Capítulo 13


ADAM


—¿De dónde dices que la conoces? —pregunta mi hermana mayor.

—Joder, Sienna. Y dale con el interrogatorio.

—Bueno niño, es natural que pregunte si jamás nos has presentado a una novia.

—Que no es mi novia —digo cansado de repetirlo.

—Vale, tu amiga.

—Y deja de llamarme niño, solo eres tres años más grande, madura.

—El día que madures tú, quizá deje de hacerlo —responde filosa.

—¡Eso trato de hacer, pero no dejas de joder!

—¡Si no hubieras mandado al carajo tantas oportunidades...!

—Niños... —interrumpe mi madre desde la cocina.

—Abuela, ¿por qué los llamas niños? —pregunta mi pequeña sobrina.

—Para mí siempre serán unos niños, querida. Especialmente sí se comportan como ahora.

Mi padre llega de la bodega, con las manos ocupadas por una vajilla lujosa de cerámica blanca y opaca, con delicados decorados dorados, y al pasar, besa la coronilla de Sienna.

—Preciosa, eres casada y tienes una pequeña, ¿no crees que es momento de dejar atrás estas peleas?

Sienna frunce el ceño, yo le enseño el dedo medio y prosigo a contener una carcajada. Mi padre me fulmina con la mirada.

—No tienen remedio —dice derrotado.

Deja la vajilla en la barra y se acerca por detrás de mi madre para abrazarla y besarle el hombro, ella sonríe y le muerde la oreja como una puñetera adolescente hormonal.

—¡Joder, no por favor! No hagan esto frente a Luna, se los ruego. Que puta vergüenza.

—Me parece que ya vienen —dice mi cuñada desde la sala con la vista hacia la calle.

—¿¡Viene Luna!? —chillo emocionado.

Hostia, que si Charlie lo consiguió, tendré que hacerle un puto altar y adorarle cada noche.

—Pues hay alguien en el asiento del copiloto —responde dudosa.

Me dirijo a grandes zancadas hacia la puerta de entrada y si, en efecto, Luna viene sentada a lado de mi hermana, y por primera vez desde que la conozco, la veo con algo más que una capucha oscura.

Se baja del coche desviando su mirada de la mía notoriamente nerviosa, y espero que ella no lo note en mí, porque el verla con unos jeans que son de su talla, y una blusa normal, me alborota cada poro y eriza cada vello. Que en realidad, sigue siendo ropa básica, para nada ajustada, pero después de verla bajo las capas de circo que se pone siempre, esto me parece un desfile de Victoria Secret, y me es imposible disfrazar mi expresión iluminada y extasiada.

—Cierra la boca, caradura —ataca Charlie al pasar por mi lado.

Le doy un empujón amistoso y entonces me dirijo a ella.

—Luna —digo en hilo de voz con el poco aliento que logro recuperar.

Ella me saluda con un simple movimiento de cabeza, frunciendo los labios y desviando la mirada. Dudoso y con movimientos torpes, me acerco para saludarla como es debido y como nunca lo hacemos: chocando las mejillas. Una tarea que me parece de lo más complicada, porque hostia, que me tiemblan hasta las pestañas, ¿pero qué putada es esta? 

—Ven, pasa.

La guío por la entrada de la casa, observando como primer rostro, el de mi hermana mayor, quien arquea una ceja burlona sin quitarme la vista de encima.

—Luna, ella es mi hermana mayor, Sienna, y la más rompebolas de todas.

Sienna extiende su mano estrechando la de ella.

—Corrección, soy quien le dice sus verdades.

—Esta es Arletta, su esposa, y Lucy su hija, mi sobrina.

Arletta saluda con la calidez de la que Sienna escasea, y Lucy ondea su mano sin levantarse del suelo, donde se encuentra dibujando.

—A Charlie ya la conociste, y estos son mis padres. 

Ambos se acercan con sus brazos entrelazados y las sonrisas más ridículamente eufóricas que les he visto, y miren que para ridículos, ellos.

—Jean LeBlanc, mucho gusto jovencita.

