Capítulo 14


LUNA


Una... Dos... Tres... Respira.

Por favor, no me traicionen ahora.

El escozor en mis lagrimales es insoportable, y la acidez en mi garganta amenaza con reventar un sollozo. Mis nudillos se encogen ante la fuerza que ejerzo en mi agarre sobre la caja.

Siento un camino húmedo y ardiente recorrer mi piel, desde mi ojo hasta mi mandíbula. Lo limpio rápidamente y con tal rudeza, que seguro que me ha quedado roja la mejilla por el tallón. 

Parpadeo varias veces y respiro agitadamente. Maldita sea Luna. Maldita sea.

—¿Por dónde vamos a empezar? —pregunta Charlie, sin quitar la mirada del frente.

La observo confundida, en espera de su explicación.

—La ropa, digo.

¿La ropa?

La revelación me llega como un golpe. La bendita mentira de la ropa para la caridad. 

Me aclaro la garganta, asegurando que mi voz salga tranquila y evite que ella note que estoy a punto de desbordarme.

—Empezaremos por la ropa de mí... por la ropa de Hope.

—¿Hope? —pregunta con curiosidad.

—Mi hermanita —digo incómoda.

Llegamos a mi casa, y no termino de bajarme del coche cuando Guzmán sale disparado por la puerta de la casa.

—¡Llegan doce minutos tarde! —grita molesto mientras llega a nuestro lado.

—¡Lo siento mucho! A mi madre se le ha ocurrido de último momento darle un regalo a...

—Hope —interrumpo acelerada y ella me ve confundida—. Un regalo para Hope.

Guzmán ignora nuestros tropiezos y señala a Charlie con un fulminante dedo.

—Quedamos en algo —reclama amenazante.

—Me disculpo de verdad, no volverá a pasar.

—Tenlo por seguro, porque no volverá a salir contigo. Entra en la casa ahora mismo, Luna.

—Pero la ropa...

Intenta replicar, pero Guzmán la silencia con una mirada aguda. Sin mirar a ninguno de los dos, me encamino a mi casa. Me coloco tras la mesa, y repiqueteo con mis dedos nerviosa, me castañean los dientes, y siento que estoy a punto de devolver el estómago.

Guzmán entra con estruendosos pasos y una respiración que resuenan como bufidos de un toro. Me estampa la palma en la mejilla, grita, me tira del pelo, y todas las barbaridades a las que ya me he acostumbrado. Tanto, que normalmente ya ni siquiera lloraba, las enfrentaba con valor y los ojos cerrados. Pero hoy, me desbordo. Me rompo, sollozo, grito, y le doy guerra.

Porque lo que más me duele, no son sus golpes, mucho menos sus palabras. Es esa familia, tan diferente, tan variada, y a la vez tan unida. De unos padres que, como los míos, se aman tanto, que su amor sobra para repartir con los demás. De unos hermanos que pelean, pero se cuidan y ayudan. Unos hermanos que nunca tuve y nunca tendré. De un amigo que busca sacarme de mi cueva, aunque para él signifiquen problemas. Y que si se mantiene mi amistad con él, es únicamente porque lo que sabe de mí, son mentiras. De una vida que no puedo vivir. De una ilusión que yo misma me he creado.

Porque aunque el milagro suceda, y logre quitarme de encima a este puto salvaje, he quedado tan dañada, que soy incapaz de amar, ni a otra persona, ni a mí misma.

No recuerdo cuando cesaron los golpes, pero sé, que me quede dormida, herida por fuera, y acabada por dentro.


****


La luz de la ventana entraba como ácido por la ranura de mis párpados y taladraba mi cerebro. Intento acomodarme y evitar la molestia, poco a poco, y con calma, la luz se elimina, pero el taladro continúa. Suena lejano, constante, cada vez más cerca.

—Mamá...

Escucho un susurro, y el taladro continúa.

