Capítulo 6
Antes del anochecer, Daisy y Altair dejaron la casa de huéspedes con rumbo a su siguiente parada: el parque nacional de Exmoor. Ubicado en la costa de Devon y Somerset sobre el canal de Bristol en el suroeste de Inglaterra, el parque abarcaba 692 km² de páramos ondulados y 55 km de costa. Exmoor era uno de los más antiguos parques nacionales británicos, fundado en 1954, y debía su nombre a su río principal, el río Exe.
Daisy iba sentada en el asiento del copiloto, con la ventana abierta, sintiendo el aire fresco que acariciaba su rostro, mientras Altair conducía. Aunque no podía ver el paisaje que desfilaba a su lado, lo percibía de una manera que era únicamente suya. El viento en su piel le hablaba de vastos campos abiertos, y el aroma a hierba mojada le decía que acababan de pasar por un prado después de la lluvia. Los sonidos del coche —el murmullo de las ruedas sobre el asfalto, el crujido ocasional de la grava, el susurro distante de un río— se unían en su mente, creando un cuadro detallado de su entorno.
Daisy había nacido ciega. Nunca había conocido el mundo de los colores ni la luz que otros describían con tanto fervor, pero eso no le impidió sentir el mundo de una manera profunda y única, decodificándolo a través de sonidos, texturas, y olores que la guiaban en su vida diaria. Para ella, los colores eran sensaciones que había aprendido a asociar con emociones, temperaturas y olores: el rojo lo imaginaba cálido y ardiente como el sol en su rostro, el azul lo sentía fresco y sereno como la brisa marina, y el verde lo percibía en la suavidad de la hierba bajo sus pies descalzos.
Desde pequeña, Daisy había aceptado su ceguera como parte de su realidad, y había desarrollado una percepción aguda que le permitía moverse con confianza. Sabía identificar quién entraba en una habitación por el sonido de sus pasos, y podía medir la distancia entre los objetos por el eco de los sonidos que rebotaban en las paredes. Vivir siendo ciega no era algo que lamentara. Al contrario, había aprendido a florecer con su ceguera, viendo el mundo de una manera diferente.
El viaje desde la granja a Exmoor fue tranquilo. Duró aproximadamente dos horas. Daisy lo sabía porque era el tiempo que había estado escuchando un audiolibro. Altair tomó un desvío de la carretera y siguió por un camino más estrecho hasta que el auto empezó a disminuir la velocidad.
—¿Dónde estamos? —preguntó Daisy, asomando la cabeza por la ventana.
—En el Hotel Luttrell Arms en Dunster —respondió él—. Pensé que sería mejor hospedarnos y luego dirigirnos a una de las áreas designadas dentro del parque para observar las estrellas.
—Está bien.
Daisy abrió la puerta del auto y bajó con cuidado, llevando consigo el bolso con la urna de Vesper. Altair la esperó muy cerca y le ofreció su brazo para guiarla por el vestíbulo del hotel. Mientras caminaban, Daisy sintió bajo sus pies el crujido de la grava que anunciaba la entrada del Luttrell Arms. El aire estaba impregnado del aroma a madera vieja y flores frescas, mezclado con un ligero olor a chimenea, como si el lugar guardara historias en cada rincón.
Recordó haber encontrado un folleto del hotel en las notas que Vesper había dejado, y cómo había imaginado la fachada de piedra antigua y las hiedras trepando por las paredes, basándose en la descripción que había leído. Al entrar, percibió el cambio de temperatura al cruzar el umbral, la calidez acogedora del interior y el susurro suave de conversaciones distantes. Se acercaron a la recepción, guiados por el sonido de los pasos firmes de Altair sobre el suelo de madera pulida, que resonaban con un ritmo tranquilo y seguro.
—Lo lamento, pero disponemos de una habitación doble en la planta baja —dijo la recepcionista luego de que Altair pidiera dos habitaciones simples—. Tenemos muchas reservas debido a los turistas. ¿Hay algún problema con que los acomode en esa habitación?
Daisy pudo sentir la mirada silenciosa de Altair sobre ella.
—Está bien, la tomamos —se apresuró a responder.
Con el asunto de la habitación resuelto, Altair se encargó del equipaje mientras Daisy esperaba en la entrada del hotel. Cuando estuvieron listos, ella volvió a tomar su brazo y empezaron a caminar hacia una de las áreas para observar estrellas.
