Capítulo 4
Salir corriendo a la florería no le serviría de nada a Vero porque su presencia podría incluso matar a más velocidad a las flores; la sonrisa que había exhibido frente a la ventana de la pastelería se desvaneció cuando tuvo la certeza de que nada estaba solucionado, de que su —falsa— intención no era suficiente.
Pensó en el hecho de que Henry no quisiera recibir los lirios; no podía obligarlo y Vero razonó que dar unas flores contra la voluntad de alguien era aún peor; debía hallar otra manera y pronto.
Entró en la cafetería y ubicó a Henry que ya tenía en una mesa para dos, dos vasos de café y una bandeja pequeña llena de galletas de colores.
—No sé si alguna vez has venido acá —dijo Henry mientras Vero se sentaba—, pero estas galletas son celestiales. Igual te recomiendo todo, acá es el paraíso de postres.
Vero sonrió y llevó una galleta a su boca; cuando la mordió se olvidó de su problema por un segundo: era sabrosa, tenía una consistencia arenosa perfecta que combinaba con el sabor dulzón del glaseado rosado.
—Debo llevar a casa —dijo con la boca llena.
Henry rió.
—Te lo dije. Altamente recomendadas. Montse las ama... —Su tono se tiñó de tristeza y el momento de gloria que Vero mantenía, se desvaneció por completo—. Venimos... veníamos seguido.
La lógica de Vero hizo un clic desagradable pero útil: no podía obligar a Henry a recibir lirios, pero el inconveniente no eran en sí los lirios sino que Vero frustró el propósito de Henry. Eso era: el propósito. Para reparar el daño debía ayudar a Henry a cumplir su intención, es decir... ayudarlo con su prometida. Volvía a estar en el comienzo.
—¿Montse es tu prometida?
—Sí. Seis años de relación. No puedo imaginar mi vida sin ella.
Auch. Vero tomó otra galleta con la espalda erguida, esperando que no se notara su malestar, de todas formas, incluso si se notara y Henry le preguntara, ¿qué iba a decirle? ¿"siento que eres el amor de mi vida y me lastima que estés comprometido"? Era absurdo e ilógico.
—¿Y qué pasó?
—Problemas de todas las parejas —respondió, evasivo y Vero se sintió incómoda de ser tan importuna con sus preguntas—. Son cosas que se podrían solucionar, pero creo sinceramente que ha dejado de amarme.
—Bueno, a lo mejor es cuestión de tiempo. ¿Hace cuánto discutieron?
—Hace un par de días.
—Eso es, quizás necesita pensar mejor las cosas. Dale un par de días más antes de hablarle de nuevo. Cuando las mujeres estamos furiosas, el que nos insistan y abrumen nos enoja más, a veces solo queremos espacio y ya.
Henry la observó con detenimiento por varios segundos, al menos los suficientes para hacer que se sintiera incómoda pero al final pulió una sonrisa antes de desviar la mirada.
—¿Crees que si le hubiera dado las flores un par de días después habría funcionado?
—Si es tu forma de preguntar si aún está vigente el ramo sin costo, la respuesta es sí.
—Les tienes una fe excesiva a las flores, Verónica.
Vero sonrió pero no se sonrojó porque muchas veces le decían eso; algunas en burla, otras en admiración, otras como simple comentario pero solo ella sabía lo cierta que era su fe a las flores.
—Todos debemos tener fe en algo, ¿no crees?
Henry suspiró antes de recostarse un poco en su silla, como si con esa acción pudiera quitarse el peso y tensión de las últimas horas.
—Yo solo creo en lo que veo.
—Si mis lirios funcionan con tu novia, ¿les tendrás fe?
Vero encontraba surreal la conversación. Miraba los ojos de Henry y le parecían los más bonitos del mundo, escuchaba su voz y sentía que podía escucharla por siempre sin aburrirse, y sin embargo le estaba hablando de la reconciliación con su novia. ¿Eso la hacía una buena persona o una masoquista?
