Capítulo 15
15. BUENOS PRESENTIMIENTOS
Vero se sentó tras el mostrador de su florería con una taza de café en la mano y una bolsita de gotitas de maracuyá a la mitad en la otra. Cuando el sorbo caliente atravesó su garganta, un suspiro de placer se abrió paso entre sus labios.
La campanilla de la entrada sonó, desviando su atención a ese lugar. Su vecino adolescente entró con una gran sonrisa y con su mochila del colegio colgada a su espalda.
—¡Hola, Verónica!
—Te he dicho que me llames Vero.
—Y te he dicho que se siente raro...
—Porque me ves como a una señora —completó ella.
—No como una señora... solo alguien mayor que yo....
Los hoyuelos del muchacho aparecieron en sus mejillas cuando sonrió. Tenía un encanto juvenil y dulce que siempre había atraído a Vero, no de modo romántico en absoluto, sino en una forma amigable de considerarlo una gran persona y quererlo cerca.
—Solo cuando me llames Vero podremos decir que somos amigos.
—Y mientras tanto eres mi vecina que vende flores. ¿Cómo has estado?
—No tan bien como tú, al parecer, ¿qué te trae tan contento?
—Siempre estoy contento —replicó el joven; Vero enarcó una ceja—: ¿Por qué no estarlo? Tengo salud, comida y a mi mamá.
—Eres como la pesadilla de la gente realista del mundo.
—La gente pesimista, Verónica, no realista. Tener salud, comida y a mi mamá es realidad, no es optimismo.
A Vero le enterneció su alegría adolescente y se sintió cruel de pensar que precisamente por ser tan joven e ingenuo era que vivía tan contento siempre. Dentro del grupo de adolescentes del mundo, el porcentaje que irradiaba alegría era bajo y él estaba en ese, si duraría toda su vida o no, era un misterio, pero Vero pensó que no era nadie para bajarlo de su nube.
—Contágiame tu energía.
—Si pudiera embotellarla te daría dosis diarias.
—Sería un buen negocio —admitió Vero, sonriendo—. ¿A qué debo tu visita?
—Quiero flores, por favor.
Vero sonrió de lado, juguetona.
—¿Para alguna amiguita especial?
—¿Amiguita especial? ¿qué tengo? ¿siete años? —El chico soltó una carcajada—. Hoy en día les llamamos ligues, pero no, nada de eso. Son para mi madre.
Verónica blanqueó los ojos con aprecio. La madre del chico era un encanto de persona y era fácil adivinar que el buen carisma de él se debía a su buena crianza.
—¿Cumpleaños?
—No.
—¿Por qué le quieres dar flores?
—¿Por qué no? —replicó de vuelta, arrugando el entrecejo como si fuera una pregunta absurda—. Ayer me pagaron de mi trabajo por horas en la tienda de la esquina y quiero llevarle flores. Le gustan las flores. Las astromelias más específicamente, ¿puedes venderme un ramo, por favor?
—Claro que sí. Dame unos minutos y te hago un arreglo bonito.
—No tan decorado, ella igual las saca del empaque para ponerlas en un jarroncito de su habitación.
Vero obedeció y se acercó a las flores que el joven pidió; sintió un cosquilleo agradable al tomarlas y dibujó en su rostro una sonrisa satisfecha. Fue tras el mostrador para ponerles un papel celofán y algunas ramitas de mirto.
—Eres muy dulce al llevarle flores a tu mamá —comentó Vero distraídamente.
—¿En serio? Yo creo que es normal. —El chico paseó unos segundos por el local, mirando en todas direcciones. Balanceó su peso de un pie a otro y luego apoyó sus codos en el mostrador para mirar a Vero que estaba a un par de metros—. Oye, te quiero hacer una pregunta... algo personal.
Vero, sin girar, arqueó la ceja.
—De acuerdo...
El chico se rió antes de decirlo:
—Sabes que soy... observador...
—Chismoso —corrigió Vero.
—Sinónimos. Vi que alguien vive ahora en tu apartamento.
Vero rió; en su mente había estado haciendo cuentas de la cantidad de días que tardaría su vecino adolescente en preguntar por Montse dado que charlaban casi a diario y que aunque él vivía unos metros más abajo, se veían con frecuencia sacando la cabeza por la ventana.
