Capítulo 8

Algo había cambiado en Altair de nuevo.

El hombre que se había aferrado a ella tras una pesadilla, que había amanecido abrazándola y había dejado que tocara sus cicatrices, mostrándole un lado vulnerable y honesto, se había convertido en un desconocido otra vez.

Daisy sabía que nunca había sido cercana a él, que no habían tenido mucho en común y él jamás había mostrado verdadero interés en ella. Pero aquella mañana, Daisy había sentido que se entendían, que había una conexión natural entre ellos, y que tal vez algo parecido a una amistad estaba comenzando a nacer, que él estaba empezando a dejarla entrar. Y entonces, había mencionado a Vesper en el acantilado, y desde ese momento, Altair se había vuelto a cerrar en sí mismo, dejándola fuera.

Daisy podía sentir su presencia a su lado mientras él conducía, pero apenas había pronunciado una palabra desde que concluyeron su paseo y emprendieron rumbo a Gales. Se mordió los labios y agitó entre sus dedos el cable de sus auriculares que reproducía el audiolibro al que había dejado de prestar atención. Aunque quería ignorar el silencio, no podía. Su mente regresaba una y otra vez a los recuerdos de esa mañana, cuando ella y Altair habían compartido ese momento tan honesto e íntimo.

Era la primera vez que Daisy compartía algo así con un hombre, y la había sorprendido lo natural y cómodo que se había sentido, lejos de incomodarla. Él incluso había dejado que tocara sus cicatrices, su rostro, algo que Daisy no recordaba haber hecho antes. Mentiría si dijera que no extrañaba esa complicidad; aunque breve, se había metido bajo su piel, y ahora no podía pensar en nada más que en volver allí.

Daisy sintió que sus mejillas se sonrojaban y se mordió los labios con más fuerza.

Quizás estaba convirtiendo algo insignificante en algo de mucha importancia. Tal vez, para Altair, ese momento no significaba nada. Y por eso le resultaba tan fácil dejarla fuera de sus pensamientos, de su mundo, de su dolor. De alguna manera, Daisy se sentía en desventaja y profundamente frustrada. Ella había compartido cosas personales sobre sí misma, sobre su relación con Vesper, y aun así, no había logrado saber nada de él. Eso hacía que su deseo de ayudarlo y comprenderlo se sintiera aún más pesado, casi como una carga que no sabía cómo manejar.

«Dale tiempo», le diría Vesper, pero era difícil. Daisy nunca había sido una chica paciente.

—Estamos cerca de Brecon Beacons —anunció Altair, después de más de tres horas de viaje—. Deberíamos llegar al hotel en unos diez minutos.

El Parque Nacional de Bannau Brycheiniog, también conocido como Brecon Beacons, era una Reserva Internacional de Cielo Oscuro, por lo que tenía sentido que Vesper lo hubiera elegido como la tercera parada del recorrido. Esta vez, se hospedarían en el Hotel Pen-y-Bryn House, un lugar pintoresco cerca del lago Llangorse, desde donde planeaban observar las estrellas.

Unos minutos después, Altair detuvo el auto en el estacionamiento del hotel. Daisy se bajó y Altair la guio hacia el interior del edificio. El hotel tenía un aire acogedor, con un ambiente tranquilo y un ligero olor a madera que llenaba el vestíbulo. Hicieron el registro rápidamente y, para su alivio, consiguieron dos habitaciones contiguas. Después de dejar el equipaje en sus respectivas habitaciones, Altair se dirigió a la recepción para pedir indicaciones sobre cómo llegar al lago desde allí.

Cuando volvieron a salir del hotel, un viento frío rozó el rostro de Daisy, agitando su cabello y dándole una sensación renovada de frescura.

—¿Ya anocheció? —preguntó mientras se aferraba al brazo de Altair.

—Sí, ya está completamente oscuro. No hay luna esta noche, así que la oscuridad es aún más profunda de lo habitual —respondió Altair, su voz baja y serena en medio de la noche—. ¿Estás lista?