—Hagamos una cosa —propuso Henry, sacando de su bolsillo una tarjeta de presentación y poniéndola sobre la mesa—. Este es mi número; envía las flores en dos días y nos vemos acá en tres a la hora que quieras para discutir sobre tus flores y sus posibles acciones mágicas. Ahí veré si empiezo o no a tener fe.
Vero sabía que Henry esperaba arreglar sus problemas con su novia, pero en su mente solo escuchó "tenemos una cita dentro de tres días, no faltes"; no pudo evitar sonreír con genuino entusiasmo.
—Servirán —aseguró, tomando la tarjeta y poniéndola en su bolsillo—. Te lo aseguro.
—Si sirven, yo pagaré el próximo café para compensar mi incredulidad, pero si no sirven...
—¿Lo deberé pagar yo por publicidad engañosa?
—Tú lo dijiste, no yo.
Una deslumbrante sonrisa apareció en el rostro de Henry y Vero se preguntó qué podría ser tan grave como para que cualquier mujer quisiera dejar ir esa mirada y ese gesto. Su sonrisa era bella sin llegar a ser pretenciosa y lucía tan inocente como ninguna otra.
—Trato hecho.
El teléfono de Henry sonó en su bolsillo, sobresaltándolo, pero lo tomó y miró la pantalla sin grandes apuros, luego mordió su labio inferior como si lamentara lo que había llegado.
—Debo irme ahora —informó.
—¿Todo bien?
—Sí, cosas de trabajo. —Bebió lo que quedaba de su café de un sorbo y se levantó, tendiendo formalmente la mano a Vero. Ella la tomó y le sonrió—. Fue un gusto, Verónica, te veré en un par de días.
Su tono sonaba burlón porque muy dentro de sí pensaba que no vería a Vero nunca más, al menos no por motivo de la magia de unas flores. Le agradecía sinceramente porque su corta conversación había sido un buen alivio para la amargura de la charla con Montse pero aún consideraba algo extraña su actitud y supuso que al día siguiente Vero ya habría olvidado el ofrecimiento de flores gratis.
—Dime Vero.
—De acuerdo, Vero, gracias por tu... gentileza.
—Hasta pronto.
Henry le sonrió una vez más antes de salir; Vero lo vio por el ventanal de la calle hasta que se perdió de vista y cuando estuvo sola se desinfló en el asiento, encorvando los hombros y suspirando.
Se comió la última galleta de la bandeja pensando en su florería, posiblemente muerta en su totalidad; en Henry y en la certeza interna de que él era el amor de su vida; y en Montse y en cómo ella ya había llegado primero a su corazón. Se levantó de mala gana para ir a pagar lo consumido y mientras esperaba a que una señora fuera atendida antes que ella, miró de soslayo las vitrinas llenas de postres.
—Le romperás el corazón a mi pastelería si ese gesto se debe a lo que has consumido.
La voz masculina venía del final de la vitrina y Vero levantó la vista; al darse cuenta de que era con ella con quien hablaba, se abochornó de pensar en qué gesto de tragedia estaba haciendo.
—Oh, no, para nada. Las galletas han estado deliciosas.
El hombre se acercó del otro lado de la vitrina; tenía un delantal atado en su cadera y aunque Vero supuso que él no se daba cuenta, tenía una mancha de harina en el cuello. Era alto y de brazos anchos, no parecía el tipo de fuerza hecha en gimnasios sino la que se da al amasar diariamente durante años. Sus ojos eran gentiles y marrones, transmitían la misma confianza que un cachorro y su sonrisa decía háblame, soy buena persona.
—Pero no te han quitado el gesto triste —argumentó—. Si el cliente no sale de acá con una sonrisa bien puesta, ha sido un mal día para mi pastelería.
Vero, pese a todo, sonrió.
