Capítulo 5

Sentada bajo un árbol, en medio del jardín de la casa de huéspedes, Daisy tachó el nombre de Bodmin Moor en el mapa y luego suspiró. Habían completado la primera parada, pero no sentía una sensación de entusiasmo al respecto. Al contrario, se sentía un poco decepcionada.

Por supuesto, no estaba decepcionada de haber estado en el Páramo, ni de Vesper por haber planeado esa parada. Al contrario, estaba decepcionada de sí misma porque había hecho algo que había alterado a Altair. Sabía de qué se trataba. Sabía que era por el mensaje de Vesper, y se sentía culpable por no haberle advertido antes. Él había estado bien hasta ese momento, tal vez un tanto incómodo y distante, pero había permanecido a su lado. Sin embargo, luego del mensaje, él simplemente había huido.

Daisy podía entenderlo. Había sido demasiado para él, lo sabía porque también había sido difícil para ella. Se había quedado sola y había tenido que dispersar las cenizas de Vesper con una sensación agridulce en el estómago. Aun así, no podía culpar a Altair. Él lidiaba con su dolor de una manera diferente al de ella. Y Daisy había pasado por alto su dolor; lo había olvidado, pensando solo en ella.

Por eso, había intentado hablar con él esa mañana: había ido a su habitación y le había propuesto que desayunaran juntos, pero Altair había dicho que no tenía hambre y debía trabajar en su libro por un par de horas. Así que Daisy le había dado espacio, aunque eso solo hubiera hecho que se sintiera más decepcionada de sí misma. No sabía cómo tratar con él, nunca se habían llevado muy bien. Entonces ¿qué debía hacer?

«Regla número dos: no se vale ignorarse», recordó.

Era cierto. Altair había prometido cumplir las reglas, pero solo llevaban un día de viaje y ya había roto la regla de no ignorarse. Lo que claramente hacía mientras se encerraba en su habitación.

—¿Qué harías tú si estuvieras aquí? —murmuró, desviando la vista hacia la urna de Vesper que reposaba dentro del bolso junto a ella.

Daisy suspiró y cerró los ojos, tratando de encontrar claridad en sus pensamientos. El peso de las dudas y el desconcierto se desvaneció por un momento cuando una suave brisa agitó su cabello y acarició su rostro con delicadeza. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras levantaba el rostro, entregándose por completo a la sensación del aire fresco. El viento traía consigo el dulce aroma de las flores silvestres: una mezcla de lavanda y manzanilla que llenaba sus sentidos, envolviéndola en una tranquilidad inesperada. A su alrededor, los sonidos suaves de la granja componían una melodía tranquila: el balido de una oveja distante, el canto alegre de un pájaro escondido entre las ramas, el crujir rítmico de las hojas bajo el árbol que la cobijaba.

Aunque no podía verlos, Daisy sentía cada detalle como si formaran parte de un cuadro que su mente pintaba con precisión. La textura rugosa de la corteza bajo sus dedos, el murmullo del viento entre las ramas, todo parecía cobrar vida, llenándola de una conexión profunda con el entorno. En ese momento, casi podía sentir la presencia de Vesper en el aire, como si su amiga intentara susurrarle algo para darle fuerzas para seguir adelante.

—Debería ir y hablar con él —murmuró para sí misma, abriendo los ojos.

Le preocupaba que Altair estuviera encerrado en su habitación. Ni siquiera sabía si había comido, ya que había rechazado su invitación a desayunar. Quizás debía tener hambre. Ya era hora de almorzar y había escuchado que en la granja cocinaban platos caseros. Tal vez algo de comida lo haría ser menos... hermético.

Decidida, guardó el mapa y el resto de sus objetos en su bolso antes de levantarse y volver a la casa de huéspedes. Utilizó su bastón para transitar el estrecho sendero de piedra que conducía al salón principal y a las habitaciones, sintiendo bajo sus pies las pequeñas irregularidades del camino. Habían pasado la noche en una pequeña granja llamada Coombeshead. Ubicada en medio de sesenta y seis acres de prados ondulantes, bosques susurrantes y arroyos bordeados de robles centenarios, era más que una simple casa de huéspedes. Coombeshead era un refugio, una combinación de panadería artesanal y granja en funcionamiento que ofrecía un glorioso aislamiento y comodidades rurales en el corazón de la campiña de Cornualles.

La atmósfera del lugar la envolvía en una paz particular. El aroma del pan recién horneado flotaba en el aire, mezclándose con el olor a tierra húmeda y a hierba recién cortada. Podía escuchar el suave murmullo de un arroyo cercano y, a lo lejos, el balido de ovejas que pastaban tranquilamente. Había encontrado el lugar gracias a un folleto que Vesper había dejado en la caja de regalo, y habían tenido la suerte de encontrar habitaciones libres.

