Capítulo 13

—¿Que tú qué? —inquirió Noah, perplejo.

Vero se encogió de hombros.

—Tal como lo oyen.

—¿Pero es que se te cayó el tornillo que te quedaba? —le increpó Zoe a su lado.

—No tengo tornillos como desde los doce años.

—Eso explica mucho —musitó Noah casi entre dientes pero Zoe rió de todas maneras—. A ver, repasemos por si no entendí bien. ¿La ex novia del tipo del que creíste que te enamoraste a primera vista se irá a vivir contigo?

El relato había sido largo, lógico y detallado de parte de Vero, sin embargo, escucharlo con ese mini resumen de una línea lo hacía sonar más raro que en su versión; aún así asintió.

—Sí, básicamente.

—Wow. —Zoe suspiró como si hubiera aguantado por mucho tiempo el aire y luego se reclinó contra el espaldar de su silla en la mesa de la esquina de la pastelería de Noah—. Admito que es un giro que no me esperaba... y definitivamente necesito más explicación.

—También yo. —Noah apoyó su codo sobre la mesa e hizo un ademán interrogativo con la mano—. No estoy seguro de si esto tiene que ver con las flores, de si fue un plan para sacar a una buena mujer de una mala relación o para que tú te juntaras con Montse porque las flores saben que con hombres te irá mal o si simplemente eres muy bondadosa... y extraña.

Vero sonrió porque lo que sus dos amigos decían era más o menos lo que ella pensaba desde que salió de la casa de Montse. Preguntas para sí misma sí tenía muchas y deseó con todo su corazón que sus flores por una vez en la vida pudieran darle respuestas claras con palabras reales.

—Descarto lo de Montse y yo juntas —dijo luego de una pausa, riendo. Luego se enserió—. De resto... no lo sé, siento que así se debían dar las cosas. No podré saber si mis flores morían para que yo me alejara de Henry o para que me acercara a Montse o si simplemente eran caprichosas, pero sé que es correcto darle la mano ahora a Montse. Solo lo sé. Yo querría que hicieran eso por mí si estoy en su lugar. Todos merecemos darnos una segunda oportunidad a nosotros mismos y quiero ayudarle a Montse con eso porque se siente sola y cree no poder hacerlo por su cuenta.

—Pero es una desconocida —objetó Noah—. No sabes nada de ella, Vero, es...

—Si me estuviera muriendo por dentro y solo tú pudieras darme techo y estabilidad por un tiempo pese a que nos conocemos hace unas semanas, ¿me lo negarías?

—Dirá que sí te lo negaría —adelantó Zoe, sin siquiera mirarlo—. Noah es un amor de persona pero es desconfiado a morir. Es más, creo que ni siquiera a mí me daría posada si me estuviera muriendo.

—¡Oye! Eso no es cierto, yo sí te daría posada, confío en ti.

—¿Y a mí? —preguntó Vero, sabiendo de antemano por la mirada divertida de Zoe que la respuesta sería no—. ¿Me darías posada a mí?

Noah miró a Zoe, luego a Vero; su gesto era indescifrable pero se veía el tinte pequeño de incomodidad en su cuerpo tenso.

—No me hagas responder eso.

Ambas mujeres sonrieron ampliamente, triunfantes.

—Te lo dije —comentó Zoe—. Quizás en unos meses te ganes la confianza para que hipotéticamente te dé techo, pero no lo haría como tú con Montse.

—¡Hay que ser precavido! —defendió Noah—. ¿Qué tal si esa chica una vez instalada toma tus cosas y se larga? No debes asumir por defecto que la gente es buena.

—Y tú no debes asumir por defecto que la gente es mala.

—Pero hay que prevenir.

—Pero también ayudar.

—¿Y si te sale el tiro por la culata?

—Imagina que cada vez que intentas ayudar, algo sale mal. Todas las veces, sin falta. Pero un día olvidas eso y ayudas a alguien y sale bien. Sin embargo, las siguientes dos veces todo te sale mal. ¿Seguirás intentando ayudar pese a que de cincuenta veces solo una te salió bien?

Noah respondió de inmediato y por reflejo:

—No. ¿Dónde está eso de "de los errores se aprende" y "no tropezarás dos veces con la misma piedra"?

