Capítulo 2
Cuando pasaron tres horas desde que Henry se fue, Vero supo con certeza que en realidad había tomado una mala decisión.
Ser supersticiosa era algo implícito en ella, no podía no serlo cuando tenía un don que la hacía creer, así que atribuyó la falta total de clientes luego de Henry a la horrible acción que había cometido.
En la florería de Vero nunca faltaban los clientes y mucho menos en un día bonito como ese a mitad del verano; en definitiva debía ser su castigo por actuar con egoísmo.
Vero se mordía las uñas con nerviosismo mirando alrededor; puede que fuera impresión suya pero hasta sus flores habían perdido un poco de su brillo y color.
—Vaya, es un día solo —comentó Zoe, la chica que le ayudaba algunas tardes con la florería.
Su empleada era un poco más que eso y se la podía llamar amiga, era una persona accesible, de fácil trato, escuchaba con paciencia y era transparente como el agua, era el tipo de gente que Vero amaba en su vida.
—Sí.
—Es raro —continuó Zoe, con sincera perplejidad—. Nunca estamos tan faltos de clientes.
—Creo que es mi culpa.
Zoe levantó la mirada de las rosas a las que les quitaba las espinas, extrañada ante el comentario.
—¿Por qué?
—Hice enojar a las flores.
Vero no le contaba a nadie sobre su don pero nunca negaba que tenía una conexión con sus flores. A menudo insinuaba que su florería iba bien porque ella tenía magia, pero nunca afirmaba o negaba ninguna de las especulaciones que los demás hicieran sobre ella. La gente, incluida Zoe, simplemente aceptaban que Vero era buena para su trabajo sin hacer más preguntas.
—¿Las insultaste o algo? —El tono de Zoe era de clara burla—. ¿Les dijiste que sus tallos estaban gordos?
Vero ignoró el tono de Zoe, respiró con dificultad y decidió contarle todo.
—Hoy vino un hombre a buscar un ramo para acercarse a su novia. Debía darle lirios pero fui egoísta y le di azucenas a propósito. Ese ramo no servirá a sus intenciones y yo lo sabía.
Zoe no pudo evitar mirar a Vero como si hubiera perdido un tornillo. Estaba acostumbrada a sus divagues sobre el poder de las flores que ella manejaba pero jamás había hablado de ellas como algo más de lo que eran... y ahora decía que ¿estaban enojadas? Las flores no tienen sentimientos.
—¿Lo dices en serio? Eso suena...
—A locura, lo sé. Pero si me has creído antes que mis flores son mágicas, créeme ahora: las flores están enojadas conmigo. Por eso no hay clientes... y además me siento mal, físicamente mal.
—Quizás debas irte hoy temprano a descansar —sugirió Zoe, empezando a preocuparse—. Puede ser que el calor del verano te está golpeando.
—Zoe, si me consideras tu amiga, créeme —suplicó—. Te lo juro por mi florería que es lo que más amo: todas están enojadas conmigo.
Zoe suspiró, rendida a tener que creerle. Ella no era escéptica con nada y mucho menos con su amiga. Sonaba a locura, sí, pero se había acostumbrado a no cuestionarla.
—Bien. Primero, ¿por qué le diste flores equivocadas al cliente?
Otra frase que haría que su amiga la mirase con preocupación salió de los labios de Vero:
—Creo que me enamoré de él y no quería que se reconciliara con su pareja.
Zoe la miró en silencio pero con un gesto que dejaba claro que si no se reía era por respeto y no porque no quisiera.
—¿Te... te enamoraste, Vero?
—Sí. Fue amor a primera vista.
—¿Te enamoraste a primera vista de un hombre con pareja?
—Técnicamente están separados, de lo contrario él no compraría un ramo para buscar hablar con ella.
—A ver si comprendo. Entra un hombre a comprar flores para buscar a su novia, tú te enamoras a primera vista, lo que hace que no quieras que se reconcilie con ella, entonces le das flores inútiles y el resto de la florería se enoja contigo alejando a los clientes.
Hasta en la mente de Vero eso sonó a disparate pero era el mejor y más acertado resumen posible.
