Capítulo 17
ADAM
Estaba feliz, extasiado, tan enérgico que en lugar de ir a dormir, me puse ropa de trabajo y comencé a hacer todos los arreglos de la casa que iba detectando. Todo me parecía interesante, podar mi pasto, los arbustos, ordenar el garage, y martillar esas lámparas de exterior que Sienna me había regalado hace meses.
—Dichosos los ojos —dice la voz canalla de Reese desde la calle, empujando una carreola.
—Buenos días, cabezota.
Él no responde por encontrarse entretenido en sacar su móvil y sacarme una foto, mientras yo estoy de pie sobre mi escalera que se detiene en el porche.
—Esto debe quedar para el recuerdo: Adam Santos no solo es un idiota, también sabe clavar.
Me río con ganas, mientras bajo de donde estoy y me encamino hacia él.
—¿Quieres desayunar? Acabo de terminar.
—¡Y encima cocina! —dice burlón.
—¡Qué va! Sí voy a pedir a domicilio.
—Bueno, si tú pagas... Imposible negarme, hombre.
Le doy unas palmadas en la espalda y entramos en mi casa.
—Tío, ¿pero qué cosas te estás metiendo ahora? Si tienes más energía que un chiquillo —dice mientras toma asiento en el comedor y se coloca a su pequeña en las piernas.
—¡Joder, Reese! ¡Ayer nos besamos!
Digo liberando una carcajada.
—¡No! —exclama con sarcasmo—. ¿Y se tomaron de las manos?
La ironía de sus palabras me hace darle un puñetazo en el hombro.
—Imbécil.
—Hostia, Adam. Pareces un puñetero adolescente —dice muerto de risa—. Pero bueno, ¿entonces ya están saliendo oficialmente?
Me rasco la nuca incómodo, porque no lo sabía. Ya había aprendido que con Luna, nunca tenía la certeza de nada.
—No, hombre. Que vamos despacio.
—Ella va despacio, a ti no te queda de otra.
—Que ya, bruto. Ella tiene problemas.
—¿Problemas? ¿Problemas cómo? ¿De novios psicópatas y esas cosas?
—Peores. Pero voy a ayudarla, y voy a usar la asociación de mis padres para eso.
—¿Qué tiene que ver? ¿No es para mujeres maltratadas por el marido?
—Mujeres violentadas, ignorante de mierda.
—Joder, entonces sí que el exnovio está loco.
—Ojalá fuera un exnovio, sería fácil deshacerme de él a tortazos, pero es el padre, bueno... Padrastro.
—Uf, qué complicado. No quisiera estar en tus zapatos.
Desayunamos tranquilamente, tonteando sobre los viejos tiempos en los que meter las manos bajo las bragas de una chica era nuestra única preocupación. Reese no preguntó más, en ese sentido, él seguía siendo el mismo tipo práctico que prefería mantener los problemas a raya.
En cuanto se marchó, me vestí y me dirigí en coche a la empresa de mis padres, que ahora era dirigida por Lluvia, y la esposa de mi hermana.
—Licenciado, qué sorpresa tenerlo aquí —saludó la secretaria del lobby.
—Qué gusto verla, ¿podrías decirle a Lluvia que necesito verla?
—¿Tienes cita?
Arqueo una ceja escéptica.
—Vamos, Clarita. Que no necesito cita para visitar a mi hermana, ¿o sí?
—Bueno, es que ella ha dicho que...
—Ya me encargo yo, Clara —interrumpe la voz filosa de Lluvia a mis espaldas—. Gracias.
Y sin saludarme ni dirigirme la mirada, continúa su andar rígido por el pasillo, resonando cada tacón con fuerza, como si cada paso que daba, fuera una amenaza a cada trabajador del lugar.
Mi hermana era pequeña, casi tanto como Luna, pero la había visto tragarse hombres de dos metros, con doctorado y yates a su nombre. Si alguien podía ayudarme, era ella.
—¿Qué quieres, Adam? —pregunta tajante, sin quitarle la mirada a unos papeles que acomoda sobre su escritorio.
—Saludarte, querida hermana. ¿No puedo?
Me dedica una mirada fulminante y frunce los labios.
—Tengo mucho trabajo, cabezota.
—Tú siempre tienes mucho trabajo —digo irónico.
—Aunque te sorprenda, hay quienes sí conocemos la responsabilidad.
—No es mi culpa tener el talento de encontrar trabajos donde se haga poco y paguen mucho.
—Coquetear con las esposas de millonarios para que te compren una casa no es un puñetero trabajo.
—Lo es, que no sepas hacerlo, es diferente.
Azota los papeles en el escritorio con molestia.
—Bueno, ¿vas a decirme ya que coño quieres?
