Capítulo 22


LUNA


—Aguanta un poco más, Luna. Ahora quédate quieta, que tu padre va a hablar.

Resonaba la voz de mi madre en un eco sordo. Era otra vez ese maldito sueño, pero había diferente.  Ruido, mucho ruido. Un gruñido mecánico constante, sollozos, gritos, maldiciones.

—¡Aguanta un poco más! —resonó ahora la voz masculina que tanto deseaba oír.

—¡Luna! —chillaba Hope, una y otra vez, a veces más fuerte, a veces más lejano.

—¡Por vigía! —coreaban en el brindis mis padres.

Una luz blanquecina es tan potente que me ciega, quiero quitarla, así que intento moverme.

—No se mueva, señorita —dice una voz femenina y madura.

—... Y el futuro brillante que se avecina —oigo a mi padre, y las copas chocando entre sí.

—¡Déjenme! —gritaba él, con la dulce voz que alguna vez dijo quererme.

—¡Es un área restringida, joven! —respondía un hombre furioso.

—¡Luna! —grita furioso.

—A-Adam... —logré decir con tremendo dolor en mi garganta.

—No hables, linda —dijo de nuevo la voz femenina.

Me mueven de lugar, y duele, duele mucho. Quema. Trato de gritar, pero no puedo, mi cuerpo no me responde. Un dolor punzante, horrorosamente agudo, se extiende en mi pecho hasta mi brazo derecho. Trato de tocarme y siento algo, ¿un cinturón? No lo sé, pero comienza a hundirse en mi hombro, mis costillas, mi cadera. Joder, en las entrañas. Me estoy ahogando, no puedo respirar. Los dedos comienzan a hormiguear, están helados, la cabeza me punza, los pulmones me arden, el agua congelada me pica en la piel, la garganta. Empiezo a sacudirme desesperada, ¡Me ahogo, me muero! ¡Necesito aire!

Todo gira, estamos chocando. Mis padres gritan, el claxon retumba, los golpes ensordecen.

Y de pronto, llega la calma. Tan abundante como refrescante. Me dejo llevar, encantada de olvidarme del dolor en mi pecho, de que los sonidos paren, y las luces se apaguen. Me dejo desvanecer, y me dejo hundir en la oscuridad.


* * * *


Un goteo sincronizado golpetea agudo y a lo lejos, parece agua, no, es una máquina, es un pitido agudo. Quiero levantar los párpados, pero la luz encandila tanto que duele. Logro abrir un poco, apenas una línea que me permite divisar una habitación blanca y pulcra. A mi lado hay una silla con una persona sentada. Un hombre, que de brazos cruzados, y cabeza lánguida, respira profundo.

Intento abrir más los ojos, pero el ardor que me provoca la luz me hace soltar un gruñido en la garganta.

El hombre a mi lado reacciona al sonido, espabila del sueño y se pone de pie acelerado, para sentarse junto a mí.

—Luna —dice en un hilo mientras me inspecciona.

—¿Adam? —pregunto con voz ronca y pesada.

—Aquí estoy, cariño.

—Ho-Hope...

—Tranquila, está con la señora Jordan.

Siento su mano acomodar mi cabello hacia atrás, me acaricia la mejilla, mientras yo enfoco mejor y logro abrir por completo los párpados. Y poco a poco, el recuerdo aparece, se estrella ante mí, y por reflejo, me encojo de un respingo para alejarme de su roce.

Adam retira la mano en un impulso avergonzado. Frunce los labios incómodo, y carraspea la garganta.

—¿Cómo te sientes?

Medito su pregunta, y observo mi cuerpo. Percatándome de que llevo un yeso en el brazo, y unos vendajes en el pecho tan apretados que me pican. Intento rascarlos, pero doy un quejido de dolor ante el brusco movimiento.

—Despacio, cariño.

—No me llames así —digo un gruñido.

Él me dedica una mirada melancólica. Toma mi mano y aunque por un momento pienso que va a besarla, se arrepiente, y la deposita en la camilla nuevamente.

—Tenemos mucho que hablar, pero será después. Ahora tienes que recuperarte.

Se pone de pie, alisa su pantalón y se encamina a la salida.

Los doctores entran y salen en el transcurso del día, ninguno habla mucho, pero logro que me digan que tengo tres fracturas, una en el radio con desplazamiento, otra en la clavícula, y la última, es una fisura en una costilla. Además de varios hematomas en la cabeza que requieren de supervisión, y heridas en la ceja y labio que requirieron de puntadas.

