Capítulo 18
LUNA
Varias semanas habían pasado desde la noche en que todo cambió. A pesar de que nuestra relación continúa siendo fugaz, limitada a conversaciones, y veladas de cine en el sofá de su sala: los besos y caricias aparecían cada vez más frecuentes.
Mi pecho a veces se inflaba, extasiado, completo, y otras veces, le costaba palpitar, con una astilla que cada vez se le parecía más a una estaca. Aquella que me recordaba mi realidad, mis mentiras, y que tarde o temprano, esto se iba a terminar.
Adam me había dicho que esperara dos noches para ir, porque había preparado una sorpresa. Y por todos los santos, no podía ni comer de la emoción que me asfixiaba.
Cayó la noche, cayó Guzmán, y yo ya me encontraba saliendo de puntillas por la puerta.
—¿Mamá? —llamó Hope, con ese tono repleto de miedo, característico de ella cada vez que me llamaba de esa manera.
Me quedo congelada, giro lentamente el cuello, y la veo con su cabello desbaratado, tallando uno de sus ojos con el puño.
—Bebé, ¿qué haces despierta?
—Tuve una pesadilla.
—Oh, cariño. ¿Quieres que me acueste contigo?
Ella me observa, atenta y con la curiosidad asomándose por sus pestañitas.
—¿Vas a ver Adam?
Abro los ojos como dos platos y siento un golpe en el pecho que me deja sin aire.
—No repitas ese nombre aquí, Hope. Nunca. Sabes que está prohibido.
—Vale... —responde temerosa—. Voy a dormir.
—Vamos.
—No, mami. Voy yo sola, que ya soy grande, y tranquila, tú y yo somos amigas, y las amigas guardan secretos.
Trago con un tremendo esfuerzo el nudo de mi garganta que amenaza con lagrimear. Y confiando en mi pequeña, continúo con el plan.
No puedo evitar soltar una risa nerviosa en cuando diviso la casa, y es que desde dentro y a través de las cortinas, se observan luces tambaleantes de una bola disco. Se me ocurren mil ideas, pero tratándose de Adam, nunca sé de que es capaz.
Él se pone de pie desde la escalera de su porche, y noto que el perro de la señora Jordan se mueve junto a él, recibiéndome en conjunto y gustosos. Arqueo las cejas al percatarme que lleva un elegante traje negro, y un corbatín celeste.
Necesité concentrarme en mis respiraciones y mis movimientos, porque después de verlo en pijama, o en jeans, metido en esas elegantes telas, estaba descaradamente guapo. Como sacado de una película puñetera como las que le gustan: con su bronceado perfecto, el cabello castaño de surfista relajado, en un intento de peinado del que un mechón rebelde escapa sobre su frente, y su sonrisa enmarcada por esos jodidos labios rellenos.
Mientras más me acerco, su sonrisa se alarga, y no puedo evitar contagiarme.
Extiende sus brazos al aire, y tuerce la cadera hacia un lado como modelito barato de aparador.
—¿Y esto? —pregunto confundida.
—Es Rufus, le encanta venir a cagarse en mi porche.
—Hablo del traje —digo entre risas.
—Lo sé —dice con una sonrisa pícara—. Me veo guapo, ¿a que sí?
Niego con la cabeza ante su coqueteo imbécil.
—La verdad es que sí, te ves bien.
Hace una reverencia dramática, toma mi mano y la besa con una picardía digna de un chiquillo.
—Bienvenida a su baile de graduación, señorita.
Abre la puerta y me encuentro con un suelo lleno de globos azules, listones plateados, las luces yendo y viniendo por toda la habitación, y la música pegajosa a un volumen moderado. Camino por el pasillo, despacio, contemplando y asimilando, al llegar a la sala, me encuentro con lo que suponía, una bola disco en el techo que produce todas esas luces. Una mesa llena de aperitivos, bebidas, y un ridículo birrete.
Me giro despacio, observando todo, y me percato de que Adam está de pie en el arco de la sala, con un vestido entre las manos del mismo tono que su corbatín. Es una pieza de corte griego, con decoraciones de pedrería, y en la falda, cae un delicado tul brillante con gracia, en un conjunto armónico y exquisito.
Soy incapaz de sonreír, de mostrar cualquier emoción, porque siento mis ojos vibrar desesperados por desbordarse en llanto. Él sigue sonriendo a sus anchas, con las arrugas al final de su sonrisa perfecta.
—La tela estira y no tiene cierres. Charlie me dijo que lo comprara así, para asegurarme que te quedara al no saber tu talla.