—Vale, vale, tranquila. Vengo en paz, lo juro —digo alzando ambas manos en rendición—. Necesito tu ayuda.
—Ya me olía esto, gilipollas. ¿En qué estás metido ahora?
—¡En nada! Es para Luna.
—¿La chica con la que sales?
—Sí. Bueno... No.
Ella arquea una ceja pretenciosa.
—¿Y desde cuándo ayudas a las tías que te tiras?
—No seas vulgar, hermanita. He cambiado, y Luna no es mi novia, pero tiene problemas en casa. Necesita ayuda de la fundación.
Ella transforma su rostro hostil, en uno lleno de preocupación y dudas, porque sabe que necesitar de la fundación, es una clara señal de problemas graves.
—Su padrastro la golpea, muy fuerte. Su vida está en riesgo, Lluvia. No tiene a nadie más, y el muy pendejo tiene otra niña a su cargo.
—Joder...
—Es un puto cavernícola.
Se arremanga la camisa con ferocidad, como un tío a punto de romperse a golpes con otro.
—Vamos a acabar con ese hijo de puta.
Sonrío triunfal al ver brotar a la bestia interna feminista y come hombres de mi hermana.
—¡Sabía que podía contar contigo!
—Necesito los datos de ella, ¿cuál es su nombre completo?
Paso saliva incómodo y frunzo los labios.
—La gran puta, Adam. ¿Tienes alguna información de valor sobre la chica que no sea el tamaño de su trasero?
Pongo los ojos en blanco, ignorando su comentario.
Repiqueteo los dedos en el escritorio, nervioso y pensativo, hasta que una idea me asalta, iluminando mi rostro y ensanchando una sonrisa.
—¡Vigía! Dijo que la empresa de sus padres se llama Vigía, y el animal es dueño también.
—Perfecto. La empresa seguro que tiene registro, y si el energúmeno es el dueño, damos también con su nombre. Así matamos dos pájaros de un tiro.
—Gracias, Lluvia. En serio, pídeme lo que sea después de esto.
—Oh, y lo haré, pedazo de mierda. Créeme que lo haré.
Suelto una carcajada divertida y ella se une. Por fin termina de acomodar los papeles, sirve dos tazas de café y me pasa una al mismo tiempo que toma asiento frente a mí, dando la espalda al enorme ventanal con vista a la ciudad.
—Y bien... ¿Vas a llevarla a la boda?
Observo el café, temeroso y confundido por no tener ni idea de la respuesta, o más bien, negarme a reconocerla.
—Me encantaría, pero como he dicho... Tiene problemas en casa. No sé si sea buena idea sacarla en contra de ese gorila imbécil. Hubieras visto cómo la dejó por ir a la cena.
Recorro la oreja de la taza, hacia arriba y hacia abajo, con cierta melancolía de pensar que, después de tantos años, por fin encontré a alguien que despierte eso en mí, eso que tanto deseaba y que, en realidad, desconocía que existía. Porque venga, que todos andamos en busca de lo mismo, pero la realidad, es que no sabemos qué coño esperamos encontrar. Y cuando lo encuentras, te das cuenta de que es tan jodidamente terrorífico, porque te sientes vulnerable, con el corazón en la mano de la otra persona, esperando que lo acaricie, o que lo haga añicos. Pero también tener la certeza, de que eres perfectamente capaz de permitir que te destrocen, con tal de recibir un poco de esa magia, así sea la caricia más precaria, rápida e imperceptible del puto mundo.
Me llevo una mano al mentón y deslizo los dedos hasta la barbilla, soltando el aire lleno defrustración. Me doy cuenta que Lluvia me observa atenta, con una ceja tan arqueada como un flecha filosa.
—¿Qué? —pregunto curioso y ella truena una carcajada que casi parece hacer temblar el cristal de atrás.
—¡Estás jodido, Adam! Jodido hasta la médula. ¡A mamá va a encantarle esto!
Suelto un bufido y pongo los ojos en blanco.
—Sirve de algo, enana mandona, y levanta ya el folio en la fundación.
—Claro, príncipe encantador —responde divertida.
—Joder, ¿pero son risas lo que escucho? —pregunta Charlie, desde el marco de la puerta y una sonrisa enorme—. Este es el mejor regalo de bodas que me han dado.
—Anda ven —digo entusiasmado—. Trae ese culo flacucho acá, y tómate un café con nosotros.
Charlie entra en la oficina riendo encantada de vernos socializar como dos adultos civilizados por una vez en la vida, y nosotros nos turnamos durante la tarde, para poner en contexto a mi hermana, que al igual que Lluvia, asegura que estoy jodido. Y la verdad, yo también.
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