Capítulo 27
LUNA
Desde que llego al recinto, todo es una humillación tras otra, cada vez peor, más amarga, más dolorosa.
Me desnudaron frente a dos uniformadas, una de ellas me hizo ponerme en cuclillas, toser, y de todas maneras, indagó en mi entrepierna, lastimándome por la brusquedad de su tacto.
Me bañaron con un chorro de agua congelada, con una potencia que me tumbó al instante, y lastimaba mi piel al choque.
El mono color caqui era de una tela tan rígida que picaba, y los zapatos me apretaban tanto, que los dedos me punzaban. Y al comunicarlo, simplemente se burlaron y preguntaron si no prefería unas zapatillas de charol.
En la celda había muchísimas literas, divididas por muros de un metro que encerraban solo a un par. En la mía, me esperaban tres tías de semblantes turbios y maliciosos, que me recibieron con empujones y robándome cada cosa que me habían dado al llegar: el cepillo de dientes, jabón, y papel higiénico.
Los abusos eran cosa de cada día, o más bien, de cada hora. Parecía una competencia por ver quién marcaba más su autoridad en el lugar, usándome como demostración. E iba ganando una mujer de piel oscura y tan gorda, que fácilmente podría comerme cuatro veces.
Me robaba la comida, dejándome solo los purés chiclosos y rancios que sabían a pegamento, me empujaba tan fuerte que siempre terminaba en el suelo, y en una ocasión, me cortó una buena sección de la melena, dejándola casi hasta los hombros y de forma irregular.
Pero nada de eso, ni los golpes, ni las burlas, ni el hurto de mis pertenencias, me dolían tanto como lo hacían los comentarios. Porque por alguna razón, aquí dentro todo se sabía. Desde el momento que puse un pie en este lúgubre edificio, ya circulaba en boca de todas, que mi ingreso se debía a un asesinato.
Algunas decían que había herido a uno, y matado a otro. Algunas otras tenían la versión real, que había un herido y yo había llenado de tiros a su agresor. Y eso no tenía mucho de malo, me daba igual, de hecho. El problema, era que la mayoría coincidía en una sola cosa: que el herido había muerto en urgencias.
Tampoco había señales de Lluvia, ni una llamada, ni un mensaje, nada. La única explicación coherente, era que estaba demasiado ocupada sufriendo la muerte de un hermano.
Pasaba las noches enteras sollozando, con un dolor tan agudo en el pecho que me parecía incluso incapacitante. Dejándome sin aire, haciéndome retorcer entre las sábanas, apretando mis oídos con todas mis fuerzas, intentando parar su voz que habla y susurra en mi consciencia.
"¿En qué fase te sientes, Luna?"
Una y otra, y otra, y otra vez. No paraba, me acongojaba y me torturaba en un torbellino de desconsuelo y culpa que me ahogaba. Estaba segura, que era su fantasma, que venía a perseguirme por el resto de mis días para castigarme por provocarle la muerte tan joven, por traicionarlo.
Y me lo tenía jodidamente merecido.
Ojalá hubiera muerto yo, me lo repetía todo el tiempo. Como me repetía cada mentira dicha, cada idea equívoca que se llevó a la tumba: la hija que oculté, el marido que disfracé. Nunca pude explicarle, que esa hija no era deseada, mucho menos consensuada, que yo era tan víctima como mi pequeña. Y que esos jodidos papeles los firmé bajo amenaza.
Quería gritarle que sí, que le mentí, pero no por aprovecharme, sino por miedo, miedo a su rechazo, a que dejara de verme con la mirada ilusionada. Porque en el reflejo de sus ojos, fue el único lugar en el que pude verme de verdad.
Ojalá hubiera muerto yo.
– – – –
Es día de visitas, a todas las llaman esporádicamente para que se trasladen al área correspondiente para ver a sus familiares.
Pero yo no, nunca salí de los mismos lugares. Tan sola como un perro, y tan merecido como este asqueroso puré del que ni siquiera se molestaron en disfrazar el hongo que le ha salido por descomposición.
Meneaba el producto grumoso con mi cuchara, intentando ignorar su voz que aparecía en mi mente desde aquel día, cuestionándome si estaba enloqueciendo, y si de ser así, me preguntaba si un psiquiátrico sería peor que esto.
