18
25 de enero, 2019
Tercer día consecutivo que me despierto con un excesivo malestar. Kevin no se da cuenta porque está preparando el desayuno, pero tengo que salir corriendo al baño para vomitar. Dios, ¿qué me pasa? Me duele la cintura como los mil demonios, hago pis todo el tiempo... Voy a morir.
Lavo mi rostro y voy con mi acompañante. Julián sigue durmiendo en el sillón, así que hago el menor ruido posible hasta que llego a la cocina. Kevin está haciendo panqueques, me encantan, pero con el simple hecho de pensar que tengo que comer me agarran náuseas. Es un asco.
Me mira con preocupación cuando me siento con lentitud.
—Oli, ¿estás bien? —interroga. Niego con la cabeza.
—No me siento muy bien, creo que hoy no puedo ir a la pastelería —replico. Me observa con atención y posa su frente en la mía.
—Tenés fiebre —confirma con expresión seria—. Andá a acostarte, ahora te alcanzo un remedio y descansá, vas a ver que se te pasa.
Asiento con la cabeza y vuelvo a la habitación arrastrando los pies. Al acostarme, hago un par de arcadas, pero no llego a vomitar. Froto mi cintura del lado derecho, el dolor se concentra bastante ahí y es muy molesto. Bufo.
Mi prometido entra con una tapita en la mano llena de un líquido rojo con olor a frutilla. Lo tomo de golpe y lo miro con una mueca divertida al sentir el sabor dulzón.
—Esto me daba mi mamá cuando era chiquita —digo. Él sonríe y asiente con la cabeza.
—Lo sé, pero también funciona para grandes. —Se arrodilla a mi lado y me da un beso tierno—. No me gusta verte mal, mucho menos me gusta tener que dejarte sola porque tengo que ir a trabajar, pero...
—No te preocupes —lo interrumpo—. Está Juli, cualquier cosa le digo a él.
—Bueno, pero si pasa algo más, llamame. —Asiento con la cabeza y da un beso en mi frente antes de irse.
Al final decidimos dejar las vacaciones para otro momento, ya que la presencia de mi hermano en casa nos cortó bastante el momento.
En cuanto cierro los ojos, me quedo dormida.
Otra vez tengo que correr al baño para vomitar y no puedo evitar insultar. Esto es un asco. De nuevo en la habitación, me doy cuenta de que sobre mi mesita de luz hay una caja y una nota sobre ella.
Por favor, Oli, hacetelo. Estás así hace días y ya me estoy preocupando. Te amo.
Cuando veo lo que es, mis manos tiemblan y mi corazón se acelera. Un test de embarazo. ¿Pero en qué momento compró esto? Bueno, supongo que ni lo escuché porque me dormí profundamente. ¿Debería hacérmelo? Lo tiro a la cama y niego con la cabeza. ¿Qué pasa si da positivo? Estoy tan confiada en que no pasa nada, que ver otro resultado me sentaría un poco mal, por lo menos hasta que lo digiera.
Leo las instrucciones de uso una y otra vez, solo porque no me animo a confirmar las sospechas. Kevin se dio cuenta de que hace tres días que tengo síntomas, ni siquiera podemos tener relaciones porque la cintura me duele tanto que no puedo ni moverme. Resoplo y me decido. Saco el test de la caja y me dirijo al baño.
Tengo miedo, mucho miedo. ¿Y si espero a que Kevin vuelva y me lo hago junto a él? Sí, mejor eso. ¿Qué hora será? Deben ser las tres de la tarde aproximadamente.
Me miro al espejo y observo mis ojeras, mi rostro pálido, mi cabello enredado y la preocupación que expresa mi rostro. Así de fea y todo, él me ama. Miro mi anillo y suspiro, quiero que ya mismo sea quince de marzo, quiero casarme con él lo antes posible, se me va a hacer eterno esto.
Salgo del baño y me dirijo a la sala. Julián está, como siempre, mirando el teléfono. Apenas levanta la vista para mirarme y esboza una sonrisa amable.
—¿Cómo te sentís? —cuestiona. Me encojo de hombros.
—Mejor —replico sentándome a su lado. Me abraza por los hombros.
—¿Voy a ser tío? —interroga de repente.
—No sé —contesto con un nudo en la garganta. Siento las lágrimas agolparse en mis ojos, pero me contengo—. Quiero esperar a Kevin, me compró un...
—Sí, lo sé, fue corriendo a la farmacia en cuanto te dormiste. —Suspira—. ¿A qué le tenés miedo? Ese hombre está loco por vos, ¿qué tiene si estás embarazada?
—Me da miedo no ser buena madre. Mi mamá era excelente conmigo, y amaría ser como ella, ¿pero qué pasa si soy como papá? Porque... tengo miedo de ser como él —confieso. Creo que jamás lo admití en voz alta.
—Nunca te compares con ese tipo, Oli. Ya sabemos que es un hijo de mil, y ninguno de los dos somos como él gracias a que nuestras madres nos criaron muy bien. Ellas son nuestro ejemplo, no él. Un tipo borracho, que abandona a su hija y le pega a su hijo solo por su orientación sexual, ¿qué respeto de nuestra parte tiene? —comenta mirándome y tira un mechón de mi pelo hacia atrás—. Él nunca fue un padre, solo fue un donante de esperma que cree que tiene el derecho de opinar sobre nuestras vidas, nada más.
