Capítulo 12

Cuando Vero despertó a la mañana siguiente el día era soleado y brillante; su cabeza dolía por defecto pero no se sentía anímicamente mal. Miró alrededor y reconoció su cama, sus cobijas y su ventana con la persiana desafortunadamente abierta.

Resopló y se sentó; las resacas eran uno de los males de los que nunca se pudo librar.

Enfocó con más atención su habitación y sobre la mesita de noche encontró una nota doblada por la mitad y con su nombre en ella. Sabía de quién era: de Noah y si bien tenía una que otra laguna de la noche anterior, recordaba la parte en que se rió mucho charlando con él —aunque no estaba segura de si era por la charla o por los tragos— y el buen rato que pasó. Se rió de sí misma porque eso se hace cuando tienes resaca y encuentras una nota de tu compañero de bebidas.

Abrió el papelito y leyó:

«No sé si tienes lagunas o algo similar pero te lo resumo: a media borrachera me diste tu llave y tu dirección por si acaso luego no recordabas. En efecto, una hora después estabas casi inconsciente. El vigilante de tu edificio ha tomado mis datos y mi rostro en cámara, por favor dile que entré con tu consentimiento porque sospechaba que yo fuera un depravado (excelente servicio de vigilancia) por la forma en que te traía casi cargada. Por lo demás, llegaste bien a casa, te lancé a la cama (algo más literal de lo que pensarías) y me fui (me tomé un vaso de agua antes de irme). Te dejé las llaves en la mesa de afuera. No te dejé hacer el ridículo en el bar ni lo hiciste conmigo (felicidades). Me debes un desayuno pero te lo cobraré en el futuro».

Noah

Vero suspiró aliviada por muchos motivos: porque todo empezaba a tomar forma de nuevo; porque pese a la resaca se sentía liberada al haber bebido la noche anterior; porque podría regresar a su florería y comenzar a hacer pedidos para arrancar de cero; porque tenía un nuevo amigo... Era un buen día.

Se duchó por más tiempo del normal y luego de complacerse al ver todas sus macetas en el apartamento vivas y brillantes, salió de casa con rumbo a su florería —de momento vacía—. Cuando entró al local sintió una agradable paz en su interior y en cuestión de dos horas ya se había comunicado con todos sus proveedores y arregló pedidos que llegarían al día siguiente. Acomodó sus estanterías para dejarlas listas y sin poder quitar su buen humor, salió del local con rumbo a la pastelería de Noah, no solo para comer sino para agradecer la gentileza de Noah en su noche de desahogo.

Caminó solo unos cuantos pasos por el sector florista cuando vio en uno de los locales vecinos una cubeta llena de lirios a la venta, entonces pensó en Montse.

Por egoísta que pareciera, no se acordaba de ella en absoluto pero ver los lirios hizo que Vero repitiera en su propia cabeza el apoyo que juró darle. Montse podría haber tomado todo ese apoyo como consuelo gentil pero Vero hablaba en serio cuando decía que haría todo lo que pudiera por ella. No eran palabras vacías. Sin darse cuenta Vero arrugó el entrecejo pensando en Henry y se convenció de que su objetivo principal ahora era alejar a esa buena mujer de su lado más que otra cosa, porque él no merecía nada.

Imaginó que Montse en ese momento estaría con la cabeza hecha un lío preguntándose qué hacer, llena de miedo e inseguridad y Vero sabía que cuando eso pasa, lo que necesitas es una amiga. Incluso una medio loquita que conoces solo hace unos días.

—Valentía —susurró para sí misma, a la vez que entraba en aquel local vecino de flores—. Necesito flores para la valentía.

—Buenos días, Vero —la saludó la dueña de esa florería, sonriente—. ¿Cómo estás? Hemos visto tu negocio cerrado.

—Sí, necesitaba unos días libres.

—Te entiendo. Los dueños a veces descansamos menos que los empleados.

—Pero tenemos horarios flexibles —replicó Vero, guiñándole un ojo—. Iré a visitar a una amiga y pensé en llevarle flores, pero mi florería está vacía.

—Oh, bueno, ojalá encuentres algo acá. —Se escuchó un grito infantil de la parte de atrás del lugar—. Dame un minuto, creo que Nico se despertó.

—Tranquila.

La mujer entró dejando a Vero sola. Ella estiró la mano suavemente hacia las estanterías llenas de cubetas y ramos de flores.

