Capítulo 20


LUNA


A lo largo de mi vida, he vivido muy pocos momentos que podría llamar plenos. Lo sé, porque me gusta repasarlos con los dedos de una mano antes de dormir. Y también sé, que todos, a excepción de Hope, fueron antes del accidente.

Pero desde que Adam apareció en mi vida, colocado en esa ventana iluminada de esperanza, los momentos felices no han parado. En una cantidad tan grande, que jamás imaginé experimentar.

Y ahí, en el sofá ridículo de tapiz anticuado y floreado, con mi espalda perfectamente encajada en el frente de su cuerpo, las respiraciones sincronizadas, y los corazones también, me siento completa. Tan completa y entera que sentía que flotaba, y que además, por fin podía hacerlo, sin miedo a caer, porque sentía la seguridad, de que él siempre estaría abajo para atraparme.

Por primera vez en la vida me sentía viva de verdad, divisando un camino alterno que me ilusionaba, que me hacía sentirme cómoda en mi propia piel.

Adam se remueve a mi espalda, despertando del sueño en el que estaba. Sujeta mi cintura con fuerza y el calor de su aliento acaricia mi nuca erizándome los vellos. Gruñe con la garganta y yo me encojo ante el cosquilleo.

 —Joder... —se queja con voz pesarosa—. Necesito ir al baño.

Me río y él se pone de pie, tan despacio que parece llevar plomo en los pies. Estira ambos brazos, y gira la cabeza tronando sus vértebras. Me permito contemplarlo mientras se coloca el pantalón, recorro con la mirada su espalda de músculos tensos y cintura reducida, cubierta por la piel dorada que ahora me parece más brillante. El cabello lacio, castaño y sedoso con las puntas en diferentes direcciones, rebelde y despeinado. Y por qué no, su trasero redondeado, que conocí mucho antes que incluso su voz.

Yo me observo en el reflejo del televisor, haciendo una mueca inconforme hacia mi cabello que está hecho un desastre y enmarca mi rostro cansado y consumido. Con pena, desvío la mirada, encontrándome con la de él, que me observa sonriente y con un brillo peculiar en los ojos.

—¿Qué? —pregunto confundida.

—Me encanta verte así.

—¿Sucia y desaliñada?

Él niega con una sonrisa tan ancha que me da un vuelco al pecho.

—Mía.

Finaliza acercándose a mí para besar mi frente, y después seguir su rumbo al sanitario. Yo suelto una risa ridícula, estiro mis brazos y me acomodo en el sofá, tan cómoda e inflada de gozo, que sentía que no cabía en el mueble, ni en mí.

Pero como señal de mal augurio, tocaron la puerta de manera frenética.

Me incorporé de un salto, porque el golpeteo había sido con bastante insistencia y rudeza. Como un aviso, una trompeta anunciante del inicio del fin.

Adam apareció en el pasillo, acomodando su pantalón y con el dorso aún desnudo, dirigió su mirada al reloj de la pared.

—Coño, si son casi las tres de la madrugada —dice consternado—. Aguarda ahí, yo me ocupo.

Vuelven a tocar, más fuerte e incesante.

—¡Abre, pendejo! —grita estridente una voz femenina—. ¡Puedo ver que estás ahí parado como un imbécil!

—¿Lluvia? —pregunta desorbitado mientras abre la puerta.

—¡Eres un puto inconsciente! —chilla dándole un empujón.

—¡Hey! ¡Tranquilízate! —reclama él.

—¡¿Cuándo vas a madurar?! —dice empujándolo de nuevo, aun sin percatarse de mi presencia en el sofá—. ¡¿Cuándo vas a dejar de ser un pendejo insensible?!

—¡Carajo, Lluvia! ¡Basta! —replica sosteniéndola con fuerza de los hombros para detener su empuje.

—¡No lo puedo creer! ¡No puedo creer que creyéramos que habías cambiado!

—¡¿Puedes respirar un maldito segundo y decirme que coño te pasa?! —refuta dándole una sacudida en su agarre.

Lluvia responde soltando una carcajada irritante y llena de ironía.

—Joder, Adam... ¿Cuándo hijo de puta, vas a dejar de meter tu verga en cuanta vagina te encuentres? Y encima... —se detiene en seco cuando repara en mí, que estoy hecha un nudo tenso, desconcertado y desmoronándome poco a poco sobre el mueble floreado.

