Capítulo 5

El viaje de regreso a su florería fue entre agotador y triste; Vero no dejaba de balancear lo que ocurría y no sabía decir si era peor saber que debía ayudar a Henry con su prometida o la posibilidad de perder el favor de sus flores.

En un lado inconsciente de su mente sí sabía qué era peor pero tenía una espinita de rencor con sus flores por molestarse a causa de algo tan insignificante como desobedecerlas una vez, así que prefería igualar el peso de perderlas con la posibilidad de perder a Henry: era un modo de liberar su frustración interna.

Aunque, ¿perder qué? Ni lo conocía realmente.

Vero resopló cuando salió de la estación de metro para dirigirse a su florería. Eran casi las ocho de la noche y ya Zoe no estaría ahí; en realidad ni siquiera Vero tenía algo que hacer ahí pero deseaba ver con sus propios ojos qué sucedía con sus flores, como si la palabra de Zoe y su propia certeza no fueran suficientes.

Abrió la puerta de la florería e ingresó a la oscuridad, de inmediato un frío la recorrió entera, como si en lugar de entrar a su segundo hogar, estuviera entrando a un cementerio neblinoso en plena madrugada. Caminó con aprehensión hasta el interruptor de la luz y cuando la encendió tuvo que ahogar un jadeo de tristeza.

Cada una de las flores estaba muerta. Las de los arreglos ya hechos, las que no estaban aún separadas y arregladas, las coloridas, las grandes, las pequeñas, las que estaban a la vista nada más entrar y las del último balde de la parte de atrás.

—No es justo —dijo en un susurro, a nadie en realidad—. Es la única vez en que las he desobedecido y el castigo es excesivo.

Por primera vez en su vida Vero se sintió demente al creer que los cadáveres de flores la escuchaban, creyó incluso ver que algunas se movían como si hubiera brisa, aún con la puerta y las ventanas cerradas. Y de todas formas se sintió estúpida porque de poder moverse, lo harían estando vivas. Lo que tenía a su alrededor eran cientos de tallos casi desnudos o con hojas tan marchitas que con solo mirarlas se harían mil pedazos.

Vero suspiró y sintió que una lágrima bajó por su mejilla. Sus flores eran sus mejores amigas, sus aliadas, su magia y saberlas enojadas o dañadas la hacía sentir vacía, como si buena parte de su corazón se hubiera marchitado con ellas.

—Lo siento —susurró—. Lo siento. ¿Qué hago para que me perdonen?

Obviamente no obtuvo respuesta, así que solo permitió dos minutos más de autocompasión antes de tomar aire y salir de allí, derrotada y cansada, pensando en qué haría mañana si su florería amanecía muerta.

🌸

La noche de Vero no fue tranquila pero su corazón se las arregló para albergar una minúscula manchita de esperanza de que con el nuevo día, nuevas cosas llegaran, como por ejemplo el perdón de sus flores que al verla triste y sin saber qué hacer, mostraran cierta compasión.

Sin embargo, cuando llegó a su florería a la misma hora de todos los días, vio el mismo desolador paisaje, pero peor porque de día era más evidente la destrucción de todo alrededor. No podía dejar todos los tallos y hojas pudriéndose por siempre y era evidente que con o sin perdón, las flores no revivirían, así que empezó a buscar bolsas negras para limpiar y botar una por una.

Se colocó unos guantes para evitar espinas y comenzó con las más cercanas que, tal como suponía, se deshicieron al tocarles los marrones pétalos. Empezó a meter en las bolsas montones de dos, cuatro y cinco flores, sin poder sacar de su pecho el frío que se extendía por sus entrañas. Lo bueno fue que estuvo tan ocupada que no sintió el pasar de las horas ni percibió las dos o tres veces que sus lágrimas la invadieron.