Regresó a su habitación en la planta baja y dejó su bolso con cuidado sobre la cama. El silencio le resultaba inquietante, así que, después de un momento de duda, salió de nuevo y caminó despacio hacia la habitación contigua, donde Altair se hospedaba. Mientras avanzaba por el pasillo, el sonido de sus propios pasos parecía resonar demasiado fuerte en sus oídos, amplificando su nerviosismo. Una vez frente a la puerta, primero apretó la oreja contra la madera fría, intentando escuchar algún sonido del otro lado, algún indicio de que él estaba allí. Pero no escuchó nada, solo el zumbido lejano de la granja en silencio.

Con el corazón latiendo un poco más rápido, levantó la mano y llamó a la puerta; sus nudillos produjeron un sonido sordo. Los minutos se alargaron, cada segundo cargado de incertidumbre. Daisy se mordió el labio, insegura, preguntándose si había llamado a la puerta correcta o si Altair estaría dormido, o tal vez ausente, paseando o comiendo. Estaba a punto de darse la vuelta y regresar a su alcoba cuando la puerta finalmente se abrió, emitiendo un leve chirrido.

—Altair... —comenzó, su voz llena de preguntas y algo de alivio.

Cuando él no respondió, Daisy dio un paso más cerca, guiándose por el sentido del sonido que le indicaba su proximidad. Levantó sus manos de forma tentativa, sintiendo el aire entre ellos cargado de una tensión que la hizo vacilar por un momento. Pero cuando no sintió ninguna resistencia, continuó. Sus dedos hicieron contacto con piel desnuda y húmeda, y una sensación de sorpresa y calor la recorrió de inmediato.

Comenzó a palpar aquel torso, despacio; cada movimiento cauteloso mientras sus dedos exploraban lo desconocido. Rozaron músculos firmes, bien definidos, que se tensaron ligeramente bajo su toque. Mientras sus manos ascendían hacia los hombros, notó que la textura de la piel cambiaba de un lado al otro: de un lado era suave y lisa, mientras que del otro era rugosa, levantada y marcada por cicatrices. El contraste la hizo detenerse, y un nudo se formó en su garganta. No necesitaba verlo para comprender lo que estaba tocando. El dolor y la historia que esas cicatrices guardaban eran palpables bajo sus dedos.

Retrocedió un poco, pero sus manos resbalaron hasta que sintió un corazón latiendo con fuerza bajo su palma, un pulso rápido que reflejaba la misma mezcla de emociones que ella sentía.

—¿Por qué estás mojado?

—Me estaba bañando —contestó Altair al fin, su voz grave y profunda.

«Entonces... ¿estaba desnudo?», pensó alarmada.

Daisy apartó sus manos como si la hubiera quemado y su rostro se sonrojó, mientras se recriminaba por haberlo tocado de forma tan confiada, sin su permiso.

—¿Siempre vas tocando a los hombres por ahí?

—¡Claro que no!

—¿Y si no hubiera sido yo? —Su tono reflejaba una sonrisa ante su humillación—. Hubieras terminado manoseando a un desconocido. En el fondo, eres una chica mala.

El rostro de Daisy se calentó aún más.

—¡No lo soy! —espetó—. Ya sabía que eras tú.

—¿Entonces lo hiciste a propósito?

—¡No! —Negó con la cabeza, casi desesperada—. Lo lamento, no debí tocarte. Fue solo un impulso.

—Un impulso de chica mala —agregó, solo para fastidiarla.

Daisy puso los ojos en blanco y bufó.

—No se puede tener una conversación contigo.

Acto seguido, empezó a alejarse, pero Altair sostuvo uno de sus brazos y tiró de ella hacia atrás con un movimiento firme. Daisy apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir cómo su espalda quedaba apretada contra el torso desnudo de Altair. La humedad de su piel se filtró a través del delicado material de su suéter, enviando un estremecimiento que recorrió todo su cuerpo como una descarga eléctrica.

La respiración de Altair, cálida y cercana, rozó su oreja cuando se inclinó hacia ella.

—¿Qué querías decirme? —preguntó con voz baja y áspera, tan cerca que Daisy sintió el susurro de sus palabras en su piel.