—Helena, cariño, puedes llamarme Hellie. ¡Pero si eres una belleza!

Luna se ruboriza al instante y bailotea la mirada por la habitación, nerviosa, mientras agradece. Yo fulmino a mi madre por acosarla y Charlie ahoga una risa junto a Sienna.

—¿Dónde está Lluvia? —pregunto molesto.

—Ya la he llamado, querido. No debe tardar en bajar —justifica mi madre—. Pasemos al comedor, ¿les parece?

Mis padres han preparado una mesa digna de revista, repleta de diferentes platillos que lucen exquisitos, jugosos y de colores despampanantes. Yo estoy acostumbrado a este tipo de cenas, pero Luna, parece maravillarse con cada minucioso detalle puesto en el festín.

—¿Te gusta la comida mexicana? —pregunta mi padre.

—Nunca la he probado, pero todo luce exquisito.

—Lo hemos hecho especialmente para ti, dulzura.

Pelo los ojos a mi madre, en una segunda advertencia para que cese con el acoso, pero Luna se acerca a mí y me murmura con discreción.

—No sabía que eras mexicano.

—No lo soy —respondo en otro murmullo—, pero vivimos en México por muchos años.

—¡Que no, te digo que no! —reniega Lluvia desde la segunda planta—. Escúchame bien Richie, si esos finiquitos no están listos para el lunes, ¡verás el tuyo en menos de lo que trueno mis dedos!

Luna me dirige una mirada temerosa como respuesta del tono mandón de mi hermana menor, y yo la tranquilizo con una sonrisa. Charlie rota los ojos hastiada, y mi padre frunce los labios con la reprimenda dibujada en ellos.

Lluvia llega al comedor, cortando la llamada con un toque excesivamente exagerado en el móvil, como si aquello acentuara su rudeza en la llamada.

—Gracias por el espectáculo, querida —riñe mi madre.

—En un mundo dominado por hombres, madre, una tiene que amarrarse los pantalones el doble de fuerte.

Extiende su mano con rudeza y decisión hacia Luna, como si estuviera cerrando el trato más importante de su vida.

—Lluvia, mucho gusto.

—El gusto es mío —responde ella con temor.

Y aunque su entrada fue reacia y hostil, la cena se desarrolla en un ambiente alegre y cálido. A pesar de que al inicio Luna se muestra temerosa, el que mis hermanas me tomaran como el objetivo principal de sus burlas, suavizó su semblante, e incluso la vi cubrir su sonrisa con una mano, conteniendo las carcajadas.

Detestaba que descubrieran ante ella al Adam travieso y problemático que tanto traté de ocultar, y ahora exhiben cada acto bochornoso de mi vida, turnándose por ver quién logra contar la peor anécdota de todas. Pero verla así, una Luna tan ligera, que disfruta, con la mirada luminosa, era capaz de hacer el ridículo ahora mismo con tal de alargar un poco más la tarde, y su sonrisa.

—¿Y cuándo se puso los calzones de Lluvia en la cabeza para correr por toda la calle del barrio? —Agrega Charlie entre risas y todos se le unen.

—Vale, suficiente humillación por hoy —interrumpo—. Mejor cuéntanos cómo convenciste al padre de Luna para que la dejara venir.

—¡Uf! Que me debes una grande, bruto. Vas a pagar la maldita cena más lujosa de tu vida, ¡si encima me ha llamado vieja!

Reviento una carcajada.

—Pondré caviar si quieres, hermanita.

Luna observa el rumbo de la conversación, sin entender el contexto de ella.

—Va a pagar el banquete de mi boda —explica Charlie—. Por cierto, quiero verte ahí, nena. No es opción que faltes.

Ella sonríe con los labios fruncidos y la mirada oscura, ocultándose nuevamente en su coraza.

—Haré lo posible —dice insegura.

Lluvia entrecierra los ojos con aires analíticos, toma su copa y da un trago.

—¿Cómo dijiste que se llama tu padre? —pregunta juiciosa.

—No lo dije —responde desafiante.