—Valentía —repitió para sí—. Por favor.

Paseó su mano por varios metros y en varias direcciones hasta que sintió un cosquilleo placentero ascender por su brazo al llegar a un lindo ramo de flores amarillas con hojas brillantes. Tomó el ramo en sus brazos al tiempo que la mujer salía de nuevo, esta vez con su bebé de nueve meses recién despierto en brazos.

—Mímulus —dijo, mirando el ramo de Vero—. Son bellas, ¿no crees? No salen en todas las temporadas, pero cuando llegan se venden pronto.

—Son hermosas. —Vero pagó su ramo y le sonrió a su vecina—. Gracias.

—Por nada, Vero.

Vero salió con rumbo al apartamento de Montse —recordaba su ubicación de cuando fue tras Henry con la intención de ofrecer nuevos lirios en lugar de azucenas—, dispuesta a darle todo el valor que necesitara para recibir con agrado un giro tremendo a su vida.

🌸

Tal como Vero esperaba, cuando Montse abrió la puerta se sorprendió de verla allí. Su gesto de perplejidad era mayor que el de gusto de tenerla en su casa pero aún así le sonrió.

—Hola, Montse. —Le tendió el ramo de flores—. Para ti.

Entre extrañada y agradecida Montse recibió las flores y por instinto las olfateó. Sonrió de placer y luego le cedió el paso a Vero. Fueron hasta la sala y Vero ignoró deliberadamente el desorden y la energía pesada que había; era como si Montse hubiera tenido un ataque de rabia y hubiera sacado cosas de cajones, tumbado portaretratos, insultado al aire y desordenado cojines.

—¿Cómo amaneciste? —preguntó Vero.

Montse suspiró:

—Como me ves. Sé que doy lástima en este momento.

Vero jamás lo habría puesto de esa manera pero era cierto que Montse lucía con la resaca de haber llorado toda la noche, de no haber dormido nada y de querer lanzarse por el balcón. El desorden del lugar estaba en el suelo, en las paredes y en su corazón adolorido.

—Estarás bien —aseguró Vero—. No es el fin del mundo, ¿de acuerdo?

Montse rió sin gracia alguna pero decidió no fingir dignidad u orgullo ocultando lo que le pasaba.

—Henry llamó esta mañana para saludar. Se me partió el alma de escucharlo. Anoche cuando tú y yo hablamos me dije "cuando escuches o veas de nuevo a Henry, le dirás que se vaya a la mierda y reharás tu vida", pero cuando me llamó... no pude decirle nada. Luego lloré una hora, me tomé un whisky, luego otro y otro... y acá estoy, pensando en que si lo veo me derrumbaré peor.

Vero pensó que Montse era la descripción gráfica de un alma rota con desilución y le dolió verla así. Tenía esa cualidad —o defecto— de ser demasiado sensible al dolor ajeno, al menos el de personas que ya habían cruzado algunas palabras o charlas con ella, o peor, de los que ya eran sus amigos.

Hacía unos meses Zoe había perdido un buen amigo al que quería muchísimo y la vio tan derrumbada que ella misma lloró noches enteras; hacía unos años su vecino adolescente había perdido a su gato porque estaba viejito y murió y aunque él no lloró en voz alta, Vero sintió su dolor y lo compartió con llanto en la noche. Vecinos, amigos, familia, incluso clientes: Vero sentía una enorme empatía por cualquiera.

Y Montse no era la excepción.

—No es fácil, Montse, pero saldrás de esta, ¿vale? Porque aún el plan es dejarlo... ¿verdad? —tanteó.

Montse agachó la mirada.

—No lo sé. No tengo a dónde ir, Verónica. Supongamos que hoy termino con Henry y él decide sacarme de su apartamento; me quedaré en la calle. No tengo trabajo y mis ahorros son muy bajos como para siquiera sobrevivir un mes. Mi dilema real durante estas horas ha sido si prefiero vivir en un engaño con Henry o en un constante reproche con mis padres si regresó con ellos. No sé cuál de los dos escenarios es peor.

Vero comprendía. Pensar en sí misma regresando con sus padres porque no pudo con sí misma se le antojaba un infierno; ya tenía suficiente con los reclamos pasivo agresivos de su madre pero se aferraba a su mentalidad de "puede decir lo que sea pero ya no dependo de ella" para no hundirse.