Daisy asintió, sintiendo una mezcla de anticipación y calma mientras caminaban en silencio hacia el lago Llangorse. La oscuridad de la noche los envolvía, pero Daisy no se sentía perdida. Al contrario, se sentía curiosamente conectada con el entorno, guiada por el sonido de sus pasos sobre el suelo y la firmeza del brazo de Altair al que se aferraba. La brisa nocturna era fresca y acariciaba con suavidad su rostro mientras los aromas de la naturaleza, la humedad del lago, la tierra y la vegetación, se intensificaban a su alrededor. Cada vez que daba un paso, Daisy sentía una mezcla de anticipación y calma.

Cuando finalmente se detuvieron, Daisy supo que habían llegado al lago. El aire estaba más húmedo, más fresco, y el sonido del agua moviéndose con parsimonia contra la orilla era inconfundible.

—Estamos aquí —susurró Altair, para no romper la tranquilidad de la noche—. El lago está justo frente a nosotros y el cielo es completamente oscuro. Eso hace que las estrellas brillen con más fuerza, reflejándose en la superficie del agua. Es como si el cielo y el lago se unieran en un solo manto oscuro lleno de pequeñas luces.

Daisy respiró profundo, dejando que las palabras de Altair pintaran una imagen en su mente. Podía imaginarse el lago extendiéndose ante ellos, un espejo negro que capturaba cada destello de luz de las estrellas.

—Es casi como si estuviéramos rodeados de estrellas, tanto arriba como abajo —continuó Altair—. No hay luces alrededor, solo la oscuridad del agua y las estrellas en el cielo. Los árboles que rodean el lago se ven como sombras contra la oscuridad, altos y silenciosos.

Daisy asintió, sintiendo la inmensidad de la noche a su alrededor, la serenidad del lago y la infinita cantidad de estrellas que Altair le describía. Estuvieron en silencio por un largo rato hasta que Daisy se agachó en el piso. Allí sacó la caja de regalo y la urna de porcelana con cuidado. La grabadora de Vesper descansaba con el resto de objetos en la caja. Ella la tomó e inició el mensaje mientras el silencio aguardaba hasta que la voz de Vesper, alegre y animada, llenó el espacio entre ellos.

—¡Daisy, hemos llegado a Brecon Beacons! Este lugar es simplemente mágico, ¿no crees? No puedo esperar a que estemos juntas aquí. Este parque es famoso por algo muy especial: su silencio. No es solo la oscuridad, es la quietud que te rodea, casi como si el mundo se detuviera por un momento.

Vesper hizo una pequeña pausa, como si estuviera tomando una bocanada del aire fresco de la noche.

—Te vas a reír, pero leí que aquí en Brecon Beacons, en los días claros, se puede escuchar el batir de las alas de las aves nocturnas como si estuvieran a tu lado. Imagínate eso, Daisy. Mientras caminamos hacia el lago Llangorse, quiero que te detengas conmigo a escuchar. Es un lugar donde los sonidos pequeños, que usualmente pasan desapercibidos, se vuelven protagonistas. Vamos a quedarnos en silencio y simplemente escuchar el mundo a nuestro alrededor, ¿de acuerdo?

La voz de Vesper se volvió un poco más suave, llena de cariño.

—Sé que este lugar nos va a dar uno de esos momentos únicos que recordarás siempre. La combinación del cielo estrellado y el silencio absoluto, Day, es como estar en otro mundo. No puedo esperar a ver tu expresión cuando lo experimentes conmigo. Nos vemos pronto, bajo un cielo que parece no tener fin.

»Postdata para mi misma: ¿Sí enviaste la carta a Altair antes de iniciar el viaje? ¡Si no lo has hecho, Vesper despistada, envíala ya!

El mensaje terminó con un clic, y dejó a Daisy con una expresión sorprendida y curiosa.

—¿Lo escuchaste? Vesper mencionó una carta para ti —dijo mientras intentaba buscar entre los papeles dentro de la caja de regalo—. ¿Podrías buscarla? Es posible que se me haya pasado. Hay algunos papeles que no puedo leer porque no están en braille.

Daisy sintió a Altair moverse y agacharse a su lado. Le entregó la caja y luego esperó en silencio, escuchando el suave susurro de los papeles mientras él los inspeccionaba. El tiempo parecía alargarse, y cuando Daisy comenzó a pensar que Altair no había encontrado nada, escuchó cómo él contenía el aliento, una señal que lo delató.

