Introducción
Sufrimiento.
Algunos lo viven en la niñez, por infortunio. Otros por la muerte inesperada de un conocido, una enfermedad dolorosa, pobreza, amores no correspondidos, un examen reprobado... Hay mil variables diferentes que se me ocurren, y ninguna se acerca a como yo lo experimenté.
Porque a mí no me pasó algo. Me pasó alguien.
Y es que nadie te dice, que cuando te enamoras de verdad y hasta el fondo, la sensación se le parece a sacarse el corazón del pecho y traerlo en el puño, a la intemperie: vulnerable al frío, a la lluvia, y a los golpes. Esperando que la otra persona lo coja y proteja, o también, que lo patee.
Pero no se adelanten, Luna no pateó el mío.
Lo que sucedió con nosotros, es que ella estaba tan ocupada sosteniendo sus propios pedazos con ambos brazos, que no hubo espacio para que se ocupara del mío. Y bueno, el clima hizo lo suyo y terminó por enfriarme. Aunque aun así, en lugar de cobijarme, preferí arrojar el contenido de mi puño, para protegerla a ella.
Porque a mí el sufrimiento no me destrozó, sino que me volvió masoquista.
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