Pero pensar en pasar la vida con un hombre que abiertamente la engañó por años, teniendo de cómplices a todos los que supieran —porque ocultar una hija y una esposa no es fácil—, era más humillante y degradante que cualquier otra cosa.

A Vero le servía ponerse en los zapatos de los demás para aprender a no juzgar e intentar comprender y en esta ocasión para dar una medida desesperada en un momento desesperado:

—Mi apartamento tiene dos habitaciones, ven a vivir conmigo.

Montse levantó la mirada abruptamente, primero con una risa burlona en su rostro, luego con sorpresa en su semblante al notar que no era un chiste.

—¿Qué? ¿estás loca? No me conoces... no te conozco.

A Vero le latía muy fuerte el corazón, con la velocidad exacta de las decisiones trascendentales, apresuradas y cambia—vidas.

Noah dijo que un poco de impulsividad no sobraba, ¿no?

—Es en serio, Montse. —Vero se acercó un poco en el sofá para hablarle con más confianza y énfasis—. Escucha, yo entiendo el dolor que estás pasando pero no puedes quedarte con Henry. Por Dios, mereces más, todos merecemos más. Sé que es imposible que confíes en mí ahora, pero puedes hacerlo. Quiero ayudarte.

Montse arrugó la frente; sus ojos hinchados ayudaron a que ese gesto se acentuara más en su rostro.

—¿Por qué? ¿por qué quieres ayudarme?

—Mi abuela me enseñó que las buenas acciones no siempre necesitan un por qué y que si lo necesitan, quizás no son tan buenas las intenciones. Solo quiero ayudar. Cuando he estado mal he tenido personas que me han dado la mano, de lo contrario, no sé dónde estaría ahora. Me has dicho que no tienes a nadie, así que ahora me tienes a mí.

Montse soltó una risa entre lo histérico y lo incrédulo.

—Es una...

—¿Locura? Quizás. Pero de verdad quiero ayudar.

—Verónica, no puedo mudarme contigo... o con nadie sin un trabajo y sin poder pagar renta, no tengo en este momento manera de sostenerme a mí misma. No puedo...

—¿Por qué no? —interrumpió—. Me refiero a que por qué no intentarlo, no es tan descabellado. Mira, no necesitas pagar renta mientras consigues un empleo y yo te puedo ayudar a conseguir algo. Tengo muchos conocidos y algo podremos encontrar. Mi apartamento es mucho más pequeño que este, pero es cómodo y justo para dar el paso, Montse. De momento lo que necesitas es voluntad. Sé que no será sencillo y todo eso, menos si estás acostumbrada a cierta rutina, cierta vida y esta cambia. Créeme, yo sé de cambios, de adaptarse y de dificultades, pero también sé que es posible si realmente le pones empeño.

Los ojos de Montse, ya vidriosos, viajaron a la pared más cercana donde un par de fotos con Henry adornaban. Se mordió el labio sintiendo el llanto demasiado cerca como para poder detenerlo. Cuando bajó el mentón, las lágrimas se desataron y Vero se acercó para abrazarla. Montse se dejó hacer, principalmente porque había llorado toda la noche sola y le sentaba bien tener un hombro en el cual hacerlo; Vero se unió a su llanto aunque más silencioso y por empatía, que por dolor en su corazón.

—Nunca creí que esto me llegara a pasar a mí —sollozó Montse—. Hace un mes yo estaba viviendo un sueño...

—Pero te has despertado antes de casarte, Montse, eso ya es ganancia. —Montse se irguió y Vero lentamente la soltó. La miró fijamente y no pudo ver sino bondad y voluntad en los ojos de la florista—. Ahora puedes aferrarte a la realidad y salir adelante, solo toma la oportunidad. ¿Qué dices?

Montse vio de reojo las flores amarillas que Vero le había llevado y que había puesto en una mesita tras el sofá mientras les buscaba un florero; sonrió por lo bonitas que eran y por el lindo gesto que ella había tenido al llevarlas. Luego observó los lirios que seguían en un jarrón al otro lado de la estancia y arrugó la frente; Henry le había quitado incluso el buen recuerdo que tenía de los lirios, ahora al verlos pensaría en él y eso le fastidiaba más que nada.

Lirios de malos recuerdos contra flores amarillas de mejores cosas por venir.

No tenía dudas de su decisión.

🌸🌸🌸


Gracias por leer 🌼

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