—¿La encontraste? —preguntó, su voz cargada de anticipación.

—Sí —respondió Altair finalmente, su tono serio y contenido.

A su lado, Daisy casi podía sentir la tensión que emanaba de su cuerpo. La carta, mencionada por Vesper, ahora estaba en las manos de Altair, y Daisy no pudo evitar preguntarse qué contenía. Sintió la tentación de preguntarle si la iba a leer, pero cuando notó que él no hacía ningún ademán de abrirla, decidió no presionarlo.

Cuando se prepararon para dispersar las cenizas de Vesper, Daisy le ofreció a Altair la oportunidad de hacerlo, pero él se negó. Ya lo había hecho antes, rehusarse, pero esta vez, algo en su actitud hizo que Daisy sintiera un presentimiento, una intuición inquietante que no podía ignorar, y no estaba segura de que fuera bueno.



Ese día Altair había estado sentado en el asiento del copiloto, con su cabeza apoyada contra el vidrio, mientras Vesper conducía. La brisa nocturna se colaba por la ventana entreabierta, enfriando su rostro acalorado. Podía sentir el leve mareo aún en su sistema, provocado por haber pasado bebiendo en la fiesta de sus compañeros de universidad. Vesper había insistido en recogerlo cuando él, incapaz de conducir, la había llamado en un momento de lucidez.

Ella hablaba, pero sus palabras le llegaban como un eco lejano. Estaba demasiado cansado, demasiado adormilado para prestarle verdadera atención, aunque sabía que Vesper estaba un poco enojada. Al llamarla, le había contado que se había besado con aquella chica con la que había salido por un tiempo. Sabía que a Vesper y a su familia nunca le había agradado por considerarla arrogante y manipuladora. Altair apenas escuchaba, perdido en la niebla de su mente embotada, pero Vesper seguía, su voz suave como un arroyo fluyendo entre las rocas.

—Deberías encontrar a alguien mejor, ya lo sabes, ¿no? —dijo ella, su tono ligero, pero con un matiz de seriedad—. Alguien que realmente te valore... Alguien como Daisy, por ejemplo.

Altair dejó escapar un gruñido, un sonido que pretendía ser una risa despectiva.

—No, Vesper. Daisy no... —balbuceó, sacudiendo la cabeza.

Pero su hermana no se detuvo. Con la sonrisa que él podía oír en su voz, continuó:

—¿No te acuerdas? Cuando éramos niños, te gustaba Daisy. Pero en lugar de hacer algo al respecto, te acobardaste y te alejaste. Siempre pensé que fue una tontería, ¿sabes? Daisy es increíble. Cualquier hombre sería afortunado de estar con ella. Sería un honor ser merecedor de su amor.

Altair sintió una punzada de incomodidad, algo que la embriaguez no pudo ahogar por completo.

—No, Vesper... No es así... —murmuró, intentando cerrar los ojos y apartar la conversación, pero las palabras de Vesper se aferraron a él, como si buscaran desenterrar verdades que había intentado enterrar mucho tiempo atrás.

—Tal vez no quieras admitirlo, pero yo siempre lo he sabido —susurró ella, como si estuviera compartiendo un secreto—. Y ¿sabes? A veces me pregunto si alguna vez vas a dejar de huir de lo que realmente sientes. Si estuviera en tu lugar, no hubiera dudado en ir por ella.

Altair percibió el cambió en la voz de Vesper, un dolor y un anhelo que no comprendió del todo y que lo llenó de curiosidad. Separó los labios para preguntarle.

Pero entonces, todo cambió en un instante.

Las luces delanteras de un coche aparecieron de repente en su carril, demasiado cerca, demasiado rápido. Vesper giró bruscamente el volante, y el mundo de Altair se volcó en un caos de movimiento y sonido. Los gritos ahogados, el chirrido ensordecedor de los neumáticos, y luego el estruendo devastador del impacto. Altair fue lanzado hacia adelante, su cuerpo golpeó con violencia contra el tablero. Sintió el crujido de sus huesos, el estallido del dolor que lo sacudió hasta la médula. El coche giró y se detuvo con un golpe seco.