Asiento una vez y con lentitud, desvío la mirada al suelo, porque estoy conmovida hasta lo más profundo, con la amargura inundando mi garganta de que todo esto es tan maravilloso y no me lo merezco, porque soy una puta farsa, que le miente a la cara todos los días a este increíble hombre.
—Venga, Luna. Hoy es tu graduación y no es un día para llorar —dice finalizando con un beso en mi mejilla—. Anda a cambiarte.
Me visto en el baño, enjugo las lágrimas, y me miro en el espejo: el vestido me queda perfecto, y me percato, de que el color es muy parecido al de mis ojos.
Al salir, Adam me coloca el birrete en la cabeza y me entrega un vaso en la mano. Lo olfateo y hago una mueca de asco por el dulzón tan fuerte que se me cuela en las fosas.
—En los bailes de instituto no se bebe, pero bueno, aquí no hay profesores que nos vayan a pillar.
—La única vez que he bebido fue el vino que me diste la otra noche —admito con timidez.
—¡Joder! Pues qué mejor momento que este para probar otras cosas.
Y aunque me siento incómoda, no por él, sino por mí, por sentirme una mentira andando y ajena a este dulce gesto que sentía que debería ser para alguien más merecedor. Decidí disfrutarlo.
Porque sí estaba destinado a terminar, pues al menos lo iba a vivir al máximo. Solo esta noche, por mí, por mi niñez robada, mi adolescencia destruida, y mi futuro incierto. ¿Qué era una bendita noche contra todos los años soportados?
Di un largo trago al vaso haciendo una mueca asqueada, y Adam celebró con un grito fúrico, alzando su puño al aire, con semblante triunfal.
Pronto estábamos saltando como dos locos en la sala, cantando a todo pulmón, riendo a carcajadas, y sudando enérgicos. Estaba viva, frente a una Luna que nunca había visto, y desconocía de su existencia. Una divertida, chispeante, despreocupada, de músculos relajados, y sin mirar sobre su hombro cada cinco minutos, al acecho y asustada.
Y Adam. Hostia, que Adam hoy brillaba.
No suavizaba su sonrisa en ningún momento, su mirada centelleaba, y aunque normalmente me incomodaban los roces esporádicos de sus dedos en mi piel, ahora los deseaba con hambre voraz. Juntaba mi cuerpo al suyo, rodeaba su cintura con mis brazos, y pegaba mi nariz en su nuca para aspirar su aroma exquisito que me recordaba al romero. Él suelta una risita divertida y se encoge de hombros.
—Me haces cosquillas, Luna —dice con gracia.
—Hueles delicioso —y termino la frase dándole un beso húmedo en las clavículas.
Carraspea la garganta de manera ruidosa, y notó el tensar de los músculos de sus brazos a mi alrededor.
—Me parece que llevas demasiadas copas encima.
No respondo, porque sí, siento un ligero vértigo en la cabeza, la mirada neblinosa, unas jodidas brazas deseosas en toda la piel, y un palpitar en mi entrepierna que comenzaba a fastidiarme.
Continúo besando su cuello, y pegando mi cuerpo al suyo acorde a la música, deseando que me envuelva aún más en sus brazos, y en él. Dejarnos llevar por este calor y encendernos juntos.
Adam sacude los hombros, estremecido, se aleja de mí y toma mi mano.
—Ven, tengo una idea.
Y sin darme oportunidad de replicar, tira de mi hacia el segundo piso, llevándome al ventanal. Me suelta para pelear con la estructura de metal, que finalmente logra abrir por completo y no a medias, como normalmente está.
Sale con cuidado, asegurando cada paso que da sobre las tejas del techo, y me extiende la mano.
—Ven, es seguro, yo te sujeto.
No era necesario que lo dijera, porque hace mucho que con él, me lanzaría de cualquier risco con la seguridad de que me atraparía, o de que, como mínimo, caería a mi lado.
Salgo tomada de su mano, y aquí afuera, sobre el tejado, con la luna en cuarto menguante, y la música casi imperceptible en la lejanía, él enreda sus brazos en mi cintura y comienza a mecerse de un lado a otro.
—En todos los bailes siempre se baila una lenta —dice en un susurro junto a mi oreja, y deposita un beso casto en mi cuello.
Le sonrío deslumbrada, entrelazo mis manos en su nuca, y bailo con él. Sin decir más, con las miradas imantadas, y disfrutando de esta velada tan mágica y surrealista, que aunque no ha terminado, sé que quedará marcada para siempre en mí. Y deseo con todas mis fuerzas, que reemplace por fin esos sueños recurrentes y terribles, por esta noche, y por él.
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