—Mamá —dice ahora más fuerte.

Intento responder, pero me arde la garganta, me es imposible pasar saliva, a duras penas si respiro.

—¡Luna!

Entonces logro abrir los ojos. Mi vista está neblinosa, atarantada, alcanzo a enfocar el par de ojos azules de Hope, su semblante preocupado, pintando arruguitas en su frente y sus cejas torcias.

Joder, la escuela. No la he llevado.

—¡Mamá! Hay un hombre en la puerta.

Parpadeo varias veces. 

Estoy tan mareada, que necesito concentrarme en tragar el líquido amargo que intenta volver por mi garganta. Presiono mi cabeza con ambas manos, el taladro toma sentido convirtiéndose en golpes en la puerta.

—¿U-Un hombre? —pregunto en un hilo de voz.

—¡Sí! —chilla Hope—. Cada vez toca más fuerte y tengo miedo.

Me pongo de pie con un tremendo quejido, y es que me duele todo, incluso respirar. 

Como puedo, entro dentro de mi sudadera oscura y enorme, ya que aún no he visto los rezagos de anoche y es mejor no mostrarme sin saber que desfigures tengo.

Conforme me acerco a la puerta, reconozco la voz de Adam, quien llama por mi nombre desesperado, y entonces la angustia comienza asfixiarme. No puedo abrir, no en este estado.

Corro al baño y me observo en el espejo, tengo el labio inferior partido, pero si lo meto un poco no se nota mucho. Un morado en el lado derecho de mi frente se está pintando, pero con el cabello y la capucha será sencillo ocultarlo.

Me percato de que Hope lleva rato observando, incluso mis movimientos de simulación que hago frente al espejo para ocultar los golpes. Respiro profundo y con pesar.

 Me he distraído terriblemente con Adam, he dejado de lado el plan que llevo años construyendo, y es momento de volver a concentrarme en eso, por mí, por ella. Porque a él, de todas maneras voy a perderlo en cuanto lo sepa todo, cualquier hombre cuerdo huiría. Es mejor detener aquí las cosas y continuar con mi vida como hasta ahora llevo haciéndolo.

Nunca he necesitado de nadie, y mucho menos ahora, que soy mayor de edad y estoy tan cerca de joder a Guzmán.

Comienzo a quitar los seguros de la puerta y él cesa al llamado. Dejo la cadena puesta y abro la ranura hasta donde esta me lo permite, apenas para lograr asomar el rostro.

—¡Qué coño haces aquí! ¡Lárgate! ¡Juraste que no vendrías aquí nunca!

—Sé que Guzmán llega después de las seis —dice seguro.

—No es una regla inquebrantable —ataco—. ¡Vete!

—No. Te dije que te tenía un regalo y no has aparecido, ¿por qué?

—Sabes Adam, tengo cosas más importantes que hacer qué visitarte.

—¿Ah sí? ¿Cómo qué, Luna? ¿Hablar con las paredes?

—Gilipollas.

Empujo la puerta lista para darle cierre a esta conversación, pero esta se atasca. Me percato de que su pie está impidiendo el paso y no puedo evitar hervir de furia.

—¡Qué haces, imbécil! ¡Quítate!

—¡No, hasta que me dejes verte!

—Voy a llamar a la policía, Adam. ¡No me obligues!

Suelta una carcajada tan irónica y molesta, que me eriza los vellos de la espalda.

—¿Lo dices en serio? —dice entre risas siniestras—. Déjame darte un buen motivo entonces. Apártate de la puerta.

—¿Qué? —pregunto en un hilo.

—¡Que te quites!

Y retumba la madera ante el choque de su cuerpo contra ella.

—¡Adam! ¡No! —grito horrorizada.

Él continúa tomando vuelo y golpeando con su hombro la puerta, hasta que la cadena no puede más y sale reventada por los aires.