—Desde que era pequeña escuché muchas veces sobre el Parque Nacional Exmoor —comentó con nostalgia—. ¿Cómo es?
Altair hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para describir lo que veía a su alrededor.
—Es... vasto, Day —comenzó, su voz suave pero llena de intención—. El paisaje está cubierto de colinas onduladas, como un océano verde que se extiende hasta donde alcanza la vista. Hay brezos por todas partes, moviéndose al compás del viento, creando un mar púrpura y verde bajo el cielo. En algunas partes, los árboles se agrupan en pequeños bosques, altos y oscuros, como guardianes antiguos. El aire aquí es diferente, más limpio, casi dulce, y el viento trae consigo el aroma de la tierra húmeda, de las hojas, y de las flores silvestres. Es un lugar que se siente antiguo, casi atemporal.
Mientras avanzaban, Daisy dejaba que sus otros sentidos tomaran el control. Podía oír el susurro constante del viento a través de la hierba alta, y el crujido suave de las ramas bajo sus pies. A su alrededor, el canto de los pájaros resonaba entre los árboles, un sonido armonioso que parecía mezclarse con el ambiente, mientras que el aroma terroso de la vegetación la envolvía. La temperatura había descendido un poco, lo que indicaba que el sol estaba bajando. Todo a su alrededor le hablaba de un lugar lleno de vida, con una calma que se extendía hasta el horizonte.
—Suena... como un lugar hermoso —musitó Daisy, sonriendo.
—Lo es.
Después de caminar un rato más, llegaron a una de las zonas de observación de estrellas. El suelo se hizo más firme, indicando que estaban en una superficie preparada para visitantes. El aire aquí se sentía aún más fresco y el silencio era más profundo, roto solo por el suave susurro del viento. Altair se detuvo y soltó un suspiro.
—Estamos aquí, Daisy. Este es el mejor lugar para ver el cielo —dijo, dejando que su voz se apagara suavemente mientras ambos se quedaban en silencio—. ¿Quieres que te describa las estrellas?
Ella negó.
—Gracias, pero hoy no.
Daisy permaneció de pie, con el rostro elevado al cielo. Aunque no podía ver las estrellas, sentía su presencia de manera profunda. Respiraba profundamente, dejando que el ambiente la envolviera. El aire vibraba con una energía silenciosa, como si las estrellas sobre ella irradiaran una luz que podía sentir.
La pureza del frío nocturno le traía una claridad que solo existía en lugares como aquel, lejos del bullicio de la civilización. Sabía que el cielo sobre su cabeza estaba lleno de puntos brillantes, y aunque nunca había visto una estrella, podía imaginarlas como pequeños destellos que perforaban la oscuridad.
En ese momento, Daisy se sintió más conectada al mundo de lo que jamás había estado. Estaba segura de que las estrellas la estaban mirando, de alguna manera comunicándose con ella a través del frío aire nocturno, y eso le traía una paz profunda, como si estuviera justo donde necesitaba estar, bajo ese vasto y silencioso cielo estrellado.
Cuando se sintió satisfecha, tomó su bolso y buscó la grabadora de Vesper.
—Voy a reproducir el nuevo mensaje de Vesper —dijo, girando el rostro hacia donde Altair esperaba en silencio—. ¿Está bien?
Hubo una pausa, tensa. Hubiera querido ver la expresión de Altair, pero no podía. Así que esperó con calma.
—Adelante —contestó él al final.
Hubo un suave clic y luego la voz de Vesper llenó el aire, alegre y llena de entusiasmo.
—¡Hola Daisy! ¡Hemos llegado a Exmoor! ¿Puedes creerlo? Este lugar es mágico, y estoy tan emocionada de estar aquí contigo. ¿Sabes? Siempre he soñado con este momento, y aunque te estoy diciendo esto en una grabadora, siento que estoy justo a tu lado ahora.
Una risa suave se escuchó en la grabación.
—Exmoor es conocido por tener uno de los cielos más oscuros de todo el Reino Unido. Eso significa que, cuando el sol se pone, las estrellas parecen multiplicarse por mil. Me encantaría que pudieras verlas, Daisy. Sé que no puedes, pero te lo describiré de la mejor manera posible: imagina miles de pequeñas luces parpadeando sobre ti, tan brillantes que casi puedes sentir su calor en tu piel, que están por todos lados, incluso debajo de tus pies. Es como si el cielo estuviera cubierto de diamantes.
