Capítulo 12
LUNA
Me gustaba pensar que, de alguna manera, uno se daba cuenta de que un día sería especial. Que me levantaría y escucharía más pájaros cantando que otros días, que el sol brillaría más, o que las flores tendrían colores más vívidos. Pero eso es lo malo de vivir sumida en libros y sin salir de estas paredes, que ignoras la realidad de la vida, y que nunca sabes cuando algo increíble está por suceder. Mi siquiera cuando al abrir la puerta después de escuchar el timbre, te encuentras con una completa desconocida, de piel bronceada, cabello oscuro como el chocolate sujeto en un moño, de ojos grandes y soñadores, enmarcados por dos cejas pobladas, y una sonrisa ancha, torcida, pero hermosa.
—¡Luna!
La desconocida me abraza como si me conociera de años y yo me quedo rígida entre sus brazos, con una expresión entre susto y desconcierto.
—Pero linda, ¿por qué no estás lista?
De manera automática, dirijo mi atención hacia mi vestimenta: un sencillo pantalón de algodón descolorido y elástico, junto con una camiseta de una banda de rock desconocida, que me queda demasiado grande. Frunzo el ceño mientras desvío mi mirada hacia la desconocida, preguntándome por qué demonios le importa la ropa que llevo en mi propia casa.
Guzmán se adelanta a que responda algo, colocándose por mi costado con mirada penetrante hacia la mujer que se encuentra parada, que nos observa con tremenda seguridad y alegría, que me hace plantearme, si quizá estamos frente a una jodida psicópata que acaba de fugarse del manicomio.
—¿Qué se le ofrece? —pregunta él con hostilidad.
—¿Qué se me ofrece? ¡Pues llevarme a Luna! ¿Qué más? —dice con convicción.
Él me dirige una mirada filosa, a lo que yo me encojo de hombros. Esta jodida loca va a meterme en un lío de los grandes.
—Tía, yo...
—Pero Luna... —interrumpe—. ¿No le has dicho de nuestra cena?
Yo comienzo a negar con la cabeza con notorio espanto, pero ella, con la misma calma y control con la que apareció, aprovecha la distracción de él que me reta con la mirada y abre sus ojos soñadores con dramatismo, como si debiera entender algún mensaje con ello. Me enseña los dientes y abre aún más los ojos con exageración.
Guzmán dirige su mirada a ella, quien de manera inmediata e imperceptible para él, vuelve a su pose segura y alegre.
—¿Qué cena y quién coño eres?
—¡Ay, perdone! ¡Pero que mal educada!
La chica toma la mano de Guzmán con determinación y la sacude energética en un saludo.
—Soy Charlotte, pero puede llamarme Charlie.
Guzmán retira su palma con desconfianza, llevando sus ojos de mí hacia ella.
—¿De dónde conoces a Luna, Charlie?
—Estuvimos juntas en la secundaria, y nos encontramos el otro día aquí afuera, mientras recibía a Hope del autobús escolar —dice segura.
—Luces mayor para haber estado con ella en la secundaria.
Ella pela los ojos aparentemente ofendida, pero decide ignorar el comentario para continuar con su magnífica interpretación de mi amiga íntima.
—Quedamos de ir a cenar con mis padres hoy, pero al parecer lo has olvidado, eh, amiga —dice recriminando.
—¿Quedaste de ir a cenar? —pregunta él con un tono molesto y escéptico, como si no creyera que pasé por alto sus reglas.
Tragué saliva preocupada y apreté mis manos en puños. Estaba muerta de miedo, porque en cuanto la desconocida dijo su nombre, supe de quién se trataba. Pero también supe de todas las mentiras que salían de su boca.
—La verdad es que lo olvidé, Charlie. Lo siento —digo temerosa.
—Vale, está bien. Lo bueno es que me he venido con tiempo, así que cámbiate y nos vamos.
Charlie hace el ademán de dirigirse hacia el auto estacionado enfrente, que supuse era de ella, cuando Guzmán interrumpe.