Le había apostado a una semana, pero tardó tres días.
—Sí, así es. Se llama Montserrat.
—¿Y es familiar tuya? —curioseó.
—No.
Usó esa simple palabra monosilábica porque sabía que serviría para avivar más la imaginación del chico. Y funcionó porque aun sin mirarlo, sintió que él se inclinaba aún más sobre el mostrador.
—¿Es... tu amiga?
—Algo así.
El chico notó el jueguito de Vero y soltó una carcajada.
—Eres terrible.
—¿Quieres saber más? Solo le cuento a mis amigos.
El chico se cruzó de brazos y vio con quietud cómo Vero ponía su arreglo de astromelias sobre el mostrador.
—Tú ganas... Vero.
—¿Ves? No es difícil ser mi amigo. Montse es una mujer que conocí hace poco. Sí, sí vivirá conmigo. No, no de manera romántica, bájate de esas nubes. Y sí, puedes decirle ese poco a los vecinos chismosos que te pregunten.
El chico lució grandemente satisfecho con la información y la gentileza nata de Verónica. Sacó su billetera para pagar las flores de su madre y tendió el dinero a su vecina y amiga.
—Te sorprendería la cantidad de vecinos chismosos que ya sacaron teorías —musitó—. Y admito que la mayoría sí piensan que es tu novia. Los de los pisos de abajo están en plan "que linda la diversidad", mi mamá está en plan "que sean felices como quieran" y el del último piso, el viejito viudo está en plan "me quiero morir ya porque este mundo ya no tiene valores cristianos". No sé si lo dice con rencor a tu posible preferencia amorosa o como plegaria a Dios para que se lo lleve.
—Tienes diecisiete, ¿cómo es que andas tan cotilla en todas partes?
—Soy gentil y soy amigo de todos.
Vero razonó que si a todos los vecinos les sacaba charla y amistad con tanta facilidad como a ella, era lógico que estuviera enterado de todo.
—Eres lo que la gente llama un "adolescente raro", ¿sí sabes eso?
—Sí, también lo sé. Y vivo bien con eso, no presto atención.
—No cambies nunca, Nicolas.
—Mi mamá me dice lo mismo, que no deje que lo malo que pueda pasar me cambie. Y no puedo prometer nada, la verdad.
Vero suspiró, intentando recordar si ella misma a los diecisiete tenía esa alegría desbordante, si había cambiado con el paso del tiempo o si mantenía su buen humor desde tan chica.
—Ojalá le gusten las flores a tu madre.
—Le gustarán, van desde tu florería. —El chico le guiñó un ojo—. Las mágicas flores de Vero.
El joven guardó su billetera, tomó el ramo y sonrió una vez más antes de caminar a la salida.
—Hasta pronto, Nicolas.
—Hasta pronto... —Nicolas titubeó— Vero.
La campanilla sonó cuando él salió y Verónica sonrió para sí misma.
Había dudado días atrás de la utilidad y gentileza real de su don con las flores; Noah le había dicho que no podía controlar las flores una vez salieran de su local porque no era posible tener toda la vida bajo control, mas no había podido estar en paz con eso hasta ese momento cuando Nicolas la visitó inesperadamente en aquella tarde soleada.
Seguía dudando del altruismo en sí de sus flores, pero ya no se sintió mal al respecto porque razonó que incluso si diez Henrys compraban flores con sus feas intenciones, siempre habría un Nicolas que le recordase el verdadero propósito de su labor.
🌸
—¿Hola? ¿sigues acá?
Vero escuchó la voz de Zoe como si la recibiera desde una cueva lejana y no desde la silla frente a ella. Había ido a visitarla a su florería estando casi a punto de cerrar y ahora estaba con un vaso de café que había traído, solo charlando con ella.
—Sí, sigo acá.
—¿En qué piensas tanto? Podría jurar que antes de todo este embrollo no te había visto tan pensativa jamás.
Vero soltó una risita.
—En todo —replicó—. En nada. Solo pienso en cuánto puede pasar en tan poco tiempo.
—¿Sigues afligida por Henry?
—No. Pero hay que admitir que de un modo u otro me cambió la vida. ¿Crees en el destino, Zoe?