Entonces, una tía rellena de aspecto filoso se sienta junto a mí, con la mirada hacia el frente, rompiendo mi burbuja de culpa. La observo confundida, incluso temerosa, porque nunca nadie, en los diez días que han pasado, lo había hecho.
—Finge que sigues comiendo... —dice en un susurro amenazador—. ¿Eres Luna Valencia?
Espabilo de prisa, y devuelvo la mirada al puré, asintiendo una sola vez como respuesta.
—Han venido a buscarte.
Y siento que mi cuerpo entero responde, encogiendo cada músculo, y erizando cada poro, sintiendo una amenaza y miedo tan invisible como angustioso.
—Lluvia LeBlanc, te ha dejado un mensaje.
El sonido de su nombre tiene el mismo efecto que un cristalazo reventándome en la sien. Abro los ojos de golpe y ahogo un grito con una mano.
—Compórtate, idiota —riñe en un susurro—. Si nos descubren, esto se termina.
Tomo una bocanada de aire y aprieto los puños conteniendo la histeria que me azota por dentro.
—Ha dicho que no la dejan verte. Que, al parecer, Gómez dejó a algún corrupto ocupándose del tema legal y...
—¿Guzmán? —pregunto confundida.
—Gómez, Guzmán, es la misma mierda. El punto es que alguien está sobornando a todo lo que te rodea para tenerte encerrada aquí y aislada de todo. Necesita encontrarlo para poder tener a quien investigar y joder. Me pidió que te preguntara por algún nombre, alguien que se te ocurra que pudiera estar inmiscuido en esto.
Muevo los ojos de un lado a otro, pensando en nombres, caras, historias.
Y no se me ocurre nada.
Guzmán jamás me llevó a reuniones de trabajo, o de cualquier cosa. Mi conocimiento estaba basado en lo que alguna vez logré fisgonear a sus espaldas, y eso no era mucho.
Chasqueo la lengua frustrada, pero entonces, ese interés se esfuma, porque me importa un carajo si me pudro aquí dentro, si eso me garantizara otra cosa.
—¿T-Te dijo algo de alguna persona?
—Ese es todo el mensaje, chulita —dice con hostilidad, mientras se pone de pie.
—¡Espera! —adelanto con voz baja—. ¿No te ha dicho nada de Adam?
—¿Adam? Que no, coño. Que ese es todo el mensaje.
Y aunque da un paso para retirarse, escudriña la esperanza de mi rostro con su mirada recelosa.
—¿Quién es Adam?
—Es... Nadie —digo de un suspiro pesaroso—. Su hermano.
—¿El herido?
Levanto la vista, rogando que sepa de quién hablo y me tenga una respuesta.
—Niña, hasta yo que no me involucro en chismes, sé que ese tío murió en ese desbarate.
Se aleja de mí sin agregar nada más, y yo observo su espalda robusta mecerse al caminar de manera tosca y masculina. Quedándome pasmada, desvanecida, casi tan reducida como el puré en mi charola.
¿Por qué no me había dado ningún avance sobre el estado de Adam? La idea de que la noticia para dar fuera una que solo pudiera darse en persona, me humedece los ojos.
Me levanto del asiento y llevo la charola a su lugar. Caminaba directo a la salida, con la mirada baja, intentando cubrir que estaba al borde del llanto.
—¿En serio se cree que está vivo? —sisea una voz.
Me giro de prisa, encontrándome con un grupo de reclusas comiendo y chismorreando. Entre ellas, esta la informante de Lluvia, que no esperó ni medio minuto para venir de chismosa. Entrecierro los ojos con molestia y salgo de ahí a grandes zancadas.
Y como dije, aquí todo se sabía.
Nuevamente, me fulminaban con la mirada, la secrecía a mis espaldas aumentaba, y las burlas hacia mi "novio muerto" volvían a ser el tema principal del maldito lugar.
Y yo ya no lo soportaba más. Las voces de todas, las voces de él. Todo me envolvía, me nublaba, desconocía el día, la semana, y la hora. La luz me cegaba, la oscuridad me culpaba, las paredes me asfixiaban. Cinco días exactamente iguales, o seis... Ya había perdida la cuenta.