Escuchó entonces que tocaban a la puerta de la entrada; ¿no había colocado el cartel de "cerrado"? Se levantó de su silla con hastío y caminó hacia la puerta dispuesta a decirle al ilusionado cliente que no había flores para la venta por tiempo indefinido.

Tiempo indefinido, las palabras resonaron en su cabeza.

Cuando abrió se sorprendió de ver a Henry. Iba más acorde que el día anterior en cuanto a vestuario: llevaba una camiseta roja que dejaba sus brazos color canela al descubierto, su cabello iba esta vez suelto, revelando unas ondas que le enmarcaban parte de las mejillas y que provocaron una sonrisa y suspiro en la florista.

—¡Henry! —exclamó.

—Hola. ¿Puedo pasar?

Vero se olvidó del desastre que era su tienda y le cedió el paso, sin embargo cuando la campanilla al cerrar la puerta sonó, pensó que hubiera sido mejor decirle que no.

Henry se detuvo nada más dar dos pasos para mirar a su alrededor. Estaba de espaldas a Vero así que ella no pudo notar su gesto perplejo y contrariado, o más bien confuso al preguntarse cómo en un día cientos de flores diferentes habían muerto.

—¿Qué le pasó a tus flores?

Vero se mordió el labio. No podía decirle que era un enojo floral el culpable de todo, eso sonaría a mentira, pero más que nada, a locura. Recordó que Henry le había dicho que no sabía nada de flores y usó eso a su favor:

—Usamos un insecticida tóxico por accidente. —Henry volteó a mirarla y ya tenía el signo de interrogación en la frente, pero Vero no le dio tiempo de tumbar su mala respuesta—: ¿Qué haces acá?

—Pues... venía a comprar un ramo para mi madre; es su cumpleaños, pero veo que... no se podrá.

—Estamos en el sector florista y sé que mis vecinos venden flores preciosas también. ¿Sabes qué flores le gustan a tu madre?

—Los claveles.

—Claveles rojos, bellísimos —asintió Vero—. Dos locales hacia allá —Señaló con su mano la derecha—, el señor Adams vende unos muy bonitos.

—¿Qué tan bien le va a tu negocio si mandas a tus clientes a otros locales? —dijo Henry en tono bromista. Vero sonrió.

—Bueno, es evidente que él puede venderte hoy mejores claveles que los míos. —Vero tomó en sus dedos un tallo marchito de lo que ayer había sido un bello clavel y se lo enseñó a Henry—. Además, no es bueno ser envidioso. Los claveles del señor Adams son bellos, a veces mejores que los míos y eso se le reconoce.

—Eres demasiado blanda para el mundo de los negocios.

—¿Qué sabes tú del mundo de los negocios?

—Soy agente inmobiliario, sé mucho. Y no mandaría a mis clientes a que otro agente les venda.

—Es un rubro diferente. —Vero se encogió de hombros—. Y al que bien obra, bien le va, así que...

—Tiene sentido. Soy un vendedor brutal y por eso mi novia no me quiere ver. Debe ser el karma.

Vero abrió mucho los ojos.

—¡Oh! No pretendía decir eso, te lo juro.

Vero buscó los ojos de Henry y al hallarlos vio el tono ámbar brillante, bromista; no lo decía en serio. Ella se rió y él la acompañó. Desviaron la mirada al tiempo y un silencio corto se instaló entre ellos, entonces Henry aclaró la garganta.

—Pensaba comprar las flores y luego ir a almorzar acá cerca porque tengo una cita con unos clientes en dos horas. Ya que no pude comprar flores y veo que no tienes mucho que hacer, ¿por qué no vienes conmigo? No tardaremos ni iremos lejos. No me gusta almorzar solo.

Vero relacionó su última declaración como una triste confesión de "no me gusta estar sin mi novia" y tuvo que reprimir un suspiro. Aunque le sonreía, Vero era capaz de ver una tristeza real en los ojos de Henry y eso le daba punzaditas a su propio corazón.