Zoe desvió la mirada.
—Sí. Creo que nuestras vidas se cruzan con las demás por un motivo... bueno o malo.
—¿Crees que Henry debía entrar a mi tienda porque era el destino de Montse llegar a mi vida?
Su amiga se encogió de hombros.
—Creo que en parte sí, pero el destino no solo obra a favor de Montserrat, ¿sabes? Ella necesitaba una amiga, tú necesitabas una lección sobre el amor. Henry viniendo acá te llevó a aprender a quererte más a ti misma, a confiar en tu don, a valorar más tu instinto...
—¿Mi instinto? Mi instinto me falló.
—No, no te falló. Tu instinto era tomar lirios y no lo seguiste, eso empezó el problema. Ahora confías más en tu don, más que antes al menos. Y sabes más sobre cómo tu corazón no debería actuar.
—¿Sabemos eso alguna vez? —replicó, risueña.
Zoe bebió de su café y negó con la cabeza.
—No. El corazón es un ente ajeno a la razón; el corazón no piensa, siente.
Ambas amigas desviaron la mirada al suelo, cada una en su propia reflexión. Zoe pensando en amores pasados y Vero pensando en amores errados. Amores todos, al fin y al cabo.
—Algo más me trajo Henry —dijo Vero luego de una larga pausa. Zoe la miró—: a Noah. Él me llevó a conocer su pastelería.
—¿Ves? Destino. Yo trabajo con Noah hace más de un año y aún así nunca se cruzaron. Henry entra y ahí nos conectamos todos. No hay mal que por bien no venga.
—Hay gente tan inútil para ser personas que la vida los usa solo para mejorar otras vidas a modo de efectos colaterales.
Zoe elevó su vaso de cartón hacia el de Vero.
—Salud por la inutilidad de Henry.
Vero chocó su vaso con el de su amiga.
—Salud.
Ambas sonrieron con cariño y Zoe dijo en voz divertida:
—¿En qué momento nos volvimos las señoras que brindan con café?
—Todos, en el fondo, somos señoras que deben brindar con café de vez en cuando.
Zoe se puso de pie, negando efusivamente con la cabeza.
—Nada de eso. Vamos, te invito una cerveza y brindaremos por los buenos, no por la inutilidad de un hombre estúpido.
—De acuerdo. —Vero tomó su bolso de la pequeña oficina y regresó al local con las llaves en su mano—. ¿Por quién vamos a brindar?
Zoe se encaminó a la puerta; Vero vio con el rabillo del ojo un par de girasoles mal acomodados en una de las cubetas y caminó allí para moverlas un poco antes de irse.
—Por ti, por mí, porque Montse recuperará su vida y porque Noah es nuestro amigo.
Vero tocó los girasoles y recordó que Noah tenía muchos en su local; sin duda era su flor favorita. Sonrió y dos palabras salieron solas de entre sus labios:
—Por Noah.
Su nombre sumado al toque a los girasoles, le dieron a Vero un corrientazo de calidez en el pecho que la obligó a suspirar. Era una sensación nueva y placentera que, de haber ocurrido antes de conocer a Henry y guiarse por su precipitación, habría tomado como flechazo repentino.
Pero no ahora, no luego de saber las consecuencias que traía ser tan impulsiva.
No.
Esta vez solo sonrió contenta, terminó de acomodar los girasoles y salió con Zoe a disfrutar por esa noche de la compañía de una buena amiga.
Pensó en Noah una o dos veces, también en Montse, en su vecino adolescente e incluso en Henry. Pensó en todos y en todo lo que cambiaba a diario en su vida y se prometió recibir las cosas como llegaran, a su tiempo, haciendo el mejor equilibrio posible entre la razón y su animado y dulce corazón.
🌸
Todas las personas saben varias cosas con plena certeza; que los amigos verdaderos son valiosos, que las gotitas de maracuyá ayudan con los errores pequeños, que las flores no se equivocan, que Henry es un mal hombre y que Zoe es una excelente amiga.
Verónica Salazar, luego de esa noche, supo además —por instinto o suposición—, que el amor entraría más pronto que tarde a su vida.
Y esta vez no se equivocaba.
FIN
🌸🌸🌸
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