Capítulo 11
Cuando la conversación entre Montse y Vero parecía haber llegado al punto de "no tenemos nada más qué decir y no somos tan amigas como para aguantar juntas un silencio incómodo", Montse decidió irse. Agradeció de corazón las palabras y apoyo —de momento vacío— de Vero y aunque dijeron vaga y cariñosamente un "hablamos después" ninguna hizo esfuerzo por concretar una cita o algún paso a seguir al día siguiente.
A lo mejor en la mente de cada una estaba la probabilidad grande de no volver a verse; habría que esperar a mañana.
Vero se quedó en su lugar, su café se enfrió y su humor de por sí se volvió tan opaco como una noche sin luna. Luego de un rato eterno no vio, pero sí sintió dentro de sí que Noah se acercaba. No lo saludó tampoco pero le dedicó una sonrisa triste que le sirvió a él de invitación para acompañarla mientras era hora de cerrar.
—Te ves más desanimada que esta mañana —comentó Noah—. ¿Algo empeoró?
—Henry es un idiota.
—Okay... —murmuró él, buscando más explicación.
Vero no levantaba la mirada de su mano sobre la mesa y al hablar parecía que se dirigía a su vaso de café, sin embargo Noah prestó atención:
—Engaña a su prometida. Tiene otra mujer y una hija que ocultó por años. Dios, y yo quise ayudarlo con su prometida y esperaba que se arreglaran...
Noah enarcó las cejas.
—Bueno, eso es...
—Vale, no esperaba que se arreglaran —admitió, medio sonriendo—, pero tenía la intención de ayudar porque pensé que mis flores querían eso y... ay, soy muy tonta, Noah.
—Yo no diría "tonta" como tal —tanteó él. Vero lo malmiró—. Vamos, has cometido un error, ¿y qué? Yo me equivoco a diario y sobrevivo.
—¿A diario? —ironizó.
—Sí. A veces me equivoco de ingredientes porque soy despistado.
—Pero no son errores grandes —objetó Vero—. No es como que en lugar de canela pones pimienta, ¿o si?
—Pues no.
—Por eso. Yo estaba echándole pimienta al postrecito de canela de mi vida.
Noah no pudo evitarlo y soltó una carcajada.
—Es la forma más genial que he escuchado a alguien decir que metió la pata. Canela... —repitió en un susurro risueño—. Y de todas formas nada pasó. ¡Es más! —exclamó más animado, como si recién notara algo—. Eso es bueno, ¿no? Sabiendo que Henry es un idiota tu corazón ya lo querrá lejos sí o sí... ¿verdad?
—Sí, de eso no tengo dudas.
—Y eso quiere decir que ya arreglaste el disgusto de tus flores.
—Sí, en teoría.
Noah la miró, perspicaz y entrecerrando los ojos.
—¿Entonces por qué esa cara?
Vero suspiró y decidió decir la verdad por más extraña que la hiciera sentir:
—Porque me siento tonta. He confiado toda mi vida en mis instintos, en lo que siente mi corazón, en lo que percibo de las personas y nunca he dudado de mí. Es decir, si dudo de mí misma, ¿qué me queda? Y esto con Henry me ha hecho pensar que... bueno, que mis instintos no son tan buenos y si no tengo eso, ¿qué tengo? ¿Y si me vuelve a pasar? ¿Y si llega otra persona a mi tienda un día y siento de nuevo la conexión y de nuevo resulta ser una horrible persona o una casada o un gay? No sirvo para esto.
—¿No sirves para exactamente qué?
—¡Para la vida, yo que sé!
Noah tuvo la intención de reír pero unas voces juveniles sonaron desde la entrada mientras salían y lo interrumpieron:
—¡Gracias, Noah!
—Un gusto, que tengan linda noche. —Noah les sonrió a sus últimos clientes y se levantó para poner el pestillo y el letrero de "cerrado", luego regresó con Vero—: A ver, creo que le das demasiadas vueltas al asunto. Así que te contaré una anécdota.