El mundo se sumió en un silencio ensordecedor, roto solo por el irregular ritmo de su respiración. A través de la neblina de dolor, Altair intentó moverse, pero su cuerpo estaba atrapado, paralizado por el impacto. Apenas podía sentir su brazo izquierdo, un entumecimiento extraño se extendía desde su hombro hasta su pierna. Intentó girar la cabeza hacia Vesper, pero cada movimiento era una agonía.

Finalmente, logró verla. Estaba ahí, aún en el asiento del conductor, pero algo estaba terriblemente mal. Su cuerpo estaba inclinado hacia el volante y su cabello caía sobre su rostro, ocultando parcialmente su expresión. Una delgada línea de sangre descendía por su mejilla, y sus ojos... Sus ojos estaban cerrados, ajenos a todo lo que sucedía a su alrededor.

—Vesper... —quiso llamarla, pero su voz se perdió en la oscuridad que comenzaba a consumirlo.

La última cosa que había visto antes de que la inconsciencia lo reclamara fue el rostro de su hermana, inmóvil y pálido, una imagen que quedaría grabada en su mente para siempre. Fue entonces cuando lo entendió, en ese instante antes de que todo se volviera negro: Vesper no despertaría.

Altair se despertó de golpe, su respiración rápida y entrecortada. Estaba en su cama, cubierto de sudor frío, con el eco de esa última imagen de su hermana todavía grabada en su mente. El cuarto estaba sumido en la penumbra, apenas iluminado por la luz pálida que se filtraba a través de las cortinas. Pero el peso en su pecho, la culpa aplastante, era tan real como el accidente mismo. Cada latido de su corazón parecía acentuar la opresión, como si la noche quisiera recordarle su dolor una y otra vez.

Incapaz de soportar más, se levantó de la cama y corrió al baño. Cayó de rodillas frente al inodoro y vomitó con violencia, expulsando no solo el contenido de su estómago, sino también la angustia que lo estaba devorando por dentro. Se quedó allí un rato, respirando con dificultad, sintiéndose mareado y confundido, con el sabor amargo de la bilis en su boca y los músculos doloridos por la tensión. Los recuerdos giraban en su mente sin piedad, repitiendo fragmentos de la pesadilla, cada detalle de la imagen final, ese último vistazo al rostro de Vesper, congelado en el tiempo.

Necesitaba detenerse. Necesitaba que los pensamientos se apagaran, aunque solo fuera por un momento, antes de que lo destruyeran por completo.

Con un esfuerzo monumental, se tambaleó al ponerse de pie, sus piernas apenas lo sostenían. De alguna manera, logró regresar a la alcoba; sus pasos temblorosos lo llevaron hacia el pequeño escritorio de madera en una esquina de la habitación. Allí, su mirada se posó sobre el teléfono, pero rápidamente se desvió hacia el sobre azul que yacía a un lado, con su nombre escrito en la inconfundible letra de Vesper. El simple hecho de verlo le provocó un nudo en el estómago.

«¿Cuánto más daño vas a hacerte?», pensó, el eco de sus propios pensamientos resonando en la quietud de la habitación.

—El que sea necesario —murmuró, con voz quebrada y casi irreconocible.

Con manos temblorosas, levantó el teléfono y llamó al bar del hotel. Pidió una botella de whisky irlandés, como si esa simple acción fuera la única cosa que pudiera hacer en ese momento. A pesar de ser casi medianoche, la entrega fue rápida, como si el destino estuviera conspirando para que se hundiera aún más en su tormento.

Una vez solo de nuevo, Altair destapó la botella y bebió un largo trago, ignorando el ardor en su estómago que aún sentía vacío tras haber vomitado. El líquido descendió por su garganta como fuego líquido, quemando cada centímetro a su paso, pero no lo suficiente como para ahogar la culpa. Con la botella en una mano, tomó la carta con la otra y se dejó caer al suelo, justo debajo de una de las ventanas. La fría luz de la luna apenas entraba, lo suficiente para iluminar el sobre que ahora tenía en sus manos.