Mi hermana menor arquea las cejas, esperando una respuesta.

—Mis padres murieron cuando era una niña, con quien vivo es Guzmán.

Lluvia asiente, asimilando las palabras y rostro oscurecido en sospecha.

—¿Tu padrastro?

Luna responde con un solo asentimiento de cabeza, atemorizada.

—Cariño... —interrumpe mi padre.

—¿Qué? Solo es una pregunta, papi.

Mi padre le dirige una de esas miradas que siempre se lanzan, sin palabras ni muecas, como si pudieran comunicarse a través de las pupilas. Ella le responde encogiéndose de hombros y tomando su mano con un apretón cariñoso.

—De hecho creo que ya es momento de irme —dice Luna con la mirada baja.

—¡Hostia! Es verdad, mira la hora —exclama Charlie.

—Las acompaño —añado.

—No, ¡qué va! Tú te quedas —dice mi hermana tajante.

—¿Qué? ¿Por qué? Puedo esperar en el auto.

—Yo estoy a cargo de la nena y yo hice el trato con el ogro.

—Es mayor de edad, bruta.

—Sí, pero el ogro es retrasado y cavernícola. Te quedas y punto.

Suelto un bufido, pero no replico para no complicarle más las cosas a Luna.

Toda la familia acompaña a nuestra invitada al coche y se despiden, algunas con abrazos eufóricos, como Arletta y Lucy, otras más reacias, como Sienna y Lluvia. Mis padres se acercan a ella, él rodeando los hombros de mi madre con un brazo, y ella llevando una caja rosada con un moño color crema en la tapa. Se lo entrega a Luna y toma una de sus manos entre las suyas.

—Ha sido un gusto, preciosa. Te hemos traído un pequeño detalle.

—El gusto ha sido mío, señora. No debió molestarse —responde apenada.

—Hellie, cariño, llámame Hellie. Y en realidad, es una tontería.

Luna abre la tapa y se encuentra con un par de rodilleras, coderas y un casco para patinaje color morados. Todos acomodados en perfecto equilibrio entre el papel picado blanco. Voltea a ver a mis padres confundida, y Lluvia no puede contener la carcajada que llevaba tiempo aguantando.

—Mi hermano es un bocotas, como podrás darte cuenta —explica Charlie.

—No queremos que te lastimes de nuevo, querida —añade mi madre—. Espero volver a verte pronto.

Luna la observa sin decir palabra, pero yo puedo ver en sus ojos, acuosos y temblorosos, que le agradece, más que el objeto, el gesto. La veo apretar la mandíbula, conteniéndose. Asiente con rigidez y desvía la mirada al frente.

Yo me acerco a su ventana, y me encorvo para quedar lo más cerca de su oreja posible.

—¿En qué fase te sientes hoy, Luna?

Ella sonríe con timidez y noto un ligero rubor pintarse en sus mejillas.

—En cuarto creciente —dice en un murmuro inhibido.

Me es imposible ocultar mi sonrisa genuina y extasiada, que parece contagiarla, pero contiene la suya con esfuerzo, como si siguiera creyendo que permitirse sonreír fuera algo terrible.

—Yo también te tengo un regalo —digo con picardía—, pero mejor te lo doy en la noche, lejos de esta bola de cotillas.

No me mira, no parpadea, no hace nada más que fruncir aún más los labios.

—Se nos hace tarde —le dice a Charlie sin mirarla.

Mi hermana no dice nada y se limita asentir. Pone el coche en marcha y las observo hasta perderlas en la distancia, con el mentón tenso y un poco abatido por su reacción hostil.

—Pobre criatura —dice mi madre con pesar entre los brazos de mi padre—. Se ve que libra batallas todos los días de su vida.

No puedo evitar que su comentario me haga un nudo en la garganta y amargue mi saliva. Porque lo sé, joder, que lo sé. Y si tan solo me dejara pelear junto a ella...

—Con que solo una amiga... —se burla Sienna soltando un bufido—. Claro, y a mí me visitó ayer un hada del país del arcoíris.

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