—De acuerdo.
—Es una anécdota repetida, es decir, ha pasado varias veces, así que es más como una costumbre inconsciente. Yo siempre busco diferentes maneras de combinar sabores para mis postres. A veces les pongo más de esto o menos de aquello o compro algo que huele bien en el supermercado y lo adiciono a ver qué sale. Cada tanto jodo los postres estrepitosamente. Son jodidas totales, o algo sabe a ceniza o está muy seco o te da alergia o te da comezón en la lengua o te da indigestión... pregúntale a Zoe, ella es mi conejillo de indias de los postres... en fin. ¿Sabes cómo elijo qué usar? Por mi instinto que me dice que eso que huele de maravilla tendrá un sabor celestial, ¿si ves a dónde quiero llegar?
—Sí, pero dímelo de todos modos.
—Que el instinto no lo es todo, Vero, y el que te falle de vez en cuando no implica que dejaste de servir como ser humano. A veces hueles la esencia de vainilla y el instinto te dice que es lo más sabroso del mundo, pero si te pones una gota en la lengua verás que sabe asqueroso. La vida es una secuencia interminable de esencias de vainilla, así de simple, a veces las pruebas, a veces no y está bien.
—Haces difícil el sentirme miserable y de verdad creo que debería sentirme miserable.
Noah rió de nuevo.
—¿Por qué crees que deberías sentirte así?
—Porque me enamoré de un idiota y...
—Para tu carro ahí. Ahora que sabes que es un idiota, ¿sientes el corazón tan roto como si te lo estuvieran sacando del pecho? ¿sientes que tu vida se estancará o dejará de ser lo que es porque no estarás con él?
Vero arrugó la frente.
—¡No, claro que no!
—Entonces no estabas enamorada —obvió Noah, haciendo un ademán de te lo dije—. Ni siquiera cerca a enamorada, solo estabas deslumbrada y ya. Es decir que siguiendo esa lógica, no es posible enamorarse a primera vista y por ende, no te volverá a pasar. ¡Ta-da, problema resuelto!
Vero pulió un gesto agradecido, uno muy similar al de Montse al escuchar sus palabras consuelo y entonces Vero reparó en otro punto que la incomodaba:
—Ella sí. La chica sí está enamorada de Henry.
—Con riesgo a sonar como un cretino: Vero, eso no es asunto tuyo. Diariamente hay infieles por todas partes, no puedes lastimarte con todos y cada uno.
—No es eso, Noah. Es que... ella lo ama y él la engañaba y cuando vino a buscar flores quería su perdón. Mis flores querían dar las correctas, ¿por qué? Es decir, entiendo por qué, sé que el cliente era Henry y que mis flores actúan con y para mis clientes, más allá de lo que sea que pase en sus vidas o las intenciones detrás, pero he pensado que... es egoísta. Mis flores llevan magia pero hay gente que no merece esa magia, ¿me explico? He vendido muchas flores para "intentar enamorar a mi vecina", "pedir perdón a mi esposa", "decirle a mi amiga que pienso en ella", pero ¿y si esa vecina ya está enamorada? ¿si esa esposa siente que vive un infierno con ese esposo? ¿si ese chico está acosando a su amiga porque está obsesionado? Yo ayudo con eso y...
Noah interrumpió:
—¿Y si el pastel que le vendí al señor es para una esposa a la que golpeó la noche anterior? ¿Y si le vendo galletas a un tipo que ayer atracó a una viejita? ¿y si una mala madre lleva postres a sus hijos luego de maltratarlos? —Vero lo miró con dureza—. No puedo saberlo todo y tú tampoco. Tú vendes flores, yo vendo postres, no solucionamos vidas ni intentamos hacerlo.