Recordó que el día de mañana sería cuando enviaría —o le diría a Zoe que enviara— los lirios a Montse y que tenía fe en que eso solucionara su problema con las flores, pero mientras tanto nada podía hacer así que no le haría mal almorzar con Henry.

¿Qué más podía perder realmente?

Asintió.

—Sí, dale. Y si quieres compras tus claveles donde el señor Adams.

—Me parece bien.

🌸

Henry cumplió su palabra y no se alejaron mucho de la florería: solo tres calles. Vero conocía el restaurante aunque Henry le dijo que era la primera vez que él lo visitaba. La mesera conocía a Vero y los atendió con amabilidad y familiaridad, primero con una entrada de tiras de zanahorias y luego con los platos fuertes de pollo y salmón dorados.

Comieron en silencio por un rato hasta que los platos iban a menos de la mitad, ahí Vero supuso que era un buen momento para sacar conversación.

—Entonces tu madre cumple años hoy.

—Sí. Cenaremos con ella esta noche, por desgracia todos tenemos el día ocupado así que solo nos queda la noche.

—¿Todos?

—Mis hermanos y mi padre.

—¿Cuántos hermanos tienes?

—Tres. Dos mayores y uno menor. Todos varones y si le preguntas a mi madre, dirá que mi papá nunca hizo las cosas bien para conseguir una niña.

Vero agradeció no estar bebiendo nada porque se echó a reír con sus palabras. Amaba eso: hablar con Henry, reírse, sentir tan natural su humor y su compañía. No se sentía como si un desconocido cualquiera la hubiera invitado a almorzar, no había esa tensión, formalidad y seriedad ante la falta de confianza en otra persona, al contrario, era como si hubiera cenado con Henry por años.

—A lo mejor el quinto intento era el de la niña —aventuró Vero.

—Quizás, pero luego de mi hermano menor no pudieron tener más. En fin. Mi hermano mayor tiene dos hijas preciosas y esas niñas han suplido la falta de mujeres de la casa. Mi padre pronostica que todos nosotros estamos destinados a tener solo niñas porque así se equilibra la energía.

—Muy sabio de su parte.

Henry bebió de su limonada luego de terminar el último bocado y se inclinó un poco en el respaldo de su silla. Se pasó la servilleta sobre los labios y se inclinó de nuevo hacia adelante, poniendo sus codos en la mesa y su mentón sobre sus dedos entrelazados.

—¿Y qué hay de ti? ¿tienes hermanos?

—Sí. Uno menor y una mayor.

—Eres la del medio. —No era una pregunta—. La bahía entre ser la favorita por ser la menor, y ser el ejemplo a seguir por ser la mayor.

—Suena bonito dicho así, aunque mis padres me pondrían más como "la oveja negra" de la familia. —La mesera pasó a recoger los platos ya vacíos y Vero miró a Henry—. ¿Quieres postre?

Henry asintió y en respuesta la mesera empezó a enumerar las opciones:

—Hoy tenemos fresas con crema, merengue con fruta, pastel de chocolate o...

—Pastel de chocolate —dijeron Vero y Henry al unísono.

A Vero se le aceleró el corazón con ese detalle: pensaba que Henry estaba hecho para ella y a la vez sabía que incluso si fuera así, no estaba disponible para ella. Era una ironía divertida... o triste.

Se miraron con una sonrisa por la casualidad y la mesera asintió, retirándose.

—¿Oveja negra? —retomó Henry y dio un fugaz pero exagerado vistazo a Vero, quizás detallando su vestido amarillo o sus pendientes verdes—. Uno te ve y no piensa exactamente en oveja negra, sino en cosas más bonitas, más coloridas.

Vero se miró a sí misma y rió, encantada por el halago camuflado de comentario.

—Sería más acertado decir entonces que soy la oveja colorida entre un rebaño de negros y blancos.

Henry apretó los labios y negó con la cabeza.

