Capítulo 5
ADAM
—¿Y tú por qué de pronto quieres ir a esa reunión? —pregunta Reese, escéptico.
—Pues tío, ahora soy tu vecino, y tengo que involucrarme más en estos temas —digo jalando con galantería el cuello de mi camisa.
Entrecierra los ojos, analizando, intentando detectar la mentira en mi rostro. Me encojo de hombros con una sonrisa canalla.
—No te creo un pelo, Adam. Pero desde ahora te digo que son las reuniones más aburridas del puñetero mundo.
—Eran, mi buen amigo, eran. Que ahora vivo yo en este barrio.
Suelta un bufido burlón y levanta el brazo indicando que salga por delante.
Vamos camino a la casa de los Jordan, entre bromas y carcajadas, y es que Reese no termina de creerse mi juego del adulto responsable, que para ser honesto, yo me lo creo todavía menos.
Por supuesto que ni en mis días más aburridos iría a una reunión de vejestorios para discutir el riego de los árboles, o si el crío de al lado le da de pelotazos a la casa de sabrá Dios quién. Me importa un comino. Pero tenía la sospecha, de que quizá por ahí podría encontrar un par de ojos que no dejo de mirar cada vez que los míos se cierran. Tan grandes y redondos, pintados de un azul tan claro que casi parece gris, como dos lunas entre la noche oscura y espesa de sus largas pestañas.
Apenas llegamos, Reese se comporta como el adulto modelo de cualquier patética película navideña. Entrega la charola de tapas de jamón ahumado, que había ignorado que la llevaba en las manos durante el camino, y saluda a todos por su nombre de manera calurosa y hogareña. Me presenta con orgullo ante cada persona que se encuentra en ese jardín, y decepcionado, no tardo en darme cuenta de que la chica no está aquí. Ni ella, ni nadie que comparta una mirada similar con la que pudiera familiarizarla.
—Ya sabía yo que no venías a discutir un carajo. ¿A quién buscas, caradura?
—A nadie, bruto. Observo a la gente para aprenderme sus rostros.
—Claro, sí —responde con ironía—. Solo no me metas en uno de tus problemas, tío.
Ignoro a mi amigo y salgo al jardín para intentar socializar con mis nuevos vecinos. En cuanto pongo un pie en el pasto, una tía me toma del hombro para girarme en su dirección, quien está con un grupo de señoras de entre cuarenta y cincuenta años, igual que ella.
—¡Adam! Justo hablábamos de ti, cariño.
Sonrío, tieso y forzado, como modelo de revista dental.
—Perdóname, bombón. ¿Me recuerdas tu nombre? —respondo simpático.
Ella responde reventando una carcajada escandalosa hacia el grupo de señoras con las que estamos.
—Lucille Williams, pero puedes decirme Luci, bombón —dice imitando mi tono burlón, y todas se ríen junto a ella.
Le sonrío, esta vez con conciencia, añadiendo una pizca de coquetería en las comisuras de mis labios, brindando la atención que este tipo de mujeres buscan. Las miradas que me lanzaba, el apretón de su mano en mi hombro, y las risotadas exageradas, me lo dijeron.
Porque si pudiera elegir un talento en el que sobresalir, sería en la habilidad de identificar el tipo de mujer que tengo enfrente. Hay las tímidas, las lanzadas, las lunáticas, las odiahombres, las intelectuales, las amigables, las que disfrutan de atención como Luci, y, desde aquella noche de luna nueva: las enigmáticas.
Es quizá por eso que me empeñe en asistir a esta dichosa reunión para encontrarla, y descubrir por qué alguien escondería un rostro tan precioso bajo la capucha de una sudadera, en lugar de lucirlo con orgullo, filosa y dispuesta a atrapar a cualquier pendejo que se le atraviese.
—Un gusto Luci, tendrás que disculpar mi pésima capacidad por recordar nombres, pero seguro que tu rostro no lo olvidaré nunca.
Suelta una risotada avergonzada hacia sus amigas, adornando con un movimiento de mano, restando importancia a mi halago.
—¡Qué monada de niño!
—¿Niño? ¿Pero no están todas ustedes en sus treinta?
Todas ríen a coro.
—Este chico ya me ha ganado —añade una del grupo, quien en sus ojos adornan un par de pliegues, indicando ser de las mayor del conjunto.
—¿Qué hace un galán tan joven en un barrio como este? —cuestiona la anfitriona de la reunión, la señora Jordan.
—Ya saben, señoritas. Me he cansado de la vida de soltero y estoy en busca de la próxima señora Santos.
El grupo de ancianas cotillas, se voltean a ver con las quijadas desencajadas y sonrisas pícaras, como si acabaran de escuchar el mayor chisme del año.
—Ay criatura, has venido al peor lugar. Aquí todas estamos casadas.
—¿Pero han venido todas las vecinas? —pregunto tanteando el terreno.
—¡Santo cielo! Pero si tú ya has visto a una, ¿no es cierto? —cuestiona Luci con agudeza.
Sonrío divertido de ver los rostros de este grupo de chismosas, degustar la información jugosa que les estoy dando con toda la intención, intentando conseguir yo también la mía. Entonces decido sacar el bistec y menearlo frente a los perros.
