Prólogo

Daisy tenía miedo.

Había pasado toda su vida en la oscuridad, aprendiendo a moverse a través de ella con una destreza que pocos comprendían, pero nunca antes había sentido una angustia tan profunda como la que ahora la consumía. La caja que reposaba a su lado sobre la arena no era solo un objeto; era la promesa de un adiós que aún no estaba lista para enfrentar.

Levantó el rostro y esperó hasta que el latido de su corazón se calmara.

Mientras tanto, estaba sentada, con las piernas cruzadas y las manos descansando suavemente sobre sus rodillas. Sentía cada grano de arena bajo sus dedos, cálidos y ásperos, un contraste con la brisa fría que soplaba desde el mar y acariciaba su piel. El aire olía a sal y a la frescura del océano, y traía consigo un eco lejano de olas rompiendo contra la orilla. Un murmullo constante que llenaba el silencio que la rodeaba.

No podía ver el horizonte, donde el cielo y el mar se encontraban en una línea infinita, pero lo imaginaba recordando las descripciones que había escuchado tantas veces. El sol calentaba suavemente su rostro, mientras las sombras se alargaban a su alrededor, invisibles pero presentes en la textura cambiante del aire. Podía sentir cómo la luz del día se desvanecía mientras el mundo se volvía más tranquilo, más introspectivo, como si todo a su alrededor se preparara para la llegada de la noche.

La caja a su lado, aunque pequeña, parecía pesar toneladas. Sabía que estaba ahí, lo sentía tan claramente como sentía la arena bajo sus manos, pero no se atrevía a tocarla, como si el simple acto de hacerlo pudiera romper algo dentro de ella.

El silencio era una compañía incómoda, roto solo por el suave susurro del mar y el ocasional grito lejano de una gaviota. Pero incluso esos sonidos familiares no lograban consolarla. Todo lo que sentía era la creciente presión en su pecho, una mezcla de miedo y dolor que no podía expresar en palabras. Era un miedo que no provenía de la oscuridad a la que estaba acostumbrada, sino de algo mucho más profundo, algo que ni siquiera las olas que se rompían con suavidad contra la orilla podían acallar.

—Te reirías de mí si estuvieras aquí —susurró al viento.

Soltó una respiración profunda, tratando de calmar el temblor en su pecho. Lentamente, alcanzó la caja que descansaba a su lado. Sus dedos, nerviosos, acariciaron la superficie hasta encontrar algo familiar: su nombre grabado en braille. Fue ese pequeño detalle lo que le confirmó que la caja le pertenecía.

Con manos temblorosas y el corazón aún más titubeante, Daisy decidió abrir la caja con rapidez, como si arrancara una curita, buscando evitar el dolor que sabía que vendría. Al levantar la tapa, sus dedos se encontraron con varias texturas diferentes e identificaron los objetos que yacían en su interior. Algunos eran familiares, otros desconocidos, pero uno en particular llamó su atención de inmediato: una pequeña grabadora.

El aire se detuvo en sus pulmones al instante. Sabía sin necesidad de verla que era la grabadora de Vesper, la misma que su amiga había llevado consigo desde que eran niñas. Recordaba  la historia: el padre de Vesper se la había regalado, y desde entonces, había sido un objeto inseparable para ella. Con cada año que pasaba, la grabadora se convertía en algo más que un simple dispositivo; era un lazo entre ellas, un puente que Vesper utilizaba para dejarle mensajes a Daisy  que  podía escuchar una y otra vez, como un eco de la presencia de su amiga cuando no estaban juntas.

Mientras sostenía la grabadora en su mano, casi podía escuchar la risa de Vesper en la distancia, recordando los momentos en los que se sentaban juntas, compartiendo secretos y sueños a través de ese pequeño objeto. Pero ahora, la grabadora estaba fría y silenciosa, y Daisy no estaba segura de si quería presionar el botón de reproducción y escuchar lo que su amiga podría haberle dejado esta vez.

El peso de la grabadora en su mano parecía duplicarse, cada segundo que pasaba la hacía más consciente de la ausencia que llenaba su vida desde que Vesper se había ido. Finalmente, soltó un suspiro tembloroso, sabiendo que lo que fuera que contuviera esa grabadora cambiaría todo, para bien o para mal.

Daisy presionó el botón de reproducción, y tras un pequeño crujido en la grabadora, la voz de Vesper llenó el aire. Sonaba alegre, animada, como siempre, con esa energía inconfundible que la hacía parecer invencible.

—¡Feliz cumpleaños, Daisy! ¡Veinticuatro años ya! ¿Puedes creerlo? Yo no puedo, pero aquí estamos. Espero que estés sonriendo mientras escuchas esto, porque, bueno... tengo una sorpresa enorme para ti.

»¿Recuerdas todas esas veces en el colegio, cuando nos escapábamos a la azotea para hablar sobre el viaje que algún día haríamos juntas? Ya sabes, el viaje para ver las estrellas, pero no cualquier estrella, ¡las mejores estrellas de toda Inglaterra y Escocia! Nos pasábamos horas planeándolo, imaginando cómo sería encontrar esos lugares oscuros donde el cielo está tan lleno de estrellas que parece que podrías tocarlo.

La risa suave de Vesper resonó en la grabadora, y Daisy sintió un nudo en la garganta.

—Bueno, Day, se acabaron las imaginaciones, porque lo he hecho. He planeado todo, cada parada, cada lugar donde hospedarnos. Acamparemos bajo las estrellas, y te prometo que te describiré cada constelación, cada luz parpadeante en el cielo. Será como si estuviéramos flotando en el espacio, como astronautas, ¿te imaginas?

»Vamos a empezar en Cornwall, por supuesto, y luego subiremos por todo el país, hasta llegar a Escocia. Lugares tan oscuros que ni siquiera las luces de la ciudad podrán arruinar nuestra vista del cielo. Va a ser una aventura épica, Daisy, y no hay nadie en el mundo con quien prefiera hacerlo más que contigo.

Vesper hizo una pausa más larga esta vez, y su tono se volvió  más suave, más íntimo.

—Este viaje... Siempre lo hemos soñado, y ahora es real. Estoy tan emocionada por compartirlo contigo, por mostrarte todas esas estrellas que siempre te describo. Sé que las vas a sentir, Daisy. Este va a ser nuestro mejor cumpleaños juntas, y no puedo esperar para empezar.

El audio terminó con un suave «Te quiero». Apenas un susurro, como si Vesper lo hubiera guardado para el final. Como un secreto compartido solo entre ellas.

Daisy se quedó quieta, con la grabadora aún en la mano y el corazón apretado. Las lágrimas cayeron, silenciosas, mientras la ausencia de Vesper se hacía más real que nunca. Había sido su viaje soñado, y ahora... ahora Daisy tendría que encontrar la forma de hacerlo realidad, sola.


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