Abrazo a Hope y nos cubrimos el rostro ante el estruendo. Adam entra a trompicones, y en cuanto su mirada encuentra la mía, llega de dos zancadas y me acuna el rostro, bailando sus pupilas en cada centímetro de mi piel, inspeccionando. Me olvido por completo de ocultar el labio, el morado de la frente. No hago más que perderme en las lagunas de sus ojos almendrados, que inmediatamente me tranquilizan.

—Luna... —dice con voz fracturada.

Frunce los labios y noto su mandíbula tensarse. Un ligero temblor en su ceja me indica que está conteniendo una furia que expira de todo su cuerpo. Sin decir nada, se abalanza y me abraza con tanta fuerza, que parece querer enterrarme en su propia piel. Siento el temblor de sus brazos por la tensión del abrazo. Yo me quedo estática, sin saber cómo reaccionar, ni qué hacer.

Deshace el abrazo y concentra a mis espaldas, entonces se dirige hacia Hope y se posiciona sobre sus rodillas, quedando su rostro casi a la altura de ella. La toma por los hombros y la inspecciona del mismo modo que hizo conmigo, y mi pequeña listilla le responde al percatarse de lo que hace.

—A mí no me golpea nunca.

Como un látigo, gira su cabeza hacia mí. Se pone de pie, enrolla su brazo con el mío para ponerme de pie y guiar mis pasos.

—Nos vamos de aquí.

—¡No! —grito envuelta en pánico y alejándome de él de un tirón.

Me posiciono detrás de Hope, colocando ambas manos sobre sus hombros. Él lleva sus ojos de la pequeña a los míos, varias veces.

—Ella viene también —asegura.

—¡Que no!

—¿Por qué no? —pregunta Hope con inocencia.

—¡Porque no!

Adam se coloca frente a mí con decisión, aprieta mis hombros con ambas manos, y me observa con ojos suplicantes.

—Sé que no te gusta pedir ayuda, y no lo estás haciendo. Soy yo quien te lo pide, te lo ruego Luna, me arrodillo si es necesario, ¡déjame ayudarlas!

Mi respiración se agita, el agua amenaza con desbordar en mis ojos. No sé qué hacer, no tengo idea. Me siento perdida, a oscuras, tengo un miedo que me asfixia, y me nubla el juicio.

—Iré esta noche y te lo contaré todo.

—Luna... —replica negando con la cabeza.

—Lo prometo —digo tajante.

Él me escudriña la mirada, detectando cualquier signo de falsedad, pero finalmente, accede a regañadientes en un asentimiento lleno de pesadez. Se gira hacia la puerta y antes de partir, busca algo en sus bolsillos. Saca un ticket viejo y arrugado, y un bolígrafo con el que empieza a escribir al reverso del papel. Se lo entrega a Hope, sostiene su rostro con ambas manos, y acaricia sus mejillas regordetas con los pulgares.

—Si las cosas se ponen feas, me llamas o buscas mi casa. Sé que eres una pequeña muy lista y sabrás dar con la dirección, ¿puedo confiar en ti?

La pequeña asiente con decisión y veo que el semblante de él se suaviza. Me dirige una última mirada repleta de emociones, y se dirige a la puerta.

—Mandaré un cerrajero para que arregle eso antes de las seis —anuncia sin mirarnos.

Lo vemos alejarse, negando con la cabeza y los hombros caídos.

—Yo si quiero vivir con el, Luna —dice Hope con melancolía.

—Eso no se va a ponder, bebé. Y por favor, no lo vuelvas a mencionar jamás.

Resopla derrotada y se adentra en la casa. Y yo, sin poderme mover de donde estoy parada, me doy cuenta de que he permitido que Adam se meta demasiado en mi vida, y es momento de pararlo. Y que además, solo tengo unas cuantas horas para planear qué decirle y alejarlo por completo de mi vida para poder continuar con el plan que tenía. 

En esta vida de caos, no hay espacio para nadie más.

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