—Así es.
Todas revientan a carcajadas eufóricas.
—Es una chica, joven. Tiene el cabello oscuro, abundante, y los ojos de un azul tan claro que se confunde con gris.
Veo como el rostro de la señora Jordan se transforma de uno divertido, a uno lleno de angustia.
Cegadas por el chisme, el resto siguen riendo y bromeando entre ellas, pero nosotros no. Nosotros mantenemos una conversación muda, en la que yo me doy cuenta de que ella sabe de quién hablo, y ella se da cuenta de que lo noto, por lo que nerviosa, se disculpa y dice que debe comenzar la reunión.
La sigo con la mirada, y observo que en su trascurso por ponerse en el centro de todos, saluda a un hombre que no se encontraba hace unos minutos, uno que probablemente arribó a la reunión mientras me distraía con el grupo de señoras.
Un hombre de más de cincuenta, no más alto que yo, con un bigote espeso que casi le cubre los labios fruncidos. Me observa con el ceño severo, juzgando con una mirada que helaría a cualquiera. De pupilas ausentes, y semblante desolado, como si estuviera pasando por un momento difícil o se tratara de una persona difícil, y algo me decía, que era más bien la segunda.
Luci y las demás se colocan alrededor de la mesa para comenzar la asamblea, en la cual discuten temas que no me interesan, así que dejo de escuchar después de los primeros minutos. En cambio, me dedico a observar detenidamente a cada persona presente, buscando y descubriendo.
Me llama la atención el señor Williams, quien no suelta su móvil durante toda la reunión, a pesar de recibir codazos recriminatorios de su esposa. También noto, cómo los Jordan aprovechan cualquier oportunidad para rozar sus manos o tener algún contacto físico, por mínimo que sea. Sonrío, ya que me recuerdan terriblemente a los empalagosos de mis padres.
Además, no puedo evitar notar las miradas de la gran mayoría de las mujeres presentes. Algunas parecen tener dudas en sus rostros, otras parecen simplemente curiosas, y algunas otras me observan con descaro, ignorando al marido que está a su lado.
Y por último, el hombre del bigote. Que al mirarme, arruga la nariz y frunce las cejas, como si estuviera viendo un puto troll verdoso y verruguiento, en lugar de a su nuevo vecino, un tío normal de treinta y tantos.
Bueno, lo que se dice normal, normal, no. Que sé muy bien el modelazo que soy, tengo espejos. Igual y el Freddie Mercury este se ha enamorado, y mira que no lo culpo.
Terminan de discutir los temas irrelevantes por los que venían y en cuanto dan por finalizada la discusión, el tío se va pitando del lugar. Mejor así, pienso, que lo mío no son los bigotes.
Alcanzo a la señora Jordan y atraigo su atención colocando mi mano en su hombro.
—Señora Jordan.
—Llámame Helen, cariño.
—Helen. Me ha encantado tu propuesta para la recolección de basura —miento con lo único que logré escuchar para abrir conversación.
Ella hace un movimiento con la mano restando importancia.
—Una bobería, niño. Una ayudita a nuestro planeta.
—Estoy de acuerdo.
Meto ambas manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. No soy de ponerme nervioso, jamás de hecho. Pero el sudor de mis palmas anunciaba, que quizá no me conocía tan bien como pensaba.
Incómodo, carraspeo mi garganta y me lanzo directo por la duda que de verdad me ahogaba por dentro.
—Helen, quería preguntarte...
Ella niega con la cabeza apresuradamente.
—No preguntes, cielo.
Me río con escepticismo.
—¡Pero si no he dicho nada! —replico divertido.
—No nací ayer, criatura. Sé perfectamente hacia dónde te diriges, lo veo en tu mirada. Y lo diré solo una vez, por tu propio bien: no preguntes y tampoco te acerques. Cualquier mujer que esté en esta reunión, te traería menos problemas, aún y con la alianza que todas llevan en sus dedos.
Finaliza arqueando sus cejas en una advertencia que se dibuja en su rostro. Me da la espalda para continuar con lo que estaba haciendo. Y yo me quedo de piedra, más confundido de lo que había llegado.
El perrito de los Jordan, un enano greñudo con carita de anciano, se sienta a mi lado y me observa con atención. Yo lo saludo con la cabeza, como si fuera mi nuevo compinche, y entendiera que ahora mismo, necesito de un colega.
Entonces pienso, que la señora Jordan ya me había caído bien desde el momento en que la vi junto a su marido, recordándome a mis padres. Pero esa advertencia que me lanzó antes de que siquiera hiciera algo, me hizo quererla aún más. Como si me conociera de toda la vida e intuyera, que estaba a punto de meterme en problemas como un crío.
Porque al igual que mi madre, ella había logrado encender en mí una llama que conocía muy bien. La llama de una misión peligrosa, un acto prohibido, y una emoción eufórica. De las aventuras que estaba intentando dejar atrás con esta nueva vida, pero que ahora, se me presentaban nuevamente como una droga a un adicto en recuperación.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top