—Sí, básicamente. Y me siento mal. Tengo náuseas desde que tomé esas azucenas, las manos heladas y me duele el cuello, me siento muy culpable pero no sé si es por el humor de mis flores o si es que de verdad quiero retractar mi decisión.
—Espero que sea la segunda —comentó Zoe—. Vero, si lo que dices es como lo dices, has sido sumamente malvada. Ese hombre compra flores porque quiere a la destinataria, no debiste interferir en eso.
—Pero... —Vero suspiró—. Tú no crees en el amor a primera vista, no entenderías.
—El que no crea en eso no implica que no entiendo. Lo que sé es que ese hombre es un completo desconocido con una vida que nada tiene que ver contigo y que hiciste mal al intentar actuar a tu beneficio sobre el suyo. Eso es horrible.
Vero agachó el mentón, avergonzada; creía en su interior que Zoe en realidad no entendía nada pero por el lado moral tenía razón, había sido muy egoísta.
—¿Y qué hago ahora? —dijo en un resoplido triste.
—Nada. Son flores, Vero, solo le vendiste eso. En sí no has cometido un crimen, solo déjalo pasar y piensa en tus actos. Eso no se hace.
—Pero ese ramo no le va a funcionar y él lo pidió con mi magia.
—Son solo flores —repitió—. Nada grave puede pasar solo por flores. Ya si él y su pareja arreglan sus problemas o no, no es tu culpa ni tu problema.
Vero miró alrededor, preocupada.
—Las flores están enojadas, Zoe. Algo debo hacer. Si no arreglo esto no tendremos clientes nunca.
—Exageras, en serio, no te preocupes.
Vero intentó sonreír y asentir dispuesta de momento a dejarlo pasar. Cuando el hombre volviera —y de verdad esperaba que lo hiciera— para hacer el reclamo, le pediría disculpas por defraudarlo, le devolvería lo que había pagado y todo estaría bien... hasta cabía la opción de conocerlo más, pero primero solo le pediría perdón y haría las paces con sus flores.
—De acuerdo, puede que tengas razón.
—Sí, no te preocupes.
Vero vio que Zoe aún tenía una alta pila de rosas para quitarles las espinas y supuso que debía entretener sus manos también para dejar pasar el asunto, quizás solo estaba siendo paranoica.
Se acercó a la mesa de trabajo dispuesta primero a tomar las que ya estaban listas para dejarlas en las cubetas de poner a la venta, cuando iba llegando, con su costado movió uno de los tallos y esta rosa cayó al suelo. Zoe miró de reojo que Vero se agachaba a recogerla, una vez de pie y con la rosa en la mano, la florista miró a su empleada.
—Le devolveré el dinero a...
—¡Oh, por Dios, Vero! —exclamó Zoe, asustada, mirando con espanto la rosa de la mano de su amiga—. ¡Suéltala!
En reflejo Vero soltó la rosa para luego notar que se había marchitado al estar diez segundos en su mano. Hacía un instante estaba roja, brillante, suave y ahora era un grupo de pétalos arrugados en tonos café que se desmoronaban.
Vero palideció.
—Me odian —susurró para sí misma, aterrada.
Zoe estaba realmente pasmada; era la primera vez que veía con sus propios ojos algo extraño y real viniendo de Vero. Tragó saliva y le habló:
—Toma otra de las rosas.
Se miraron con cautela pero Vero obedeció. Se acercó a su empleada para levantar una de las que aún tenían espinas, la tomó entre sus dedos y ante la mirada atónita de ambas mujeres, la rosa se fue marchitando hasta que en pocos segundos murió. Vero la soltó y el tallo cayó al suelo sin ruido; se pasó las manos por la cara, con el corazón desbocado y por primera vez en su vida con un miedo crudo en sus entrañas.
—Dios mío, me equivoqué más de lo pensé.
—De acuerdo, de acuerdo, hay que arreglarlo —musitó Zoe, con la voz temblorosa—. Eso es raro, es anormal, da miedo. ¡Has matado una rosa tocándola! —explotó llena de nervios, hablando apresurada—. Era literal tu conexión con las flores, bien, eso es nuevo. No es que antes no te creyera pero siempre pensé que era metafórico. Dios mío, Vero, las flores te odian.
Vero se encogió en su lugar.
—¿Y qué hago? Ya se llevó las flores, ya no puedo devolver el tiempo.
