copas haciendo equilibrio en sus manos.

—Para empezar, unos daiquiris de melon —comunica sentándose.

Arqueo las cejas. Soy de tomar poco, así que no conozco acerca de bebidas.

El tiempo se nos va entre charlas, risas y bebidas. Julián suelta una carcajada y se pone serio de repente, cortando el ambiente de buena vibra que veníamos sintiendo, aunque el aire se vuelve denso desde que noto porqué mi hermano dejó de reír.

La tercera banda de la noche se está montando. La banda de Benjamín. Pablo abre y cierra la boca, mira hacia el costado y da un salto de sorpresa.

—¡Problema número dos a la vista! —grita.

Giro mi mirada hacia la misma dirección que él y me encuentro con Kevin, Joaquín, Lautaro y María, uno al lado del otro en ese orden. Agarrenmé porque me desmayo.

Me levanto de inmediato, escucho a Benjamín gritar mi nombre, pero solo me dirijo a mi novio con paso firme, bueno, medio tambaleante. Los chicos que estuvieron conmigo toda la noche me gritan que no haga locuras, y Kevin se pone pálido al verme.

¿Qué locura voy a hacer? ¡Ninguna! Solo voy a marcar territorio. Sé que María llegó con Benjamín y no dudó en dirigirse al grupito. Al menos está siendo seductora con Lautaro.

—Oli, no es lo que pensás —dice Kevin atajándose ante alguna supuesta pelea—. Nosotros llegamos, ella nos vio y vino, pero ni siquiera le hablé, no te enojes... —Me quedo en silencio, meditando si hacer o no el próximo movimiento—. Aceituna, decí algo, me asusta tu expresión.

La rubia nos mira con atención, con esa cara de bruja, esperando una pelea, y es lo que me empuja a hacer lo que estoy pensando. Kevin es mío, perra.

Agarro a mi hombre de la nuca, le planto un beso completamente apasionado en los labios y él toma mi cintura para pegarme aún más a él. Mis piernas tiemblan ante el contacto, pero me alejo con una sonrisa. Él me lo prohíbe, reteniéndome en sus brazos y volviendo a besarme.

—Nos vemos en casa —le susurro en el oído antes de volver a la mesa con mis amigos, que me miran como si se me hubiese zafado un tornillo.

Benjamín me sigue con la mirada, pero al estar cantando, no hace nada que me incomode.

Sigo tomando el martini que me dejó Pablo sobre la mesa y al instante siento la mano caliente de mi novio sobre mi muñeca sin ejercer presión. Lo miro con expresión sorprendida y esboza una sonrisa. Pega sus labios a los míos, sin llegar a provocar el beso, haciendo que mi corazón lata a mil por hora.

—Nos vamos a casa —dice con tono seductor.

Ya veo lo que se viene.

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