Ella se quedó sin aliento, con los labios entreabiertos mientras su corazón se agitaba con fuerza contra sus costillas, golpeando como si quisiera salir. La cercanía de Altair era abrumadora, cada centímetro de su cuerpo parecía vibrar con la intensidad del momento. Daisy sintió cómo su mente se nublaba, atrapada entre el impulso de apartarse y el confuso deseo de quedarse en esa proximidad tan inesperada.

¿Acaso había enloquecido? Él no era cualquier hombre. ¡Era Altair Whitmore, su archienemigo infantil!

Reaccionó y empujó su codo hacia atrás, clavándolo con fuerza en sus costillas. Altair se quejó y soltó el agarre de su brazo. Daisy giró hacia él, su semblante transmitía reproche.

—Quería invitarte a almorzar, pero ya no importa.

—No te enojes, Everly. Solo estoy jugando contigo —repuso él, y su tono era sincero—. Sí quiero almorzar. Dame cinco minutos, me vestiré.

Daisy no respondió. Se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared del pasillo, tratando de encontrar un momento de calma en medio del torbellino de emociones que la sacudía. Escuchó el suave clic de la puerta al cerrarse y permaneció allí, esperando a que su corazón dejara de latir tan rápido y que el calor en sus mejillas se disipara.

Sabía bien cuál era la causa de su reacción: no había muchos hombres en su vida cotidiana. Nunca había tenido un novio, apenas había experimentado lo que era el coqueteo. El contacto masculino era, para ella, algo ajeno y desconocido. El único hombre con quien había tenido un contacto cercano era su padre, pero ese contacto siempre había sido fraternal y protector. Sin embargo, el contacto de Altair había sido... diferente. Intenso, casi provocador.

¿Por qué no se sentía fraternal también?

Aunque lo conocía desde que era una niña, siempre había evitado estar demasiado cerca de él, manteniendo una distancia segura. Tal vez por eso ahora le resultaba tan aterrador que su inesperada cercanía no le hubiera causado ningún rechazo. No, lo que realmente la desconcertaba era que, lejos de molestarla, su proximidad le había provocado una sensación inesperada de... curiosidad. Una que nunca antes había sentido y que ahora la asustaba tanto como la intrigaba.

—¿Por qué frunces el ceño? ¿Sigues enojada? —preguntó Altair, saliendo de la habitación.

—No... no es... nada —titubeó—. ¿Puedo... sostener tu brazo?

Había dejado el bastón en su habitación. Además, era más fácil que alguien la guiara que usar su bastón en un espacio pequeño. Altair accedió y la guio despacio hacia el comedor de la casa de huéspedes. El aire estaba cargado con el olor cálido y reconfortante del pan recién horneado, mezclado con el perfume de hierbas frescas y especias que la envolvieron al cruzar el umbral.

Cada paso resonaba ligeramente sobre el suelo de madera, y podía sentir la presencia de las mesas a su alrededor, el murmullo suave de conversaciones distantes y el tintineo ocasional de cubiertos contra la loza. Altair la guio hasta una mesa vacía, sus dedos rozaron el respaldo de una silla antes de que él la ayudara a sentarse. Una vez acomodada, Daisy deslizó sus manos sobre la superficie de la mesa, sintiendo la textura suave de la madera bajo sus palmas.

Unos minutos después, una mujer se acercó, les recomendó algunos platos y tomó su orden antes de marcharse. Daisy se aclaró la garganta cuando el silencio se extendió entre ellos.

—Yo...

—¿Tú...?

—Yo... quería hablar sobre lo que pasó ayer en la noche —empezó Daisy, sabiendo que tal vez sería una conversación un poco incómoda.

Altair no dijo nada.

—Sé que te sorprendí cuando reproduje el mensaje grabado de Vesper, y lo siento. No pensé en cómo eso te haría sentir y me disculpo.

Hubo una pausa que se alargó y Daisy se mordió el labio inferior, inquieta. Podía sentir la mirada de Altair sobre ella y también la tensión, pero ella, por obvias razones, era mala leyendo expresiones. Si él no decía algo, ella no podía saber que estaba mal.

—Está bien —contestó Altair al final.

Daisy pestañeó, sorprendida.

—¿Está bien? ¿Seguro?

—Sí.

—¿No quieres hablar de eso?

—Regla número tres: no hablar del pasado —replicó él con tono distante.

Daisy sintió desilusión en su pecho.

—Oh, claro. Tienes... razón.