—No, lo siento, deberás ser más específica. No me cabe en la cabeza que alguien tan dulce pueda ser algo así como la decepción familiar (si es que entiendo bien y esa es tu postura en la familia).

—Sí, esa es.

—¿Y entonces? No te ves rebelde, ni adicta a sustancias de dudosa procedencia, ni alcohólica, ni traficante. —Vero rió—. Dime pues, ¿cómo puedes ser la oveja colorida?

—Pues es más literal de lo que parece. Vengo de una familia estudiada y perfecta, y yo no quise ser así. Mis padres son ambos abogados, mi hermano menor está a poco de graduarse de medicina y mi hermana mayor es... bueno, no sé el cargo exacto pero es un puesto alto de algo que tiene que ver con administración y está en una prestigiosa empresa en el extranjero. Y yo...

—Eres una florista —completó Henry, pero no usó un tono como si el ser florista fuera inferior, sino como si fuera incluso admirable—. Una florista colorida.

—Exacto. Cuando salí del colegio mamá me dio opciones, pero eran sus opciones. Leyes, medicina, ingeniería, biología, arquitectura... finalmente elegí medicina aunque solo por darle respuesta y que me dejara en paz. Estuve un semestre y medio y me rendí, yo definitivamente no encajaba ahí.

La mesera llegó con dos porciones de pastel cremoso de chocolate y a ambos se les hizo agua la boca. Pausaron la conversación por un par de bocados, deleitándose con el sabor, hasta que Henry continuó:

—¿Siempre quisiste ser florista?

Vero sonrió, trayendo fugaces recuerdos de su abuela explicándole que lo que sentía con las flores no era imaginación suya sino una conexión especial con la naturaleza, luego recordó a su abuela apoyándola cuando dejó la universidad, luego a su abuela peleando con su madre por el futuro que Vero quería. Era una historia larga y no del todo bonita así que prefirió la respuesta corta:

—Sí. Trabajé en una florería por varios veranos cuando era adolescente y Dios, me encantaba estar ahí. Era como si yo perteneciera en medio de flores y en ningún otro lado más. Mi madre no lo entiende.

—Los padres nunca entienden. —Henry le sonrió con calidez—. ¿Entonces no te llevas bien con ellos?

—Con mamá no. Es decir... la amo y nos comunicamos con frecuencia pero basta una charla de diez minutos para que ella me eche en cara que sus hijos son un doctor y una empresaria y que yo vendo flores. Para ella mi trabajo es tan bajo como si estuviera bailando en un tubo por dinero. Incluso peor porque ella dice que las bailarinas lo hacen porque no tienen opciones pero que yo sí las tuve y las dejé ir por una "tiendita" de flores.

—¿Y tu padre?

—Él es un amor de persona —replicó Vero, sonriendo tiernamente—. Me ha apoyado siempre. Él es más de la onda "haz lo que te haga feliz y que sea bueno para ti", así que en reuniones familiares se pone de mi lado para defenderme de mi madre y además visita con frecuencia mi florería. Siempre dice que se ve más bonita que la última vez.

—Es muy listo al brindarle apoyo a su hija. Sabe que es perfecta como es.

Vero sonrió con el corazón a mil pero no respondió.

Terminaron de comer su porción de pastel y esperaron a que la mesera tomara la cuenta y el dinero. Henry la miraba con atención; Vero sentía que realmente le prestaba atención y se decía que era posible que ella llegase a gustarle. A lo mejor para Henry, aunque de otra manera, el haber conocido a Vero justo cuando su novia le terminaba podría ser también una señal. Quizás no todo estaba perdido y lo que Vero sí sabía con certeza era que Henry le gustaba más con cada minuto que charlaban.

Salieron del restaurante casi una hora después aunque para Vero fueron solo unos minutos.

—Gracias por invitarme —murmuró Vero, anticipando que era momento de despedirse y regresar a su cementerio de flores—. La verdad tenía un mal día y me hizo bien distraerme.