Zoe pensó rápido, asimilando muchas cosas pero buscando con todo el corazón una solución.
—A ver... ¿hace cuánto vino?
—Como tres o cuatro horas.
—Hay pocas posibilidades de que aún no haya entregado las flores, así que...
—No, espera, dijo que su novia estaba solo después de las seis en casa. Son apenas las cuatro. Primero quería domicilio pero luego prefirió llevarlas él mismo, puede que las haya entregado ya pero si iba a esperar hasta las seis...
—...aún hay tiempo —completó Zoe, asintiendo—. Es una posibilidad pequeña pero no tenemos más. Lo que debes hacer es llamarlo, inventar cualquier cosa que haga que vuelva con sus azucenas y luego darle los lirios correctos. Así solucionaremos todo, ofrécele muchas flores o domicilio gratis... lo que sea. Que no entregue esas azucenas.
Vero asintió en automático, tan desesperada que habría acogido cualquier idea de su amiga. Buscó la libreta de las facturas donde aún estaba la copia de la de Henry con todos los datos y tachado levemente donde decía "domicilio". Sacó su teléfono y empezó a marcar el número que él había dejado, sin embargo, cuando terminó algo iba mal. Vero revisó dos veces el papel y luego soltó una vulgaridad entre dientes.
—¡Lo anoté mal! Me falta un número.
Zoe resopló, encorvando la espalda a la vez que se asomaba a la libreta de facturas como si quisiera confirmar que de verdad no estaban los diez dígitos completos. Era cierto, solo había nueve, pero vio algo más.
—Tienes una dirección.
—Sí, la de su novia, eso no me sirve de nada.
—Necesitamos que nos sirva. Entonces, plan B: vas desde ya a esa dirección con los lirios y esperas hasta las... —Zoe miró la libreta— seis o más tarde. De seguro él se aparece en algún momento. Entonces sales y le das las flores correctas, llevándote las azucenas.
—Suena bien, sí. Alístame los lirios, voy por mi bolso.
El corazón de ambas iba a mil por hora ante la inesperada situación pero algo en las ideas de Zoe les daba esperanza de solucionar todo con facilidad. Vero fue hasta su pequeña oficina en la parte de atrás para tomar sus cosas y salió trotando para irse; haría lo que fuera para que sus flores no la odiaran aún si eso incluía pasar la vergüenza de abordar a un cliente con alguna excusa ridícula pidiéndole que le cambiara un ramo por otro.
Cuando salió, Zoe ya estaba terminando de acomodar unas cintas blancas en un ramo improvisado de lirios. Vero tomó el papel con la dirección a donde debía ir y rodeó el mostrador para llegar a Zoe.
—Recuerda que debes convencerlo —dijo Zoe—. Dile que estas con más costosas pero que no le cobrarás más, o que por las molestias le darás otro ramo gratis cuando quiera, o que las azucenas mueren rápido... —Era la primera vez que los papeles jefa/empleada se cambiaban y para ambas era curioso, pero ninguna dijo nada al respecto—. Suerte.
Zoe le tendió el ramo a Vero y cuando ella lo tomó un escalofrío la recorrió. Se dispuso de todas formas a salir, sin embargo, antes de llegar a la puerta los diez lirios estaban muriendo en sus manos, para desgracia y desconcierto de ambas mujeres.
—¡Maldita sea!
Se miraron en silencio unos segundos y entonces Zoe de nuevo dio una opción:
—De acuerdo, plan C: te vas sin flores a buscar a ese hombre y cuando lo abordes le dices que los lirios son mejores, que te dé hasta mañana y que le harás el ramo más grande que puedas sin cobrar excedente. Usa tu carisma y convéncelo.
—¿Y si no lo convenzo?
—Plan D, de Demente, porque debes entonces llegar a él como una delincuente y quitarle las flores de las manos a como dé lugar. No importa si llama a la policía, no dejes que entregue esas azucenas.
Vero, menos convencida que antes, asintió, preparándose mentalmente para la vergüenza que iba a atravesar en lo que quedaba del día.
Sus flores la odiaban y para pedirles perdón debía arreglar su error haciendo lo que menos quería: ayudar al presunto amor de su vida con el amor de la vida de él.
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