Al abrirlo, se dio cuenta de que sus manos temblaban sin parar. Su corazón latía con fuerza, cada pulsación resonaba en sus oídos como un tambor desesperado. El pánico amenazaba con consumirlo, pero antes de que pudiera ceder a él, bebió otro largo trago de whisky, y esta vez hasta que sintió que se ahogaba. Tosió, pero no se detuvo. Solo entonces, cuando el calor del alcohol comenzó a embotar sus sentidos, bajó la mirada a las hojas de papel. La letra de Vesper, tan familiar y reconfortante en otros tiempos, ahora parecía un ancla que lo arrastraba hacia el abismo.

El silencio de la habitación se volvió opresivo, cada palabra escrita se sentía como un puñal, y el peso de la carta en sus manos era casi insoportable. Altair cerró los ojos, tratando de encontrar el valor para leer lo que su hermana le había dejado, para enfrentar una vez más la realidad de su ausencia. Pero incluso en ese momento de debilidad, sabía que no podía escapar. Sabía que tenía que seguir adelante, aunque cada palabra escrita por Vesper lo destrozara un poco más.


Querido Altair,

Si estás leyendo esto, es porque decidí finalmente sentarme y escribirte algo que llevo tiempo queriendo decirte. No te asustes, no es nada profundo ni dramático... Bueno, tal vez un poquito. Pero ya me conoces, no sé hacer las cosas a medias.

Primero, déjame contarte algo: ¡Daisy y yo vamos a embarcarnos en la aventura más épica de nuestras vidas! Ya sabes cómo somos, siempre soñando con lo imposible, y esta vez lo haremos realidad. Vamos a recorrer Inglaterra y Escocia, en busca de los cielos más oscuros para ver las estrellas. Estoy tan emocionada que apenas puedo contenerme, y sé que Daisy se sentirá igual.

Recuerdo cuando éramos pequeños y mirábamos las estrellas desde la ventana de nuestra habitación. Tú me enseñabas los nombres de las constelaciones y yo fingía que lo entendía todo, pero la verdad es que solo me importaba estar contigo. Siempre has sido mi héroe, Altair, mi hermano mayor que todo lo sabe y todo lo puede. No sé si alguna vez te lo dije, pero te admiraba tanto que a veces me parecía imposible ser tan genial como tú.

Este viaje lo planeé para Daisy y para mí, pero también pensé mucho en ti mientras lo hacía. Siempre me decías que había algo mágico en las estrellas, y supongo que una parte de mí quería que sintieras lo mismo en cada lugar al que vamos a ir. Pensé en invitarte, pero luego me dije: "Nah, Altair está ocupado siendo un adulto responsable." Y, además, sabía que probablemente te reirías de mí y de mi idea de andar por ahí buscando cielos oscuros. Pero en el fondo, me hubiese encantado que vinieras con nosotras.

Sé que a veces he sido un poco... intensa (lo sé, lo sé), y puede que no siempre hayamos estado de acuerdo en todo. Pero quiero que sepas que, aunque no estés físicamente con nosotras en este viaje, de alguna manera siento que estás aquí, mirando las estrellas con nosotras. Y eso me hace sentir menos sola.

Quería contarte todo lo que viviremos, cada estrella que veremos, cada risa que compartiremos. Al final del viaje, tenía pensado escribirte otra carta detallada, contándote todo lo que me hubiera gustado que vieras con nosotras. Pero quién sabe, quizás después de leer esta carta decidas hacer un hueco en tu apretada agenda de adulto responsable y nos sorprendas en alguna parada. No me molestaría en absoluto, ¿sabes? Sería genial que lo hicieras. Quisiera compartir tanto contigo. Aún nos queda mucho por vivir.

Pero si no puedes, está bien. Lo que importa es que sepas que, sin importar dónde estés, siempre serás mi hermano mayor favorito (y único, así que no tienes mucha competencia). Y también quiero que sepas que no hay nada que no pueda perdonarte, porque te quiero tal como eres, con todo y tus silencios, tus distancias y tus errores. Todos cometemos errores, Altair. Lo importante es que seguimos adelante.

Espero que cuando termines de leer esto, te tomes un momento para mirar las estrellas por mí, aunque solo sea una vez. Porque sé que, en algún lugar del cielo, habrá una estrella que nos conecte, sin importar lo lejos que estemos.

Con todo mi amor,

Vesper


Al terminar de leer la carta, algo se rompió dentro de él, y entonces supo que una botella de whisky no sería suficiente.


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