—Luna no puede ir —dice tajante.
—Oh... —responde con fingida desilusión—. ¿Van a otro lado?
—No.
Carraspea la garganta incómodo y pensado alguna excusa que suene creíble.
—Ella estaba por comenzar a arreglar un asunto en la casa.
—¿Qué asunto?
Joder Charlie, te estás metiendo en camisa de once varas.
—Iba a recopilar la ropa que ya no utilizamos para donarla a la caridad. Lleva posponiéndolo meses y le he dicho que ni un día más.
Lo dice con tal convicción, que hasta yo me creo que estaba a punto de hacer esa tarea. Charlie ensancha todavía más su deslumbrante y torcida sonrisa de dientes perfectos, rasgando un poco sus ojos y marcando sus mejillas luminosas. Lleva una mano al hombro de Guzmán y le da un amistoso apretón como si fueran amigos de toda la vida.
—Pues qué mejor que irnos ya, así la traigo temprano y me da tiempo de ayudarla, ¿verdad Luna?
La observo con histeria en la mirada, porque aunque ella esté segura de estar ganando esta batalla, no es el final de la guerra, y esa será una que tendré que vivir yo sola cuando esta puerta se cierre, lo que me tenía aterrada.
—Anda a cambiarte mientras yo me pongo al día con tu padre, ¿vale?
Ella vuelve a darme una orden inexplicable con los ojos y yo obedezco entrando a mi casa, escuchando su conversación trivial. Esa mujer tenía la situación bajo control y yo no podía sentirme con más envidia que la de querer ser como ella: tan segura y tajante, sin permitirme torcer, ni el juicio, ni la sonrisa.
Tomo los primeros jeans que veo y una de las pocas blusas de mi talla que tenía, me calzo unos tenis y recojo mi melena ondulada en una coleta alta. Hice todo a prisa, temiendo que Charlie perdiera la batalla contra Guzmán, y yo, la oportunidad de salir de mi casa para hacer lo que sea que Adam hubiera planeado, pero que el simple hecho de variar por primera vez en mi vida una de mis tardes, me extasiaba hasta la médula, aunque me costara una paliza más tarde.
Salgo por la puerta, Charlie se despide de él garantizando la hora de mi regreso y la disposición de ayudarme con la supuesta tarea de la ropa. Yo ni siquiera le dirigí la mirada, iba como un perro con la cola entre las patas, temerosa y en espera de una patada que no llegó, todavía.
Me siento en el copiloto, mientras ella tomaba el volante y enciende el coche acelerada, como si, al igual que yo, presintiera que este triunfo fue suerte de solo una vez y al tardarnos, estuviéramos tentando al destino para arrebatárnoslo. El coche avanza y yo dirijo la mirada hacia atrás, hacia Guzmán y hacia mi casa, la cual termina por perderse en la distancia.
Pasmada, con la mirada fija al cristal, sin ver nada en específico, pero sin poder creerme que había logrado salir de mi casa, aun con el sol y con el consentimiento de Guzmán, Charlie rompe el silencio reventando una melodiosa carcajada.
—¡Mira que Adam no mentía, qué hombre más difícil! —dice entre risas.
Yo la observo desconcertada, porque a pesar de su escenita y de haberse arriesgado por mí, no la conocía de nada, y aun así, ya la quería.
Comencé a reír, entre nervios y desconcierto.
—Pero nadie puede conmigo, eh. Ya te lo digo... Por cierto, mucho gusto, Luna.
—Me ha quedado claro, y el gusto es mío —digo entre risas temblorosas.
Charlie me observa con el ceño fruncido y aprieta mi rodilla con una mano.
—Pero niña, tranquilízate, ¡que lo hemos logrado!
—S-Si... Muchas gracias, Charlie. De verdad.
—No me agradezcas, nena. Que ya se encargará el caradura de mi hermano de pagarme esto.
Sonrío nerviosa, pero justo cuando voy a comenzar a hacer preguntas, diviso la casa de los techos triangulares.
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