Ella suelta un bufido y niega con la cabeza, resentida y maliciosa.

—Ahora no serás tan estúpido como para negarlo.

—Luna... —dice él en un hilo, reaccionando también a mi presencia, como si me hubiera olvidado en este medio minuto de histeria colectiva.

Pero yo, avergonzada, humillada, y sintiéndome tan reverentemente tonta, me apresuro a tomar mi ropa del suelo y cubrirme con ella para correr al baño.

—¡Luna! ¡Espera!

Azoto la puerta, me coloco la ropa a tirones, con fuerza y con odio.

—¡Luna! —llama él, mientras golpea la puerta.

Al fondo escucho a Lluvia, que sigue soltando insultos y palabras que mi cerebro herido no me permite entender. ¿Cómo pude ser tan estúpida? ¡Claro que esto iba a pasarme! No tengo una puta noción de la vida y las relaciones, era obvio que iba a venir a caer a la cueva del lobo al primer arrebato.

Salgo del baño con la mirada baja, ocultando mis lágrimas rabiosas que salen desenfrenadas.

—¡Luna, por favor! ¡No la escuches! No entiendo qué sucede, pero te juro...

Lo silencio reventando mi palma en su mejilla, porque suficiente violencia recibo todos los días, y ahora, aunada a la humillación de sentirme tan rebajada a la nada también por él, fue la gota que derramó el vaso.

—Vete a la mierda.

Y huyo de ahí. Corriendo desbocada, como si mi vida dependiera de ello. Dejando atrás el par de patines, la casa de techos triangulares, y muy a mi jodido pesar, mi dignidad.

Llego a mi casa, hecha un desastre. Una maraña de cabellos, un rostro deshecho, entre lágrimas, hinchazón, y sudor. Me dejo caer en la puerta, sollozando con fuerza contra mi antebrazo, para amortiguar el ruido.

Me siento tan imbécil, tan atrapada. En un jodido hoyo oscuro, en el que me han mostrado una luz que quise ver como esperanza, pero al tocarlo, me he quemado.

Caí como una tonta, como una jodida mosca fui directo a la trampa, y ojalá lo fuera, porque al menos el diminuto invertebrado tiene alas para salir volando del agujero.

—Ya decía yo que estabas haciendo una pendejada —interrumpe la voz gruesa y amenazante de Guzmán en el lugar.

Me incorporo de golpe, desencajada y con el pánico subiendo como espuma efervescente por mi estómago.

—G-Guzmán... Yo...

—Cállate.

Aprieta y afloja los puños un par de veces, camina alrededor mío, escudriñando con la mirada, como un carroñero inspeccionando a su presa.

Paso saliva, y percibo que el mentón me tiembla, que mi cuerpo lo siente, y que comienza a manifestar eso que intuye en estremecimientos.

—¿A dónde has estado yendo por las noches, Luna? —pregunta en un cántico turbio y tenebroso.

—Y-Yo... A ningún lado —digo vacilante.

La cabeza se me tuerce herida para un lado, de manera enérgica y dolorosa, retumbando en mis tímpanos el vigoroso azote que acabo de recibir, y que ahora arde como miles de hormigas  mordiéndome la mejilla.

—¡No me trates de pendejo! ¡¿Qué carajo has estado haciendo?! ¡Estúpida!

Apuña mi sudadera y me levanta hacia él, respirándome en la nariz, y envolviéndome en su aliento de alcohol y suciedad que me revuelve el estómago.

—¿Has hablado con alguien? —pregunta intimidante.

—N-No.

Me impacta contra la puerta con estruendo, sintiendo el punzante dolor en la cabeza por el golpe. Aprieto mis párpados, en un inútil esfuerzo por desaparecer el agudo zumbido que me ensordece.

—¡¿Qué coño has hecho?! —grita al mismo tiempo que me lanza al suelo.

El golpe me hace retorcerme completamente asfixiada, me abrazo a mi misma desesperada por recuperar el aire que ha salido a la fuerza en cuanto he caído. Una humedad caliente y espesa se expande por mi cabellera. Intento enfocar la vista, entre mareos, con la visión duplicada, y el zumbido en la cabeza. Y logro enfocar mi vista, para ver como Guzmán toma vuelo alzando su pierna que se dirige con fuerza directamente a mi rostro.

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