—Estás mal por tus flores —comentó Henry; Vero lo miró como si él hubiera descubierto su demente secreto. Henry notó esa sorpresa, así que se apresuró a añadir—: Por el insecticida. Lo lamento, a propósito. ¿Te traerán flores nuevas pronto?

De nuevo Vero recordó su llave a la solución: los lirios a Montse y la consiguiente reconciliación con Henry. Suspiró.

—Espero que mañana —dijo, y no era del todo mentira—. Es mi esperanza.

Iban caminando hacia su florería y Henry puso su mano con cariño sobre el hombro de Vero a modo de amable consuelo. Era otro día cálido y su vestido no tenía mangas así que sintió el contacto suave y dulce de piel contra piel.

—Todo saldrá bien, Vero.

Llegaron a la entrada de Las flores de Vero y antes de abrir y entrar, Vero sabía que debía despedirse porque Henry ya se iría. Él también lo sabía así que solo la observó en silencio. Ambos pensaban en la manera correcta de despedirse. ¿Un simple adiós? ¿Un apretón de manos? ¿Un abrazo? ¿Qué era apropiado para despedirse del amor de tu vida luego de almorzar con él en calidad de cliente/vendedor?

—Mañana enviaré tus lirios a Montse —dijo Vero, regresando a la realidad—. Tengo la dirección.

Henry soltó una corta risa.

—Creí que ya lo habías dejado pasar.

—Te prometí lirios.

—Y yo te prometí un café si funcionaban —recordó—. Aunque creo que es más acertado invitarte un café si no funcionan.

Henry pulió una sonrisa ladeada que no podía sino ser coqueta y a Vero se le derritió el corazón... aunque externamente solo soltó una risita y agachó la mirada.

—Me parece más lógico. —Y me da esperanzas, añadió en su mente—. En ese caso, supongo que hay que esperar a mañana a ver qué pasa.

—Sí. —Se miraron unos segundos en incomodidad y entonces Vero tomó la iniciativa y se inclinó hacia adelante para dejar un beso semi informal en su mejilla—. Sí, adiós —dijo Henry, algo descolocado por la acción.

—Gracias por todo.

Vero no esperó más porque sentía que el corazón se le saldría del pecho por su atrevimiento y entró rápidamente en la florería para luego cerrar a sus espaldas. No pudo respirar sino hasta que supo con certeza que Henry se había ido.

Una vez recuperó su semblante tranquilo, miró sus flores marchitas.

—Me hacen elegir, ¿cierto? ¿Ustedes o él? Si mañana no envío los lirios no podré volver a tocar ninguna flor, ¿verdad?

Su tono bailaba entre el rencor y la resignación; las flores eran su vida, no podía renunciar a ellas, eran su sustento, su otra mitad, eran ella misma, no podía renunciar a sí misma por nadie, ni siquiera por el posible amor de su vida.

"La naturaleza es sabia y las flores saben lo que hacen. Quizás no lo entendamos al comienzo pero al final del camino siempre tiene sentido", Vero recordó las palabras de su abuela cuando le enseñaba a comprender su don y deseó que aún estuviera con ella para poder preguntarle qué hacer y pedirle consejo.

Quería creer que sus flores eran sabias, siempre lo habían sido y Vero nunca había dudado de ellas, pero ¿por qué les chocaba tanto que Henry fuera el posible amor de su vida? ¿o era por Montse? ¿las flores sentían que Henry era el amor de la vida de ella? ¿o era simple orgullo porque se había atrevido a no hacerles caso? ¿Las flores podían ser orgullosas?

Vero suspiró más triste que otra cosa y decidió dejar lo que quedaba de limpieza —que aún era mucho— para el día siguiente, de todas formas las flores marchitas no irían a ningún lado.

🌸🌸🌸

Muchas gracias por leer ♥

Vamo' a dividirnos, comenta: 

#TeamHenry

ó

#TeamFlores

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