De pronto, ya no se sentía tan segura de esa regla. Al principio, le había parecido una buena idea para evitar que ambos se recriminaran o se culparan por el pasado, para protegerse mutuamente de revivir momentos dolorosos. Pero ahora, al ver la reacción de Altair, se daba cuenta de que la regla podía estar haciendo más daño que bien. No se trataba solo de evitar el conflicto; también estaban bloqueando la posibilidad de compartir su dolor, de apoyarse mutuamente en medio del sufrimiento. Aunque Daisy comprendió que, aunque la regla no existiera, probablemente Altair seguiría evitando hablar de sus sentimientos. Era su manera de lidiar con el dolor: cerrarse, huir, mantener las distancias. Pero tal vez, si le daba la oportunidad, si dejaba la puerta abierta, podría llegar a confiar en ella lo suficiente como para hablar. O al menos, eso esperaba.

—He decidido que podemos romper las reglas si es necesario —sentenció Daisy con firmeza—. Así que si quieres hablar de algo que estés sintiendo o pensando, podemos hacerlo. Creo que eso refuerza la otra regla de no vale ignorarse.

—Romper las reglas, ¿eh? —respondió Altair con una sonrisa en su voz, aunque sin el habitual sarcasmo—. No sé si soy bueno rompiendo reglas cuando se trata de hablar de... esto.

—No tiene que ser ahora, ni siquiera tiene que ser sobre el pasado. Solo... si alguna vez necesitas hablar, no te sientas obligado a seguir en silencio.

Ella volvió a morderse el labio mientras esperaba.

—Gracias por la oferta, Everly. Tal vez, algún día, estaré listo para hablar. Solo... no hoy.

Daisy sintió un nudo en la garganta. Su primer impulso fue presionarlo, pero sabía que no estaría siendo justa. Así que se tragó sus palabras y decidió dejarlo ir. Al menos, por esta vez.

La mesera regresó con sus platos y ambos comieron en silencio, aunque ahora era menos incómodo. Daisy estaba pensando en qué decir, quizás podría hablar de su próxima parada. Sin embargo, se detuvo cuando percibió una nueva presencia cerca de ellos. Creyó que era la mesera, pero el sonido de sus pasos era diferente. Además, en realidad, parecían dos personas.

—Disculpe que interrumpa su almuerzo, ¿pero usted es Altair Whitmore? ¿El escritor? —La voz era suave y baja, un poco insegura. Era de una mujer.

—Sí, soy yo. Mucho gusto.

—Es un placer conocerlo. Mi esposo ha leído todos sus libros. ¿Sería posible que me dé su autógrafo?

—Por supuesto —accedió Altair—. ¿Tiene un bolígrafo?

Se escuchó un ruido sordo como si la mujer buscara algo en su bolso. Daisy escuchó la breve conversación mientras Altair firmaba el autógrafo.

—Mamá —dijo la voz de una niña, también cerca, en un murmullo inquieto y curioso—. ¿Qué le pasó en el rostro? ¿Por qué tiene una cicatriz?

Daisy contuvo el aliento, su mano se detuvo por un instante sobre el tenedor. Su oído, más desarrollado que el de Altair, captó la pregunta antes de que él pudiera reaccionar. Aunque la incomodidad se apoderó de ella, decidió seguir comiendo, manteniendo la apariencia de que nada había ocurrido.

La madre de la niña, claramente avergonzada, acalló a su hija de forma apresurada y murmuró una disculpa mientras aceptaba el autógrafo de Altair. En un instante, se marcharon con rapidez, dejando tras de sí un silencio tenso que parecía llenar cada rincón del comedor.

Altair no dijo nada, pero Daisy podía sentir la rigidez en su postura, la manera en que su cuerpo se tensaba junto al suyo. Era como si la habitación entera se hubiera encogido, envolviéndolos en una burbuja de silencio y emociones no expresadas. El corazón de Daisy se llenó de pesar. Sabía que el accidente había dejado marcas más profundas que las visibles, heridas que no solo afectaban su piel sino también su alma. Sin embargo, nunca habían hablado de ello. Era un tema que parecía flotar entre ellos, siempre presente, pero nunca abordado.

Daisy tampoco podía ver cuál era el estado actual de esas cicatrices. Recordaba haber sentido la piel lastimada de su hombro en algún momento, pero nunca había tocado su rostro. Y menos aún desde el accidente.

Después de un largo momento, Altair soltó un suspiro casi imperceptible y murmuró, con voz tranquila pero cargada de algo que Daisy no pudo identificar del todo:

—No es nada, Day... Solo una marca del pasado.

La frase parecía simple, pero Daisy sintió el peso que cargaba, como si cada palabra fuera una barrera que él levantaba entre ellos. Sin saber qué más decir, decidió no presionar más. Sin embargo, la pregunta de la niña seguía resonando en su mente, recordándole que algunas heridas, aunque cicatricen, nunca desaparecen por completo.


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