Vero desvió la mirada sintiendo que su garganta se cerraba. Escuchaba a Noah y asentía pero la verdad le daba vergüenza decirle la verdad: que estaba mal porque al fin se había bajado de una nube y se sentía demasiado ingenua y tonta. No era sobre Henry, no era sobre Montse, era sobre ella creyendo cada día ilusamente que con sus flores alegraba un poco la vida de los demás y descubriendo recién ahora que no siempre las flores se iban en buenas manos.
Se sintió como una niña a la que le dicen finalmente que Papá Noel no existe: desilusionada, estúpida y engañada.
Salió de sus tristes divagues cuando sintió la cálida y grande mano de Noah sobre la suya.
—Hey, no quería decirlo tan insensiblemente, perdón.
Vero notó que tenía los ojos húmedos.
—No, está bien, tienes razón.
—Mira el lado positivo: ya tienes tu buena y pura intención, ya podrás regresar a tu florería.
—Dado todo lo que ha pasado, no lo aseguraré hasta que lo vea con mis propios ojos.
—Pues ahora mismo. —Noah se levantó y sacó dos girasoles de sus floreros, llevándolos a la mesa de Vero—. A ver, hagan las paces, por favor.
Vero rió por su forma de decirlo pero tomó los dos girasoles por el tallo. No se marchitaron de inmediato, pero fue desilusionante ver que muy lentamente sus hojitas amarillas se tornaban marrones. Vero se mordió la lengua y tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no gritar de rabia.
—Qué raro —comentó Noah, también frustrado. Luego se dirigió directamente a los girasoles en las manos de Vero—. ¿Qué más quieren? Ya la tienen sientiéndose miserable y hablando en la noche con un pastelero insensible, ¡¿qué más pueden querer de ella?! —Vero rió pero Noah no lo vio porque literalmente le estaba hablando a las flores—. ¿Qué sienta deseos de morir? ¿Que llore toda la noche? ¿Qué se suba al árbol más grande y haga un sacrificio a la naturaleza? Solo metió la pata y ya lo aceptó, ¡¿qué demonios pasa con ustedes?!
—Noah, ellas no escuchan de esa forma —dijo Vero con tacto, sintiendo una mezcla de vergüenza ajena y ternura—. Si escucharan ya les habría dicho que me equivoqué y que lo siento.
Noah blanqueó los ojos pero luego miró a los girasoles y abrió mucho los ojos.
—¡Mira! Dos hojitas están amarillas de nuevo. Di lo que dijiste otra vez.
—¿Qué me equivoqué?
Otra hojita regresó al bello tono amarillo.
—Malditas orgullosas —musitó Noah, incrédulo—. Si no lo dices en voz alta no cuenta. Qué tóxicas son, pésimo. Diles más.
Vero ignoró la indignación de Noah pues estaba más concentrada en la posibilidad de que todo se arreglara con simples palabras.
—No debí enamorarme a primera vista. —Otro pétalo revivió—. Debí confiar en ustedes y en su labor. Ustedes no existen para solucionarle la vida a nadie sino para ser de la utilidad que cada persona les dé. Mi instinto cuando se trata de ustedes siempre funciona y no debo dudarlo nunca más. Son capaces de ver en mi corazón y me cuidan cuando creen que puede salir lastimado, del mismo modo me dicen cuando algo me hace bien. Lo siento. Y gracias.
Cuando Vero terminó de hablar el girasol estaba tan vivo y brillante como si estuviera al sol en el mejor día de su existencia. A Vero se le escaparon un par de lágrimas por la tensión de todo lo ocurrido pero el alivio que sentía de estar bien con sus flores —y que ahora era real porque lo sentía en su pecho— no se comparaba con ninguna otra emoción del cóctel en su interior.
—Eso fue muy... peculiar —murmuró Noah y Vero pareció recordar que no estaba sola—. Así que, ¿ya todo bien?
—Eso creo. Y creo que no me enamoraré jamás.
—No seas tan deprimente y adolescente, Verónica —se mofó—. Esto no cuenta como desamor así que no puedes echarte a la tristeza. Pero eso sí: jamás te enamores a primera vista. Ja-más —silabeó—, eso nunca funciona.