Me paré de un salto de mi cama entre la penumbra, y me encaminé al baño.
Tomé agua con las palmas y mojé mi rostro de golpe. Analizo mi al rededor, las posibilidades, ¿Será posible despegar una loseta de la pared? Y lo más importante... ¿Una loseta sería lo suficientemente filosa para cortarme las muñecas con éxito?
Libero un sollozo, y me cubro con el antebrazo, dejando correr un llanto desenfrenado y amargo. Frustrada, cansada, hueca y fracturada.
Un ruido a mi espalda me hace recomponerme de un salto, y me encuentro con la informante, que camina a pasos precavidos y mirada aturdida. Me enjugo las lágrimas con la manga del suéter y me encamino a la salida.
—Espera —adelanta acelerada.
Freno en seco, encogida de hombros, porque aunque lo sospechaba, esperaba que no estuviera aquí buscándome a mí.
—Y-Yo... —inicia hablando, pero inmediatamente baja la mirada.
Jugueteo con mis dedos y mordisqueo el interior de mis mejillas ante la tensión que se siente en ambas, como si estuviera a punto de confesar un pecado terrible, o de asesinarme. Ojalá sea la segunda.
—Si dijo algo...
—¿Qué?
—La chica del otro día.
Entonces comprendo que habla de Lluvia y la conversación que tuvieron, y que estaba revelando una información que, al parecer, había decidido reservar para ella. Las extremidades me hormiguean y siento mi pecho inflarse de esperanza.
—¿¡Qué dijo!? —grito acercándome a ella a escasos centímetros de su rostro.
—¡Sh! Baja la voz, si nos castigan por tu culpa te garantizo que sales de aquí en pedacitos.
Me alejo con precaución y frunzo los labios. Ella se mueve de un lugar a otro con incomodidad.
—Ella dijo que el muchacho estaba en coma.
—¿¡Está vivo!?
—¡Que te calles, estúpida!
Las rodillas me fallan y me sujeto del lavabo, intentando tomar aliento con esfuerzo.
—Está vivo, está vivo —repito para mí—. ¿Qué más dijo?
—Solo eso, que estaba en estado de coma. Oh, y que tu hija está con ella.
—¿Saben cuándo va a despertar? —pregunto en un hilo aliviada.
—¿Sabes lo que es "estado de coma", listilla? —responde irónica.
Me llevo una mano al pecho y presiono, como un calmante, mi propio consuelo. Estaba vivo, ¡Adam estaba vivo!
Tomo distancia de la chica, porque caigo en cuenta que esperó una bendita semana para terminar de contarme todo lo que sabía, y que quizá, esto no era todo.
—¿Por qué me lo ocultaste?
—No te vengas a hacer la sentida, que ya tienes unos días como para enterarte de que aquí la única diversión es la carne fresca.
—Es jodidamente miserable.
—Es la puta cárcel, chulita. ¿Qué esperabas? ¿Gente amable ofreciendo abrazos y buenos deseos? Menuda pendeja.
Suelta un bufido irónico, y se encamina a la salida del baño.
—¿Por qué decidiste decírmelo?
—Porque tengo un trato con esa tía, y debía cumplirlo antes de mañana. Así que el tiempo de diversión se me agotó.
—¿Lluvia viene mañana? —pregunto en un soplido.
—Sí, a verme a mí, no lo olvides. ¿Ya tienes algún nombre para darle?
Y bajo la mirada, vencida y sintiéndome tonta de haber estado tan sumida en la tristeza, que ni siquiera pensé en su petición.
Niego con pesar y ella se encoge de hombros despreocupada.
—Pues ese es problema tuyo, tía. Yo cumplo con lo mío.
Y se retira sin decir más, dejándome parada en medio del servicio, con las rodillas temblando, el corazón desbocado, y un rayo de luz que comienza a avistarse en mi pecho. Con la bruma de mi vista disipándose para mostrarme un horizonte menos lúgubre, menos culpable. Porque quizá ahora, su voz dejaría de despertarme por las noches para recordarme que no hay más fases porque estoy jodidamente fundida.
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