Capítulo 28


LUNA


Lluvia si fue el día siguiente, y la información de su parte era exactamente la misma que la semana anterior. Adam en estado de coma, pero con signos vitales estables, ni avances, ni atrasos.

Y aunque al principio la noticia de que su alma aún rondaba este mundo me liberó de un estrés asfixiante, con los días fue desapareciendo, para darle lugar a la realidad de que ese estado era pura incertidumbre, y no un hecho seguro como pensé en un inicio.

La mensajera y yo comenzamos a intercambiar conversación, y aunque era brusca y tremendamente malhablada, era agradable, y sobre todo, era agradable escuchar otra voz que no fuera la de mi cabeza juzgándome. A pesar de que, a veces, me decía cosas que me dejaban pensando en cuanto las oía, y días después me las seguía repitiendo en la consciencia.

—Si estás aquí, es porque estás jodida, niña. Todas lo estamos. Y las jodidas no se mezclan con los que no lo están.

—Él me salvó la vida —argumenté.

—¿Quieres estar con él por culpa o por amor?

—Y-Yo... —respondí con timidez—. Lo quise antes de que me salvara.

—¿Estás segura de eso? Lo que te gusta de él, es su heroísmo. Y está bien, chulita, no te juzgo. Pero lo que tú necesitas, es irte a follar con todos los pendejos con los que no follaste por estar encerrada con la mierda de Guzmán.

¿Cómo no divagar respecto a eso? Si la bruta tenía razón en que yo no conocía nada de la vida, mucho menos del amor o de los hombres. Quizá mi amor sí estaba basado en su heroísmo, y mi necesidad por salir como fuera de aquella maldita casa.

Hoy era una de esas noches de insomnio en las que los pensamientos iban y venían tanto, que me mareaban. Ya había sollozado a ruegos pidiendo que Adam despertara, me había repetido lo mucho que me odiaba por envolverlo en mis mentiras y toda la mierda con la que cargaba, y de lamentarme cada maldito segundo que me mantenía alejada de Hope.

Me invadía este sentimiento de insignificancia, de ser una mierda inútil e innecesaria para el mundo, y para mi propia hija. Un sentimiento, que ahora era peor. Porque antes me lo provocaba Guzmán y sus marranadas, pero ahora, era todo mi culpa y mi manera arrebatada e imprudente de hacer las cosas.

Cruzaba por una de mis sesiones rutinarias de autocastigo, me concentraba en el techo carcomido y manchado de humedad. Veinte días, once horas, veintitrés minutos, y diez, once, doce, trece segundos... Veía el minutero avanzar, lento, profundo, y ensordecedor. Veinte días encerrada en este lugar lúgubre, con los problemas anidando en cada esquina.

Irónicamente, se le parece mucho al orfanato al que fui cuando mis padres murieron, a excepción que aquí dentro, todas quieren robarte algo, incluso tu dignidad, si es que al llegar aquí te quedaba algo de eso.

Repasaba en mi cabeza lo leído, en los libros, en los documentos que Guzmán dejaba y lograba fisgonear un poco, pero no llegaba a nada de valor.

Años estudiando libros de leyes, analizando, para venir a darme cuenta, que en la vida real, pocas veces se hace valer la ley. Que en realidad, todo aquí afuera está embarrado de mierda, incluida yo.

Lluvia no sabía dar con algún nombre, había muchos parientes, la mayoría en otras ciudades, y no tenía evidencia de nada para perseguir a alguien, o partir de algo.

Así que aquí estaba, asimilando que quizá este colchón raquítico, helado, y roído, es quizá el único futuro que me espera.

Quejarme del colchón me hizo recordar al mío, suave, alto, cómodo. Y con libros ocultos debajo. Libros que tomaba prestados de la biblioteca de Guzmán, y al ser tan extensa, nunca se percató que le faltaron algunos.

Libros de negocios, de contabilidad, de la administración en general de las empresas, incluso la parte legal, que era justo de lo que trataba el último que intenté leer. Lo recuerdo, porque a diferencia de los otros, este llevaba un curioso sello al reverso de la portada. Redondo, tinto, con unas letras a su alrededor, y el dibujo de un mazo raro, que de primera vista me pareció un lingote, y tuve que girar el dibujo para encontrarle bien la forma.

No recuerdo las letras exactamente, solo que lucían finas, elegantes, y decían algo de descargo, destapo, o despacho.

Me siento de golpe, con la mirada aún perdida en el minutero. Ya iban diez días, once horas, treinta y dos minutos, cinco, seis, siete segundos... Y sí, decía despacho. El puto libro decía despacho.

La revelación de aquella información, me hizo no pegar ojo por el resto de la noche. En la que pasé comiéndome las uñas y revolviéndome entre las sábanas.

Al día siguiente, me levanté de un salto y corrí hacia la mensajera para que llamara a Lluvia, aprovechando que ella sí tenía permitidas las llamadas. Y en la siguiente visita, ella no vino, y quería creer que era debido a que estaba investigando, solucionando, la idea de que el motivo fuera otro más amargo, igual me tenía consumida.