Cada ruido que escuchaba, me giraba aterrorizada esperando ver llegar a Guzmán, pero por fortuna o disgusto, nadie me visitó en todo el día.

El sol se ocultaba en la ventana, cuando Adam volvió, con otra ropa, el cabello aún humedecido por la ducha que suponía se había dado, y una almohada para la nuca abrazada bajo el brazo.

—¿Qué tal ha ido el día?

—¿Qué haces aquí?

—Pasaré aquí la noche —dice irónico, alzando la almohada de semi círculo que lleva en las manos, como si no fuera obvio.

—Está lleno de enfermeras, no te necesito aquí.

—Yo no dije que me necesitaras.

Lo fulmino con la mirada, y él, como si estuviera hablando con una puberta caprichosa, pone los ojos en blanco.

—Si no quieres que esté aquí, dormiré en el pasillo, pero no harás que salga de este hospital.

—Puedo llamar a seguridad —digo en un reto.

—Luna... —implora—. Déjame cuidarte.

Me río, estruendosa y fingida para resaltar la ironía.

—Gracias, Adam —digo sarcástica—. Pero no es necesario seguir con este teatro, tu hermana ya ha dejado muy claro lo que tú...

Detengo mi habla en el momento que lo veo saliendo por el arco de la puerta, e ignorando por completo el enfrentamiento que le estaba dando.

—¿¡Te vas!? ¡Eso, huye cobarde!

Lo veo sujetar el marco con una mano tan tensa, que veo sus nudillos emblanquecer. Tensa la mandíbula y frunce los labios. Conteniendo una furia que peligrosamente se anuncia en sus venas saltadas.

—Ahora no es el momento de hablar. Debes recuperarte. Dormiré afuera para que estés más cómoda —responde filoso.

—¿Qué no es el momento? ¡Claro! Me utilizas para lo que quieres, y ahora es tan fácil ignorarlo todo para...

—¿Te utilizo? —pregunta en un grito ahogado—. ¿Yo a tí?

—¿Cómo se le llama a endulzarle el oído a una tía para tirártela, eh? —ataco fulminante.

—Tú... —gruñe—. Yo te lo di todo, Luna, ¡todo! Y tú solamente me viste la cara de imbécil.

—¡Qué mierda, Adam! 

—Dime una cosa, Luna —dice furioso, acercándose a mí a pasos lentos y amenazantes, conteniendo una explosión en cada músculo tensado—. ¿Quién es la madre de Hope?

Sus palabras me golpean, cortándome el aliento. Siento el estómago pesado, como si llevara piedras pesadas y filosas, la garganta atirantada en un nudo grueso y apretado. No puedo siquiera parpadear, hasta que los ojos comienzan a escocer rogando por un descanso. Él arquea una ceja, demandando una respuesta, que por la mirada resentida que lleva, no me queda duda de que ya la sabe.

Cierra los ojos, baja la cabeza, y tensa la mandíbula tanto, que veo los músculos de su quijada contraerse. Sus puños apretados, los suaviza entre temblores y los extiende a sus costados. Niega con la cabeza, y entonces me mira.

Me atraviesa con una mirada llena de dolor, filosa, con miles de reclamos atravesándome la sien. Se le escapa una lágrima traicionera, y se esfuerza por contener una mueca de desprecio y mantenerse sereno. Pero yo, una experta en el mapa de su rostro y expresiones, logro detectar la repulsión que le ahoga y tortura por dentro.

—Estaré afuera si me necesitas —dice en un hilo, y sale de la habitación de un par de zancadas.

Y yo me quiebro.

Me acurruco y llevo las rodillas a mi pecho, ignorando si el dolor que siento es en los músculos magullados, o en el pecho. Pero teniendo claro que me asfixia.

Que soy una puta hipócrita, y una imbécil, que se ha engañado así misma. ¿Qué pretendía? ¡Peor! Con qué jodida calidad moral vengo a reclamar, si la primera en mentir fui yo. 

Nuestra relación tenía fecha expiración desde el día que inició, yo lo sabía, decidí ignorarlo, y ahora las consecuencias estaban aquí, terminándome de hundir, y produciéndome la herida más dolorosa de todas.

Y me duele, me deshace por completo. Porque un puñetazo se cura, pero esto, darte cuenta de que te enamoraste de tu propio engaño, y que aunque la razón me lo dijera desde el comienzo, de todas maneras me saqué el corazón para entregarlo.

No sé si soy masoquista o imbécil, de lo único que no tengo duda, es que me he quedado incompleta.


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