—Es cierto, pero me da miedo seguir sus miserables pasos. —Chasquea la lengua.
—Ay, hermana, yo creo que morís por un bebé con Kevin y ese temor que tenés te está prohibiendo cumplir ese sueño. Estoy segurísimo de que vas a ser una excelente mamá y que vas a estar enamorada de tu panza desde el primer momento. —Sonríe y seca una lágrima que se deslizó por mi mejilla—. Y yo voy a ser el tío loco que ame a sus sobrinos, junto a Pablo.
—Ay, volvieron de nuevo —comento con tono afirmativo, ya que seguían en contacto, pero separados.
—Me vio de esta manera y dijo que si me llegara a pasar algo se moriría, que sabe lo mucho que me ama y prometió no ser tan celoso. —Hace una mueca de incredulidad—. Vamos a ver cuánto le dura.
—Tenele fe, hermanito. —Me aclaro la voz—. ¿Y qué pasa con Laura?
—¿Qué tiene ella? —interroga confundido.
—Yo creo que está enamorada de vos... —comienzo a decir, pero sus carcajadas me interrumpen.
—Estás loca, todavía muere por el ex. Yo la aconsejo, es como mi mejor amiga.
Nos quedamos mirando por un instante y termino asintiendo. No estoy muy segura sobre eso. Acaricio el rostro lastimado de mi hermano, me impresiona ver ambos ojos morados, como si tuviese unas ojeras profundas. Él toma mi mano y le da un beso.
—Gracias por aceptarme —murmura—. Sé que te lo digo todo el tiempo, pero en serio, nunca conocí a alguien tan buena como vos.
—No es nada. —Sonrío y nos abrazamos.
En ese momento, la puerta de entrada se abre de golpe y me sobresalto hasta que noto que es Kevin. Nos mira con expresión interrogante mientras cierra la puerta con lentitud y se acerca a mí con la misma velocidad, como si tuviera miedo de algo. Julián vuelve a agarrar su teléfono para hacer de cuenta que no nos escucha. Mi novio se agacha para quedar frente a mí y toma mi mano.
—¿Y? —cuestiona. Sé a lo que se refiere.
—Todavía no me lo hice —digo en un murmullo mientras trago saliva. Toca mi frente.
—Ya no tenés fiebre. —Sonríe—. Yo vine a almorzar, son casi las tres de la tarde, pero recién puedo liberarme. —Se incorpora de nuevo y lo sigo hacia la cocina.
—Pensé que era más tarde —comento. Mierda, me sigue doliendo demasiado la baja espalda.
Comienza a revisar la heladera.
—¿No hay mayonesa? —interroga. Me encojo de hombros y me dirijo a su lado, pero hago un movimiento tan brusco que todo a mi alrededor gira y me mareo de una manera increíble. Se da cuenta y me sostiene—. Por Dios, Oli, ¿qué tenés?
—No sé. —Voy corriendo hacia el baño y vuelvo a vomitar. Cuando levanto la vista nuevamente, él me está mirando desde el umbral de la puerta con los brazos cruzados y el entrecejo fruncido. Señala el test que dejé sobre un estante y asiento con la cabeza.
Se va para dejarme hacer eso sola y tiemblo mientras lo agarro. Estoy nerviosa y tengo miedo del resultado, si las inyecciones no llegaron a funcionar, no sé qué haré.
Lo hago, pero soy incapaz de ver el resultado en cuanto el tiempo pasa. Tomo coraje cinco minutos después, momento en el que Kevin entra de golpe al baño.
—Estoy preocupado, ¿ya está eso? —interroga. Hago un gesto afirmativo y me mira con curiosidad—. ¿Entonces?
—Mmm...
Lo miro y mi corazón se sobresalta. No sé si reír o llorar, si correr o tirarme a la cama, si decirle a Kevin, que expresa expectación en sus ojos. Clavo mi mirada en la suya, intento hablar, pero las palabras no me salen.
Suspira y se acerca a mí.
—¿Eso es un sí? —cuestiona.
—Es un no —replico con voz ahogada.
Se queda en silencio y asiente lentamente. Lo abrazo, estaba muy ilusionado y por un momento yo también sentí eso, no sé por qué algo muy dentro de mí quería ver dos rayitas.
Siento que su cuerpo tiembla y un sollozo. Oh, Dios, no. Lo abrazo más fuerte y sus brazos también me aferran.
—Perdón —susurro.
—No, Oli, yo me hice la cabeza —contesta un instante después, separándose de mí y secando su rostro—. Tenés que ir al médico, no es normal que estés vomitando hace tres días y con fiebre.
—Ya se me va a pasar...
—No, vamos al médico —me interrumpe con tono firme. Termino aceptando—. Aceituna, tu salud está por encima de todo, no me mires con expresión culpable, ¿está bien?
—No te doy lo que más deseas —murmuro con tristeza. Suspira y se acerca a mí.
—Yo solo deseo estar con vos. —Sonríe y me acaricia—. Deseo casarme ya mismo, irnos de luna de miel, tener mucho sexo y después vemos... —Me río y nos besamos. Entrelazo nuestras manos—. Te amo.
—Te amo muchísimo más.
Me da un último beso antes de irse. Miro el test negativo y resoplo. Me siento aliviada y triste a la vez, ¿por qué será? Quizás, después de todo, yo también me había ilusionado un poco.
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