—Pero si tropiezas con una piedra te levantas y sigues, no te quedas echado en el piso como una papa inútil. Ese es el punto.

—No, no es el punto, porque de los errores se aprende.

—Se aprende pero los errores no deben definir toda tu vida y tu personalidad. Dices que si solo una de cincuenta veces algo te sale bien, no lo harás más; pues a mí me funciona a la inversa: si una vez de cincuenta algo me sale mal, no significa que dejaré de ayudar. ¿Y si Montse toma mis cosas y se larga? Pues me arrepiento y ya pero si mañana aparece otra Montse y la puedo ayudar, lo haré también.

Zoe miraba a lado y lado a sus dos jefes, escuchando sus argumentos como pelotas que rebotan, y reía divertida. Siempre se había preguntado cómo se llevarían ellos dos, dado que cada uno en su negocio —y en su forma de ser— era bastante apasionado y terco. Zoe los conocía por separado y sabía que sus ideas chocaban demasiado, nada que crease enemistad pero sí existían diferencias lo bastante gruesas como para crear debates de ese tipo: infinitos.

No podía esperar al día en que a Vero se le ocurriera decir que creía en el horóscopo y él alzara una ceja dispuesto a decir que los planetas no influyen en las vidas de las personas.

Ese sería un buen debate.

—No tienes instinto de auto conservación —acusó Noah.

—Y tú no tienes instinto de empatía desinteresada.

—Esto es divertidísimo —apuntó Zoe, alzando la voz. Ambos la miraron como si hubieran olvidado que ella estaba ahí. Zoe sonrió a la vez que tomaba un bocado de su cupcake y hablaba con la boca medio llena—. Yo que los conozco les digo esto: si tienen tiempo sigan debatiendo pero les aseguro que ninguno de los dos se rendirá y podemos tener discusión por horas. Ambos son tercos como la barba.

—¿La barba? —inquirió Vero.

Noah asintió, tocando su rostro.

—Sí, te rasuras un día y en dieciocho horas ha crecido de nuevo. Es terca.

—Que comparación tan absurda.

—Tú que sabes, no tienes barba.

—Y aquí vamos de nuevo —exclamó Zoe, soltando una carcajada.

Vero y Noah se miraron enarcando una ceja cada uno. Se cruzaron de brazos al tiempo.

—¿A mano? —propuso Noah.

—De momento, sí.

Se asintieron uno al otro.

—Volviendo al tema —intervino Zoe—. ¿Definitivamente meterás a una desconocida a tu casa?

—Definitivamente. En este momento está haciendo sus maletas. Henry llega mañana y cree, con mucha lógica, que si se encuentra con él a solas no será capaz de irse.

—Pobrecita —susurró Noah—, ese Henry es un canalla. Ojalá esa otra mujer que tiene se dé cuenta pronto también.

Vero había puesto a Zoe al día sobre lo descubierto sobre Henry, así que ella asintió en acuerdo.

—Las relaciones son un asco —acotó Zoe, con una voz que oscilaba entre lo nostálgico y lo rencoroso. Sus jefes la miraron—. No valen la pena.

Noah y Vero, cada uno con diferente cantidad de detalles, sabían de los amores de Zoe y entendían su comentario automático al insinuar una mala relación. Los tres últimos hombres a los que había querido con todo su ser la habían roto por dentro: uno era su hermano y le quebró la vida al suicidarse, otro era su novio y le rasgó el alma al abandonarla tras varios años de noviazgo y otro era un amigo y le despedazó el corazón al morir luego de una corta pero significativa amistad.

Noah y Vero pusieron sus manos sobre cada una de las de Zoe.

—No digas eso, estás muy joven para pensar así —dijo Noah.

—Es verdad, ya te llegará alguien valioso. No todos son Henrys.

—No se ofendan, pero ambos son mayores que yo y están solos como un hongo y que yo sepa no les ha ido muy bien que...

—Que chismosa eres —alegó Vero, soltándole la mano y resoplando.

Noah también la soltó.

—Sí, qué chismosa.

—¡Pero si no iba a decir nada! Sus secretos amorosos están a salvo conmigo.