—Hay cosas que las galletas no pueden solucionar.
—Difiero —respondió con simpleza el pastelero—. Aunque admito que quizás les tengo demasiada confianza a mis creaciones.
Igual que yo a mis flores, pensó con tristeza, imaginando toda su florería llena de hojas y tallos muertos.
—¿Tienes algo que cure la sensación agria de haber cometido un error garrafal?
El pastelero bajó los ojos a su vitrina como si mirase el inventario y buscara la cura de errores garrafales. Vero blanqueó los ojos mientras él no la miraba; se tomaba en serio el asunto.
—Esos se me acabaron, pero tengo gotas de maracuyá para errores pequeños. A lo mejor si te comes unos diez se acumulen y puedan con tu error garrafal.
Vero rió, elevando ambas cejas. Admiraba su estrategia de ventas, de eso no había duda y a lo mejor si fuera otra persona menos amable o menos convencida de sus postres, no le habría comprado... pero, vamos, hablaba de sus gotas de maracuyá con la confianza que hablaba ella de sus lirios y sus poderes de reconciliación, sería hipócrita juzgarlo de exagerado o loco.
—Mi error es muy gigante, dame veinte.
Él asintió y sacó una bolsa marrón de papel para empezar a empacar las gotas de maracuyá: galletas pequeñitas con cobertura amarilla de ese sabor.
—Advertencia: el exceso de gotitas de maracuyá puede ser perjudicial para el bolsillo.
—¿Para el bolsillo?
—Sí. Te vuelves adicta y solo pensarás en comprar más.
—¿Las espolvoreas con cocaína o algo así?
—Un pastelero jamás revela sus recetas. —Le sonrió de lado con un encanto tierno, de esos que enamoran a los niños, adultos, abuelitos y mascotas. Le tendió la bolsa llena; en la bandeja de la vitrina quedaban solo dos después de sacar las veinte, así que él sacó la bandeja y la puso entre ellos—. Muestra gratis para que luego no te sientas estafada.
Sí, en definitiva admiraba su estrategia de ventas.
Vero tomó una de las gotitas de maracuyá e insistió en que él tomara la otra.
—Sabes cómo consentir a los clientes, lo admito.
—Mi especialidad son aquellos con errores garrafales. —Un pitido corto de un temporizador sonó en el bolsillo del delantal del pastelero; le sonrió a Vero—. Suerte con eso, que tengas linda noche.
—Gracias... por la muestra gratis.
El hombre asintió con gentileza y se perdió por una puerta al final del local. Vero se acercó a la cajera e informó que aparte de lo servido en la mesa, pagaba veinte gotitas de maracuyá. Mientras esperaba el cambio, sacó una de la bolsa y la llevó a su boca, luego otra.
La cajera le dio su cambio con una gentil sonrisa.
—¿Noah te ha dicho que esas gotitas causan adicción?
Vero asumió que Noah era el pastelero.
—Sí, lo ha dejado claro. —Vero rió—. Pero creo que ya no tengo vuelta atrás —admitió, llevando otra a su boca—; estoy perdida.
—Bueno, las gotitas de maracuyá siempre son buena inversión.
Vero estuvo de acuerdo.
—Sí. Muchas gracias y buena noche.
—Que estés bien.
Vero salió de la pastelería aferrando su bolsa de papel y en menos de dos calles recorridas, apenas quedaban cuatro gotitas de maracuyá. Decidió tener voluntad y guardar unas para Zoe. Tomó el metro con el ánimo en los suelos, preguntándose si sería capaz de reconciliarse con sus flores sin terminar sufriendo por Henry.
Lo veía imposible.
🌻🌻🌻
¡Hola, lectores! ♥ Un agradecimiento fugaz porque hemos llegado a 1000 lecturas en esta novela. Mil gracias por el apoyo y el cariño ♥ Espero que les haya gustado este capítulo ♥
🌻Nos leemos pronto🌻
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