Capítulo 8: Amapolas.

Asher Thorn.
7 de diciembre, 2019.
Sábado.

No puedo responderte, porque yo también desconozco la respuesta.

Después del incidente de la pequeña Irina en el violín, todo parecía estar derrumbándose en ella. "Es sólo un berrinche innecesario", repetí para no preocuparme, pues eso era lo que menos quería, sentir preocupación por alguien como ella. Pero éramos conocidos de la infancia, no podía simplemente ignorarlo.

Comencé a seguirla desde lejos, así como ella me perseguía de pequeña. Sólo quería asegurarme que de no estuviera cometiendo grandes tonterías como yo hace un tiempo, golpeando y metiéndome en peleas para llamar la atención. Aún golpeaba personas, pero ya no era tan tonto como para hacerlo en la escuela. De todas formas, creo que parecía un acosador.

Me detuve en el salón posterior al ver a Irina entrar con un chico al cuarto del conserje. Me llevé la mano al pecho para bajar la respiración, porque sabía que Dumont era muy perceptible al mínimo suspiro y los olores desagradables como un venado. No es que yo oliera mal, al contrario, olía a flores porque me la pasaba en los jardines la mayor parte de mi tiempo libre, pero ella odiaba cualquier aroma que no fuera el desinfectante.

—¡Por favor, Irina, no me hagas esto!

Uy, ya andan comiendo, pensé en mis adentros, aguantado las risas.

—Tírate al suelo y sigue rogando.

Jajaja, la sádica Irina, reí.

—¡¿Feliz?! —oí las rodillas del chico desplomarse en el suelo. El dolor de sus huesos llegó incluso a mí.

—¿Lo harás? ¿Le romperás la muñeca?

Su voz era áspera y gruesa, por un minuto dudé de haber visto a Irina ahí. El demonio que estaba ocultando no podía ser contenido por Dumont.

—¡Lo haré, lo haré! Pero por favor —sus lágrimas y llantos eran fuertes, tan fuerte que me estremecí y agradecí que el tercer periodo ya había comenzado y todos estaban en clase—, ¡si le dices a mi padre que me robé el dinero me golpeará! ¡¿Acaso quieres verme de nuevo con el rostro sangrando, psicópata?!

Espera... ¡Carajo, ¿no era eso una extorsión?! Diablos, que gracioso se tornó esto. Irina siempre fue inteligente, sabiendo lo que la gente deseaba sólo con observarlos cuidadosamente. Combinarlo para conseguir lo que quería se estaba yendo de control.

—Ya veo, entonces si lo tomaste tú. El director estará enojado.

Me pareció escuchar el sonido de una grabadora. La retorcida Dumont estaba grabando todo y lo manipuló sin si quiera saber la historia completa. Una estafadora nata igual que el hijo de puta Walter Dumont.

—¡¿Eh?! ¡¿Qué acabas de decir, demente?!

Me acerqué un poco más para ver de reojo, como un insecto molesto. Él intentó ponerse de pie para derrumbarla, pero ella sólo le pateó aplastando su cabeza con los tenis alto que llevaba.

—Los salvajes no tienen derecho de hablar. Así que cállate y haz lo que te mando si no quieres que tu padre se ponga violento y quiera sacarte los ojos —se acercó a su rostro—. Uy, que niño tan miserable. Poco deseado y muy detestado por papi, ¿eh? Te iría mejor en un orfanato, bastardo.

—¡Le romperé las muñecas a Luis, las manos, o el cuello si es necesario, pero por favor aléjate de mí!

Luis, el violinista de primer año que tomó la presentación escolar de Irina porque ella decidió dejarlo. Egoísta y envidiosa, esa es la chica que tanto detestaba. Orgullosa y malcriada, exactamente como yo.

Fui hechizado por ella, y lo sabía por el miedo que me daba.

—¡¿Eh?! ¿Qué dices? ¿Qué te duele? —me detuve en el pasillo al oír los gritos que venían del baño—. ¡Disculpa, el agua no me deja escucharte, sanguijuela!

—¡Por favor, no me...! —el pequeño chico dejaba ir gritos ahogados por el agua del escusado. Al menos era eso y no lo hacían tragar pito.

Saqué mis audífonos desesperado para no escuchar aquello. No era mi problema, él sólo se equivocó al pensar que podía ser mejor que una Dumont.

—¡AHHHH!

El grito se oyó más fuerte antes de que pusiera la música. Me enojé, pero no temblé ni sentí escalofríos como alguien más en mi lugar. Pateé la puerta del baño, mirando a los tres chicos que habían molido al chico en patadas. Su cabello estaba mojado y sus muñecas dobladas. Una cabrita indefensa y muy bonita era, pero ahora estaba destrozado, no podía producir sonidos tan lindos como antes.

Que pena no haber sentido lástima por él pero, ¿cómo podía sentir lástima por alguien más cuando yo ya me había rendido conmigo?

—¡¿Qué haces aquí, Faure?! —gritó un alto y robusto, escupiendo con brusquedad.

—Es el problemático ricachón, déjenlo. —Mencionó el tipo al que Irina estaba amenazando. Volteó a decirle aún más cosas al niño, sobre lo mal que le iba a ir si le decía a alguien de aquello.

