Epílogo


Sufrimiento.

Una palabra terrible, imponente, y que hasta hace poco ni siquiera comprendía. Pero que ahora, años después de vivir eclipsado por ella entre mis brazos, alrededor de planetas con estampados ridículos de florecillas, puedo decir, que le da un sentido a todo: A mis objetivos, mis pesares, a mi vida, y al sentir.

Porque al final, el sufrimiento es eso: sentir.

Porque sufrí con la incertidumbre de si aceptaría la sortija plateada con llamativo diamante, pero al ver su iluminada sonrisa extenderse por el rostro mientras sacudía la cabeza asintiendo de manera frenética, el corazón también me dio un vuelco.

Y la preocupación por repetir la misma acción, pero con una sortija más pequeña, más mona, se volvió burda aún lado del gozo que sentí cuando mi pequeña Hope saltó a mis brazos gritando una y otra vez.

Ahora, desde la perspectiva, aquella sacudida de dolor, no se comparó con el día que el pecho se infló tanto, que me provocó un desborde de lágrimas, cuando la vi caminar de blanco hacia mí. O como cuando firmé los papeles de adopción de nuestra hija.

Y tampoco se comparó con el día que vimos ese signo positivo en el artefacto plástico, tan pequeño e insignificante, como revelador. Y como sentíamos que el corazón se nos hacía añicos, cuando por emergencia tuvieron que interrumpir la bendita espera, dejándonos sumidos en dolor y en una bruma oscura de desesperanza.

Pero que tarde o temprano, alguien encendiera la luz de nuevo y para siempre, regalándonos de manera milagrosa una nena preciosa que nos acompañaría junto a su hermana, cada día de nuestras vidas.

Porque sufrir nos hunde la vara, la deja en el suelo, sin nada más. Y el hecho de que esté ahí, por debajo, solo le permite una cosa: subir. Y en realidad, para caer está el suelo, pero para elevarse no existen límites.

Cada pequeña alegría levanta la vara un poco, y nos hace sentir más ligeros, más completos, con el suelo cada vez más lejos.

Al final la vida se trata de eso, del equilibrio entre los dos, entre el suelo y el infinito.

Y mi vida con Luna, era eso, sentir de manera infinita.

Sentir.

Seis letras. Mil sensaciones. Un astro, y un nombre: el de ella.

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