No fue hasta después de cumplir un mes en este encierro de barrotes y culpa, que un guardia por fin llamó mi nombre en una mañana de visitas. La mensajera me dirigió una mirada desorbitada a la que respondí de la misma manera, sin tener ni idea de lo que me esperaba ahí afuera.

Sigo al guardia por el pasillo jamás recorrido, llegamos a una puerta que está abierta, y me indica que entre, observando un conjunto de mesas con sillas donde hay otras reclusas conversando ávidamente con sus seres queridos.

Y después de pasear la mirada por el lugar, las veo: Lluvia y su madre sentadas en una mesa. Me quedo de pie y rígida, porque ambas, llevan un rostro cansado, ojeroso, incluso su madre luce más avejentada que la última vez que la vi vivaz y sonriente, en aquella cena que parecía haber sido hace años. Sus miradas ausentes, derrotadas y turbias, me llenan de un pánico que no puedo controlar.

Comienzo a respirar agitado, siguiendo el ritmo acelerado de mi corazón que galopa frenético y asustado. Siento las lágrimas calientes recorrer mis mejillas y comienzo a negar con la cabeza, temiendo lo peor.

—¡Tranquila! —adelanta Lluvia, mientras se pone de pie acelerada—. Sigue vivo.

Como recibiendo un balde de agua fría, me tranquilizo de golpe, y repito en bucle las palabras recién escuchadas.

—Siéntate, cariño —ordena su madre con calidez.

Me siento a pasos torpes, temblorosos, aun asimilando la situación.

Lluvia, juguetea con sus dedos, aparentemente nerviosa, su madre me observa con pena en la mirada, acentuando sus ojeras y arrugas.

—¿Hope...? ¿Cómo está? —pregunto temerosa.

—Está en casa, con nosotros, linda. No te preocupes por ella, que se lleva de maravilla con mi nieta.

—¿A-Adam...? —comienzo a hablar, pero me quedo con la pregunta a media garganta.

—Como dije, está vivo —responde Lluvia desviando la mirada al suelo.

—P-Pero, no ha empeorado, ¿cierto?

—No, querida —responde su madre con una sonrisa hueca que intenta disfrazar su tristeza.

—Tiene que despertar —digo en un hilo.

—Eso esperamos —anuncia con voz lúgubre.

—¿Esperan?

—No voy a mentirte, Luna. No es seguro que lo haga —explica Lluvia.

—¿¡No es seguro!?

Me pongo de pie de golpe, empujando sin querer la silla y cayendo al suelo, resonando el metal.

—¡Hey! —grita el oficial.

—¡Está bien! —adelanta Lluvia hacia él—. No pasa nada, puede dejarnos tranquilas que la situación está controlada.

—¡No! —chillo horrorizada—. ¡¿Qué podemos hacer?!

—Luna cálmate, por favor —riñe la joven.

—Cariño —dice su madre, que se pone de pie y me sujeta los hombros.

—¡No me llame así! ¡Usted...! ¡¿Usted qué hace aquí?! ¡Debería odiarme! —grito en un lamento deshecho.

—¡Escucha! —dice alzando su voz, y el cambio tan drástico en su actitud, me saca del trance de histeria.

Respiro hondo y agitado, y ella suaviza su agarre para acariciar mis brazos.

—Adam no es ningún niño, ya es bastante mayorcito y se ha metido en esto porque así lo quiso.

—Así es, Luna. Deja de culparte por esto.

Niego con la cabeza, porque no estoy de acuerdo en lo absoluto.

—Él te quiere, cariño, y para mí, eso es suficiente para considerarte parte de mi familia. Por eso estoy aquí —explica con calidez.

Otra lágrima se me escapa, melancólica y desgarradora.

—Lo siento tanto —sollozo.

—Basta de sentirlo —ordena con voz firme—. Tenemos que sacarte de aquí porque mi hijo te necesita.

Entonces asiento, constándome un poco más de la cuenta levantar la cabeza. Respiro profundo, y tomo lugar nuevamente en la mesa.

—¿Qué hay que hacer?

—Tenías razón —anuncia la joven—. En ese despacho estaba lo que necesitábamos, y logramos ubicar al puto juez que tenía todo torcido.

—Lluvia, querida, ese lenguaje —riñe su madre.

—¿Qué, mamá? No pretenderás que le hable bonito a ese corrupto de mierda.

Su madre niega con la cabeza, resignada, y ella da un golpe con el puño en la mesa.

—El hijo de puta huyó.

—¿Qué? —pregunto horrorizada.

—Pero tranquila, no parece ser una bestia como Guzmán, solo un pendejo al que le gusta la plata. Que haya huido es bueno para nosotras, porque se inculpa solo, lo que se traduce en que no deben tardar en liberarte.

—¿En serio? —pregunto ahogando un grito, uno no precisamente de gusto.

—¡Sí! Seguramente en una semana o dos, ya sabes lo burocrático que es este puñetero país.

—Una semana... —repito en un hilo.

—¡Pero alégrate, niña! Esta pesadilla va a llegar a su fin.

Intento una sonrisa, rígida y forzada, porque la pesadilla termina, pero eso significa, que la realidad comienza, y no estoy segura de si será mejor, o peor.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top