La palabra secretos puesta sobre la mesa hizo que Vero y Noah se mirasen de reojo con renovada y repentina curiosidad. Noah ya había admitido ser un chismoso y Vero dentro de sí también lo era y amaban oír historias, incluso las tristes sobre amores fallidos ajenos.

—Les prendí el bichito curioso, ¿cierto? —bromeó Zoe, riendo.

Ambos rieron con ella, sabiendo que era cierto; se miraron a los ojos como si se pusieran un reto y preguntaran lo mismo uno al otro. Finalmente fue Noah el que habló:

—Te contaré de los míos cuando me cuentes los tuyos.

Vero suspiró.

—Es justo.

—¿Y cuál es el plan entonces, Vero? —retomó Zoe de nuevo—. Montse se va contigo y... ¿la vas a mantener?

—Le he prometido refugio y soporte para que se levante por sí misma. Le ayudaré buscando un empleo y ya luego veremos. De momento lo esencial es llevarla conmigo e instalarla. Estos primeros días no serán fáciles, especialmente porque sé que Henry la buscará y no sé si ella quiere hablar con él en algún punto o si quiere esconderse mientras deja de doler su alma... en fin, veremos qué pasa.

La verdad era que Vero no tenía un plan armado y aunque su intención de ayudar era pura como el agua, sí tenía el resquicio de duda sobre todo en general. Su mente positiva solo esperaba lo mejor: que Montse hallara en ella una amiga de verdad, que lograse conseguir un empleo pronto, que su desamor no la frenara del todo en la vida, que pudieran ser buenas compañeras de piso, que congeniaran, que todo fuera para bien a largo plazo. Sin embargo, el "¿y si no es así?" hacía eco en su cabeza. Muchísimas cosas podían salir mal con este plan apresurado, eso era un hecho.

Pero un hecho en el que no quería pensar.

—Pues yo creo que es muy noble de tu parte —admitió Zoe—. Una locura, sí, pero... bueno, ¿quién no hace locuras de vez en cuando por ayudar a un desconocido? —Zoe suspiró—. Dime si te puedo ayudar en algo.

—Pues de hecho sí hay algo, ¿estás libre hoy?

—Todo el día.

—Podrías venir con nosotras para ayudarnos con... ya sabes, la mudanza. —La palabra sonaba demasiado grande en los labios de Vero pero no había otra menos pesada para describir la situación—. En la habitación disponible de mi apartamento tengo varios trastos y entre eso y las cosas de Montse nos vendría bien la ayuda para organizar. Te pagaré las horas, por supuesto.

—No seas ridícula, hoy no soy tu empleada. Hoy solo soy una amiga que cuestiona en silencio tus decisiones.

Vero le sonrió.

—Gracias, Zoe.

—Yo puedo ayudar también —intervino Noah—. Si quieren. Ya terminé mis horneadas de hoy y Tere puede hacerse cargo del local. Y para la constancia, también cuestiono en silencio tus decisiones.

Vero rió pero por dentro sentía una calidez profunda gracias a esas dos personas que le tendían la mano sin pensarlo dos veces. Ellos la cuestionaban pero en realidad esa bondad que mostraban hacia Vero era exactamente la misma que Vero quería tener con Montse. Decían no entenderla, pero comprendían la esencia a la perfección.

—Gracias... por seguirme la corriente a pesar de cuestionar mis decisiones.

—Pero si todo sale mal, diremos "te lo dije" —sentenció Zoe—. ¿Verdad, Noah?

—Verdad.

—Lo tomo.

La mesita preferida de Vero era la de la esquina, de las más pequeñas, destinada a una o dos personas y se notaba que los tres eran multitud para ese espacio; sus rodillas chocaban bajo la superficie y si uno ponía las manos sobre la mesa, los otros dos no podrían hacerlo al tiempo. En otra circunstancia podría haber sido incómodo, pero al contrario, Vero nunca se sintió tan cómoda, acogida, apoyada y querida por unos amigos como en ese momento. 

🌸🌸🌸


Amén por amigos como Zoe y Noah ❤️

Gracias por leer, amores, los loveo un montón 🌸❤️

Cuéntenme qué les pareció el capítulo 🧡

Nos leemos pronto ⭐

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