Vero aún sostenía los dos girasoles y le alegraba la calidez que ahora sentía en sus manos. Miró a Noah y su gesto conciliador le trajo también alivio. Quería ver el lado positivo de las cosas y al menos tres buenas habían salido de esta experiencia: uno: Montse saldría de una mala relación; dos: había aprendido sobre lo falso que podría ser el amor a primera vista; y tres: Noah, un nuevo amigo que tenía la incondicionalidad y calidez que le encantaba en las personas.
—Tienes razón. Cuando me enamore, será con calma y con la cabeza fría, no con el instinto atrofiado y la impulsividad en la sangre.
Noah se encogió de hombros.
—Un poquito de impulsividad no sobra.
La sonrisa de Vero se expandió pero era un gesto exhausto mezclado con la calma. Se sentía como si hubiera estado pendiendo del borde de un acantilado por días y finalmente estaba tocando tierra firme y segura de nuevo.
—Que bueno que lo digas, porque sinceramente siento que tengo la tensión en el tope de la cabeza por todo lo que ha pasado y justo ahora solo quiero ir a emborracharme con un buen amigo, ¿vienes? Yo invito. Y si termino inconsciente te invito a desayunar mañana.
—¿Y si soy yo el inconsciente?
—Me invitas a desayunar y me das galletas gratis.
Noah pareció meditar la propuesta con seriedad; Vero asumía que al día siguiente él debía trabajar desde temprano pero de verdad esperaba que la acompañara. Además, aún eran poco más de las ocho así que si Vero bebía con la velocidad que sentía necesitar, para las nueve y media ya estaría fuera de concurso y Noah podría regresar a casa sin trasnochar.
—Por favor. —Vero puso una mirada suplicante. Se preparó para soltar sus argumentos de la hora, de la necesidad de compañía y de que bebería rápido para dejarlo libre pronto—. Mira, apenas son las ocho y media y...
—Bien, acepto —interrumpió, poniéndose de pie—. ¿Tienes algún lugar en mente? Porque si no, conozco un bar cerca de acá. O podemos ir cerca de donde vives, dado que serás la inconsciente y no quiero cargarte por demasiada distancia.
Vero suspiró.
—Me da igual, donde tú digas.
Noah tomó los dos girasoles de la mesa para llevarlos a su florero.
—No se vayan a marchitar ahora que Vero se vaya, no sean así, lamento decirles malditas orgullosas; fue con cariño.
Vero soltó una carcajada.
—Te ves más demente que yo cuando les hablas a las flores.
Noah se encogió de hombros.
—Uno nunca sabe, a lo mejor un día me responden. Cosas más raras he visto. —Observó a Vero con intención burlona—. Buscaré mi chaqueta, no tardo.
Vero se levantó también para destensar la espalda y esperar a Noah. Se acercó a los jarrones y sonrió con el corazón al ver los girasoles vivos, y mejor aún, de sentir ese agradable cosquilleo en sus manos cuando acercó sus manos para tocarlos.
—A la próxima vez me dirán cuando sea el momento de enamorarme ¿de acuerdo? No más jueguitos para resolver misterios, solo háganmelo saber a la primera y prometo creerles.
Vero no notó que Noah ya estaba a unos metros de ella y que la miraba con burla.
—Igual tú les hablas, hipócrita —acusó—. Y te ves igual de loca.
—Yo les he hablado toda la vida, es diferente.
Noah sacó sus llaves para poner seguro en la pastelería.
—¡Cú, cú!
Recibió un manotazo de Vero una vez salieron a la calle. Noah rió y Vero lo acompañó.
Que bonita era la tranquilidad; que bello era reír; que cálida era una buena compañía.
🌸🌸🌸
Hola, amores ❤️❤️
Espacio para celebrar que Vero ya se reconcilió con sus flores 💃💃
Un abrazo gigante a todos y les deseo muchas bendiciones ❤️
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