Vesper hizo una pausa, como si estuviera contemplando las estrellas en ese momento.
—¿Sabías que aquí en Exmoor, en una noche clara, puedes ver hasta siete mil estrellas a simple vista? ¡Siete mil! Es una locura. Y lo mejor es que este lugar tiene algo llamado «Zona de cielo oscuro», lo que significa que han hecho todo lo posible para proteger la oscuridad del cielo y mantener las luces artificiales al mínimo. Así que, cuando estemos aquí, tendremos una vista increíble... O al menos tú tendrás la experiencia sensorial más cercana a verlas.
Vesper se detuvo, su tono se volvió un poco más suave.
—Daisy, quiero que te tomes un momento para cerrar los ojos y simplemente sentir la paz de este lugar. Este viaje es tan importante para mí porque quiero que sientas lo mismo que yo siento cuando miro las estrellas: que el universo es grande, que nuestras preocupaciones son pequeñas, y que siempre estamos conectadas, incluso en los lugares más oscuros.
La grabación terminó con un suave clic, dejando a Daisy con la sensación de que Vesper estaba allí, compartiendo ese momento tan especial. La voz de su mejor amiga, tan familiar y llena de vida, resonaba en su mente, llenando el vacío que la pérdida había dejado. De alguna forma, escucharla la hacía sentir menos sola, como si el hueco en su corazón se redujera, aunque fuera solo por breves segundos. Era como si, a través de esas palabras grabadas, Vesper aún estuviera a su lado, envolviéndola con su calidez y cariño, y por un instante, el dolor se volvía más soportable, el peso de la ausencia se aligeraba, permitiéndole respirar un poco más fácil.
Daisy tragó con fuerza, sintiendo cada sensación y sentimiento que la albergaba, mientras sacaba la urna de Vesper de su bolso y la apretaba contra su pecho con cariño.
—¿Quieres... dispersar sus... ?
—No.
Esta vez, Altair no titubeó. Su declaración tajante cortó las suaves palabras de Daisy, y la dejó sorprendida por unos segundos. La firmeza en su voz, tan distinta a la vacilación que había percibido en él antes, la hizo darse cuenta de cuán profundas eran las heridas que él aún llevaba. Pudo sentir la tensión en el aire, como si hubiera un muro invisible que Altair había levantado entre ellos para protegerse de un dolor que no estaba listo para enfrentar. Sin embargo, se recuperó rápidamente, comprendiendo que, aunque ella estaba lista para avanzar, Altair aún no lo estaba, y ella respetaba eso. Sabía que cada uno tenía su propio tiempo para sanar, y decidió no presionar, le dejó espacio mientras él lidiaba con su propia forma de despedirse de Vesper.
Daisy le dio la espalda y abrió la urna.
«Esto es por ti, Vesper», pensó mientras levantaba la urna hacia el cielo. Con delicadeza, tomó una pequeña cantidad de las cenizas entre sus dedos, sintiendo su ligereza, y levantó la mano para dejar que el viento las tomara. El aire frío acariciaba su rostro mientras las cenizas comenzaban a flotar, bailando en la brisa que las llevaba hacia el cielo estrellado.
Daisy imaginó cómo las cenizas se elevaban, uniéndose al vasto manto oscuro que se extendía sobre ella. Sabía que Vesper ahora formaba parte de esa eternidad viajando entre las luces que tanto había amado. Era un gesto pequeño, pero lleno de significado; una parte de Vesper ahora pertenecía a Exmoor, a ese lugar especial donde el cielo parecía tocar la tierra.
Las cenizas se dispersaron con lentitud en el viento, llevándose consigo un pedazo del dolor que Daisy había estado cargando. Sabía que quedaban más paradas, más momentos en los que repetir este ritual, pero en cada uno, Vesper estaría un poco más libre, y Daisy un poco más en paz.
Con una última caricia del viento, Daisy cerró la urna con cuidado.
Con el rostro aún elevado hacia el cielo, dejó escapar un suspiro, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que este era solo el principio del adiós, pero en esa pequeña liberación de cenizas, había encontrado un poco de consuelo. Aún había más camino por recorrer, pero en ese momento, bajo las estrellas invisibles, sintió que su amiga seguía con ella, guiándola paso a paso en la oscuridad.