Yo no era bajito, tenía la altura suficiente para tener 17 años. No era un escuálido, pero me gustaba mantener un peso delgado y mi alimentación era muy natural. Era fuerte, ya había golpeado a muchos. Tres no me iban a detener.

—¿Qué que hago aquí? Pensé que habían ordenado un consolador muy atractivo —moví lentamente mis manos hasta mostrarles el dedo medio—. Oh, miren, y se mueve. ¡Uh, ya se me paró, wuuu! ¿No quieren un poco?

Me miraron confundidos e irritados, pero yo seguí bromeando y moviendo mi dedo de un lado a otro como mariposa. Sacudí mi cabello mientras reía sin apartar la vista de ellos, y con la otro mano acomodé mi corbata y el saco del instituto.

—¡Ya lárgate, Faure! —gritó el más bajo.

—¡Oh, miren, te quiere consolar a ti...! —corrí hasta el más alto y le metí el dedo por la nariz, lanzándole mi mochila en la cara al otro.

Terminé metido en otra pelea violenta, donde ellos salieron fuera del baño a toda prisa con la nariz sangrando y un posible esguince en el tobillo. Cobardes, pensé, si quieres destruir algo hazte responsable de los restos. Me agaché hasta sostener la cara del chico que no paraba de llorar desconsoladamente por el dolor de sus huesos. Él se inclinó y movió su cabeza para intentar buscar consuelo.

—Gracias... Jean... —murmuró, mordiéndose los labios.

—No me agradezcas —sacudí su cabello y tallé su rostro, encantado por tal momento.

Era bellísimo, ver otra flor destrozada me hacía feliz. Todo el desastre que había sucedido hicieron valiosas sus lágrimas y su dolor.

—Jean, por favor, llama a la enfermera... —su voz quebrada perdía más intensidad. Estaba por desmayarse.

—No —me miró confundido—. No puedo abonar a alguien que ya no tiene más retoños. No volverás a tocar el violín, así que vete acostumbrando de una vez por todas.

Era un desgraciado chiquillo que lo dejó ahí hasta que alguien más lo encontró. Yo no tenía tiempo para hacerme cargo de personas inútiles y mucho menos de las perezosas víctimas. Me tragué mis palabras más tarde cuando me lo volví a encontrar, pero esa es otra historia.

Tomé el camino largo a casa ese día, por el bosque, y me detuve a dibujar algunos árboles en el camino, imaginando que eran grandes sabios llenos de pensamientos transformados en ramas.

Ese tarde, admirando los destellos de luz atravesando los árboles como recuerdos en la profundidad de las memorias, encontré lo que fue para mí un cambio de aires. Otra obsesión más en la lista que llenaba con tinta roja fermentada.

Una ardilla descendió de los árboles, haciendo ruidos molestos con sus pequeñas garras en el tronco roñoso. Me miró fijamente. Me sentí observado por demonios, fue lo que me incomodó. Su corto pelaje era suave, deslizándose por mis hombros hasta llegar a mi libreta y arrancar la hoja.

—¿Qué demonios ha...?

La ardilla corrió intentando volver al árbol, a su escondite. Quizás no estaba muy cuerdo en ese tiempo, porque me levanté transpirando para correr al árbol y tumbarla con mis manos. La ardilla se incorporó sin soltar el dibujo y se escabulló con rapidez. Debí dejarlo así, pero no, yo era Jean Faure y tenía una mente enferma, así que inevitablemente la perseguí como una bestia.

Tropecé estirando mi brazo por la tierra hasta tirarla conmigo, y caímos de empinada. Mi cabeza golpeó con un árbol y mis brazos estaban heridos por las ramas y piedras. Le había aplastado la cola, así que no podía moverse.

Tomé la roca más cercana y le abrí la cabeza con el primer golpe que lancé. La sangre brotó enseguida, ensuciando las amapolas debajo de ella y mi rostro. Sus ojos estaban de fuera, y lo que debería ser su cuello estaba sacando cosas asquerosas. No supe nunca cómo eran los órganos de las ardillas, pero aquello me recordó al pequeño corazón de los pollos.

Mis manos estaban llenas de sangre y tierra, haciéndolas ver oscuras. Me dolían las rodillas y mi uniforme también estaba sucio. El brillante rojo estaba frente a mí nuevamente. Otro tipo de vida había perecido.

Traté de calmarme al pensar en el delicioso sabor del whisky que me estaba embriagando justo ahora.

—Asher, ¿entonces te gusta la cacería?

Preguntó Adam, tratando de interrumpir mis pensamientos. Bajé el vaso con pesadez, volteando a verlo.

Mis labios pronunciaron con rigidez:

—Me gusta el momento exacto cuando estoy por comer a los animales que cacé. Para todo esfuerzo debe haber una recompensa.

—La carne de codorniz es deliciosa, ¿concuerda conmigo, madam? —James detuvo su saxofón, para dirigirse a Rebecca.

Ella limpió parte de su labial, bajando la copa de champán. Me sonrió a mí a pesar de hablar con James, y dijo manteniendo los ojos cerrados para reforzar su misteriosa aura:

—Cualquier pedazo de carne es delicioso siempre y cuando se haya cazado bien.

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