Daisy estaba empezando a caer en un sueño profundo cuando escuchó los sonidos entrecortados. Al principio, pensó que era su mente jugándole una mala pasada, pero pronto se dio cuenta de que los sonidos provenían de la cama junto a la suya. Eran gemidos, casi sollozos, llenos de una angustia que le heló la sangre. Se incorporó de inmediato, con el corazón latiendo con fuerza al reconocer que se trataba de Altair.
Aunque no podía ver, se dejó guiar por su oído, percibiendo el movimiento inquieto de Altair en la oscuridad. Su respiración era agitada, los jadeos que escapaban de sus labios sugerían que estaba atrapado en una pesadilla de la que no podía escapar. Se levantó de su cama con cuidado, sus pies descalzos apenas haciendo ruido sobre el suelo frío mientras se acercaba a él y su mente, inundada de preocupación.
—Altair... —susurró, su voz apenas un murmullo.
Extendió su mano hacia donde sabía que estaba su cama, tocando primero la suave colcha antes de encontrar el brazo de Altair. Su piel estaba fría y húmeda por el sudor, temblando bajo su toque. Él se revolvía, atrapado en algún recuerdo oscuro que lo atormentaba.
—Despierta... Es solo una pesadilla —dijo con calma, tratando de infundir su voz con la mayor tranquilidad posible.
Daisy se inclinó sobre él, dejando que sus dedos recorrieran su brazo y subieron hasta su hombro, como si a través de ese contacto pudiera traerlo de vuelta. Sentía la tensión en sus músculos, cómo su cuerpo entero luchaba contra algo invisible. Altair dejó escapar un gemido más fuerte, casi un grito, y eso hizo que Daisy se arrodillara junto a él. Su mano ahora estaba en su rostro, acariciando con delicadeza su mejilla.
—Estás a salvo, Altair... —continuó, su voz suave pero firme—. No estás solo.
Finalmente, él abrió los ojos; su mirada estaba perdida y desorientada, como si aún estuviera atrapado en las sombras de la pesadilla. Se sentó despacio en la cama y su respiración fue volviéndose más lenta, más consciente, mientras volvía al presente. Cuando lo sintió moverse, Daisy se inclinó hacia él y lo abrazó, sintiendo cómo su cuerpo temblaba al contacto. El latido rápido de su corazón contra el suyo, la sensación de su piel húmeda y fría, hicieron que lo apretara con más fuerza, deseando absorber su miedo.
—Tengo miedo, tanto miedo... —susurró él con voz quebrada, como si el terror lo estuviera ahogando.
—Estoy aquí... Ya pasó —susurró ella contra su oído, sus labios rozando suavemente su cabello mientras lo mantenía cerca. Sentía su cuerpo rígido contra el suyo. Los temblores aún lo sacudían, pero no lo soltó, sabiendo que su presencia era lo único que podía ofrecerle en ese momento.
Altair se aferró a ella como si su vida dependiera de ello, su cabeza descansaba sobre su hombro. Daisy podía sentir cómo su respiración, que al principio era irregular y superficial, comenzaba a calmarse, sincronizándose con los latidos de su propio corazón. El calor de su cuerpo contra el suyo, el familiar aroma de su cabello, todo en ella le transmitía seguridad, como si en medio del caos que lo rodeaba, ella fuera el único ancla que lo mantuviera en el presente.
Daisy no lo soltó, lo abrazaba como si quisiera protegerlo de todas las sombras que lo acechaban, se aferraba a él con toda la fuerza que poseía. Lo abrazó como su madre lo hacía cuando ella era una niña y se despertaba asustada por la oscuridad que siempre la rodeaba. Permanecieron así, en silencio, mientras las sombras del miedo se desvanecían de a poco. Sentía el calor de sus lágrimas secándose en su hombro, la presión de sus brazos alrededor de su cintura. Finalmente, le dio un suave apretón, transmitiéndole su apoyo sin necesidad de palabras.
Poco después, Daisy intentó separarse, pero Altair la detuvo.
—Quédate... por favor. —Su voz era apenas un susurro quebrado.
Daisy sintió un nudo en su garganta, pero asintió sin dudar. Se recostó junto a él, manteniendo una mano firme en su hombro, asegurándole con su presencia que no se iría, que estaba allí con él, en la oscuridad, hasta que la luz volviera a encontrarlo.
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